Capítulo 35| Deseos, conflictos y motivaciones

A diferencia del enano gruñón y despreciable, cuyo nombre ni siquiera era digno de ser mencionado, yo sí lidiaba con los efectos de la culpa. Resultó difícil ignorarlos cuando generaron un ruido semejante al de las campanadas de una iglesia, pero en el interior de las paredes craneales.

Debido a la zozobra que me embargaba, al día siguiente me resolví a hablar con Hange para disculparme por mi falta de cooperación ante sus intentos de evitar confrontaciones. A cambio, me hizo prometerle que esta sería la última ocasión en que reaccionaba de forma tan errática, en especial con él, debido a que según ella se me estaba haciendo costumbre, y una bastante dañina.

Si supiera que Levi era el único que podía sacarme de quicio y, al mismo tiempo, llevarme a disfrutarlo con la misma magnitud con que lo detestaba con todas mis fuerzas...

No. Debía romper con el ciclo. Esa disyuntiva me estaba matando, cederle el control de mis emociones sería inconcebible. Expiar mi alma ya no era una opción, sino una necesidad imperante.

Por lo menos me alegró que ella hubiera sido equitativa al repartir las amonestaciones y que no considerara si quiera extenderme una invitación a enderezar los asuntos con él. No cabía duda que el espíritu de mi madre se le había impregnado, qué fastidio.

A su vez, tenía mis reservas en cuanto a dar la cara en el último entrenamiento antes del maratón. Dudaba que Petra y Hange fueran las únicas que se habían enterado de mi "accidente", y quizá el sentido común implicase levantar unas bien infundadas sospechas. En fin, quizá por primera vez los rumores cumplirían un propósito diferente, convirtiéndose así en mi escudo protector.

Y es que cuando se hablaba de un hecho sin conocer todos los detalles, era sencillo que la verdad se distorsionase a medida que pasaba de boca en boca, lo cual podría resultar conveniente para mí.

Puesto que nadie se tomaría la molestia de averiguar si los rumores eran ciertos, serían libres de creer lo que les plazca. A lo mejor la pelos de zanahoria quedaba como mentirosa delante de todos porque yo seguía viva, y me encontraba en excelentes condiciones gracias a ella.

Estaba de pie detrás de la puerta, observando a través de la pequeña ventana al resto de mis compañeras, que se mantenían a la expectativa de la llegada de la entrenadora. El espíritu de competitividad se había vuelto contagioso, se había esparcido en cada rincón de la escuela, se percibía en el semblante que irradiaba determinación y en los ojos que brillaban con esperanza.

Inmersa en un ejercicio mental en el que mascullaba para mis adentros que yo no tenía ningún motivo por el cual esconderme, que era capaz de enfrentarme a ella y salir victoriosa, dejé la mente en blanco y me limité a obedecer impertérrita la orden de avanzar.

Petra arrugó el entrecejo cuando aparecí ante su presencia, con toda la naturalidad que pude reunir. Me escaneó con la mirada hasta que coloqué mi maleta dentro de su sitio. Esta era tan penetrante que incluso la sentía detrás de mi nuca, como si fuera un haz de rayo láser.

Nanaba tampoco pudo ocultar su confusión. Noté de reojo que empezaron a hablar entre dientes y a observarme con insistencia, al punto de ser invasivas, a pesar de la distancia que nos separaba.

Tal y como lo sospeché de antemano, ella ya tenía un somero conocimiento de la repugnante maniobra de su compañera. No obstante, nunca me uní a su club de drama, ya había tenido suficiente de alegatos como para inmiscuirme en uno más. En ocasiones era mejor tomar la ruta alterna antes que caer al precipicio, y justo eso era lo que estaba resuelta a hacer.

Cuando iniciamos el circuito de calentamiento, me aseguré de mantenerme fuera de su alcance, evitando que me interceptara. Había firmado un simbólico acuerdo de confidencialidad con Levi respecto al uso de aquella sustancia, y por supuesto que no iba a discutir los detalles con ella.

En primera instancia, debido a lo ilegítimo del acto. Todavía no sabía si pasaría la prueba, tampoco había tenido la ocasión de inventar una excusa en caso de que me atrapasen. Puede que siguiera irritada con él, que pensara que era un cretino y me dieran ganas de arruinar su lindo rostro, sin embargo, le profesaba una lealtad que se había mantenido intacta por decisión propia.

Descargar mi ira mediante desprestigiarlo sería una bajeza de mi parte. No importaba que se hubiese hecho acreedor a ello, me consideraba incapaz. Hange se avergonzaría de escucharme hablar así, pero de seguro no más que yo.

Aunado a esto, se encontraba el hecho de que, sin querer, habíamos arrojado por la borda el plan de aislarme, y sabía que a la instigadora no le había parecido entretenido. Bien, yo tampoco me divertí conforme rodaba por las escaleras, debió haberlo considerarlo.

Ya que dio prueba fehaciente de que no tendría ningún reparo en quitar de su camino a aquellos que le estorbaran, presentarme frente a sus narices fue la manera ostensible de hacerle saber que, sin importar cuánto lo intentase, no existía ningún arma infalible que pudiese utilizar en mi contra. Fue como si le hubiera dado una bofetada con guante blanco, y eso me llenaba de orgullo.

Al percibir sus intenciones de acercarse a mí tras finalizar la práctica, le dije a Hange que debíamos volver.

Se nos pidió que procuráramos descansar, ya que nos aguardaban unos días cuya promesa era dejarnos sin aliento, literal y metafóricamente.

Me agradaba dedicar el grueso de mis energías a este tipo de tareas, no a iniciar un despiadado enfrentamiento con él. Quisiera agitar una varita mágica para resolver todos mis problemas en un instante, para mantener encadenados aquellos sentimientos cuya única función era mantenerme en estado de crisis.

Con el fin de evitar ahogarme en medio de pensamientos desalentadores, decidí preparar las maletas con antelación. Guardé aquellos enseres que se convertirían en mis aliados durante el fin de semana, entre los que incluí un traje de baño, toallas, bloqueador solar y otros artículos de playa, así como las prendas de uniforme.

Daba la impresión de que empacaba para un viaje recreativo, y en parte, así era. La mayoría lo considerábamos como un escape de la rutina, en el que aprovechábamos para descansar y divertirnos: una especie de vacaciones exprés a mediados del otoño (en temporada baja), que no le venían mal a ninguno.

Las playas de la ciudad de Liberio eran un destino turístico que atraía a cientos de personas que buscaban eximirse de la opresión ocasionada por el vivir diario, un tanto irónico tomando en cuenta que nosotros estábamos más presionados que nunca.

Adoraba los climas cálidos. Si dependiera de mí, hace tiempo me hubiera mudado a la costa. Nada me complacería más que despertar a diario y llenar mis pulmones de ese aire sofocante y húmedo para luego ir a dar una caminata a la orilla del mar, con la brisa rozando mis mejillas y la arena hundiéndose debajo de mis pies.

En medio de la exhaustiva búsqueda que de paso funcionó para poner orden, encontré una cajita en la que resguardaba un par de lentes de contacto.

Siempre los detesté. Mis ojos presentaban un cuadro de cero tolerancia a los cuerpos extraños que osaban entrar en ellos, pero esta era una ocasión especial que lo ameritaba. A fin de cuentas, solo los necesitaría durante algunas horas. Me encargué de hacer la prueba, fallando al principio, aunque tras unos minutos logré acostumbrarme.

La refracción de la luz obró de manera curiosa, me llevó a creer que mis ojos eran más grandes de lo que parecían a simple vista, que su tonalidad era próxima al ámbar con ligeros destellos en turquesa. Cuando contemplaba dicha imagen, tendía a desconocerme, y me preguntaba hasta cuándo me vería forzada a depender de ese artefacto...

Papá me había dicho que al cumplir los veintiún años me permitiría someterme a la cirugía refractiva. Tras su pérdida, no había vuelto a pensar en ello, ni por error. Me hacía evocar recuerdos que abatían mi alma, entre los que se encontraba su promesa sentida de devolverme a la normalidad. Si hubiera estado en sus manos, él habría hecho hasta lo imposible por curarme, siempre lo supe.

Sabía de buena fuente que el costo era elevado, y no quería agotar por completo mis reservas. No obstante, aún aguardaba la esperanza de recuperar aquel sentido. Era un elemento sustancial de la utopía en la que cambiaba de apariencia y mi vida mejoraba en cuestión de minutos.

¿Es tan malo desear un poco de reconocimiento por no hacer absolutamente nada, además de respirar y haber tenido el privilegio de nacer con un rostro agradable para las multitudes?

Mi tía Carla solía decir que todos éramos especiales por el simple hecho de haber nacido. Me agradaba su forma de pensar, aspiraba a hacerla mía con prontitud. Puede que así me librase de todos esos complejos de inferioridad que llevaba arrastrando desde la infancia. En ocasiones como esta, me avergonzaba de mis pensamientos débiles que se incuban en mentes frágiles.

Aquella noche fui incapaz de pegar el ojo. Las emociones encontradas se convertían en mi mayor enemigo justo antes de un suceso trascendental. Escenas aleatorias sobre las desavenencias del viaje, del sitio en el que nos hospedaríamos y de la competencia perturbaban mi quietud, favorecida por la oscuridad impregnada de las tenues luces que se asomaban desde el exterior.

Mi parte favorita de un viaje era el camino, no el final de este. No había nada como contemplar el amanecer en primera fila, con los primeros rayos asomándose detrás de las montañas, dándole a las nubes una amplia gama de colores pastel que se fusionaban como si se tratase de uno solo, como si pudiesen convivir en armonía a pesar de sus notorias diferencias, dando origen a una vista espectacular.

En cierto punto, me vi tentada a renunciar a mi determinación. Quise correr hasta su puerta en medio de la noche para decirle que lo perdonaba y que prefería que viviéramos en una mentira a que esto terminara así... Al puro estilo de una película romántica. Solo que, dentro de mi lógica interna, aquello sonaba simplemente absurdo. Una buena dosis de dignidad era lo que me faltaba para volver a colocar los pies sobre la tierra.

A estas alturas, ya no podía permitir que mis emociones interfirieran con mis objetivos. Tenía la capacidad de desprenderme de aquello que me estorbaba, sea que tomase la forma de hechos, ilusiones, sentimientos encontrados, e inclusive, personas. Tal vez fue por eso que no me tenté el corazón cuando decidí que ya había tenido suficiente de su arrogancia.

No permitiría que nadie me tratara como si fuera objeto de su propiedad e interfiriera en mis decisiones.

La brisa en las afueras era helada, pero a un nivel soportable. Decidí cubrirme con una sudadera y una manta, confiando en que la puntualidad de mis compañeros me permitiría resguardarme con prontitud en el vehículo y así entrar en calor.

Hange y yo avanzamos en medio del patio en compañía del canto de los grillos, a pasos lentos, con el fin de evitar tropezones. Para mi fortuna, fuimos de las primeras en llegar.

Hitch me saludó cuando la divisé en medio de la fila. Estaba temblando con desesperación, lo cual puso en alerta a uno de sus amigos, quien se apresuró a cubrirla con su propia prenda de vestir. Sonreí con nostalgia. Levi tuvo esas atenciones conmigo hace no mucho tiempo atrás, y haber contemplado aquella escena terminó por abrir una herida que requería sutura. No debía añorar su cercanía, iba en contra de mi buen juicio.

Mientras me reprendía en voz baja, tuve la mala suerte de sentir que mi corazón latió a un ritmo apresurado apenas me crucé con sus ojos a una distancia no muy lejana del punto de encuentro. Incapaz de siquiera sostenerme la mirada, mantuvo la seriedad que lo caracteriza. Su displicencia nunca me había importado menos, me la sacudí como si de polvo se hubiera tratado.

Se inclinó para abrocharse las agujetas, dejando sus pertenencias a un lado. Otra maleta apareció junto a la suya, y casi terminó cayéndose. Pensé que se trataba de la de Erwin, no obstante, cambié de parecer al enfocar con detenimiento.

Una cabellera de mi color menos preferido se escondía detrás de la capucha de una sudadera que me pareció familiar, la cual había utilizado una vez. Ella le pasó la mano por encima del hombro, acercándose a su oído para susurrarle quien sabe qué tontería que le causó gracia, no siendo el caso con él.

Luego, avanzó delante de mí con una sonrisa triunfante, de tinte burlón, restregándome su pequeño triunfo en la cara. Yo la ignoré con la misma frialdad ambos se merecían, de la que convierte los huesos en millones de cristales que se esparcen por la superficie. Hange pareció notar sus intenciones de perturbarme, por lo que decidimos darle la espalda.

Tras unos minutos de espera, el resto de mis compañeros llegó al estacionamiento y se nos permitió entrar para elegir nuestros lugares.

Nos situamos en la parte de en medio, Hange me ofreció quedarme junto a la ventana. Hitch se apresuró a sentarse en la fila contigua a la nuestra, colocando su mochila a modo de barrera. Algo me decía que pensaba dormir como en casa y no deseaba que se le interrumpiera.

Erwin nos saludó con una amplia sonrisa mientras se dirigía a los asientos de la parte posterior. Yo opté por colocarme los audífonos con el fin de darles privacidad cuando se detuvo a conversar con mi amiga.

Los lazos se reforzaban al encarar un siniestro al lado de una persona, porque uno aprendía a reconocer sus limitaciones, aumentando la confianza que se le profesaba al otro. Ellos eran un claro ejemplo de la veracidad de estas palabras.

Había estado analizando su conducta. Sospechaba que se habían vuelto más unidos todavía desde que me rescataron, aunque no me atrevía a sacar conclusiones. Sin embargo, no estaría mal darle un empujoncito. Gracias a esa insistencia fue que terminó convenciéndome de permitir que alguien entrara a mi vida y, a pesar de todo, no me arrepentía de ello.

Fue gracioso que a mí me hubiese ocurrido justo lo contrario, aunque no fue de común acuerdo.

Intuí que el ojiazul le estaba proponiendo sentarse junto a ella en cierto punto del recorrido. De haber estado en aquella situación, hubiese aceptado sin pensármelo dos veces, y no precisamente porque se tratara de Erwin, sino por la naturaleza del ofrecimiento.

Mi subconsciente dictaba: «Tú también tuviste aquella oportunidad a tu alcance, pero la dejaste ir». Que la resignación me amparara.

Cualquier ápice de deseo por sentarme junto a él se desvaneció al recordar nuestro altercado. Como si no hubiera tenido suficiente con mi propio ataque, tuve la desdicha de presenciar cómo ella se acomodaba a su lado. No me extrañó del todo, y eso no significaba que me fuera indiferente.

Poco antes de que apagaran las luces, busqué la palanca que me permitiría echar el respaldo hacia atrás y me recargué hasta encontrar una posición cómoda. Necesitaba dormir, desconectarme de la realidad por unas horas, olvidarme de esa incómoda sensación que repiqueteaba en mi pecho. Confiaba en que todo iba a resultar bien.

Al cabo de un rato, desperté sobresaltada y eché un vistazo a mis alrededores. Gracias a la luz de emergencia alcancé a distinguir una silueta que se movía al ritmo de una canción imperceptible. Alguien se había quedado dormido sin quitarse los auriculares, o quizá no lograba conciliar el sueño y desistió de intentarlo.

De entre todos los presentes, Hitch era la más contenta. Se había acomodado en posición fetal, abarcando los dos asientos a su disposición. Tenía la boca semiabierta, y el movimiento constante había alborotado su corta cabellera rubia, dándole un estilo desenfadado. Aguanté una risa burlona luego de tomarle una foto que pensaba mostrarle después.

También se escuchaban algunos murmullos en el fondo del vehículo. «Dios, hay gente que no respeta el sueño ajeno», pensé. Eran apenas las cinco de la mañana.

Supe que estábamos cerca, el cielo despejado y el aroma costero a agua salada eran la prueba evidente. Además, el repentino cambio de temperatura me tomó desprevenida, así que me deshice de la manta.

Presa del masoquismo, me armé de valor para buscar a Levi entre los pasajeros. Sentí que se me cayó un enorme peso de encima cuando corroboré que se encontraba solo. Yo ya me había hecho una imagen mental de la cabeza de ella reposando sobre su hombro, y en todos los escenarios, me parecía nauseabunda.

Pensé que aún tenía suficiente tiempo para dormir y alcanzar a ver la salida del sol, así que me acomodé de nuevo, tratando de no mover a Hange.

—¡Kim, despierta! ¡Ya casi llegamos! —exclamó Hange, sacándome abruptamente de un sueño en el que repetía mi ataque contra Levi, pero a una escala mayor.

Estábamos en medio de una arena similar a la del Coliseo de Roma. Inmersos en una encarecida lucha por nuestra supervivencia, llegó el momento en el que me dejé llevar y le arrojé una lanza que recuperé de un cadáver recostado a mis pies. Sin embargo, debido a la ocurrencia de mi excéntrica amiga, nunca sabría si dio en el blanco o si me devolvió el ataque. Ambas opciones eran desalentadoras.

Unas risas se mezclaron con algunas quejas. No los culpaba, su tono de voz fue tan estridente que de seguro consiguió despertarlos a todos, a excepción de Hitch. Podríamos estar en medio de una invasión alienígena y ella ni se inmutaría.

—Ay, Hange —dije con pesadez, luego de bostezar un par de veces—. ¿Cuándo llegará el día en que me despiertes sin causarme una conmoción?

—Lo siento, pensé que te gustaría ver el paisaje.

Motivada por su genuino interés en levantarme el ánimo, extendí las cortinas. Me sentí decepcionada al percatarme de que ya había amanecido.

—¿Cómo dormiste? —Extrajo un par de sándwiches de su bolso de mano y me ofreció uno de ellos.

—He descansado mejor. —Encogí los hombros—. Espero que pronto hagamos una parada. Necesito extender las piernas.

Sonrió de lado. Mi planteamiento era razonable, le convenía sobre todo a aquellos que poseían una altura privilegiada, pues el espacio era bastante reducido.

—Buen día para ambas. ¿Las interrumpo? —dijo Erwin.

Las mejillas de Hange se tiñeron cuando reconoció al emisor.

—Buen día —saludamos al unísono. Me mantuve a la expectativa, haciendo un mohín de burla.

—Hange, yo... me estaba preguntando si... Ya sabes. ¿Consideraste lo que te dije ayer? —mencionó con voz entrecortada. Noté que se rascaba la nuca, prueba del nerviosismo que lo estaba invadiendo.

Era increíble que su facultad de hablar con el género femenino sufriera un revés cuando se trataba de Hange, quien me miró de reojo con una sonrisa divertida. Estaba al tanto de que ocasionaba ese efecto en él y lo disfrutaba, mas yo consideré que ella se encontraba en una posición análoga.

—Sí, lo pensé. —El rostro de Erwin se iluminó—. ¡Pero creo que no quiero dejar sola a mi amiga!

Me pareció tierno que me tomase en cuenta, solo que yo no quería resultar un impedimento.

—Oh, por mí no hay ningún problema —objeté con sarcasmo—, puedes robártela durante todo el tiempo que gustes.

—En ese caso, ¿por qué no vas y te sientas con... —Se detuvo ante la mirada reprobatoria de Hange. Le hizo una seña en la que fingió que le cortaban el cuello.

¿Así que aún no sabía de la idiotez que hizo su amigo?

—Sí... Ummm... Yo creo que no es una buena idea por ahora.

Mi amiga se puso tensa y comenzó a ejercer presión en el antebrazo, como si me estuviera pidiendo mantener la boca cerrada por ahora. Dudé que lograra sobreponerse a la tentación de informarle.

—Ellos han tenido una... una seria diferencia —añadió con premura.

—Y yo decidí que era mejor alejarnos por un tiempo. Solo hasta que... se calmen las cosas.

Tras unos segundos en silencio, Erwin comprendió que no estábamos bromeando y, que si deseaba enterarse, tendría que ser paciente.

—Lo lamento, no quise ser inoportuno.

—Tranquilo. No hay forma de que alguien entienda sus motivaciones. Volviendo al tema, insisto en que no deben preocuparse por mí. Sirve que me dejan los dos asientos libres y descanso a mis anchas. —Les guiñé el ojo.

OMNISCIENTE

Conversaciones indistintas reinaban en el ambiente. Que si faltaba mucho para llegar, que si podían abrir las ventanas, que si habían traído suficiente agua...

Levi también estaba inmerso en una serie de murmuraciones con Petra, quien hacía una media hora ya había espabilado y se encontraba retocándose el maquillaje. Polvo en la zona de la nariz y la frente, un pigmento de color rosado en las mejillas. «¿Por qué ese afán de espolvorearse cosas en el rostro?», se preguntaba Levi.

Y justo ahí fue donde se permitió cederle el paso a la congoja de haberse sentado con ella, aunque lo cierto era que no tenía muchas opciones a su alcance. Erwin lo había abandonado por una chica, y ya no contaba con Kiomy.

—Sé lo que hiciste —le dijo él, con agresividad moderada.

—¿De qué hablas? —Petra se quedó inmóvil, sosteniendo el espejo en la mano.

—¿De qué hablo? —Levi le quitó el objeto, sin darle la ocasión de protestar—. ¿Estás segura de que no tuviste nada qué ver con el accidente de...

—Shhh. —Lo detuvo en seco, colocándose el dedo índice sobre la boca—. Aquí no.

Giró el cuello para cerciorarse de que nadie les estaba prestando atención, y suspiró cabizbaja.

—Confiesa —insistió él.

—No sé qué es lo que quieres escuchar —simuló indiferencia, y estiró la palma para indicarle a Levi que le devolviese la polvera. De mala gana, lo hizo.

—Petra, es inconcebible de tu parte —la reprendió—. Ella misma me lo dijo. Deberías agradecer que no pasó a mayores y que ni siquiera tiene la intención de delatarte.

—Ey, parece que has depositado el entero de tu confianza en ella. —Alzó una ceja—. Estoy segura de que ni siquiera dudarías un segundo en creerle si vaticinara que el fin de mundo está a la vuelta de la esquina —dijo a modo de reproche, apretando los labios. Él se removió en el asiento—. ¿Por qué te preocupa tanto?

—Si tu limitado conocimiento te lo impide, déjame refrescarte la memoria. «Mantenlo cerca, mantenlo seguro» —recitó—, ¿te suena familiar?

Vaciló en responder de inmediato, pero la respuesta ya había aparecido en su mente.

—Sin ofender, es culpa tuya por no vigilarla como deberías. —Se cruzó de brazos.

—A diferencia de ti, yo nunca he pretendido herirla —sentenció—. ¿Por qué te empeñas en complicar mi trabajo? Creí que ya había sido claro con ese asunto. Si me dijeras la verdad, contribuirías a tener una conversación más fructífera y no me harías perder mi valioso tiempo.

Era evidente que comenzaba a fastidiarse.

—Si lo hago, ¿responderás a mi inquietud? —Ella estiró su brazo hasta sujetar el de Levi, quien se tensó, mas no trató de zafarse.

Cruzaron miradas, una ansiosa y la otra antipática, pero certera. Tras llenar sus pulmones de aire, él se animó a continuar:

—Tú mejor que nadie sabes que estrechar lazos con ellos es primordial, nuestra razón de ser, el fundamento...

—Sí, sí —lo interrumpió, poniendo los ojos en blanco—. «El fundamento de nuestro cometido». Suena idílico, a mi parecer.

—Independientemente de cómo suene, era la única forma de ganarme su confianza.

—Ajá —enfatizó con sarcasmo, ocasionando una mirada desdeñosa por parte de Levi—. Lo has hecho tan bien que ahora no quiere verte ni en pintura.

—Tch, me he enfrentado a algunas complicaciones propias de su carácter, nada que no pueda resolver con un poco de persuasión. —Apretó ambos puños, como si se estuviese preparando para asestarle un golpe al primer objeto que se le apareciera en frente—. Ya veré cómo me las arreglo.

Petra se puso en guardia por instinto, en caso de que la situación se complicara, aunque no lo creía capaz de ejercer esos niveles de dominio sobre ella.

—Bien, ahora es mi turno. Sé que tú no hubieras cometido tal imprudencia por cuenta propia. ¿Qué te ofrecieron a cambio? —Levi no iba a darle la oportunidad de defenderse—. ¿Dinero? No creo que te haga falta. —Por acto reflejo, ella se cubrió el brazo, tratando ocultar el ostentoso reloj dorado que portaba—. O mejor aún: ¿Te devolverán el puesto? Lo perdiste por tus propios medios, recupéralo con honor y dignidad —le clavó la mirada y la sujetó de la muñeca—, no haciendo el trabajo sucio de otros. No logro comprenderlo... ¿Cuál es tu motivación?

—¿Y la tuya, Levi? —Él la soltó—. ¿Qué clase de relación es esa que han entablado? Pudiste limitarte a observarla desde la lejanía, robar sus expedientes, tenderle una trampa o incluso amenazar a Hange, era lo más fácil. ¡Pero no! ¡Te gusta jugar con fuego! —A medida que iba cobrando vehemencia, su dulce voz aumentaba de volumen. Él entrecerró los ojos para indicarle que mantuviera la compostura, pues el camión estaba disminuyendo la velocidad, y con eso, su ventaja respecto al silencio—. Solo no quiero que te vayas a...

—¿Quemar? —completó la frase—. La autenticidad está sobrevalorada. Lo tengo presente durante cada segundo de mi vida, no necesitas recordármelo. Si para lograr mi objetivo tengo que enfrentarme a un par de complicaciones, entonces seré digno de doble honor: uno por el encargo y dos por aguantar a esa mocosa insufrible.

«Insufrible y determinada», pensó.



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