Capítulo 34| No quiero olvidarme de ti
Alcanzaba a escuchar palabras lastimosas que retumbaron en mis tímpanos, se difuminaban en un eco apenas audible y, de pronto, desaparecían en su totalidad.
El mensaje estaba claro, se repetía constantemente: «¿A qué te aferras cuando ya has cumplido tu misión y no te queda nada más por hacer? Cuando tu vida se reduce a una existencia carente de propósito, cuando todos aquellos a los que amas han desaparecido, ¿qué te quedará entonces?».
Niebla densa, un camino bordeado de flores. La brisa tocaba mi piel y revolvía mi cabello. Sentí un golpe en la mejilla, proveniente de un ser invisible que anunciaba un destino incierto, pánico, incitaba mis ganas de gritar y de salir corriendo, sin poder hacer ninguna de las dos.
Una muda oscuridad que se hacía infinita. Mi pecho latiendo con fuerza. Al menos esta vez no me agobiaba la presencia de nadie, ni me vi en la obligación de desprenderme de mi alma.
«¿Por qué me molestas aquí y ahora? Te ganaste ese lugar infame por tu propia estulticia y ahí es donde debes permanecer por el resto de mi...».
Mis pensamientos eran una mezcla de todas estas escenas, que no hacían sino intercalarse para abrir el hueco de la desesperanza que crecía en mi interior.
Al menos así fue hasta que conseguí abrir los ojos, con notoria pesadez. Los froté varias veces mientras lograba acostumbrarme al sutil reflejo de la luminosidad, los últimos rayos que emitía el sol justo antes de desaparecer en el ocaso.
Fue como si hubiese dormido durante una eternidad, la cual ratifiqué solo correspondía a un par de horas tras ver la pantalla de mi teléfono. La vibración me pareció inquietante, sensación fuera de lugar considerando que se trataba de la tonta alarma que había programado en caso de que perdiera la noción del tiempo.
Vaya siesta la que tuve. Reparadora a nivel físico, aunque a la vez me había dejado agotada mentalmente.
Desearía que este evento se hubiese mantenido en el plano de los sueños, de este modo, evitaría preocuparme con desmesura. Pero no; el recuerdo de lo que me hizo Levi subió a mi corazón, llenándolo de ácido que corrompía todo lo que se encontraba.
Ya había olvidado la última vez en que le di rienda suelta a toda esa furia que se había mantenido cautiva.
«¡¿En dónde está ese enano?! ¡Lo voy a matar!», pensé. Me levanté con ímpetu luego de arrugar las sábanas. Avancé dando pasos agigantados que rechinaban contra la madera.
Cuando abrí la puerta de golpe, me encontré con una asustada Hange, quien se había llevado la mano al pecho. Me examinaba de arriba hacia abajo, con una confusión que le fue imposible de disimular. Se había llevado un buen susto al oírme, y quizá también al verme.
—¡Kim! ¡¿Qué crees que haces?! Recuerda que no puedes levantarte —señaló en un intento por devolverme a la habitación.
Solo que no me detuve a escuchar sus indicaciones, no quería iniciar una confrontación con ella. Mis energías convergieron para centrarse en una sencilla faena: encontrar a Levi y escupirle en la cara unas cuantas verdades que había estado callando por el respeto que le profesaba hasta hacía un par de horas.
No fue sino hasta abandonar el cuarto que reparé en que caminaba como si nunca me hubiera lastimado el tobillo. Tampoco había ningún signo de incomodidad en el resto de mi cuerpo, pero me tranquilicé al concluir que eran los resultados de la adrenalina, que esta había opacado mi dolor. La maraña de cavilaciones angustiosas nubló el escaso raciocinio que me quedaba.
La habitación del aludido se ubicaba en el mismo nivel que la mía, bastaba con atravesar un largo corredor y doblar hacia la derecha para llegar.
Detrás de las paredes en cuya placa dorada se leía 4-P, se encontraba una de mis personas favoritas en todo el mundo, quien había resultado traer únicamente desastre consigo. Era como el fenómeno celestial de la lluvia de meteoros. Sublime, digno de admirar a la distancia, cuya naturaleza inestable lo volvía propenso al desorden. Podría explotar en mil pedazos cuando menos lo esperase.
—¡Sal de ahí! ¡No puedes esconderte para siempre! —dije, tocando la puerta con los nudillos y un frenesí incontrolable.
Dos chicas de la facultad de Derecho a las que ubicaba por su pretencioso estilo de vestir me observaron como si hubiese escapado de un manicomio, y una de ellas comenzó a susurrar en el oído de la otra. Ambas rieron con malicia. No debieron hacerlo, la última de mis preocupaciones en ese instante era amoldarme a las normas de conducta.
—¿Ustedes que tanto miran? Andando, cada quien a lo suyo.
Para mi sorpresa, se largaron en seguida. Ellas no tenían nada qué ver con mi molestia, y por lo tanto, no deberían pagar los platos rotos. Sin embargo, no me arrepentía. Existían muchas personas a las que debí impedirles que se metieran en mis asuntos desde el comienzo, y me alegré de notificarles que tuvieron el infortunio de ser las primeras.
Ni siquiera supe cómo logré bajar las escaleras. Iba caminando a través del sendero que divide a los edificios de las áreas verdes. Demasiada quietud, poco movimiento de estudiantes.
Por la hora, intuí que los del equipo de basquetbol estaban a punto de terminar sus entrenamientos. Decidí asomarme en el gimnasio, pues él tendía a refugiarse ahí cuando carecía del temple para enfrentar algunas situaciones. Era terrible eligiendo un sitio para esconderse, al igual que yo.
Sonreí con suficiencia cuando lo divisé entre las gradas del lado derecho. Estaba sentado en el borde, meditaba con las manos entrelazadas debajo de la barbilla. ¡Lástima que estaba a punto de interrumpir su momento de serenidad!
Decidida, subí la escalinata, reduciendo la velocidad de mis pasos. Me acerqué despacio, así no percibiría las vibraciones en la estructura de metal, anunciando mi llegada antes de lo previsto.
Apenas estuvo a mi alcance, lo aventé con el entero de la fuerza que tenía acumulada sobre los hombros. No le dio tiempo de reaccionar si quiera.
Experimenté un placer malicioso al verlo tirado en el suelo, desconcertado. Me arrodillé junto a él y lo tomé de la camisa para levantarlo y quizá repetir la maniobra.
—¿Qué demonios fue ese numerito de hace unas horas? —Coloqué mi antebrazo sobre su clavícula. Contra todo pronóstico, logré darle un empujón efectivo que lo puso contra la pared—. ¡Habla de una buena vez!
Sus ojos me escaneaban sorprendidos. Supuse que la pregunta en cuestión que ambos nos estábamos haciendo era de dónde había adquirido el valor de dirigirme hacia él con tal impetuosidad. No lo sabía, y me reconfortaba en sobremanera.
—Yo... hice que era mejor para ti —se justificó, tratando de controlar una tos sofocante.
Giró el rostro como para que las partículas de saliva no me salpicaran. Qué considerado de su parte (nótese el sarcasmo). Esperaba que hubiera sido capaz de recordar por un segundo el miedo que me infundió tras la decisión de intercambiar los papeles.
—¿Mejor para mí? ¿¡Mejor para mí!? ¿Quién te has creído para tomar esas atribuciones?
El movimiento de su tráquea contrayéndose me hizo espabilar. Ya había encabezado un incidente parecido con una persona que no era de mi entero agrado, aunque jamás tendría intenciones de herirlo a él más allá de los límites de lo razonable.
—Sí, aunque tu estupidez no te permita verlo por el momento —respondió con voz seca, manteniéndose firme en su postura.
Me clavó la mirada, empero, en esta ocasión no logró intimidarme. Era la señal que estaba buscando.
Alcanzó a tomarme por la muñeca y comenzó a ejercer presión para liberarse de mi agarre. Yo estaba tan enojada que me esforcé por aguantar, a costa del nervio que se estaba paralizando.
—¿Estás escuchando lo que dices? —La exaltación no había menguado—. ¿Cómo te atreves?
—No es para tanto, relájate. —Su semblante permaneció intacto—. Pareces una...
—¡No parezco nada! —lo interrumpí, envalentonándome para volver a azotarlo—. Ahórrate tus comentarios.
—Oigan, no sé qué ocurre, pero deberían calmarse —jadeó Hange luego de colocar ambas manos en la cadera, tomando aire porque se encontraba agitada. No podía creer que en verdad hubiese venido detrás de mí. Cuando logró recuperar el aliento, añadió—: Solo háblenlo, caray. ¿Por qué siempre que pelean tratan de matarse el uno al otro?
Le dirigió una mirada de reproche a Levi, y se detuvo sobre la mía. No era verdad, ¿o sí? Excelente pregunta... Tal vez ya se nos había hecho costumbre.
Aunque no podía adentrarme en su mente, sabía que en el fondo estaba dando por hecho que yo era la responsable, y que el sinónimo de «asesinar» fue empleado en mi honor.
Como siempre, Hange había aparecido para salvar el día, y el cuello de Levi por añadidura. A estas alturas, ya había perdido la cuenta de las ocasiones en las que se había librado de mis arrebatos gracias a sus intervenciones, que daban la apariencia de ser planificadas.
Era como si supiera de antemano cual sería mi reacción y él le pidiera que me controlara cuando el asunto se le salía de las manos. Si no la considerara mi amiga, comenzaría a sospechar acerca del marcado apoyo que le manifestaba.
—Quítame a este energúmeno de encima, cuatro ojos.
Con eso me bastaba.
—Y encima de todo te atreves a insultarme...
Esta vez, detuvo mi golpe a centímetros del punto de impacto. Mala suerte para mí, pues lo había lanzado en afán de que se estampara contra su mejilla. Rápidamente, utilizó una de sus piernas para hacerme perder el equilibrio. Cuando traté de defenderme de su ataque, ya estábamos los dos en el suelo.
De alguna forma, logró inmovilizarme, además de que me estaba cortando el suministro de oxígeno mediante sujetar mi cuello. No ejerció la presión necesaria para ahogarme, más bien pensaba contenerme como a un tanque de gas que experimentaba una fuga.
Empero, dicha maniobra no fue suficiente para frenarme, al contrario. Activó mis instintos de supervivencia, del mismo modo que aquella vez en que fui separada de mis amigos.
Seguí pataleando frenéticamente, a la vez que me retorcía para liberarme de su agarre, aunque jamás lo logré. Conforme más me movía, más me apretujaba con cualquier miembro que tuviera desocupado. Ser privada de mis movimientos fue una de las peores sensaciones que había experimentado, y no me apetecía recordarla.
Desconocía la razón por la cual Hange se limitaba a ejercer el papel de espectadora, que observaba desde la comodidad de su butaca. Lo gracioso fue que no le veía intenciones de elegir asiento, siendo que los tenía a un lado. Ah, por supuesto. Había entendido las implicaciones de su objetivo, a saber, drenar toda mi reserva de energía y forzarme a llegar al cansancio.
—Cálmate ya, maldita mocosa. Estás llamando la atención —me regañó. Por algún motivo que se escapaba de mi entendimiento, aquello me pareció satisfactorio, como una recompensa.
Entonces, reparé en el hecho de que me estaba aprisionando contra su cuerpo. Pésimo instante para que se me subieran los colores al rostro. Me alegraba que pudiera confundirse con un signo de enfado.
—Tú eres el maldito. —Como pude, le asesté un codazo que impactó en sus cosillas. Lo escuché gruñir, mas no cedió—. Te dije que no, ¡¿por qué lo hiciste?! —sollocé.
Una vez más, la suerte no estaba de mi lado. El agotamiento hizo de las suyas. Finalmente, cedí a sus intentos por detenerme.
Al percatarse de que me había quedado quieta por más de tres segundos, él hizo lo mismo. Que nadie dijera que no opuse resistencia.
—Levi, ¿qué le hiciste a mi amiga? —preguntó Hange con voz severa. Acto seguido, extendió los brazos hacia ambos.
Él la ignoró por completo, aunque a mí no me vino nada mal su ayuda. Revisé los daños a mi persona y me sacudí el polvo. Noté que sus huellas dactilares se quedaron estampadas sobre mis muñecas, así que las sacudí para estimular el flujo de la sangre.
—Por qué no le cuentas que eres una especie de criminal y que me inyectaste a la fuerza quien sabe qué cosa —solté, sin sopesar la dureza de mi comentario—. No sé cómo les digas tú, pero ese tipo de actos se asemejan a una violación.
Sí. Me había convencido de que aquel era el término más próximo para describir lo que estaba sintiendo. Pasó por alto mi declaración previamente manifiesta y recurrió a la agresividad para someterme a sus designios. La que debería mostrar recelo de tratar con él era yo.
—¿Qué tú hiciste qué? —Abrió los ojos en su totalidad.
—Ey, ey. No es lo que piensas, lo está sacando de contexto. —Se dirigió a Hange, tratando de apaciguarla con un ademán indicativo.
—Eso quisieras —espeté—. Parece que olvidaste cerrar con llave cuando desapareciste. De otro modo, ¿cómo fue que lograste entrar, Hange?
—Eso explica por qué la puerta estaba entreabierta cuando volví —recordó mientras apoyaba el mentón sobre el dedo índice.
Su tono calmado no era lo que esperaba. ¿Será que habían confabulado en mi contra y ella tomó la decisión consciente de entregarle sus llaves para permitirle el acceso a mi habitación? No. No actuaría a mis espaldas... ¿O sí? Y en ese caso, ¿cuáles serían sus motivos?
Ya no sabía qué opinar al respecto, la balanza se había descalibrado.
—Te hice un favor —dijo él.
—¿Un favor? —me burlé—. Y qué, ¿esperas que te lo agradezca?
—Siente el tobillo —apuntó hacia abajo, e inconscientemente hice lo que me pidió—. Dejó de dolerte, ¿no es así?
—Es por la descarga de adrenalina que me condujo hasta ti —lo contradije.
Mas en el fondo, y aunque jamás se lo haría saber, le di la razón.
—No es verdad. Fue... —miró de reojo a Hange, como si esperara su aprobación—, fue lo que te inyecté.
Ella se llevó la mano a la cabeza y suspiró con fatiga. Me miró ofreciendo condescendencia, lo que aumentó mis sospechas de que ella poseía cierto conocimiento de lo que estaba enfrentando.
—E-estás loco... Nada de esto tiene sentido —mascullé. Me costaba confiar en su declaración—. No hay modo lógico de que una fractura de esa magnitud se haya curado en menos de cuarenta y ocho horas, es prácticamente imposible.
Ni siquiera trató de excusarse. Su silencio intermitente reforzaba el tema en cuestión.
—Kim...
—¡No me digas nada, Hange! Yo... ¡Yo vi la placa!, ¿de acuerdo? Yo fui la que sintió el dolor y el alivio. Además, ¿por qué no haces nada por defenderme? ¿Por qué parece que estás de su lado cuando es obvio que él —lo apunté, enfatizando mi desprecio— es el culpable de la mayor parte de las cosas malas que me suceden?
El ritmo de la entonación fue disminuyendo a medida que las palabras brotaban de mi boca. Estaba cayendo presa de la angustia, y ya era hora de cortar la cuerda.
—Kim, eso no es verdad. Yo solo trato de ayudarles a que resuelvan sus problemas por la vía pacífica.
A fin de evitar el mismo error que él había cometido hace un instante, opté por hablarle cara a cara:
—Desde que llegaste a la escuela, me he visto en la ineludible necesidad de rehacer mi forma de ver el mundo en más de una ocasión, y aunque al principio era deleitable, déjame decirte que ya no lo encuentro divertido. No sé cómo ni por qué lo haces, pero siempre terminas complicando las cosas para mí.
—¿Acaso yo te pedí que te rompieras un hueso en la semana previa al maratón? —replicó Levi—. Eres tú quien se complica la vida por mero placer, no pretendas responsabilizarme de tu imprudencia.
—Lo sé, lo sé —bufé. ¿Cómo pude desconfiar de ella?—. Y no, Levi. Ya sé que tú no me empujaste, ¿crees que no estoy consciente de ello?
—¿Cómo que te empujaron? —respondió él.
—¿No dijiste que fue por un mal paso? —Lo secundó Hange.
Maravillosa jugada.
—Al parecer, todos mentimos —añadió Levi en tono de reproche.
Me arrebató las palabras que tenía en la punta de la lengua. Dos contra una, ¿qué seguía?
—¿Y eso qué importa? —Alcé los hombros. No me apetecía compartirles los pormenores de mi "accidente", y tampoco entendí por qué insistía en mantenerlos en el anonimato—. ¿Tratas de resolver esto por la vía pacífica? Porque creo que alguien se encargó de cerrarlas en el momento en que decidió pasarse mi voluntad por el... —Guardé silencio al darme cuenta de que estaba a punto de emplear una palabra altisonante.
—Dios, Levi. ¿Qué hicist...
—No, Hange. Espera. —La detuvo. Me extrañó que utilizara su nombre. Antes de que alguna de las dos replicara, continuó, dirigiéndose a mí—: Debes saber que yo no creí que fueras a despertar —hizo una pausa en búsqueda de las palabras adecuadas— tan pronto, así que si quieres escuchar mi defensa, la haré antes de que termines hiriéndome en medio de otro de tus arrebatos. Puedes odiarme todo lo que te plazca, no soy quién para negarte ese derecho, y tampoco es que me importe en demasía. Pero no esperes que me disculpe por hacerte un bien —habló con una seriedad que me produjo escalofríos, digna de una de esas personas incapaces de sentir empatía y de reconocer sus errores.
Mas no fue su tono lo que terminó descorazonándome, ni siquiera la dilogía que se me presentaba al evaluar que sus intenciones eran nobles, aunque sus arcaicos métodos daban mucho en qué pensar. Fue la perceptible indiferencia que mostraba hacia mis sentimientos la que me derrumbó.
Recién comprendí aquel refrán que dictaba que no debíamos hacer cosas buenas que parecieran malas, porque nadie era capaz de leer el interior de los corazones y dilucidar si fueron realizadas por amor al otro, o como un superflua victoria personal.
—Llevaste al caballo al borde del lago, y dado que se negó a beber, trataste de sumergirlo —dije con el propósito de que llegara por sí mismo a la conclusión de que me refería a nosotros—. No, corrijo, más bien sí lo hiciste. Estaba pensando que si veía aunque fuese un atisbo de culpa de tu parte, reconsideraría mi decisión y... —Se me quebró la voz, aunque de inmediato recuperé la compostura. Ya había tenido suficientes momentos de debilidad en su presencia—. Genial. Simplemente genial. No podría esperar menos de ti.
De repente, me fallaron las fuerzas, y me costó mantenerme en pie. Hange se dio cuenta e intentó acercarse para servirme de punto de apoyo. Yo le indiqué que no hacía falta.
—Kiomy, aguarda —pronunció mi nombre en tono de súplica, uno que a mis oídos resultó terriblemente lastimoso y que estuvo a punto de opacar mis intenciones.
No era consciente de cuánto deseaba escuchar aquellas sílabas brotando de sus finos labios hasta este momento. ¿Realmente creyó que así lograría disuadirme? Se tardó demasiado, aunque casi lo lograba.
—No quiero que te acerques a mí, ¿entiendes? —Interpuse la palma de mi mano entre nosotros. Hice un enorme esfuerzo por hablar con naturalidad, pero por dentro estaba hecha añicos—. Suerte liderando a tu equipo.
Me di la media vuelta, dispuesta a huir de ambos.
—Oye —me llamó por última vez. En su torpeza por articular otra ingeniosa frase, se agotó mi paciencia.
—Púdrete, Levi. —Lo miré de soslayo, sin girar por completo—. Hablo en serio.
Si él tuvo las agallas de drogarme, yo era capaz de romper mi vínculo, o lo que sea que me unía a él, ahora que se había encargado de derrumbarme con lo contradictorio de sus acciones.
OMNISCIENTE
Hange ni siquiera contempló la posibilidad de ir corriendo detrás de su amiga por segunda vez. La conocía de sobra como para afirmar que era preferible mantenerse al margen cuando ella se encontraba en estado de provocación, que se le iba a pasar a la mañana siguiente y, hasta entonces, resultaría sencillo razonar con ella.
No dejaba de pensar en que su amigo el pelinegro tal vez sí reconocía su nivel de culpabilidad —lo cual no era extraño, pues ya lo había hecho anteriormente— y al mismo tiempo estaba dispuesto a afrontar las consecuencias, aun si estas incluían que se distanciaran.
—Ya había olvidado la última vez en que la vi tan enojada. ¿Qué fue lo que le hiciste? —inquirió con prudencia.
No pretendía juzgar a ninguno, solo trataba de reunir detalles que le ayudaran a atar cabos sueltos.
—¿Aparte de ciega, sorda? ¿Qué no escuchaste a la... a tu amiga? —No despegó la vista del suelo.
—No me refiero a eso, sino a tus razones.
—No son tu problema. —Se cruzó de brazos y se recargó en el asiento.
—Creo que deberías replantearte tus habilidades de "persuasión", si es que todavía se les puede llamar de esa forma —dijo entre dientes—. Desconozco si fuiste un niño mimando de esos que se acostumbran a recibir todo lo que quieren sin mover un solo dedo y no aceptan un «no» por respuesta, pero ya es hora de que abras los ojos.
—Lo hice por su bien, aunque ninguna de las dos alcance a comprenderlo —respondió bruscamente.
—¿Y desde cuando te preocupas tanto por su bienestar?
Hange amaba entablar ese tipo de conversaciones con ellos, en las que sacaba a relucir los sentimientos que mantenían ocultos bajo llave, característica que los convertía en seres intricados, y que obstaculizaba sus interacciones al mismo nivel. O dicho de otro modo, impedía que se relacionaran con otros bajo los estándares de «normalidad».
Debido a lo anterior, estaba dispuesta a contribuir en lo que fuese necesario, a avisarles de cualquier peligro que detectara, e inclusive, a defenderlos de sí mismos. O al uno del otro.
—Desde que... —Reformuló la oración al percibir de reojo la mirada divertida de la castaña—. Siempre lo he hecho, cuatro ojos. Dime, ¿de quién fue la idea de entregar los frascos a cambio de que la devolvieran sin ningún daño?
—Ya sé que fui tuya —recordó con orgullo—. Y discúlpame si difiero contigo, pero qué manera tan curiosa de manifestarlo.
—¿Es verdad eso de que quiere que me aleje de ella? —Suspiró con pesadez.
—Si de algo sirve, la conozco mejor que tú, y sé que no se quedará enfadada para siempre. —Le guiñó el ojo, infundiéndole esperanza a su interlocutor—. Eso sí, tendrás que hacer méritos para ganártela de nuevo. Podrías empezar respetando sus decisiones.
—Ya se me ocurrirá algo.
—Ustedes son un caso excepcional. Me pregunto cuándo van a aceptar que... —Dejó la frase a medias. Negó con la cabeza, elevando las comisuras de los labios y provocándole un leve sonrojo—. Por cierto, ¿crees poder conseguirme un poco de eso que le inyectaste? Digo, si le ayudó a recuperarse tan rápido, debe ser una maravilla —exclamó con euforia—. Aguarda, ¿no es...
—Olvídalo. No te voy a dar ni una gota. Además, lo último que quedaba de mi reserva está dentro de su organismo.
—¿Y qué no puedes conseguir más?
—Para ti no.
25 de octubre de 2020
Colt:
Sé que no debería, pero si no lo hago ahora, es probable que algunos fragmentos se queden flotando en el vacío. Sabes que necesito redactarlo mientras el evento sea reciente. Quiero constatar que no puedo, no deseo olvidar el cúmulo de emociones que he experimentado. Y no puedo decírselo a nadie que no seas tú, porque no lo entenderían.
Acudo a ti en miras de esclarecer mis pensamientos. Si no encuentro una explicación lógica sobre lo que sucedió, no sé qué voy a hacer. Mi cerebro ha trabajado con más empeño que en otras ocasiones y es menester que encuentre quietud. Se aproximan días difíciles en los que ocupo andar al cien, en todo sentido.
Han pasado alrededor de seis horas desde que esa cosa se introdujo en mi torrente sanguíneo, a la fuerza, claro está. Yo nunca estuve de acuerdo con pisar el terreno de lo ilícito, fui coaccionada por él.
Te juro que me resistí lo más que pude, solo que su fuerza resultó superior con creces. No he experimentado ninguna especie de efecto secundario, lo que me mantiene intranquila. Y no, no significa que no vaya a suceder. Se podría decir que estoy a la espera de algo que ni siquiera conozco, y eso es lo que más me desconcierta.
Apenas ayer me retorcía en el cubículo de la enfermera debido al hueso que se me rompió tras la caída. Al día de hoy, este ha desaparecido sin dejar rastro alguno. No hay ningún atisbo de dolor en mi cuerpo, me siento renovada. Mas no deja de preocuparme la sustancia que está allanando mi organismo en este instante.
Estoy familiarizada con aquel sueño frustrado de los médicos que aparecen en esas series de las que tanto disfruto: acelerar el proceso de restauración de las células, al punto de que se regeneren a la inmediatez. No creí que ya hubiera superado la realidad y que yo haya tenido la oportunidad de experimentarlo en carne propia. No hice nada para merecerlo.
De seguro el efecto se me pasará pronto, cuando mi organismo entre en labor de desintoxicación de aquellas sustancias a las que identifica como "nocivas". Debo estar alucinando, debo haber creído en las palabras de Levi, y me siento impulsada a no ponerlas en tela de juicio. Eso también es terrible.
No sé qué demonios me haya hecho, aunque admito que ha funcionado. Y me pesa, me pesa porque se tomó el atrevimiento de actuar en contra de mis deseos, y no le causa ni un atisbo de pesadumbre.
Estaba tan entusiasmada con él y lo que empezaba a representar para mí que pasé por alto su imperfección. Ahora estoy pagando las consecuencias de esta. Una alarma suena en mi interior desde entonces; no he encontrado el modo de silenciarla. ¿Qué querrá decirme? ¿No fue suficiente con indicarle que se mantenga al margen?
Literalmente le he pedido un tiempo, y ni siquiera es mi novio... Esto es ridículo, inverosímil. Sin embargo, estoy consciente de que ahora es mi turno de cumplir con la encomienda que me autoimpuse. Anticipo que mantenerme firme en mi decisión resultará complicado, pero debo hacerlo.
Kimy
[NOTA SUELTA]
Y aunque sé que fui yo quien decidió que ya no más. Y no me cansé de jurar que no habría segunda parte... Cielos, no quiero olvidarme de ti, Levi. No podría hacerlo ni aunque quisiera. Te adentraste en las profundidades de mi alma, en el mismo sitio donde se dividen los pensamientos de las intenciones y se gestan los planes para el futuro.
¿Por qué me tratas así? ¿A dónde quieres llegar y qué ganarás al demostrarlo? Es como si tu nombre se hubiera escrito con tinta indeleble en mi corazón, y esto no es más que una mancha propia de un arrebato.
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