Capítulo 33| Por eso no podemos estar bien
Yo era la prueba viviente de que cuando uno se negaba a perdonar a un infractor, se quedaba estancado en un bucle de tiempo que, a la larga, se volvía un ciclo interminable, repleto de odio autoinducido.
Te odias por ser incapaz de hacer lo que es necesario. Te odias por haber cifrado tu confianza, sin reservas, en alguien que literalmente se encargó de pisotearla. Crees que detestas a la otra persona por haber actuado con ventaja, porque se aprovechó de ti en un momento de lasitud, porque no merecías que te trataran así... Y en todos los casos, era la conclusión más certera.
Debido a lo anterior, era totalmente comprensible que me mostrara reacia a compartir el espacio con ella, en especial por la forma en que se desenvolvieron los hechos que nos habían unido de manera irremediable.
—Hicieron un gran trabajo en el festival. Apenas editen el video, se los estaré enviando a todos —dijo una voz alegre que conocía a la perfección, muy a mi pesar.
El que utilizara el plural como alegoría para no referirse a mí hizo que me replanteara sus verdaderas intenciones.
Resulta que me encontraba en medio de una conversación con aquella chica que se había encargado de dificultarme la existencia a un grado razonable desde que Levi apareció.
Debí sacarle la vuelta cuando me la encontré bajando las escaleras mientras yo me dirigía hacia arriba, prestándole atención a esa incómoda corazonada que me invadió apenas noté que tenía intenciones de ir más allá de un simple saludo.
—Gracias, el entrenamiento fue excelente —le corté de tajo. A pesar de que ella fue la encargada de organizar los ensayos, para mí era Frieda la que debería llevarse todo el mérito.
No contaba con el ánimo para escuchar sus adulaciones que, a mi parecer, habían llegado con un ligero retraso de varias semanas.
—Y hablando de entrenamiento, ¿qué opinas del equipo? —Su curiosidad era propia de una niña que comenzaba a preguntarse el porqué de cada evento que la rodea. Demeritó mis intentos por apartarme de su vista.
Proyectaba una imagen colmada de inmensa alegría que no terminó de agradarme. No alcanzaba a comprender qué le hizo pensar que estaba a su entera disposición.
—¿A qué te refieres en concreto? —El habla áspera no era mi especialidad, sin embargo, podía sacarla a relucir gracias a ella.
—¿Crees que tengamos alguna oportunidad de ganar?
Casi me reí en su cara. ¿Por qué estaba pidiendo mi juicio, cuando era evidente que no le interesaba en lo absoluto?
—Claro. Puede que no seamos las mejores, pero nuestra determinación es fuerte. —Me limité a darle una respuesta breve y concisa—. Oye, si no tienes nada más por añadir, en serio tengo que...
—Espera, Kiomy. Yo... Estoy consciente de que quizá no es un buen momento —dijo. «Se queda corto con la palabra que yo emplearía». Torcí la boca—. Me siento tan avergonzada contigo... —suspiró y luego se cubrió el rostro con la palma de la mano.
Su repentina sinceridad me hizo sentir asqueada, mi paladar comenzó a teñirse de un sabor amargo. Ni siquiera me apresuré a mostrarme ofendida ante su interrupción.
—¿Por? —Alcé una ceja. Mi corazón se agitó de la nada.
—Creo que me he portado de manera irreverente desde que inició el ciclo, ya sabes. Por causa de él.
¡Bingo! Era justo lo que yo había estado pensando desde entonces, solo que decidí no dedicarle mayor importancia. De otro modo, mi estabilidad emocional iba a sufrir un revés del que tardaría en recuperarme. Ya había tenido suficiente de situaciones desconcertantes.
—Ayúdame a entender cómo se supone que debo interpretar eso.
Mi mente me ordenaba comportarme con indiferencia, no la que mostraba ante asuntos de poca monta, sino del tipo que calaba hasta los huesos y drenaba cualquier atisbo de valor que se hubiese esmerado en reunir.
—Quizá ya sea hora de enderezar los asuntos entre nosotras —sugirió. Mis dientes rechinaron al oír aquello, mas la dejé continuar—: Es decir... —Buscaba esconder sus manos, mas se topó con el infortunio de que su sudadera no contaba con bolsillos—. Tú fuiste la única persona que me tendió la mano en una época en la que nadie quería acercárseme.
Me había tomado desprevenida, por lo que experimenté un insano impulso de sopesar su ofrecimiento. Era un buen indicador de que no era una completa psicópata, ya que había demostrado ser capaz de mostrar cierto grado de culpa.
Evoqué este encuentro en mis sueños durante incontables ocasiones. En todas y cada una era yo quien encontraba el modo de acercarse a ella. Los estimaba como una especie de señal, la reacción de mi cuerpo ante la deshonrosa canalización de las emociones destructivas, como si me ordenara en repetidas ocasiones: «Soluciona aquello que no te permite seguir avanzando». Nunca había sido capaz, dudaba que esta vez fuera diferente.
—No lo hice en afán de obtener algún tipo de retribución, sino porque me puse en tu lugar y reflexioné en lo raro que debías sentirte por ser la nueva, con todo lo que eso implica —respondí con voz monótona. Me había apoyado sobre el barandal, y antes de que añadiera una de sus magníficas observaciones, continué—: ¿Por qué hasta ahora, Petra?
—¿Hasta ahora... qué?
Un mal presagio azotó mis pensamientos, arrasó con todo lo que encontró delante de sí. Desconocía si fue debido a la tensión acumulada por el evento traumático, o porque Petra hubiera tomado la extraña iniciativa de encararme. Quizá era mi oportunidad de liberarme de las ataduras que me había impuesto.
—No tienes ni la más remota idea de cuanto me ha costado superar el hecho de que no me consideraste una amiga, al menos no como yo lo hice para contigo —comencé. Me observó como si no supiera de que la estaba acusando, no obstante, yo estaba decidida a terminar con aquella prolongada letanía de lamentos—. Me he afanado por convertirme en el tipo de amiga que me gustaría tener—un temblor inconscientemente amenazó con impedirme seguir, mas no cedí a la sensación de pesadumbre, ni a la punzada que apareció dentro de mi cabeza—, pero en el camino aprendí que no todos te van a corresponder como tú lo esperas, o incluso como lo necesitas. Ahora entiendo que una persona amable no necesariamente es sincera, puede que solo se trate de la fachada que desea mantener por cuestiones personales. Y eso es lo que tú haces, al menos conmigo.
Qué bien se sintió deshacerme de un pensamiento intrusivo. Por primera vez en lo que iba de la conversación, hice contacto visual con ella. Disfruté su reacción consternada, no iba a negarlo.
—No te voy a condenar, porque no estoy para eso —agregué, un tanto más calmada—. Lo que sí puedo hacer es elegir mantenerte lejos de mi vida. A fin de cuentas, a ti no te causó ningún remordimiento sacarme de la tuya.
Le dediqué una mirada acusatoria, luego de bufar con pesadez para confundir a mi cerebro y así evitar que la voz se me quebrara.
—Yo... Lo lamento muchísimo —dijo luego de arrugar en entrecejo. Conservaba mis sospechas respecto a la veracidad de sus palabras, por más dulces que parecieran—. En verdad. N-no sabía cómo te hice sentir, y me arrepiento de ello. Nunca quise que las cosas tomaran ese rumbo.
—¿Te arrepientes? ¿En serio? —respondí con incredulidad. No tenía nada más que decirle.
Ni siquiera asumió su papel; se limitó a justificarse con el viejo cuento de que no alcanzaba a percibir lo que estaba sucediendo. Pero dado que sus acciones me indicaron lo contrario, no le permití encubarse en esa tangente.
—Quisiera... Quisiera que todo fuera como antes. —Me miró en son de súplica. La conocía de sobra para atreverme a asegurar que no tenía efecto sobre mí, ¿por quién me tomaba?
—Yo no seré parte de cosas importantes para ti, de ningún modo —concreté tras haber cobrado ánimo para enderezarme y reforzar mi punto—. Guiaremos al equipo como habíamos acordado, por órdenes de la entrenadora. Después de eso, no quiero tener nada qué ver contigo.
Me di la media vuelta, con la sangre hirviendo y los músculos preparados para emprender la huida.
—¡Aguarda, Kim! —Que me llamara así era inconcebible. Contribuyó a aumentar mis niveles de enfado. Mis pies se mantuvieron estáticos, vaya fiasco—. Hay... Hay una última cosa de la que me arrepiento. Sé que no lo merezco, pero me haría sentir tranquila que por lo menos me escucharas.
Me volví para contemplar su rostro afligido. Por un segundo perdí de vista que se trataba de ella, y opté por concentrarme en el significado de su mensaje.
Siempre temí que, cuando llegara el momento de hacerle frente a aquella situación, todas esas promesas de comportarme de forma esquiva, tal y como lo hizo conmigo, terminaran desapareciendo como por arte de magia. Me faltaba odio; y yo que pensé que lo tenía en abundancia.
Mis ojos se desorbitaron cuando su brío se volvió oscuro, la sonrisa se le desvaneció y me colocó la mano sobre el hombro, haciéndome perder el equilibrio.
Una gélida brisa se adentró por las aberturas de la ventana junto a mi asiento. Me frotaba las manos para generar calor mientras discutía con Levi. Podía llegar a ser muy intransigente cuando se lo proponía, aunque de los dos, yo era la que se llevaba la corona de la terquedad.
Bendita sea la hora en que Hange se ofreció a traernos algo para comer. Sospeché que planeaba dejarnos solos, y fue lo mejor que pudo haber hecho.
—Te lo agradezco Levi, pero nunca he consumido drogas, y la verdad no me apetece comenzar ahora mismo —rechacé tajantemente su propuesta, con una sonrisa sarcástica.
Ni me inmuté de los cotilleos que iniciaron los que se sentaban en la parte posterior de la fila contigua. Tratar de ponerle un freno a los chismes era tan inútil como darle golpes al viento. Tarde o temprano se olvidarían de que me fugué con "mi novio el drogadicto" y que regresé cuando caí en cuenta de que de amor no se vive.
Cielos. Colt ni siquiera era mi novio, aunque no podía presentar una defensa contra la segunda objeción y salir victoriosa en el intento.
De seguro Levi había notado lo preocupada que había estado desde ayer. No negaba que su interés me conmovía, solo que había olvidado que no me encontraba tan desesperada como para aceptar cualquier ofrecimiento, y menos si las probabilidades de éxito eran mínimas.
Reconocía que fui bastante estúpida al dejar que ella me interceptara. En verdad creí que teníamos un acuerdo implícito de paz, tanto por el asunto de Levi como por el liderazgo del equipo. Pero no, hasta se dio el tiempo de montar un espectáculo de carácter sentimentalista justo antes de que se derramara la gota sobrante en el vaso.
¡Qué negligencia la mía! Este desastre fue mi culpa por ser tan ingenua, y quizá me lo merecía.
Cuando recobré el juicio, ya era demasiado tarde para meter las manos. Aunque a decir verdad, no me habría servido de mucho.
A medida que iba rodando por las escaleras, sentí que mi peso no se distribuía de manera uniforme sobre cada parte de mi cuerpo, sino que se inclinaba hacia un solo punto que recibía todo el impacto.
Me lastimé los costados, y mi cara se llenó de diminutos rasguños. Lo que más me dolió, y no solo de manera física, fue que uno de mis tobillos había quedado herido de gravedad.
Aun así, Petra tuvo el descaro de ofrecerse a llevarme con la enfermera, jactándose de su espíritu altruista y diciendo que me había encontrado en un estado deplorable. Me preguntaba qué tan desvergonzada debía ser para responder por el "accidente" que ella misma había causado con ventaja y alevosía.
El resultado fue lo que se esperaría de un infortunio de este tipo: una lesión que tardaría al menos un mes en sanar y, para mi desgracia, la competencia en Liberio tendría lugar este fin de semana.
Sentí que el esfuerzo de meses se había ido por el caño en un abrir y cerrar de ojos.
No planeaba destacar, pero sí deseaba hacerle saber a todo el mundo que había puesto mi mayor empeño en llegar hasta aquí, y que no me rendiría hasta lograr mi objetivo.
Me tomaba muy en serio la encomienda de la entrenadora. Quería demostrarle que no se había equivocado al confiar en mí para que me encargase de una responsabilidad de tales magnitudes. Estaba agradecida por su intervención e insistencia. De no ser por ella, jamás se me hubiera presentado esta oportunidad. Parecía que, después de todo, siempre encontraríamos a alguien capaz de reconocer el potencial que existe en nuestro interior.
Solía afirmar que no depositaría mi confianza en cualquiera, solo que volvía a caer apenas me mostraban un atisbo de sinceridad. Mi único consuelo era saber que ya estábamos a mano. En su momento, casi la ahogué, y ella estuvo a punto de dejarme en coma tras una aparatosa caída. Ya no debería existir ninguna cuenta pendiente de saldar entre nosotras.
Fue por eso que decidí no levantar cargos, además de que no contaba con pruebas tangibles ni la fortaleza mental para hacerle frente. Aquello no me eximía de considerar que fue un acto demasiado vil, incluso para ella. ¿Qué habría hecho en otra vida como para merecer este declive?
—¿Acaso la medicina no cuenta como una? ¿O me vas a decir que nunca te enfermaste? —argumentó.
En realidad, me pareció lógico. Sin embargo, había omitido un detalle.
—No cuenta si alguien con un título te expide una receta, qué comparación tan absurda —repiqué.
—De acuerdo, tienes razón en ese aspecto. —Alzó las manos en señal de rendición—. Tal vez yo no tenga un título, pero si te digo que eso te ayudará a estar como nueva para el día de la carrera, es porque es cierto.
—Sí, claro, Dr. Ackerman —me burlé—. ¿Algo más que añadir? Tengo deberes que atender, si no te molesta.
Este era el momento oportuno para desaparecer, antes de que fuera demasiado tarde.
—Ni siquiera puedes caminar sin ayuda. ¿Por qué insistes en mantener esa actitud infantil? —increpó cuando intenté levantarme.
—¿Qué has dicho?
—Ya me oíste. —No cayó en mis provocaciones.
—Claro que puedo caminar yo sola, no quiero ser una carga para ti ni para Hange.
No pude dar un solo paso sin sentir la corriente de dolor que se disparaba al presionar el pie contra el suelo. Apreté los ojos con fuerza y decidí desplomarme en el asiento, a costa de mi supuesta determinación a largarme. En ocasiones resultaba más sensato desprenderse del orgullo en vez de permitir que te conduzca a la ruina.
—Sabes que no tenemos ningún problema en ayudarte. —Se cruzó de brazos e hizo una leve inclinación con la cabeza.
Me sonrojé ante su comentario y por la ternura con que sus ojos me escanearon. Desearía que hablara solo por él, porque incluir a Hange diluía las implicaciones.
—Esta habría sido la primera competencia importante en la que yo tengo, o más bien, tendría que salir a dar la cara. No puedo darme el lujo de que me descalifiquen por uso de drogas, las consecuencias nos afectarían a todas —le expliqué mientras trataba de contener el dolor que me embargaba.
—¿Y si te aseguro que pasarías el antidoping sin ningún problema?
Mi sexto sentido se activó. Nada que debiera mantenerse oculto podía resultar beneficioso.
—¿En qué rayos andas metido?
—Es mejor que no sepas demasiado.
Ni quería. Saber más de la cuenta podía resultar peligroso en algunos casos.
—Levi —tragué saliva, meditando en si era prudente realizar la siguiente interrogante, solo que ya no fui capaz de refrenarme—, ¿tú te drogas? —Esquivó mi mirada, concentrándose en un punto en el horizonte. Maravilloso. Lo que me faltaba—. ¿Sabes qué? No importa, no soy quién para juzgar los hábitos de mis amigos. No trates de arrastrarme a eso, ¿está bien? —solicité con firmeza—. Creo que no necesito recordarte la causa de mi repulsión hacia todo lo que engloba dicho término. Además, no soy candidata para el examen porque ni siquiera estoy en condiciones de participar en la carrera, ¿qué no es obvio?
—Eso no es todo, aún no termino...
—Yo sí. Tengo tanto derecho como tú a decidir qué sustancias entran a mi cuerpo, y puesto que no se trata de un padecimiento grave, no tengo por qué inyectarme nada que no me haya sido recetado. Gracias por la preocupación, pero declino tu oferta.
—Nadie se daría cuenta de que la utilizaste —insistió.
Me tomó del brazo en un intento desesperado por hacerme cambiar de opinión, mirándome fijamente. Esas orbes tenían el poder de hacerme titubear. No obstante, yo sabía que, de aceptar su propuesta, estaría traicionando lo que consideraba correcto.
—Tal vez los demás no se den cuenta, pero tú y yo sí lo sabremos —le recordé mientras me soltaba de su agarre—. Creí que valorabas la ética profesional. Es una pena saber lo contrario.
No tuvo tiempo de refutar debido a que el maestro ingresó al salón de clases. Yo me había resignado a mantenerme al margen, y él tenía que hacer lo mismo.
Más tarde, me encontraba en mi alcoba, poniéndome al corriente con las tareas que se tenían que entregar durante los días venideros. Todavía no le notificaba a la entrenadora sobre mi situación, aunque ya conocía su respuesta. Si iba a quedarme, por lo menos me aseguraría de pasar un fin de semana tranquilo.
Pondría orden en la alacena y quizá doblaría mis escasas prendas mientras escuchaba en el fondo alguna comedia romántica para sentir pena por alguien que no fuera yo misma.
No me preocupé al escuchar pasos en el corredor, pues pensé que se trataba de Hange, quien había regresado por algún libro o uno de sus materiales de laboratorio.
—Y decías que yo era la olvidadiza...
Me extrañó que no respondiera con uno de sus comentarios inteligentes, así que avancé mediante impulsar la silla del escritorio. Casi me fui hacia atrás al darme cuenta de que no se trataba de mi amiga.
—Levi, ¿qué haces aquí? ¿Qué no te enseñaron a tocar la puerta? —reclamé—. Aguarda... Yo le puse seguro, ¿cómo demonios entraste?
Sacudió la muñeca para restregarme en la cara que él había encontrado el modo.
—Me sorprende que la cuatro ojos nunca haya extraviado sus llaves, pero para todo hay una primera vez —dijo luego de cerrar la puerta a sus espaldas, con todo y pestillo.
—¿Me estás diciendo que se las robaste? —pregunté con voz trémula.
—Las tomé prestadas. —Las colocó con cinismo encima de la mesa.
—Sí, claro. —Le dediqué una risa socarrona, que me distrajo de la incomodidad que me ocasionaba extraña situación en que estábamos inmersos.
Me había encerrado, no me quedaban dudas. Mi instinto de supervivencia terminó de activarse cuando cobré el valor necesario para enfrentarlo.
—¿Qué rayos pasa contigo? En la mañana me entero de que eres un drogadicto, y ahora, un ladrón. ¿Qué sigue? ¿Un asesino serial, tal vez? Porque créeme que no lo encuentro divertido en lo absoluto —rezongué.
—Quizás tú deberías responder esa pregunta.
Fue acortando la distancia entre nosotros de forma cautelosa, a pasos lentos y firmes. Mi sistema nervioso se estaba preparando para huir, o al menos oponer resistencia.
—¡¿Qué?! No te entien...
Acto seguido, me mostró una jeringa metálica, que por lo visto ya estaba preparada para activarse en cuanto tuviera contacto con la piel. Nunca había visto una que se le pareciera. No necesitaba preguntar qué pretendía hacer con ella, la intención era evidente.
—Oye, suelta eso. —Traté de apaciguarlo, aunque su mirada decidida me intimidó—. ¡Hablo en serio!
Traté de cerrar la entrada de mi habitación con una patada, usando la pierna en buen estado. Me eché al suelo y me recargué en el borde de la cama, buscando un soporte que me ayudase a ganar un poco de tiempo en el que creí que podría razonar con él.
No era la primera vez que nos involucrábamos en una situación de este estilo, la diferencia radicó en que no se le veía la intención de hacer las paces, al contrario. Estaba dispuesto a alimentar el fuego, sin importar el precio que tuviera que pagar.
—¡Tú más que nadie merece participar en la carrera! —gritó, desconcertándome—. Trabajaste hasta el cansancio para ganarte un lugar entre las mejores. No entiendo por qué te resignas a arrojar todo a la basura cuando tienes una solución a tu alcance.
—¡Te dije que no! No le haré eso al equipo. —Reprimí un gruñido de dolor, ocasionado por los movimientos intempestivos.
Si pudiera usar ambas piernas habría logrado contenerlo detrás de la puerta. Cuando mis brazos empezaron a temblar, me angustié. No resistiría demasiado.
—¿A quién le importa el equipo? Se las habían arreglado de maravilla desde antes de que tú fueras la capitana —masculló con desprecio.
Siguió empujando el peso de su cuerpo, no obstante, la furia que experimenté al escuchar que me consideraba innecesario me transmitió cierta energía que contribuyó a contrarrestar el ataque.
—¡A mí me importa! Yo me tomo muy en serio cualquier encomienda que se me encargue.
Era verdad. Me consideraba aprehensiva, especialmente cuando se trataba de responsabilidades. Un defecto que mi madre me pidió corregir en infinitas ocasiones, mas yo estaba al tanto de que, de no ser por él, no habría sido capaz de alcanzar varias de mis metas.
—No finjas que te preocupas por ellas —espetó.
—Te falta mucho por aprender sobre mí. —Me decepcionaba su falta de empatía.
—Ya tendré tiempo de averiguarlo. ¡Déjame entrar de una maldita vez!
Estaba fuera de sí. Pronto, mi único punto de apoyo fueron mis manos, que temblaban ante su actitud desesperante.
—Tranquilízate, Levi. Me estás... asustando.
—Entonces que el miedo se convierta en tu fortaleza.
Hubo un silencio inquietante, que se alternaba entre suspiros y respiraciones agitadas. Me llevé la mano a la frente; estaba cubierta de sudor frío, la prueba de que me había sobrepuesto a un encolerizado Levi al que ya ni siquiera reconocía.
Una cosa era brindar alternativas, y otra muy diferente implicaba el uso de la violencia para que eligiera en base al criterio del supuesto colaborador. Su actitud distaba de lo que yo esperaría de alguien que decía empatizar conmigo.
Finalmente, empujó la única barrera que nos dividía, haciéndome caer de espaldas. Mediante un desliz, logré replegarme lo más que pude hasta la pared. Entonces, me sentí acorralada, sobre todo porque no me resultaba sencillo levantarme con una sola pierna.
Se acercó a mí y me cargó como si fuera un costal, para luego arrojarme sobre la cama, sin detenerse a meditar en lo dañino que resultaría para mí. Lo maldije en mis adentros porque el impacto del golpe me dejó fuera de combate, pero me aseguré de mantener las lágrimas a raya. No le iba a dar el gusto de verme llorar.
Comencé a moverme frenéticamente. Me aseguré de encajarle las uñas en el brazo, a una profundidad significativa para que le dejara cicatrices. De este modo, cada que las mirase recordaría la estupidez que estaba a punto de hacerme. Yo no me andaba con contemplaciones cuando se trataba de defender mi integridad.
Me mostró los dientes con rabia, yo no titubeé. Algo se rompió dentro de mí.
En un momento de desvarío, sentí que mi puño se estampó contra su mandíbula, y lo escuché gruñir. Esto lo dejó aturdido durante un milisegundo que aproveché para tomar impulso y repetir el ataque, solo que volvió a atravesarse en mi camino.
—¡Estás demente si piensas que voy a dejar que me inyectes esa porquería! —Seguí dando manotazos al aire.
Hubo un punto en el que alcanzó a tomar mi brazo derecho. Noté un hilo de sangre recorriendo su antebrazo, y me sentí complacida por ello.
Tras presionar en la parte más alta del húmero, sentí un cosquilleo, y luego, nada. A partir de entonces, mis fuerzas menguaron. La desesperación terminó invadiéndome. Una vez más, yo tenía las de perder, me había jugado sucio y con disparidad de oportunidades.
—No iba a pedirte permiso de todos modos —declaró con su voz intimidante de siempre, mientras se acariciaba el mentón e iba evaluando los daños colaterales.
Apoyó una de sus rodillas sobre el colchón y me dobló el brazo izquierdo por encima del pecho. Me apretaba la muñeca con demasiada fuerza, lo cual consideré innecesario.
Lo vi de reojo cuando giraba el émbolo de la jeringa. Me equivoqué, todavía no la había preparado. Estuvo dispuesto a pasar por todas estas complicaciones con el fin de prolongar mi agonía.
—¡No lo hagas! ¡Te lo prohíbo! —grité con toda la energía que fui capaz de reunir en una sola emisión de voz. Conforme más me movía, más presión aplicaba—. Me estás... lastimando —jadeé.
—No me dejaste otra opción. —Su falta de remordimiento me carcomía el alma. En definitiva, este no era el Levi del que yo me enamoré.
—Jamás... te perdonaré por esto —musité en el instante en el que una lágrima inoportuna se anegó en mis ojos y terminó deslizándose por mi mejilla.
Sentí un leve pinchazo. No había reparado en mis intentos por apelar a su compasión. Seguro que dicha palabra no se encontraba en su vocabulario.
El líquido que introdujo en mi torrente sanguíneo ardía, era como si me hubiese disparado llamaradas de fuego. Mis ojos se sintieron pesados de repente. Alcancé a pestañear un par de ocasiones antes de dejarme vencer por la contradictoria sensación de paz.
—No necesito tu perdón. —Su voz se escuchaba distante, como si estuviese en el otro extremo de un túnel. Mis alrededores se tornaron borrosos, casi imperceptibles.
No, aún no llegaba mi hora. Maldito Levi.
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