Capítulo 32| Matices

—Me alegro de que te hayas recuperado de tu infección estomacal.

Hitch no se había apartado de mí desde la mitad de la jornada. Al principio, me dio mala espina, y ya comenzaba a especular respecto a que sabía más de la cuenta.

Sin embargo, aquellas sospechas desaparecieron como las hojas que eran llevadas por las densas corrientes de aire una vez que mencionó lo de la "infección", el término con el que acordamos mantener lo que había sucedido fuera del alcance de ciertas personas.

¡Y vaya malestar que terminó siendo! Tenía nombre y rostro, los cuales nunca tuve la dicha de conocer, ni por equivocación.

—Sí, espero no tener una de esas en un largo tiempo —dije.

No estaba dispuesta a derrumbarme justo ahora, a pesar de que lo necesitaba con urgencia. Los recuerdos eran una carga aplastante de llevar, resultaba aún más complicado desprenderse de ellos una vez que me acostumbré a que me circundaran. Era como si hubiesen pasado a formar parte de mí y no hubiese modo de evitarlo.

—¿Estás bien? —preguntó con un interés inusual, el de alguien consciente de que un antiácido hacía maravillas.

Aquella interrogante le dio a la conversación un tono de confidencia inesperado. Dudé que esas fueran sus intenciones.

—Lo estoy. —Le sonreí con toda la sinceridad que fui capaz de transmitirle. Era el momento adecuado para desviar el tema—. ¿Sabes, Hitch? Creo que te he estado juzgando mal. Eres muy agradable, deberíamos ser amigas.

—Pensé que ya lo éramos. —Profirió una risa exagerada que me motivó a actuar en consecuencia.

Su alegría era contagiosa. Focalicé mi atención en ella y en lo bien que se sentía reír con soltura, al grado de que no me percaté de que alguien se había posicionado detrás de nosotras, temeroso de generar un movimiento en falso que lo alejara de su objetivo. Sí, advertía que yo era el objetivo.

Me preocupaba que mi corazón ya no latiera a un ritmo apresurado cuando notaba su presencia, era un mal indicio.

Quizá la etapa de los tres meses de enamoramiento había culminado, dejándome con esa sensación de vacío que se obtiene tras comprender que alguien no era para ti, y quizá nunca lo fue. O tal vez solo era producto de mi molestia por su negativa a hablar conmigo desde la ocasión en la que volví a encontrarme con ellos.

Eso me pasaba por estar esperando a que tomase la iniciativa. Tal vez no era su momento y ya lo había encontrado. ¿Por qué siempre tenía que interrumpirme? Como si no fuese más sencillo esperar a que estuviera sola.

Mi rostro no irradiaba amabilidad, ya debería saberlo. No pensaba dedicarle una sonrisa amistosa como la que Hitch había logrado arrancarme. Aparté mi vista de la suya, deseando gritar a todo pulmón que recapacitara y se mantuviese estático en su lugar.

—Oye, ¿podemos hablar? —dijo con voz tímida, propia de él. De nuevo, mi corazón latía con fuerza.

Una descarga en el pecho me impulsó a escucharlo. Quedé como tonta, no era novedad cuando se trataba de él.

—Nos vemos luego, Kiomy. Yo puedo pasarte los apuntes sin ningún problema —concluyó Hitch. Cuando se puso de pie yo no pude sino desear que se quedara en su sitio. No captó la indirecta, para mi desgracia—. Levi. —Al encontrarse con él, lo saludó haciendo una leve inclinación, que fue correspondida por el pelinegro.

Mientras se alejaba, formó un corazón con ambas manos y las levantó por encima de sus hombros. Me sonrojé levemente ante su broma, digna de niños de primaria.

Con ese sencillo acto me di cuenta de que mis sentimientos hacia él no habían cambiado en lo absoluto. Lo que había sucedido con mi captor fue parte de un desvarío propio de una persona que desea mantenerse con vida a toda costa, o eso era lo que me argüía a pensar. El ruido interno era una molestia cuando invadía terreno peligroso.

Para cuando Levi giró el cuello una vez que se acomodó en el sitio que ella había ocupado, Hitch ya había desaparecido a través del umbral de la puerta, de modo que no llegó a enterarse del motivo de mi bochorno. De la que me salvé.

—¿Qué se te ofrece? —pregunté con fingido desinterés y devolví la vista a mi cuaderno.

Ni siquiera coordinaba las oraciones que pretendía plasmar.

—¿Estás bien?

—Eres la cuarta o quinta persona que me pregunta eso en menos de lo que dura una clase —le notifiqué valiéndome del timbre sarcástico que caracterizaba a mi voz, sobre todo cuando me dirigía a él. No dio señas de haberme entendido—. Estoy bien, Levi —suspiré, tratando de relajarme—. Mis mejores amigos gastaron una fortuna para salvarme y no me falta ningún miembro. ¿Qué más podría pedir?

—¿Me vas a decir qué sucedió exactamente mientras te mantuvieron recluida?

—¿Qué no es obvio? —Alcé una ceja, él no pareció inmutarse—. De acuerdo. Me trataron como a un objeto inerte, ¿entiendes? No es divertido ser privado de tu libertad para que negocien con tu vida. No soy una moneda de cambio. —Esta vez, arrugó la nariz a modo de concordancia—. Pero eso sí, me encargué de que nunca me olviden.

Entrecerré los ojos, haciendo remembranza. Así había sido, en especial con uno de ellos. Vino a mi mente la voz imperativa de Sin Nombre, que me ocasionó escalofríos, y ni siquiera identifiqué el motivo. Sacudiendo la cabeza le arrebaté lo advenedizo.

—Pudieron matarte. —Alzó la voz, y en seguida se cohibió.

Teníamos compañía en el aula. Menos mal y, por primera ocasión, decidieron hacerse de la vista gorda. Me vi tentada a informarle que nadie sabía de lo que estaba hablando, que podía explayarse, pero no lo hice.

—Es cierto —confesé con voz trémula—, sin embargo, no fue así. Y estoy profundamente agradecida por ello. De no ser por él... —Me detuve en seco. Existía un tiempo determinado para todo, incluso de hablar y mantener la boca cerrada. Yo estaba a punto de violar esta última enmienda.

—De no ser por... ¿quién? —Me escudriñó con la vista, con lo que me dejó imposibilitada para mantener la mía sobre él.

Tal como Levi renegaba de mi instinto curioso, yo me quejaba de que en ocasiones prestase más atención de la que debería.

—P-pues... No importa, Levi. No me hagas mucho caso. —Recargué mi frente sobre una de mis manos.

De todas las personas a las que no podía contarles acerca de Sin Nombre, Levi encabezaba la lista.

Y no era tanto porque quisiera proteger a uno de ser buscado por el otro. No los subestimaría, sabía de lo que eran capaces. Se debió más bien al rechazo que experimenté hacia mí misma por haber pensado si quiera en tener un acercamiento de ese tipo con alguien que no fuera aquel a quien yo decía querer. Sonaba estúpido, mas eso no quitaba el hecho de que se sintiera como un incendio en el corazón.

—Parece que desarrollaste un leve caso de Síndrome de Estocolmo —supuso. Un par de ideas se fragmentaron dentro de mi cabeza. Necesitaba despejar los cientos de conjeturas que me atormentaban.

—¿Eres psicólogo en tus ratos libres? —bromeé.

Concluir que me había "enamorado" de un completo desconocido... Me ofendía en demasía que me considerase una enferma mental.

Ya había contemplado aquella posibilidad. No me alarmé debido a que contaba con que, una vez finalizado el asunto, jamás volvería a cruzarme con mi captor y, con el tiempo, aprendería a asumir que no existió ni existiría ningún vínculo entre nosotros.

A mayor confianza en uno mismo, menor dependencia en el otro. Era el elemento clave que brillaba por su ausencia en la mayoría de las relaciones amorosas de mis contemporáneos.

—¿Podrías tomarlo con un poco más de seriedad, por favor? —me regañó, aunque pareció retractarse de su tono acusativo.

—¿Para qué? —repuse—. Es asunto mío, te recuerdo.

—Creí que... —se aclaró la garganta—, creí que ibas a morir, mocosa.

—¡Vaya! Gracias por tus buenos deseos —ironicé. Su comentario me generó un dolor en el pecho.

—Eres tan insufrible.

«Mira quien lo dice», pensé. Se me escapó una risa jocosa que no le causó gracia, como de costumbre.

—¿Por qué hasta ahora te dignas a hablarme? —Noté que arrugó el entrecejo y tuvo la pretensión de rebatir, mas yo me le anticipé—. ¿Sabías que Erwin y Hange han estado conmigo desde entonces? Al comportarse así me demostraron son el tipo de personas a las que quiero mantener cerca de mí. —Indirectamente quise decirle que él también era uno de esos individuos, solo que sus acciones dejaban mucho qué desear y, por lo tanto, había llegado con un ligero retraso a la repartición de menciones honoríficas—. En cuanto a ti, creo que ya te habías tardado. No vengas a fingir que te preocupas por mí, porque no puedo creerte.

—Tú no sabes nada de mí —respondió con dureza.

—¿Qué no sé? Prefiero que me disparen de frente a que me den una puñalada por la espalda. —No me di cuenta de que la hoja se había arrugado de bajo de mi puño debido al movimiento brusco.

—¿Qué estás diciendo? —Se mostró contrariado, no anticipó que le respondería de forma tan agresiva. Yo tampoco me creí capaz, últimamente no sabía ni en qué día estaba viviendo.

—Perdón, me alteré.

—Yo pagué tu rescate —dijo.

Aunque no lo mencionó en voz alta, en mis adentros escuché: «Espero que me compenses a la brevedad», y eso fue lo que terminó de perturbarme los nervios, que de por sí ya estaban alterándose.

—¡Haberlo dicho antes! —exclamé con cierto resentimiento. No me dirigía la palabra desde que me rescataron, y encima de todo tenía la desfachatez de acercarse a mí con el único propósito de recordarme que se adjudicó a sí mismo el título de «Salvador». Fui una imbécil por creer que se lo dividiría con Erwin y Hange—. Te devolveré hasta el último centavo de lo que gastaste en mí, no te preocupes. Detesto esa sensación de haber incurrido en una deuda no planificada.

—No quiero que me devuelvas nada. Solo... prométeme que tendrás cuidado —pidió.

Ya no sabía qué pensar al respecto. Su mente aún resultaba un enigma para mí.

—¿Cuidado con qué? Colt se ha ido, y créeme que no pienso deambular por las calles por un buen rato, al menos no si voy sola —confesé con zozobra.

Sí, extrañaba a mi amigo. Levi no tenía por qué enterarse. Aún no me deshacía del delirio de persecución, que terminó agravándose a raíz del incidente.

Era menester que me repusiera, por mi propio bien y por el de las personas que necesitaban que me mantuviese en mis cinco sentidos. Me negaba a pasar el resto de mi vida encerrada en una urna de cristal, como si fuera una pieza de joyería frágil que se rompería a la menor provocación.

—Yo podría acompañarte, si así lo dispones —dijo—. Prefiero eso a que la cuatro ojos me llame a las doce de la madrugada diciendo que no regresaste a dormir.

La mandíbula se me cayó al escuchar su propuesta.

—E-eso es... Es decir...

—Por favor —insistió, clavándome la mirada, que terminó por desarmarme.

—¿Te sientes bien? ¿No tienes fiebre o mareos? ¿Consumiste algún alucinógeno que te conduce a decir incoherencias?

Era vital que me cerciorara de que no se tratase de una broma. Aunque, a decir verdad, él no se prestaba a ese tipo de situaciones. ¿Qué le habría pasado?

—Qué graciosa eres.

—Me halaga tu oferta. No será un trabajo muy complicado.

—¡Adivina quiénes vinieron a visitarte! —anunció Hange con su voz cantarina, que hizo que Levi pusiera los ojos en blanco—. Ah, disculpa la interrupción, enano.

—No tengo idea, Hange —respondí.

—Eres tan oportuna, cuatro ojos —le reclamó. Hange simplemente relajó los hombros.

—¿Eren y Mikasa te suenan familiares?

Le fue imposible disimular su regocijo. Había encontrado una especie de aprendiz en Eren, debido a que compartían afinidad en intereses académicos. Era el único capaz de seguirle el ritmo, además de mí, hasta ahora.

—¡No inventes! ¿Llegaron tan pronto? —Mi rostro se iluminó.

—Vamos, están ansiosos por verte. Hasta luego, Levi —se despidió de él, me tomó por la muñeca y me sacó del aula a base de jalones, típicos de su entusiasmo desmedido.

—No olvidaré lo que me has pedido.

OMNISCIENTE

Incluso el más cauteloso de los individuos podía sufrir un desliz en algún punto de su vida. Independientemente de cual hubiera sido el motivo, a Kiomy terminó costándole con creces no haber asegurado sus pertenencias antes de retirarse.

Levi había tomado aquel cuaderno que yacía encima del pupitre. Lo reemplazó con otro y se aseguró de dejarlo abierto en una hoja en blanco, como había hecho la dueña. Si sus suposiciones eran adecuadas, ella ya había escrito algo referente a ese episodio oscuro que recién había culminado.

Si no era capaz de obtener una respuesta satisfactoria a través del método directo, hallaría la forma de conocer lo que ocultaba, aún si para ello tuviese que recurrir a una vieja táctica que conocía a la perfección; más de lo que se sentía orgulloso de confesar.

Consiguió guardarlo en medio de sus pertenencias, con la esperanza de que ella no lo notase de inmediato y así contar con el tiempo suficiente de darle una hojeada superficial. Para encontrar información que valiera la pena, ese era el sitio más adecuado. Supuso que ba a empaparse de los detalles que se negaba a compartir con él.

Sin embargo, no fue así. Los únicos escritos que visualizó pertenecían a sus clases de Análisis Financiero, lo cual hizo que se arrepintiera y comenzara a idear un plan para devolvérselo antes de levantar sospechas de un posible hurto. Apuntes bastante ordenados, hechos con una letra prolija, saturada de sombras, bordes y viñetas que le parecieron una exageración, pero al mismo tiempo, una belleza.

Decidió contemplarlas durante un rato, en la soledad de su habitación. Tal fue su deleite, que llegó un momento en el que sintió que conectaba con ella a través de aquellas páginas bien cuidadas. No se trataba del contenido, sino de las intenciones de la autora y el sello personal que le había impregnado a todas y cada una de las hojas rayadas.

Casi podía evocar su imagen absorta en la disertación de los profesores, cuando se le alentaba la respiración y se empeñaba en seguir escribiendo aunque los dedos le dolieran... Sacudió la cabeza tras percatarse de que estaba divagando, que esa especie de visión podía ser el producto de la culpa.

La depositó en el borde de la cama justo antes de levantarse, dispuesto a devolvérsela con la excusa de que la había olvidado. No obstante, cambió de opinión cuando se encontró con varios papeles sueltos que se habían desprendido tras una caída.

Motivado por una insana curiosidad, decidió recogerlos y echarles un vistazo. Su semblante pasó de estar calmado a mostrar severa confusión tras darse cuenta de lo que enfrentaba.

KIOMY

—Levi, por favor, déjame explicarte. —Tragué saliva con la esperanza de que mi garganta no se secara por completo al proferir las siguientes palabras—. Sé que me consideras una especie de acosadora, y lo entiendo, pero créeme que no lo hice con esa intención.

Traté de arrebatarle el cuaderno en el aire. Él era más rápido, evadió mis torpes intentos por conseguirlo.

—¿Y de qué otra manera me recomiendas que lo vea? —Alzó la mano como para evitar que yo lo alcanzara, lo cual me pareció ridículo y fuera de lugar, considerando que ni siquiera necesitaba dar un salto para tomarlo—. ¿Qué pensarías si encuentras una especie de diario —sujetó mi cuaderno con dos dedos, como si sintiera repulsión al hacerlo— en manos de un tipo al que apenas si conoces, repleta de dibujos tuyos? ¿No creerías que es un maldito acosador y querrías denunciarlo a la policía?

Él estaba en lo cierto. Eran contadas las ocasiones en las que me abstenía de pensar en las consecuencias de mis actos, hasta que alguien me obligaba a verlos desde la otra perspectiva. A pesar del desagrado, concordaba con su argumento: quizá sería aterrador tener un par de ojos encima de mí a perpetuidad. El problema era que se suponía que él no iba a enterarse jamás de los jamases.

¿Cómo se me pudo ocurrir salir del aula sin antes cerciorarme de que llevaba todas mis pertenencias? ¿Por qué demonios no fue detrás de mí y me la devolvió en seguida? Y peor aún, ¿por qué había dejado que pasaran varias horas antes de hacérmelo saber?

No me preocupaban tanto los dibujos, sino lo que había escrito en ellos, que ya de por sí era bastante explícito a mí parecer. Solía colocarles una dedicatoria en el reverso, ya fuese un extracto de alguna de mis canciones favoritas, una línea de un poema de esos que acostumbraba leer, o un pensamiento febril que guardaba en mi corazón cada vez que evocaba su bello rostro en mis pensamientos... Palabras que solo vivirían en mi memoria, no en la suya.

—Levi, no es lo que parece, en serio. —Intenté tranquilizarlo a base de ademanes—. Cumplí mi promesa y no volví a espiarte luego de aquella vez que nos conocimos. Debes creerme, yo... soy la peor mentirosa que alguna vez conocerás en tu vida. Mírame y dime que no confías en mí —dije con un hilo de voz, que me desgarraba las entrañas. Él se portaba esquivo.

En verdad estaba aterrada. Mi corazón no paraba de latir a un ritmo acelerado, y las piernas me temblaban. Si no tenía cuidado, terminaría por derrumbarme en el suelo.

Sabía que este podría ser el fin de aquella amistad extraña que habíamos forjado, y no lo tenía previsto. Mi determinación era ir hacia adelante, no retroceder dos veces por cada paso que daba.

—Entonces tienes una excelente memoria, por lo que veo.

—S-supongo que sí, me lo dicen a menudo —respondí, confundida por el cambio abrupto.

—¿Cuántas... cuántas facetas mías has descrito hasta ahora?

La vergüenza en su rostro se hizo constatar mediante un par de mejillas coloradas, debido a la exposición de sí mismo que encontró dentro de las hojas de mi libreta.

Aún no discernía cómo interpretar sus gestos apagados. No sabía si lo encontraba irritante, revelador, o inclusive perturbador hasta cierto punto. Y pensar que yo fui quien le había asegurado a Hange que no me convertiría en una stalker. Ya escuchaba su regaño, y también quería escondérmele.

—Me avergüenza decirlo, pero son las únicas que me has dejado ver, y las que he logrado analizar, por supuesto —confesé con voz trémula—. Dame eso —estiré la mano, él ignoró mi petición—, tus ojos nunca debieron encontrarse con estas páginas.

—Tch, ¿no pensabas mostrármelos? —espetó, contrariado.

—¿Qué dices? Por supuesto que no. Sabía que podría dar lugar a algo como esto. No es la mejor manera de hacer amigos, ¿verdad? —Esa última reprimenda fue para mí.

—Al menos no me fotografiaste mientras te escondías detrás de algún arbusto.

Me reí en mis adentros. Claro que lo había pensado, pero si era torpe escondiéndome, lo sería más si pretendía emplear una cámara.

—De acuerdo, tomar fotos sí me parece extremista. —Qué hipócrita me escuché—. ¿Podrías devolvérmela ya?

No respondió de inmediato. Tenía la vista fija en una hoja donde había plasmado las distintas emociones que sus ojos me trasmitían.

La serenidad de su estado de ánimo dominante; la vivacidad de su asombro, cuando los abría más de lo normal y arqueaba las cejas; la inexpresividad que irradiaban cuando conversaba con personas que no eran de su completo agrado; el brillo imposible de esconder cuando terminaban los entrenamientos y les concedían permiso de dirigirse hacia las duchas... Era uno de mis preferidos, y por lo que fui capaz de observar, él había llegado a opinar lo mismo.

—Creo que... son muy buenos.

—Bromeas, ¿no es así? —respondí—. Seguro ya no querrás hablarme y no te culpo, así que estás diciendo cosas sin sentido para aumentar mi desdicha.

Bienvenido sea el dramatismo. No era nada sin él.

—En realidad, podría decir que me gustan. Es lo más... Es decir... Es algo que nadie nunca había hecho por mí. —No pude evitar cohibirme al escucharlo—. Te lo devolveré con una condición.

—¿Una condición? —Me dio un micro infarto al oírlo.

—Todos están hechos desde una perspectiva que me deja entrever la evidente admiración que sientes hacia mí.

—Te equivocas —contesté con firmeza. Él entrecerró los ojos; no me creía. Yo tampoco lo hubiera hecho de estar en su posición.

—¿Estás segura? —continuó—. Tú me dijiste que solo dibujabas aquellos elementos de la naturaleza hacia los que te sientes atraída. ¿Por qué dibujarme si no ocasiono dicha sensación en ti?

No podía creer que aún recordase lo que conversamos aquella noche en la que hice que se derramara el té encima. El deleite de haber sido escuchada carecía de un punto de comparación. Me hubiera puesto a dar saltitos o a gritar como Hange de no ser porque desencajaba con mi estilo.

—Porque tú no eres parte de la naturaleza —me burlé—. No eres una flor recién cortada, ni un árbol de cerezo con los primeros brotes al acercarse la primavera. Tampoco eres un río de corrientes sigilosas ni un mar rodeado de incontables granos de arena como estrellas hay en el cielo.

Se quedó atónito ante mi comentario. La verdadera ironía radicaba en que, de forma indirecta, le había dicho que me resultaba lindo, alguien merecedor de formar parte de mi colección de dibujos, en quien había encontrado un nuevo tipo de inspiración. Y eso era verdad, por su puesto, mas yo no tenía intenciones de que llegara a saberlo de esta forma.

—Lo lamento, creo que estaba divagando. —Le resté importancia, aguardando que dejara morir el tema—. Y... ¿Cuál es esa condición de la que hablas?

—Quiero que me dibujes. Pro esta vez, será bajo mis términos. Nada de observarme desde la sombra de un árbol —indicó con el índice.

Me sonrojé ante su comentario. Adivinó mis métodos sin pensárselo en demasía.

—Claro, será divertido —accedí. No tenía un arsenal de opciones a mi alcance—. Más tarde podrías venir a mi habitación y...

—No iremos a tu habitación —me interrumpió bruscamente.

—¿Por qué no? Es donde me siento más cómoda —repliqué.

—Iremos al salón donde se reúne el club de arte.

—¿Qué hay en el club de arte que no tenga mi habitación?

Además de los bastidores, lienzos, lápices y botes de pintura de todos los matices perceptibles a la vista humana. No requería de todos esos materiales para realizar un trabajo acorde a mis exigencias. Siempre me las había apañado con unos cuantos lápices de grafito, algunos de colores y una simple goma de borrar. El mundo del arte incluía un complicado registro de utensilios que yo conocía solo de manera superficial.

—Privacidad. Tu amiga puede llegar en cualquier momento, ¿no es así?

Tenía razón. Aunque últimamente Hange pasaba más tiempo en el laboratorio, cabía la posibilidad de que regresase cuando se cansara. Y no hacía falta especificar el escándalo que armaría si nos encontraba juntos y solos, en medio de la noche.

—Ya veo. Conozco a alguien que está inscrito en él, podría investigar el horario para...

—Veo que no estás entendiendo. —Me impidió seguir hablando nuevamente, esta vez con un ligero toque de prudencia de la que se había olvidado. Hacía tiempo que ya no resultaba hiriente que me quitase las palabras de la boca, era inherente a su forma de ser—. Entraremos ahí cuando nadie ande rondando por los pasillos.

—¿Quieres entrar de infraganti? —quise comprobar.

—Así es. Las ventanas se quedan abiertas para evitar que se resguarde el olor a pintura. Te veo en las escaleras abandonadas a las ocho. No llegues tarde.

—Está bien. Te veré a las ocho. Ya dame eso, por favor.

A pesar de que me acercó la libreta, tuve que arrebatársela, mostrando así que no estaba jugando.

Más tarde, tal y como habíamos convenido, nos encontramos para zanjar ese problema que yo había ocasionado por haberme distraído. No tardé en hacerlo partícipe de las dudas que me atormentaban.

—Levi, esta es una terrible idea —dije luego de subir un pie por el marco—. Si alguien llega a enterarse, nos castigarán de por vida.

—No pensabas eso cuando te metiste al baño de los hombres por seguirle la corriente a la loca de Hange —recriminó.

Él se había encargado de abrir la ventana y atrancarla con un trozo de madera para que no se fuera a cerrar. Me indicó que entrara primero y, por un momento, pensé en negarme, pues creí que me abandonaría ahí dentro y se largaría a su habitación. No obstante, cuando lo vi acomodándose en el borde, aquel miedo desapareció.

—No es lo mismo —repliqué, y me dejé caer en el interior de aquella habitación. No esperar que Levi me ayudara me infundió una sensación de orgullo—. Aquella vez lo hice para ayudarla.

—Esto lo haces para ayudarte a ti misma —continuó con la letanía de reclamos. Vaya que tenía llena la lista.

—¿Por qué lo dices?

—Porque en caso de que te negaras ya había planeado publicar tus dibujos en el periódico escolar bajo una nota amarillista, y anónimamente, por supuesto —dijo con una serenidad inquietante, que me hubiera gustado interpretar como una broma de mal gusto y pésimamente ejecutada. Pero no, lo decía en serio.

—Qué gracioso, ni siquiera tenemos uno de esos. —Le devolví el ataque con una sonrisa sardónica—. Si de verdad hubieses tenido la intención de delatarme, lo habrías hecho de inmediato. ¿Para qué esperar?

El misterio que englobaba su manera de actuar aún no tenía respuesta para mí, al menos no una que me dejara conforme.

—Pensé que sí existía... En fin. Ya estamos aquí, no puedes echarte para atrás. Busca lo que sea que necesites para hacer tus cosas artísticas.

A pesar de que empleó el tono característico de una orden, no me pareció que fuera una. Más bien era una forma de excusarse debido a su escaso nivel de conocimiento en la materia. No lo culpé.

—Como digas, Capitán. —Un recuerdo apareció como una estrella fugaz—. Ey, ¿algún día me vas a contar por qué Petra te dice así?

—Por un buen motivo que no deberías tomar a juego —replicó.

—¿Y ese es?

—Te lo diré si dejas de ser tan preguntona.

Encontré un block de hojas de opalina en un cajón del mueble pegado a la pared y, sobre este, infinidad de lápices de grafito en calibres que ni siquiera sabía que existían.

Me paseé entre los bastidores que aún tenían la pintura fresca, indicio de que habían trabajado recientemente en algún proyecto. Las actividades que realizaban aquí eran impresionantes.

—Seguro que todo esto te parece divertido —murmuré.

—Lo es.

Levi parecía más entretenido en contemplar el paisaje al exterior de la ventana, mientras que yo solo podía reparar en lo inverosímil de esta situación, que hubiera orillado a cualquiera a perder los estribos. Yo no era diferente, estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano para resguardar mis emociones y mantener la cordura dentro de los límites de lo aceptable.

Él no iba a intentar ninguna maniobra fuera de lo común. En una ocasión ya me había llevado a las orillas de la ciudad, y estuvimos conversando en el auto. Regresé a casa, entera y con el corazón en la mano, pero sobre todo, inmensamente feliz. Así me sentía en este momento.

Al giró su silueta, el reflejo de los rayos de la luna se posó en su rostro de tal forma que parecía que este emitía su propio brillo. Su postura erguida, junto con el aura angelical de la luz blanca, me hicieron agradecer al Cielo por tener la dicha de contemplar aquella imagen que se quedaría estampada detrás de mis párpados, en el papel, y quizá en sus propios recuerdos.

—¡Espera! —Llamé su atención—. Creo que encontraste el ángulo perfecto. No vayas a moverte, por favor.

Ninguno de los dos pronunció una sola palabra hasta que el trabajo estuvo terminado. Gracias a ello, fui capaz de poner mi mente en blanco y convencer a mis manos de obedecer una sola orden, a saber, la de no descansar hasta que su imagen estuviera impregnada en el lienzo.

Mi corazón no dejaba de latir con desesperación, mas no permití que me distrajera. No le iba a dar el gusto de divertirse más de la cuenta con mi nerviosismo casi imposible de disimular.

Cuando le di el acabado final, le pedí que se acercara. Ser testigo de su tierna reacción fue uno de los mayores placeres que alguna vez pude haber experimentado durante mis veinte años de vida.

Lo contempló con fascinación, una que nunca había percibido en su mirada. Era como si estuviera analizando todos los detalles de una obra de arte, para grabarlos en su memoria. Si tan solo supiera que

—Es... genial —dijo finalmente.

—Gracias —respondí, procurando no toparme con su mirada—. Te lo regalo.

—¿En serio? —Me miró incrédulo.

—Claro. —Le dediqué una sonrisa amable, y no puso más objeciones—. Sé que no es la gran cosa, tómalo como una manera de darte las gracias por llevar la batuta en mi búsqueda.

—¿De qué hablas? ¿Acaso...

—Sí, Hange ya me puso al tanto. Por eso no lograba entender tu actitud fría y distante. Es decir, me pareció contradictorio que dijeras estar preocupado y luego simplemente me evitaras.

—No tengo excusa para ello. —Me dio la espalda. Se alejó hasta llegar al alfeizar de la ventana por la que habíamos entrado.

—No, no la tienes. —Traté de sonar condescendiente—. Aun así, gracias por... intentar acercarte, significa mucho para mí. Cuando estaba triste, papá y mamá solían evitarme, así que... No importa.

Fragmentos de escenarios subieron a mi corazón, sumergiéndolo en un mar de aguas embravecidas, del que ya no me era tan difícil salir nadando. Tuve que aprender de la peor manera.

—Yo creo que sí importa —repuso, generándome cierto malestar—. Nunca me has contado qué sucedió con ellos.

Tomé aquello como una invitación para sentarme junto a él, una a la que accedí de inmediato.

—Supongo que no había encontrado un buen momento. Además, creí que tendrías suficiente con desahogarte de tus propias penas como para empaparte con las mías. —Recargué mi frente en el marco de la ventana.

—¿Por qué no ahora?

—¿Ahora? —Busqué en sus ojos una señal de aprobación, encontrándola a la inmediatez—. Bien... En realidad no hay mucho que decir. Mis recuerdos de esa noche todavía son borrosos. Mi tío Grisha y mi tía Carla, hermana de mi mamá, fueron los que me pusieron al tanto de la mala noticia. —Me acomodé para tomar aire. Hacía tanto que no le contaba esa historia a nadie que una sensación de congoja comenzó a causarme estragos—. Resulta que una noche, papá tuvo que salir de la ciudad a ver a un paciente, o algo así. Mamá insistió en acompañarlo porque de regreso iban a pasar a comprar un par de enseres que necesitábamos. Solo que nunca llegaron a su destino —apreté los dientes—, tuvieron la mala fortuna de estar en el momento menos indicado, en medio de un tiroteo.

Aunque estaba conmocionada, me esmeré por recuperar la compostura. Podía acceder a todo, pero jamás me perdonaría si rompía en llanto en su presencia. Era una de las facetas que prefería mantener para mí misma, seguro que era capaz de entenderlo.

—¿Dices que alguien les disparó? —resumió. Sus ojos se abrieron en su totalidad. No pensé que le causaría ese nivel de impacto.

—Es la versión oficial —le notifiqué—. Al menos no sufrieron, o eso es lo que me inclino a creer. Me hace feliz pensar que ellos no estaban pagando por algún crimen que hubiesen cometido, que solo fue obra de una casualidad inaudita, y ya. —Las lágrimas se estaban acumulando dentro de mis órbitas, así que miré hacia arriba en afán de contenerlas. No lo logré. Me limpié con el borde de la sudadera, esperando que la oscuridad me hubiese protegido de su vista—. Perdón, no me gusta hablar de eso, por obvias razones.

—Creo que tú y yo nos comprendemos bien, más de lo que te imaginas. —Noté que tensaba la mano y pretendió acercarla a la mía, solo que se contuvo. Tal vez se vio en mi reflejo y luchaba por hacerlo desaparecer.

Si lo decía por su madre, estaba en lo correcto. Ninguno de los dos renegaba de sus circunstancias, y nos habíamos esmerado en hacer lo que estaba a nuestro alcance. No tenía ni la más mínima idea de cuanto lo admiraba por ello. No se debía simplemente a su belleza física, sino su capacidad de reponerse ante las adversidades de la vida sin perder el rumbo, por más complicado que esto resultase.

Mi color preferido era el azul, el que emanaba de sus ojos, y el que fui capaz de distinguir en su alma abatida.






Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top