Capítulo 31| Te debo una
KIOMY
Detrás de un beso se pueden esconder distintos significados. Es posible verlo como una candorosa manifestación de agradecimiento, o como un símbolo de amor entre dos personas que se atraen física y emocionalmente. No obstante, en algún punto de la historia se convirtió en el protagonista de la traición en su estado más corrompido.
Entonces, el sentido que se le otorgue depende de la meta que se desee alcanzar. Y justo ahí fue donde radicaba el mayor de mis problemas, ya que yo no había delimitado mis verdaderas intenciones.
Mantenerme al margen del peligro no era mi especialidad. Definir mis límites resultaba cada vez más complicado. Todavía no llegaba a esa época en la que conseguía el equilibrio entre lo que quería y lo que consideraba beneficioso. Estaba aprendiendo a sobrellevar ambas manías.
La sensación de haber sido reducida a un animal en cautiverio llegó al punto de volverse incontenible, culminó en un deseo malsano que emergía de las profundidades recónditas de mis pensamientos. Dejar de lado mis principios en búsqueda de un bien mayor para mi propia persona no me pareció tan descabellado cuando me enfrenté a la que quizá sería mi única oportunidad de liberarme de aquel yugo.
La tensión en mis piernas se hizo notoria apenas percibí que me rozaba con una de las suyas. Agradecí que se me privara de la vista porque contribuyó a que el resto de mis sentidos terminaran de activarse, y la imaginación, a jugarme una mala pasada. La creciente necesidad por obtener aquello que parecía inalcanzable se convirtió en mi más acérrimo enemigo.
¿Por qué me había resultado tan fácil atraerlo hacia mí? ¿Acaso él también anhelaba tener un acercamiento de este tipo conmigo? Era imposible dilucidarlo, pero me agradaba en sobremanera.
Actuó con premura y negligencia, dejándose cautivar por sus aspiraciones. Recordar que pretendía darse ínfulas de superioridad me pareció incongruente, puesto que ahora estaba mi merced.
La ironía cobraba relevancia al tomar en cuenta que había accedido por decisión propia, sin que tuviera que proponérselo. Parecía que, después de todo, yo era capaz de ejercer cierta influencia sobre algunas personas.
No tuve que pedírselo en dos ocasiones, sus manos se dedicaron a buscar las mías con lentitud. Me obligué a mantener la respiración controlada, así como a apretar los dientes. Cualquier sonido incómodo iba a romper con la armonía que había logrado generar.
Me acarició el dorso, ocasionando que me estremeciera con su tacto, que era firme. Un cosquilleo se instaló en la boca de mi estómago, y provocó un raudal de emociones que hacía tiempo no experimentaba.
Por supuesto, la mano de Levi emitía un aura de sosiego que dudaba que pudiese encontrar en alguien que no fuera él, así que de repente sentí pesar por lo que hacía. Inclusive me asestó el pensamiento de disculparme por la desgracia que estaba a punto de desatarse a causa mía, al grado de serle infiel, aunque no éramos nada; aunque nunca llegásemos a ser más que conocidos.
Él desenredó la cuerda para irme soltando poco a poco, y un temblor involuntario me devolvió a la realidad. Cedí al impulso de acariciar su mejilla, a la vez que delimitaba la superficie de su rostro; una piel áspera que evidenciaba que no se había rasurado en un par de días. Hasta me tomé el atrevimiento de acariciar su cabello, no emitió señal alguna de inconformidad.
Quería conservar un recuerdo tangible que se quedara grabado en las yemas de mis dedos, y lo encontré en el parecido de su corte con el de Levi. La diferencia era cómo se lo acomodaba. Esa imagen mental que me estaba generando era completamente satisfactoria, he ahí lo gracioso de no poder distinguir lo que había a mis alrededores.
¿En verdad era tan terrible albergar sentimientos hacia una persona cuyo rostro había permanecido oculto desde el comienzo? Apenas sentí su pulgar acariciando la piel reseca de mis labios, entendí que ya no podía dar marcha atrás, que quedarme a medio camino era inconcebible.
Uno de mis dedos terminó encajándose en uno de sus globos oculares. Él soltó un alarido de dolor que percibí cercano. Mientras tanteaba el sitio del impacto, desaté el otro extremo de la cuerda. Estaba preparada para huir despavorida.
Abrí los ojos con pesadez. Como no contaba con los tenues rayos de luz que se colaban a través de un orificio, terminé enceguecida. Aquellos segundos de ventaja que había obtenido se esfumaron cuando comencé a frotar mis ojos con desesperación, empero, no dejé de avanzar, dando traspiés.
—No eres tan inteligente si en serio creíste que tendrías una ínfima oportunidad de escaparte —declaró con desdén.
Yo forzaba la cerradura de la única salida disponible en aquella habitación, mas su voz representaba un impedimento.
La puerta era metálica, y estaba soldada a la pared. No contaba con la fuerza suficiente para derribarla de una patada. Algo me decía que él tenía las llaves y que había perdido para siempre la única posibilidad de conseguirlas.
La desesperación comenzó a hacer estragos en mi pecho, que subía y bajaba sin ritmo fijo cuando mi corazón amenazaba con salirse de su cavidad.
Le di una última patada a la superficie metálica, como si le estuviera reclamando por hacerse la difícil, por haberse atravesado en mi camino. Mis piernas le dieron paso al entumecimiento, así que me fui derrumbando con pesadez, hasta quedar apoyada de rodillas contra el suelo.
Tragué saliva al reparar en mi destino, cuya angustiosa proximidad me estaba sacando de quicio. Había fallado, no había ninguna duda al respecto. Cualquiera que hubiese redactado un artículo compuesto ideas de supervivencia para estas circunstancias particulares se decepcionaría con creces de mi burdo intento de fuga.
—No he visto tu rostro, quédate tranquilo —anuncié con toda la convicción que pude reunir, a pesar de que estaba muerta de miedo. Mostrar debilidad me era inadmisible—. Lo que tengas que hacer, hazlo rápido... Termina de una vez por todas.
Una parálisis desconcertante se apoderó de mí. Consideré que se debía al aire imposible de inhalar, que me quemaba mientras se abría camino.
Le eché un vistazo a mis manos, que se habían vuelto de un color violáceo, propio de la mala circulación y de los incontables golpes que le propiné a la puerta.
Aun así, todavía contaba con la voluntad necesaria para resistirme, solo esperé a que se acercara lo suficiente con el fin de no desperdiciar energía.
—¡Tus amigos están buscándote! —exclamó de repente, siendo incapaz de disimular el tono de queja.
Así desarmó todas y cada una de las opciones en las que arremetía con violencia en su contra.
—Sí, claro —ironicé, pero por dentro me sentí impulsada a creerle—. Lo dices para que no intente fugarme de nuevo.
—Una escandalosa chica de lentes, un rubio alto de cejas pobladas y un enano pelinegro, así es como los han descrito —agregó sucesivamente, a la vez que yo abría los ojos en su totalidad. La esperanza en mis adentros creció como margaritas en un campo revestido de hierba verde luego de haber superado un crudo invierno—. Ellos... hallaron una forma de negociar con el Jefe. Los muy malditos lo lograron —cuchicheó como si no le importara que yo escuchase.
—¿P—por qué me dices todo esto? —mascullé—. No recuerdo haberte dado luz verde para bromear.
—¡Porque mereces saberlo! ¡Todos merecen un poco de esperanza!
Pero yo no conseguía creerle.
—Dame una buena razón para confiar en tus palabras. —Traté de sonar convincente, para reafirmar mis propias convicciones.
—No... No puedo hacerlo —se lamentó—. Sé que parece ilógico, sobre todo viniendo de mí, pero es verdad. ¿Te imaginas el problema en el que nos meteríamos si se dan cuenta de que te escapaste?
De inmediato, llegué a la conclusión de que se trataba de una pregunta retórica, realizada con fines introspectivos. No sabía si interpretarlo como un gesto de amabilidad o uno de desesperación, que rayaba en la estupidez.
¿Bajo qué nombre se le conocerá a ese tipo de relación en la que te afianzabas a depender de un desconocido en el que te veías obligado a depositar tu confianza? Dudaba que se tratase de amistad, por obvias razones.
Sí. Ellos estaban buscándome. No me extrañaba que Hange se hubiese enterado, mas no podía pensar lo mismo respecto de Levi. Él era la última persona a la que podría interesarle mi situación, ya lo había asumido. Supuse que era de sabios equivocarse y rectificar.
Aquellas eran buenas noticias para Levi, pues su nombre había quedado limpio, al menos ante mí, pues dejé de sospechar que hubiera formado parte de este embrollo. Sin embargo, al mismo tiempo descubrí la clave para determinar quién había sido el responsable. Me había negado a reconocerlo, mas ya no era posible.
¡Cuántas veces le pedí que no se metiera en problemas! Nunca se me pasó por la cabeza que iba a pasar de ser un consumidor frecuente a un distribuidor descuidado. Por lo general, en ese mundo una cosa llevaba a la otra, es como si fueran unidas de la mano.
Recordé lo que me había dicho justo antes de despedirme de él: «Reunir el dinero ha sido un poco más difícil de lo que yo pensaba». Y no quería apresurarme a emitir juicios sobre su forma imprudente de actuar, pero tampoco tenía que prestarse a ese tipo de "negocios".
—No digas nada o lo arruinarás —continuó.
Escuché sus pasos resonando al fondo de la habitación. Quizá estaba en búsqueda de un trozo de tela esterilizada con la cual limpiarse la herida.
—No lo haré. Tu secreto está a salvo.
Por algún motivo, me preocupaba encarecidamente por lo que pudiera sucederle. Era una sensación contradictoria que podía prestarse a varias interpretaciones.
—Faltaba más, creo que me estoy arriesgando demasiado. ¡Ah! ¡¿Qué demonios tienes en las uñas!? Eso sí me dolió —protestó.
—Suciedad. ¿Sabes algo, Sin Nombre? Me habría gustado que nos conociéramos en otras circunstancias. No creo que seas como ellos dicen. Eres inteligente, y aunque te esfuerces por ocultarlo, sé que guardas un ápice de bondad en algún rincón olvidado de tu ser —hablé con soltura. Si aún no era mi turno de bajar de aquella montaña rusa, por lo menos haría del resto del viaje una experiencia inolvidable—. Tal vez yo no sea la más indicada para decirlo, pero estoy segura de que puedes hacer algo mejor que esto. Es el mismo consejo que le di a un amigo cercano justo antes de... —Me detuve al considerar que no era correcto que mencionara el incidente, estaría revelando información delicada—. Olvídalo. No importa.
—Cuando vuelva quiero verte con la venda puesta en los ojos. Anda, regresa a tu sitio —ordenó—. Y no trates de elevarme el ego que tú misma acabas de pisotear.
Aunque sufrí las consecuencias de mi manera precipitada de actuar, me complació que estas no fueron tan graves como supuse.
Mi captor amarró las cuerdas nuevamente, asegurándose de aplicar una mayor fuerza en la mano derecha, perpetradora del ataque a su ojo. Qué inmaduro. La idea se gestó en mi cerebro, así que la culpable directa fui yo, no solo uno de mis miembros.
Jamás me permitió verle la cara. Me gustaba creer que esa era la forma retorcida que encontró para cuidar las identidades de ambos, la suya por encima de la mía, claro está.
Cuando ya había perdido la noción del tiempo, un estruendo me anunció su presencia. No dejó de repetirme que era muy afortunada, que mi rescate sería pagado con antelación.
La actitud dispuesta de mis amigos resultó conmovedora, avasallante. Lo cierto era que ansiaba verlos de nuevo. Estaba tan concentrada en mi propia miseria que no me había detenido a pensar en la de ellos. Un error que enmendaría a la brevedad, de acuerdo con Sin Nombre.
—La apretaste más de lo normal —le reclamé mientras me liberaba por milésima ocasión. Entendí que esa actividad había llegado a su fin, y no sabía quién de los dos estaba más contento por ello.
—Te lo merecías —repuso. Asentí, conteniendo una risa jocosa—. Dile a Colt que he pagado mi deuda con él —me pidió—. Estás entera y que me encargué de que nadie te tocara ni un pelo.
Alcé la cabeza por instinto, un escalofrío me recorrió el pecho.
De modo que esa fue la razón por la que había mostrado condescendencia para conmigo. Todo se entretejió; el desasosiego nubló mis pensamientos por un instante.
Comencé a generar teorías que trataban de explicar qué clase de favor le había hecho mi amigo, en tanto que él me hacía avanzar a empujones, sujetándome por el antebrazo. No habría sido inteligente de mi parte exigirle una explicación en voz alta. Las paredes tenían oídos, así que decidí limitarme a obtener conclusiones en silencio.
En otras circunstancias, la furia se hubiese apoderado de mí y habría inducido a actuar con mayor irreverencia de la que me consideraba capaz. Pero el asunto apuntaba en otra dirección, y a pesar de que no quería hacerlo, estaba profundamente agradecida con aquel cuyo nombre ni siquiera pude conocer.
La oscuridad cubría el paisaje, se extendía más allá de mi radar de visión. El brillo de la luz que emitían las casas asentadas al borde de la autopista parecía un enjambre de luciérnagas revoloteando con autonomía.
Lenguas de fuego iluminaban las enormes columnas de las fábricas que no podían darse el lujo de detener la producción, mas ninguna me resultaba familiar; no servían como referencia para ubicarme. Al parecer, el sitio del intercambio se encontraba a las afueras de la civilización.
Desde que Hange me acompañó para llevarme dentro del auto no volví a mirar hacia atrás, ni siquiera tratando de buscar su mirada. Cuando le cedió mi custodia a otro de sus compañeros supe que había terminado conmigo, en todo aspecto. No alcanzaba a comprenderlo, pero me sentí profundamente herida ante su fría indiferencia.
Le resté importancia. Estaba a salvo, aunque no podía evitar sentirme ofuscada de que me hubiesen considerado como mercancía, un simple objeto que podía usarse como moneda de cambio.
Que el silencio me envolviera entre sus brazos siempre me había parecido relajante. Estaba consciente de que mis amigos se habían formulado un sinfín de cuestiones de las que solo yo conocía la respuesta, y agradecía que no me saturaran con ellas. Su deseo de ayudarme superaba con creces a mis expectativas, yo me encargaría de satisfacer su hambre de curiosidad. Solo que no me sentía preparada.
Tanto Erwin como Levi se habían acomodado en los asientos de adelante, y Hange venía a mi lado. Yo me mantuve acurrucada en el otro extremo de la puerta, con la mirada fija en un punto en el vacío. Me había colocado una manta por encima de los hombros, lo cual me vino de maravilla.
No estaba feliz, pero me sentía bien. Fue como si me arrancaran un pedazo del alma y se lo hubiese entregado a aquel desconocido con el que nunca volvería a encontrarme. Su imagen era como una idea abstracta e incompleta, que rellenaría con los escasos datos que había reunido.
Estaba furiosa con él y conmigo misma, por añadidura, tanto porque casi nos besábamos como porque osó admitir que me había protegido por motivos meramente egoístas. Todo lo que hizo por mí fue una engañosa simulación que funcionaba como chivo expiatorio para su atormentada consciencia. La sobrecarga de información me estaba agobiando.
—Me urge darme un baño. Huelo horrible —dije en un esfuerzo por alejar aquellos pensamientos destructivos.
Luego de atravesar uno de los peores corajes de mi vida, mi única preocupación era restregarme la piel hasta arrancar cualquier rastro de suciedad. La metáfora de deshacerse de las preocupaciones al permitir que se fueran por el desagüe cobraba sentido para mí.
—¿Estás segura de que no quieres levantar una denuncia? —preguntó el conductor designado.
Comenzaba a creer que le cedieron el puesto debido a las condiciones de mi amiga. Seguro que la había pasado casi tan mal como yo, lo veía en sus pronunciadas ojeras y en el semblante decaído.
En cuanto a Levi, se mantuvo callado desde que me vio. No es que aguardara una cálida bienvenida de su parte, aunque hubiese contribuido a mejorar mi estado de ánimo como no se habría dado una idea. ¿Por qué seguía esperanto tanto de él?
—Sí, Erwin. Dudo que vayan a ir tras ellos, y no quiero enfrentarme a un interrogatorio. —De solo imaginármelo se me erizó la piel—. ¿Puedo saber... cómo consiguieron liberarme?
—Kim, luego hablaremos de eso —respondió Hange con preocupación.
—Cielos, ¡no! —repliqué—. Que sea ahora, por favor.
Me exalté, pero de inmediato conseguí controlarme. Una expresión que evidenciaba temor se había dibujado en el rostro de Levi. Erwin y Hange se dedicaron miradas cómplices y afligidas a través del espejo retrovisor.
—Bueno, digamos que el fondo de ahorro de unas cuantas personas terminó totalmente vacío —mencionó, esmerándose por que sonara como una broma.
Lo supuse.
—Díganme a cuánto asciende el monto. Prometo que les devolveré todo con el...
—No, amiga —me interrumpió—, no es necesario.
—Hange, no puedo vivir el resto de mi vida sabiendo que hice que gastaran todo su dinero en mí. Yo... simplemente no lo merezco.
Me llevé una mano a la cabeza, gesto que ella interpretó como una invitación para abrazarme, a la cual accedí sin poner objeciones. Me hubiese negado porque no toleraba mi olor corporal, solo que imperaba ese tipo de calidez humana.
—Kim, te queremos mucho. —Apoyó su mano en mi hombro, transmitiéndome su aura de genuina amabilidad, que me arrancó una leve sonrisa.
Me extrañó que se refiriera al sentimiento el plural, no obstante, me agradó escucharlo.
—Nuestra única preocupación era traerte de vuelta. Lo que tú consideras como una pérdida en realidad fue una inversión a largo plazo —dijo Erwin—. Las cosas materiales van y vienen, la vida no. Me alegro de que estés bien.
—¿Pero qué estás diciendo? —murmuré. Ponerme sentimental se salía de mis planes para esa noche—. Ustedes son... grandiosos.
—A mí también me alegra —intervino Levi.
Escucharlo activó los latidos de mi corazón, que había permanecido apagado hasta entonces. Me cubrí el rostro con la manta para evitar que me viera.
—Sé que no es el mejor momento, pero creo que hay algunas personas a las que debes poner al tanto de tu situación, además de nosotros—refirió Hange.
—Sí. Lo tomaré en cuenta.
Nos mezclamos entre el tumulto de gente que creaba enormes filas para conseguir sus boletos. Agradecí la sugerencia de mi amiga de arribar en cuanto amaneciera. Más despejado, menor estrés.
Las despedidas prolongadas no hacían sino acrecentar la agonía, pero requería permanecer un momento a solas con él. Erwin, Hange y Levi se ofrecieron a acompañarnos, y yo acepté con la condición de que se mantuvieran a una distancia considerable.
—Kiomy, debes saber que yo nunca quise que las cosas ocurrieran así...
—Lo sé —lo interrumpí. Comenzaba a fastidiarme su insistencia en pedirme disculpas. El daño ya estaba hecho, a mí me bastaba que buscase enmendarlo. No era a mí a quien tenía que rendirle cuentas—. Aunque de verdad odio que tengas que irte, reconozco que es una decisión oportuna. Es un buen comienzo.
—Tal vez. —Colt huía de encontrarse con mi mirada. No sabía por qué, no tenía nada que echarle en cara. Lo estaba haciendo como un ejercicio de recuperación, y esperaba que funcionase.
—No vayas a dejar de escribirme, ¿de acuerdo? —Esa era la petición a la que quería que le diera prioridad, pasara lo que pasara con nosotros.
Una vez que me instalé en mi habitación a escondidas del ojo público y me liberé de la suciedad, Hange pidió tener una audiencia conmigo. En ella se encargó de explicarme con lujo de detalle la travesía que habían emprendido desde el viernes por la mañana hasta el sábado por la noche, cuando me rescataron.
Al escuchar que Colt había decidido alejarse de todo su círculo, me sentí profundamente contristada. Yo no podía hacer más que acompañarlo y concederle una despedida digna de la amistad que nos profesamos. Detenerlo sería imposible, no iba a cambiar de parecer ahora.
—No lo haré —confirmó.
—¿Podrías repetirme la historia que le contaste a tus padres? Digo, para no regarla en caso de que llegue a encontrármelos.
—Conseguí un trabajo en la capital. Los contactaré apenas me instale en un sitio decente —dijo con voz monótona, como si fuera una máquina recitando una compleja serie de códigos encriptados.
—Bien. —Desvié la mirada y la clavé en el suelo. Él me imitó. Nos quedamos en silencio durante unos segundos, hasta que recordé la encomienda que se me había conferido—. Ah, por cierto —capté su atención—, sé que tal vez no debería decirte esto, pero uno de mis... captores me pidió que te diera un mensaje.
—¿Un mensaje? ¿Para mí?
—Sí... Ummm... En resumidas cuentas, me dio a entender que ustedes dos ya están a mano.
Su semblante cambió de sorprendido a molesto apenas terminé la frase.
—¡Ese hijo de... —Entrecerró los ojos, haciendo memoria.
—¡Oye! —Me tomé el atrevimiento de sujetarlo del mentón para forzarlo a que fijara la vista en mí—. Es tarde para que insertes tus quejas en su buzón, ya fue clausurado por obvias razones. No he dejado de pensar que me cuidó hasta cierto grado en honor a ti, deberías reconocérselo.
—No dirías eso si supieras el tipo de persona que es en realidad —bufó.
—Y quizá nunca lo sepa. De hecho, ya no me importa. Estoy a salvo, y tú también. —Le coloqué una mano encima del hombro. Él correspondió mi gesto mediante cubrirme con la suya.
¿En serio acababa de defenderlo? Y encima de todo, Colt pareció entender las implicaciones de aquel acto «desinteresado». Que niños tan extraños.
—¿Qué pensaría quien nos viera en este instante? —le dije con voz juguetona.
—Que no queremos despedirnos y nos vamos a extrañar más de la cuenta. De acuerdo... eso último quizá no —recapacitó, logrando arrancarme una risa liberadora—. Volveré pronto, te lo prometo.
—Más te vale. —No profirió una risa confirmatoria. Se comportaba extraño, como si no pudiera contenerse y guardara algo de lo que yo debía enterarme.
—Hay... una cosa que me preocupa. —Había comenzado a mover el pie de manera involuntaria. Su nerviosismo era contagioso.
—¿Y esa es?
—No me lo tomes a mal, pero ¿podrás mantener la cordura durante mi ausencia? —Lucía genuinamente preocupado por mi condición, solo que a mí me contrariaba que dudase de mí.
—¿Por qué preguntas? Tu falta de confianza me ofende muchísimo. —Fingí estar indignada y me crucé de brazos.
—No te lo dije antes, pero... El día en que nos volvimos a encontrar, sentí que «conectamos», como... Como aquella vez. Lo comprobé con la carta en la que me contaste lo que él te hizo durante la noche del festival.
Se me desencajó la mandíbula, aunque lo vaticinaba, pues se la había entregado con ese fin. Mi opinión firme era que la lejanía interpuesta había estado impidiendo el enlace, e incluso concluí que ya se había perdido por completo. Que me hiciera saber lo contrario se volvió angustioso, en especial porque yo no estaba de acuerdo en dejarlo ir.
—Ahora que voy a ausentarme por quién sabe cuánto tiempo no sé qué pueda ocurrir si por error alguien te dice...
—Shhh, aquí no. —Lo silencié mediante colocar el índice sobre sus labios—. Quédate tranquilo, yo puedo manejarlo.
Genial. Justo ahora que estaba a punto de largarse se le ocurría sacar a relucir ese tema. Debí priorizar lo que había pasado entre nosotros antes de entrometerme en su camino y alterarlo.
—Sí, claro. Siento que ya encontraste al candidato perfecto para reemplazarme. —Otra vez con lo de los celos mal infundados.
—¿Qué dices? ¿La tristeza te nubló el juicio? —me burlé, sin embargo, él se mantuvo taciturno—. Mientras no hable de eso con nadie, estaré protegida, despreocúpate. —No iba a conseguirlo durante ese intercambio, las emociones estaban a flor de piel. Suspiré antes de continuar, no por mí, sino para reconfortarlo—: Sigo pensando que tú eres mi mejor amigo. Te ganaste el puesto por tus propios méritos, y por más que errores que llegues a cometer, yo jamás voy a juzgarte. No me importa lo que hiciste, sino como lo enfrentas. —Finalmente, conseguí que elevara las comisuras—. Nadie te reemplazará, tenlo por seguro.
Un autobús con el logotipo de una flecha de color azul se estacionó en el andador frente a nuestros asientos. Le eché un vistazo al ticket que le habían entregado, comprendiendo que había llegado su hora.
—Anda, o perderás el viaje. —Señalé con la cabeza—. No lo hagas más complicado de lo que ya es.
Una lágrima silenciosa amenazó con salir disparada por mi mejilla derecha, solo que no se lo permití. Necesitaba armarme de serenidad.
—Cuídate, pequeña nerd. —Cuando se despidió de mí, el vacío en mi interior se había maximizado, sin que me diera cuenta.
Colt se levantó despacio, y comenzó a avanzar vacilante hacia la puerta de acceso.
—Tú también. Necesito que lo hagas.
OMNISCIENTE
Erwin, Levi y Hange llevaban un buen rato observando los movimientos de Kiomy, a lo lejos. Ella estimó que sería divertido molestar a Levi respecto a un asunto que no había podido discutir con él, aprovechando que la marea estaba en calma.
Cualquiera con una pizca de sentido común notaría que Levi se estaba esforzando por ocultar sus verdaderos sentimientos, y que cada vez era más sencillo que quienes lo conocían se percataran de ello.
—Oye, enano. Ya quita esa cara —canturreó, ocasionando que él la barriera con la mirada.
—Es la única que tengo, por si no te habías dado cuenta, cuatro ojos —repuso, dejándole saber que su broma le había caído pesada.
—No me refiero a esa —continuó aún con el tono de burla.
—Hange quiere decir que ya puedes dejar de fruncir el ceño porque están a punto de despedirse —agregó Erwin.
—Tch, son tal para cual. Hacen drama por cualquier cosa. ¿Por qué no simplemente se dicen adiós y ya? —Puso los ojos en blanco—. Pierden el tiempo, y de paso nos hacen perderlo a nosotros también.
—Esa incómoda sensación de ahogamiento tiene nombre —dijo Hange, alargando las vocales de la última palabra.
—Yo no siento nada de lo que dices.
—Permíteme disentir contigo, porque yo creo que sí —insistió.
—Para ser tan inteligente, muestras un grave nivel de retraso al momento de decidir cuándo quedarte callada —ironizó—. Deberías comenzar ahora.
Hange soltó una carcajada sonora que aumentó la molestia de Levi. Sin embargo, esa era la fachada que deseaba mantener. Abarcó la escena de Kiomy sosteniendo el mentón de su amigo con delicadeza, y por primera vez anheló estar en la misma posición de aquel enemigo que terminó convirtiéndose en su aliado.
KIOMY
Me habían sacado del aula bajo la excusa de que había alguien en la recepción que insistía en hablar conmigo. Cuando la profesora mencionó el nombre en voz alta, las burlas no tardaron en aparecer.
Algunas personas deberían ocuparse de sus propios asuntos y dejar de meterse en los de los demás. Si supieran que el visitante era menor que yo por varios años tal vez se lo habrían replanteado.
Lo ubiqué en uno de los sillones de la sala de espera. Llevaba una bolsa de papel en las manos, la cual custodiaba con ferocidad.
—Hola, Falco. Mmm... Supongo que debe ser de vital importancia que hablemos, como para que hayas venido a buscarme hasta aquí.
—Hola, Kiomy. Estás en lo correcto. —Se puso de pie, abrió el paquete y extrajo un aparato que yo reconocí en seguida.
—Ey, ¿cómo conseguiste mi teléfono?
Ni siquiera había pensado en el paradero de las cosas que extravié durante el forcejeo. Hange sugirió que me despreocupara, que ella podía encargarse. Falco recién me quitaba un enorme peso de encima.
—Lo escuché sonar dentro de un auto que estaba estacionado no muy lejos de mi casa. Para mi fortuna, estaba abierto. Ahí encontré una identificación que me trajo hasta aquí —explicó con voz alegre. Seguro creyó que acababa de realizar su buena obra del día.
—No debiste. —Me entregó la bolsa de papel, en la cual encontré mi billetera, con el contenido intacto. Suspiré aliviada.
—También he acudido a ti en porque quisiera saber por qué rayos mi hermano se fue de casa con apenas unas mudas de ropa —declaró con cierta tristeza—. Solo me dijo que pronto volvería.
No sabía que tan factible era ponerlo al tanto. Su visita me tomó desprevenida, puesto que Colt y yo no habíamos llegado a un conceso sobre la información que le daríamos a conocer a su hermano.
—Sí... ummm. No creo que él quiera que tú...
—¡No trates de tomarme por tonto, porque no lo soy! —exclamó. Noté que sus manos temblaron cuando se dio cuenta de que algunos de mis compañeros lo habían escuchado gritar—. Discúlpame, no quise ofenderte. —Agachó la cabeza.
—No te preocupes, entiendo cómo te sientes. —El brillo en sus ojos me recordaba al de mi amigo. Era la misma cara que ponía cuando estaba avergonzado y yo le confirmaba que todo andaba bien—. Tu hermano es una de las personas de corazón más puro que conozco, sé que haría lo que fuera por aquellos a los que ama. Pero cometió un error grave, y ahora tiene que enfrentar las consecuencias.
Esperaba que mi explicación satisficiera su necesidad de respuestas, mas no fue así.
—¿Tú te viste arrastrada en ese error? —preguntó con prudencia.
Me sorprendieron sus habilidades deductivas. Le serán útiles cuando llegara a la vida adulta y tuviese que lidiar con problemas mayores. Antes de continuar, indagué en la periferia con el fin de asegurarme de que nadie nos estuviese prestando atención.
—Él... le debía dinero a algunas personas peligrosas, ¿entiendes? —comencé. Se contuvo de añadir algún comentario al respecto, aunque la curiosidad se delataba en sus ojos vivaces. Apreté con fuerza el mango de la bolsa, como para reunir el valor de contarle aquel episodio de mi vida—. Yo... Yo fui el medio que encontraron para ejercer presión sobre él y así obligarlo a que les pagara. Me rescató junto con algunos de mis amigos —me acomodé un mechón de cabello, permitiéndome elevar las comisuras de los labios al acordarme—, pero creyó que era mejor que nos distanciáramos por un tiempo, solo hasta que la marea vuelva a su curso natural. Pensaba en la seguridad de ustedes.
—¿E—estás bien? —inquirió con genuino interés.
—Sí, estoy bien. Fue muy valiente para enfrentar esta situación. Se fue porque quiere mantenernos apartados de sus tonterías. —Una corriente de orgullo me invadió tras haberme considerado entre las personas a las que deseaba proteger—. A mí también me dijo que volvería pronto, y sé que lo hará. Me lo ha prometido.
—No lo sabía, debes creer que soy un impertinente. —Se dio un ligero golpe en la sien.
—Tranquilo. No tuve hermanos, pero sí varios primos menores que yo, y créeme que gracias a eso he aprendido cómo actuar en estas circunstancias. Gracias por recuperar mis pertenencias, te debo una.
—No fue nada, tan solo... Te agradecería si me mantienes al tanto de su situación. Algo me dice que eres la única a la que le dijo exactamente en donde iba a estar.
Una risa nerviosa a modo de confirmación fue lo único que alcancé a brindarle.
Este capítulo está dedicado a nathcoffe. Tus comentarios me hacen feliz y disfruto saber que te gusta mi historia tanto como a mí <3.
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