Capítulo 30| Memorias de un corazón roto

12:30 a.m.

Hange continuaba dando vueltas, siendo incapaz de encontrar un posición cómoda para recostar su cabeza, dejando que la pesadez en sus párpados la venciera.

Fue una sed insaciable la impulsó a levantarse y deambular en medio de la madrugada. Sin embargo, un murmullo la condujo a detenerse frente a la habitación de Levi.

Tocó despacio, creyendo que así no lo perturbaría. ¿Quién mejor que alguien que atravesaba la misma situación para comprenderlo?

—Enano, ¿estás bien? —inquirió con preocupación.

Un mueble rechinó contra el suelo.

—No te incumbe —respondió Levi de forma entrecortada.

Hange se recargó sobre la superficie, asegurándose de que él notara su presencia. No tenía intenciones de retirarse a la brevedad.

—Es que... me pareció que te ocurría algo.

—No es así.

—Tampoco puedes dormir, ¿eh? —Continuaba escarbando—. ¿Un mal sueño, acaso? Créeme, tengo experiencia con este tipo de situaciones.

«Más de la que me gustaría tener», pensó.

Era su forma de recordarle que podía confiar en ella, que independientemente de su proceder anterior, contaba con su apoyo. No debía encerrarse en su propio mundo y esperar que se le perdonara si antes no lo lograba dentro de sí.

Cuando escuchó algunos pasos débiles, se alegró en sus adentros por haberlo convencido de acercarse.

—Puede ser. —Asomó la mitad del rostro, suspirando con pesadez. Se encontró con la amigable sonrisa de Hange y abrió la puerta de par en par.

Ella comprendió el mensaje, pues fue arrastrada por sus pies hasta que estuvo dentro. Él se había apoyado de espaldas en la pared junto a la entrada.

La habitación era tan modesta como el resto de la casa. Combinaba con el toque sobrio y de buen gusto que había observado a sus alrededores.

Tenía una cama, un escritorio con su respectiva silla y dos mesitas de noche. A simple vista, daba la impresión de que eran los aposentos de Levi, pues todo estaba ordenado con escrupulosidad. 

No obstante, al mirar de reojo encontró un baúl rosa pastel con incrustaciones de pedrería en color plateado, cuya tapa estaba levantada, lo que la hizo dudar de que fuera una de sus contadas pertenencias.

Se mostró dubitativa respecto a sentarse sobre la cama, siendo incapaz de ignorar la fotografía, el trozo de papel amarillento y un oso de peluche desgastado que yacían sobre ella. Los apartó con sumo cuidado, y elevó las comisuras al contemplar la imagen de su amigo, quien lucía feliz, quizá por primera vez en mucho tiempo; quizá por primera vez en toda la extensión de su vida.

Se encontraba de pie junto a una chica de cabellos rojizos, que sonreía con soltura. Ella formaba el símbolo de "Amor y Paz" con la mano derecha, mientras que Levi le pasaba la suya encima de la cabeza.

—¿Puedo preguntar si tiene algo que ver con Kiomy o con la persona que solía dormir en esta habitación? —inquirió, pasando las yemas de sus dedos por encima de la foto.

Al enfocar mejor, creyó ver un intento de sonrisa dibujándose en el rostro de Levi, pero esta se desvanecía cuando se concentraba en otro punto, como el curioso semblante de La Gioconda.

—Se podría decir que con ambas.

—¿Quién es ella, Levi? —No consiguió apartar la vista de la imagen—. Parece una chica muy agradable. Todo o contrario a ti, de hecho —musitó un intento de broma.

—Lo era —confirmó a secas—. Su nombre era Isabel.

—¿Por qué te refieres a ella en tiempo pasado? ¿Eso significa que...? —Hizo una pausa, dándose cuenta del error en el que había incurrido. Frunció los labios en señal de remordimiento—. Perdóname —se llevó una mano a la frente—, últimamente me he vuelto una entrometida de oficio.

—Siempre has sido una entrometida —respondió en son de reclamo, sin esperar que sonara de este modo. Antes de que ella dominara la plática con ayuda de otro comentario inteligente, añadió—: Pero eso es bueno.

—La única ocasión en que decidí no serlo mi amiga terminó en estado de «desaparecida» —confesó con zozobra—. Si tan solo le hubiera pedido que...

—Hange, no puedes culparte por esto —la interrumpió bruscamente, con la finalidad de impedir que se dejase derrumbar por la culpa.

La castaña ya había aprendido a lidiar con sus arrebatos, así que no lo tomó como una negativa a escucharla. Consideraba que su intervención había acontecido sobre todo porque era él quien se negaba a enfrentar sus verdaderos sentimientos, y resultaba aún peor cuando los veía reflejados en sí misma.

—No me culpo, solo es que... La extraño mucho, Levi. —Hizo un enorme esfuerzo para que no se le quebrara la voz—. No sé si ha comido, si está pasando hambre o sed, o si tiene algo con que cobijarse del frío... Dios, con lo friolenta que es. ¡Simplemente la quiero de vuelta!

—Oye —llamó su atención—, iremos por ella. Por si las dudas, ya había elaborado un «Plan C». Esperaba no verme en la necesidad de llegar al extremo de rescatarla por mi cuenta.

Aquella declaración funcionó para iluminar su rostro decaído. Levi creyó que hubiera sido mejor mantener la boca cerrada, puesto que la conocía bien. De inmediato dedujo que el rumbo de la conversación se volvería advenedizo.

—Eso creí —dijo con voz alegre— Debes quererla mucho, ¿no es así?

—¡Qué! No —declaró con firmeza—. N-no es eso —musitó como si se replanteara su contestación inicial. Tragó saliva y la observó con displicencia, tratando de ocultar sus verdaderas intenciones—. Oye, deja de mirarme como una acosadora.

Esta fue tan sonora como para ponerle los nervios de punta a cualquiera que tuviese la desdicha de oírla, aunque no tanto como para importunar a aquel que estaba en su etapa de sueño ligero.

—Lástima que tienes competencia —insinuó.

—¿De qué rayos estás hablando?

—Oh, nada —se disculpó con nerviosismo, percatándose de su error. Una oleada de confianza la inspiró a permanecer en su sitio. Era la segunda ocasión en la que sentía la necesidad de vaciar el contenido de sus reflexiones, no le importaba si él se mostraba atento, o no—. ¿Sabes, Levi? A veces uno tiende a reprimirse, a negarse la maravillosa oportunidad de hacerle saber a sus seres queridos cuanto los ama. Esta experiencia me ha enseñado que no debemos dar por sentado nada de lo que tenemos, ni siquiera quienes somos el día de hoy, porque todo puede cambiar de forma drástica de un momento a otro, sin siquiera darte tiempo de digerirlo.

El pesar era evidente en las palabras de Hange. Aunque ella no se consideraba como una persona fría y distante, al igual que sus amigos, sí era verdad que en ocasiones era consumida por el tiempo, por lo que terminaba dándole prioridad a asuntos de menor importancia; el tipo de cosas que se podían dejar para mañana sin sufrir ninguna alteración en la rutina.

—Ese siempre ha sido mi mayor error —reconoció Levi. Hange decidió no interrumpirlo, pues acababa de lograr una hazaña que tal vez no volvería a repetirse, a saber, que él la considerase digna de escuchar sus lamentos. Pensó que a su amiga también le habría encantado estar presente—. Aunque confíe en mis fortalezas y también en las acciones de mis compañeros, nadie sabe lo que sucederá al final. Yo creí que Isabel podía ayudarme, sin embargo, fui incapaz de predecir que las cosas se saldrían de control. En el instante en el que me descuidé, fue herida de gravedad y... No dejo de pensar en que pude haber hecho más por ella.

Aunque el semblante de Levi permaneció indiferente, ella alcanzó a percibir un atisbo de melancolía en sus ojos, que ya no se veían azules como el reflejo de las olas, sino de un gris parecido a las nubes que anuncian una tormenta. Aquel gesto anunció en simultaneidad la tristeza que lo embargaba, por más que quisiera fingir que no era así.

—¿Isabel era tu hermana? —prosiguió ella. Una punzada de dolor en el pecho no le permitía expresarse con claridad, mucho menos con el entusiasmo que la caracterizaba.

El sentido de la pregunta era informativo. Esperaba que la actitud condescendiente de Levi se extendiera durante todo el tiempo que pasara con él, o por lo menos hasta que el sueño terminara por vencerlos, si es que lograban pasar de aquella noche.

—No de sangre, pero la quería como si lo fuera. —Posó su mirada en las manos juguetonas de Hange, quien había tomado el oso y lo sostenía boca abajo, sin dejar de sacudirlo.

—Y yo que pensaba que no tenías sentimientos —ironizó.

—Tch, que molesta eres.

Se aproximó hacia ella con determinación, apartando de su alcance aquellos objetos que le habían pertenecido a Isabel.

Se puso en cuclillas delante del baúl y guardó el peluche junto con la carta, empero, el portarretratos fue colocado junto a su cama. Hange suspiró con alivio al reparar en que Levi seguía siendo el mismo amargado de siempre, con la ligera variación de que se estaba recuperando de la efímera debilidad.

—Creo que en las contadas ocasiones en que te atreviste a demostrarlos fuiste totalmente sincero. Por otro lado, pudiste vender esas cosas y hacer una fortuna, pero decidiste mantenerlos. No sé... Tal vez guardabas la esperanza de que algún día los necesitarías. —Levi entreabrió la boca, dejando relucir su escepticismo, aunque en el fondo concordaba con la teoría de Hange—. ¿Ves en Kiomy un reflejo de tu hermana?

—Ambas son igual de molestas. No al mismo grado que tú.

—Claro. Eso ayuda a mantener en equilibrio tus niveles de amargura —dijo mientras se acariciaba la barbilla, obteniendo una mirada reprobatoria de parte de él—. ¿Qué?

—Nada.

—Me hiciste recordar... ¿Habías oído hablar del amor agápe?

—Creo que no.

—Es la forma más pura de amor que existe, guiado por principios más que por capricho o algún deseo egoísta. A veces incluye cariño y afecto, a veces no, pero eso la convierte en una emoción meramente altruista, encaminada a hacer el bien a los demás, sin importar si el sujeto lo merece o si no recibes una compensación por ello —explicó con un timbre de voz que denotaba confianza. Era lo único a lo que podían aferrarse.

—Suena... Bastante bien.

—Lo sé. Todos merecemos a alguien que nos ame incondicionalmente. No tuve el placer de conocerla, aunque estoy segura de que Isabel se sintió segura mientras estuvo a tu lado. Es... Es un don que tienes, y no lo digo por mí. Espero que lo utilices para hacer el bien de aquí en adelante —sugirió. Un destello anormal en los ojos del pelinegro captó su atención, y tras discernir el alcance de su sinceridad, vio cómo retiraba la gota que resbalaba por su mejilla, limpiándola con el borde de la manga de su camiseta—. ¿E-estás bien? ¿Acaso estás llorando? —Acortó la distancia entre ambos, él la paro a medio camino.

Hange no sería la primera persona a la que le iba a permitir darle un abrazo, ni por accidente.

—No seas ridícula, cuatro ojos —espetó—. Solo se me metió una pelusa.

—¡Ay, ajá! —gritó y se llevó las manos a la boca. Había olvidado que no estaban solos.

—¿Está todo bien aquí? —cuestionó Erwin, con un toque de molestia tras haber sido despertado por el arranque de emoción de Hange, quien se había sonrojado.

Ni siquiera se molestó en tocar la puerta, y a nadie parecía preocuparle.

—Tal parece que alguien está sincronizado contigo —se dirigió hacia ella, fijando la vista en el rubio, que los observaba con evidente confusión—. ¿Por qué no se van a descansar? Mañana nos espera un día largo. Y háganme un favor, respeten mi casa; mantengan el orden y el silencio.

KIOMY

Y había sido por cosas como esta que jamás me permití disfrutar por completo de los hechos entrañables que alguna vez me habían acontecido.

Ni siquiera sabía cómo sentirme. El adjetivo que más se aproximaba a mi condición podría ser «disgustada», y lo utilizaría hasta que encontrase uno mejor para reemplazarlo.

Por más que lo intentaba, las piezas de este rompecabezas no terminaron de encajar. Tampoco lograba comprender quien me había colocado en medio de esta situación escalofriante. Tenía miedo de que mi corazón supiera la verdad y, al mismo tiempo, fuera incapaz de reconocerla.

Una vez que la adrenalina volvió a sus niveles normales, una corriente de dolor invadió cada uno de mis músculos, consecuencia de la energía que gasté al defenderme. Ni siquiera pude descansar de manera adecuada debido a que me habían atado los brazos y las piernas a una silla. A ratos, dormitaba tras encontrar una posición cómoda, en la que pudiera ignorar la torcedura en mi cuello, que me estaba matando.

El apacible canto de los grillos, el estruendo de un camión que aceleraba a lo lejos en la carretera, un siseo intermitente en mis oídos, la sangre fluyendo por mis venas, recordándome que aún estaba viva, aunque con la poca fuerza que me quedaba estuviera deseando que no fuera así... Los únicos ruidos que percibía en medio de aquella penumbra.

Nunca le tuve miedo a la oscuridad. Desde niña entendí que no era lógico pensar que un monstruo se escondía en el armario, y que la luz podía convertirse un elemento engañoso que jugaba con nuestra mente al proyectar sombras. Tenía la costumbre de bajar a hurtadillas con el fin de probarme a que era capaz de volver a mi cuarto sin sufrir un delirio de persecución, sin verme en la angustiosa necesidad de solicitar la intervención de mis padres.

Pero me había surgido la ocasión de replantearme esta idea. Actualmente, me inclinaba a creer que estos se habían mezclado entre la gente común y corriente. Se escondían detrás de máscaras amigables, aguardando a la mínima oportunidad de atacar.

Cuando me bajaron del auto apenas si podía resistirme. Me cargaron como si fuera un costal, para luego dejarme en un rincón de aquella habitación que desprendía un repugnante olor a humedad, en donde las goteras estaban a la orden del día. Este desperfecto, junto con la capa de polvo en el suelo debajo de mis pies, hicieron que estornudara un par de veces.

Cuando uno de los sentidos falla, los demás se agudizan para compensar el faltante. Fue así como obligué a mis oídos a identificar la vibración en el suelo y en las paredes, logrando así reconocer el momento en que vendrían a hacerme compañía.

Me preguntaba qué pensarían mis amigos, cómo habrán reaccionado tras mi ausencia.

Esperaba que mantuviesen este desorden en secreto. Nada me daría más vergüenza que poner un pie en el campus y que me catalogaran como una «sobreviviente», ya que no habría vuelto de un viaje al monte Everest, si es que conseguía salir de ahí con vida.

Temí por mi propia supervivencia en algún punto. Estaba aterrada, y no sabía qué hacer. Pero cuando encontré un aliado en donde menos lo hubiese creído, supe que debía aprovechar esa ráfaga de buena suerte cuyo origen era incierto. Necesitaba aferrarme a algo más poderoso que mi voluntad, dejándola en manos de otra persona.

—Levántate —me ordenó—. No queremos que mueras de sed o por inanición.

Ahí estaba esa voz altisonante que me había sacado de mis sueños durante las últimas horas, o incluso días. No lo sabía con certeza, no había visto ni un rayo de luz desde que terminé aquí.

—¿Esta vez me preparaste algo comestible? —comenté en son de broma, esforzándome por mantener la risa contenida en una mueca extraña.

Tenía la cabeza agachada, la levanté al escucharlo. Él jamás se daría cuenta de que trataba de establecer contacto visual, mi consciencia se apaciguaba tras fingirlo.

—Agradece que me acuerdo de ti —insinuó que me estaba haciendo un favor.

Me pareció una ofensa denigrante, aunque no al mismo grado que su iniciativa de traerme a este sitio. Pasé su desprecio por alto solo porque estaba famélica, además de que me moría de sed.

Tuve que frenar mi lengua, actividad desagradable que encontraba necesaria.

—De acuerdo, pero ¿podrías soltarme? —Procuré sonar amable, ojalá así lo hubiese percibido.

Su actitud me recordaba a la indiferencia de alguien cuyos ojos me parecían el sitio perfecto para declararme como «perdida», un deseo irónico, dadas las circunstancias.

—Eres un verdadero fastidio. —El sonido de sus pasos me indicó que se aproximaba hacia mí, lo cual me emocionaba con la misma intensidad con que me causaba temor. La cuerda se aflojó gradualmente, hasta que pude deslizar mi brazo a través de ella—. Ya veo por qué me dejaron a cargo. Nadie tiene la paciencia para lidiar con una persona como tú.

Ese tipo de comentarios eran como un halago para mí. Reforzaban mi determinación a mostrar cuan irreverente podía llegar a ser si me lo proponía. O quizá haya sido el efecto del instinto de supervivencia que se activó apenas vi aquellas siluetas que se alzaban en medio de la penumbra.

—Gracias, me lo dicen a menudo. —Giré la muñeca un par de veces para estimular el flujo de sangre. Sentí que mis manos palpitaban, lo cual me sorprendió en gran manera.

—No era un cumplido. —El mismo desdén anegó su respuesta.

—Ya lo sé. —Rodé los ojos, aunque él no podía verme. Sus intervenciones repletas de obviedad comenzaban a fastidiarme. Una pregunta se depositó en mis pensamientos, y tardé más en pronunciarla que en censurarme a mí misma por no ser capaz de mantenerla en mis adentros—. ¿Por qué dejas que te traten así?

—¿Así como? —Su nivel de interés me indicó que siguiera indagando.

Como no esperaba llegar tan lejos ni quería dar pie a confusiones, decidí mantener un tono conversacional inundado de franqueza. Podría ser mi última oportunidad de expresarme con soltura; no iba a desperdiciarla.

—Como si fueras un imbécil. —Alcancé a elaborarme una imagen mental de su ceño fruncido, a la espera de una bien merecida reprimenda de parte suya. Que no respondiera aumentó mi desasosiego—. De acuerdo, no quise decirlo de esa forma. No pretendía ofenderte, tan solo quería descubrir tu punto de vista. Creo que tienes potencial y deberías....

—¡Cierra la maldita boca! —Me paró en seco. Su grito rebotó en las paredes, lo que me hizo comprender que la habitación estaba casi vacía—. No estamos aquí para jugar a las confesiones, por si no te había caído el veinte.

Interpreté su comentario como una seria advertencia para ponerle un freno a mi insensato objetivo de sacarle plática. El detalle era que ya me había resuelto a no prestarle atención.

—Está bien. No quise entrometerme —me disculpé—. Estoy aburrida, no me hagas mucho caso.

En un movimiento rápido ya había colocado mi mano libre por encima del trozo de tela que obstruía mi visión. Me froté los ojos un par de veces, acto inocente que él interpretó como un desafío. Nada más alejado de la realidad.

—Ah, no. Ni se te ocurra quitarte la venda, o te juro que no volveré a desatarte —amenazó. El pecho se me encogía.

—Tranquilo. No soy estúpida. Sé que si se dan cuenta de que puedo reconocer sus caras van a matarme. Y la verdad es que aprecio mi vida, un poco —reí con ironía. «Aún tengo un par de asuntos que discutir con cierto individuo», pensé—. ¿Sigues ahí?

—Ten, bebe.

Extendí la mano hasta que el peso del recipiente me impulsó a cerrar los dedos. Con cuidado de no derramar una sola gota, lo llevé hasta mis labios resecos, y acabé con todo el contenido de un solo trago.

—Ey, esta no sabe a agua de grifo.

Ciertamente, sabían distinto. La combinación de minerales concentrados le brindaban una singularidad que se extinguía cuando atravesaba el proceso de purificación.

—Es porque me tomé la molestia de caminar hasta la tienda y comprar una botella —explicó a modo de reclamo. No me importó—. Aquí cada uno se cuida su propia espalda y se encarga de sus necesidades.

—¿No se supone que son un equipo?

—Hay jerarquías.

Cierto. ¿Por qué iba a ser distinto en este caso? Formaban parte de un sistema, uno con tintes maquiavélicos, pero a fin de cuentas, estructurado.

—Y supongo que tú ocupas el rango que se ubica justo en medio de la pirámide.

—En realidad, parece que mi sitio se encuentra en la base —confesó en un susurro que escuché con claridad debido al silencio que reinaba—. La prueba es que me tienen aquí, ejerciendo el papel de niñero. Eso ni siquiera tiene sentido, somos de la misma edad. No necesitas que nadie te cuide.

El orgullo es un defecto poderoso. Infundía una engañosa sensación que conduce al portador a considerarse por encima de sus congéneres, elevando a su vez los niveles de confianza, pero también se convertía en un enemigo que le impedirá quitarse la venda de los ojos cuando vaya caminando por la cuerda floja. Un atisbo era indispensable para sustentar la buena autoestima, sin embargo, resultaba sumamente dañino cuando se daba en abundancia. Y justo ahí era donde entraba yo, apelando al concepto que tenía de sí mismo, el cual estaba impregnado de la opinión que otros manifestaban acerca de él.

—Supongo que soy un peligro y creyeron que tú eras el más indicado para mantenerme a raya —bromeé.

—No me hagas reír —increpó.

—No sabía que podías reírte. Pensé que te habían extirpado la caja de risa como parte de un ritual de iniciación para formar parte de esta "asociación". Demasiada amargura para veinte años de existencia, ¿no te parece?

—Tu referencia es insultante —señaló. Cuando comprendí que la había entendido, apreté los labios para no soltar una carcajada sonora. Tal vez no era tan mala haciendo nuevos amigos, después de todo—. Escucha, mocosa. No sé por quién me tomas, pero no dejaré que te burles de mí.

Me preguntaba de donde vendría esa fijación de algunos por llamarme «mocosa». Como si ellos fueran la vívida imagen de lo que implicaba ser maduro... Alguien debería notificarles que, mentalmente, les llevaba una ventaja considerable.

—Yo... No me estaba burlando. Ya te dije que no me hicieras mucho caso. —Le resté importancia a mi comentario.

—Estás loca... Pero me agradas.

—¿Te grado como para convencerte de que me traigas agua limpia de aquí en adelante?

—Tampoco exageres. Esto no es un hotel como para que andes a tus anchas. —El reflejo de esperanza me fue arrebatado, como de costumbre.

—¿Y qué tal algo con qué cubrirme del frío? —De la lista de faltantes, aquel era el que más me interesaba subsanar Con eso me conformaba.

Tras oír un bufido y que sus pasos se volvían distantes, comprendí que me había ganado su favor, por ahora. 

As I stare into these ruins made by man

I tremble as I realize it's the end

More and more I wonder what we could have done

But instead we wage a war that can't be won

Yeah instead we wage a war that can't be won


Me aclaré la garganta en repetidas ocasiones. Fui alargando la última palabra de cada verso, un gusto que me indicaban era innecesario. Mas no desprendí de él porque se trataba de una especie de armonía que yo misma había añadido.


I stand on the ash of all I've ever loved

Memories of a broken heart

Now I'm alone in the dark.

I know there's a way out when all hope is gone

Find your light in a new dawn

But there's no way to do this on our own


El silencio en la habitación era alucinante. Le concedió a mi voz un eco que se asemejaba a las melodías grabadas en un estudio. Puede que estuviera exagerando, pero hacía mucho que no me entonaba con esta sensación de libertad que acontecía cuando sabes que nadie te está escuchando, y que no podrán juzgarte.


I search for solace in this waste

That I once called home

But my attempts of piecing life together leaves me alone

I can't repair what's been done

When the sky is as black as the ground that I walk on

But I can't give up on this,

No, I can't give up on this

I have to wonder what we could have done

I have to wonder

But instead we wage a war that can't be won

But instead we wage a...


Un estruendo me orilló a dejar la frase incompleta, causándome un sobresalto tremendo.

—¿Por qué te detuviste? Yo... ummm. Me daba curiosidad escuchar la parte del scream —comentó con timidez, generando un calor en mis mejillas, el cual traté de ocultar por todos los medios posibles.

—Ay, ¡no! Finge que me escuchaste, ¡qué vergüenza! —exclamé.

—No quise... Es que... es una de mis favoritas. Tenía rato que no la escuchaba. —Un toque de entusiasmo se asomó en su juicio, contribuyendo a que me relajara luego del susto inicial.

—También es una de las mías. —No sabía si era prudente añadirle desarrollo a la confesión.

Para mí, era el himno de una persona que lo había perdido todo, que cargaba con un profundo sentimiento de culpa por no lograr su cometido, a pesar de haberlo intentado. Una víctima de las circunstancias del mundo malvado en el que nos veríamos obligados a pasar el resto de nuestra existencia. Alguien que recordaba que, aún en la más densa oscuridad, era posible aferrarse a la esperanza y salir victorioso aferrándose a una porción de los recuerdos.

—Tienes una linda voz, deberías sacarle provecho.

Obtuvo una risa jocosa de mi parte. Toda mi inspiración se había ido por el caño en el momento en que decidió interrumpirme, y lo peor era considerar que tal vez me había escuchado desde el principio.

—Mi papá decía lo mismo, pero yo nunca le creí. —Evocar ese tipo de recuerdos me producía un malestar horrible, así que tendía a devolverlos a su jaula apenas aparecían.

—Debiste hacerlo. No lo dijo solo porque fueras su hija.

—Gracias —musité.

—No deberías darme las gracias por decir la verdad.

Sentir que mi vida tenía fecha de caducidad próxima resultó un aliciente para transmitirle lo que me había estado guardando. Consideraba que me haría bien por lo menos liberarme de esa carga, si es que iba a ser lo último que haría antes de expirar

—No... No es solo por eso. —Inhalé con fuerza, y solté el aliento con arrojo—. Me has alimentado, me has estado dando agua embotellada. Sé que me la sirves en una de esas cantimploras que le dan un sabor horrendo, aunque digerible. Liberaste uno de mis brazos para que estuviera más cómoda, e incluso conseguiste esta cosa para evitar que me muriera de frío. —Apreté el puño sobre la delgada tela de la cobija que me había entregado después de que le lancé la indirecta—. Has sido como un refugio en medio de esta tempestad. Si tan solo me permitieras ver tu rostro aunque sea por una fracción de segundo, yo... Pero sé que no vas a hacerlo.

Se me escapó un suspiro prolongado, seguido de la resignación que se esperaría. Necesitaba verlo con urgencia, la curiosidad me estaba carcomiendo.

—Debo admitir que eres buena tratando de convencer a los demás para que hagan lo que quieres. Y tienes razón, no lo haré —precisó—. Aunque no lo creas, yo tampoco quiero que te maten. Ese no es el objetivo.

No entendí por qué me ruboricé al escuchar eso último. Mi permanencia pendía de un hilo, y a él no podría importarle menos. No habíamos establecido ningún lazo, al final mi recuerdo quedaría en el olvido.

—Ummm... ¿Gracias por no atentar contra mi vida? —ironicé, presa del pánico que me invadía por pensar aquello.

—¿Qué habría sucedido si te hubieran dejado a cargo de otro de mis compañeros? —dijo—. Esos sujetos tienen un pésimo humor, no habrían dudado en darte una buena bofetada ante la mínima de tus provocaciones.

—Pues me alegra que no haya sido de ese modo —respondí, confundida—. Tal vez sus decisiones dejen mucho que desear, pero creo que la de haberte puesto a mi cargo sale por completo de ese estigma. Tú eres...

Me detuve al percibir su cálido aliento abriéndose paso a través de mis labios. Mi corazón comenzó a latir con rapidez, ocasionándome un espasmo.

El peso que se depositaba sobre el apoyabrazos activó mi sentido de alerta. Era un hecho: se estaba acercando más de la cuenta, y yo no alcanzaba a disimular lo ansiosa que me encontraba.

—Ahórrate tus halagos. Conmigo no van a funcionar —declaró con una seguridad que yo interpreté como fingida.

Él también estaba nervioso. Su respiración se había vuelto lenta, arrastraba las frases que salían con pesadez de su boca.

—Mis palabras son tan valiosas que no las desperdiciaría a menos que creyera que te las mereces —reiteré, esforzándome por alzar levemente la barbilla.

—¿Y tú qué sabes sobre lo que merezco o no? —preguntó, dejándome percibir una ráfaga de interés.

Noté que se aferraba al asiento, y mis piernas se tensaron de la nada al recibir su cercanía con ellas.

—¿Q-qué haces? —dije en un hilo de voz.

—Quería comprobar algo. ¿Por qué? ¿Estás nerviosa?

Mentiría si me dijera a mí misma que no había albergado este deseo insano que finalmente vería su cumplimiento. Fue extraño. No tenía nada que perder y aun así me rehusaba a formar parte de su juego. Estaba satisfaciendo su orgullo advenedizo, él me estaba cediendo el control sin darse cuenta.

—Quizá —fruncí los labios por inercia—. Esto no tendría nada de divertido si no me das igualdad de oportunidades. —Dirigí su atención a mis ataduras.

—No voy a soltarte —respondió de inmediato. Seguro alcanzó a comprender el trasfondo de mi petición, así que opté por revertirla.

—No te he pedido que me sueltes, no del todo. Solo... tómate tu tiempo, ¿de acuerdo?

Lo que tenía que hacer uno para sobrevivir carece de nombre.




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