Capítulo 29| Entropía

10:30 p.m.

Hange no requería el visto bueno de Levi para comenzar a sentirse como en casa. El simple hecho de que compartieran esas cuatro paredes ya era lo suficientemente terrible como para que él lo considerase como una invasión a su privacidad.

Motivada por una sensación incómoda que se gestó en sus cavilaciones, y a la vez por el encierro, decidió devolverse a la primera planta. Le era menester tomarse un respiro de aquellos pensamientos que la acongojaban.

El anfitrión la alcanzó un par de minutos después. Se dirigió rumbo a la cocina a paso lento, ignorando la presencia de ella.

Había una pesadez que le generaba cierto grado hipoxia, a pesar de que el aire fresco se colaba hasta sus pulmones sin dificultad alguna. Inhalar el cálido vapor que emergía del recipiente que reposaba encima del fuego contribuyó a que sus fosas nasales se destaparan, un efecto inmediato de la temperatura que comenzaba a descender drásticamente.

La chica se mostraba inquieta, impaciente por descubrir el estilo de vida que había llevado quien se convirtió en uno de sus amigos más cercanos. Esta dejó de ser cuestión de mera curiosidad cuando logró unir todos los hilos que entretejieron la existencia de Levi. Estimó que ya era hora de desenredarla.

Puesto que no acostumbraba hacer mención de sus orígenes, reconocía que la labor iba a convertirse en una labor de proporciones descomunales. Y, a juzgar por lo tranquilo que estaba Erwin, dio por hecho que ya lo habían puesto al tanto de cierta información privilegiada, de la cual se moría de ganas por enterarse.

—Levi —tragó saliva, y esperó a que se dignara a establecer contacto visual—. Sé que no debería inmiscuirme en tus asuntos, pero ya no puedo seguir así.

—¿Así cómo? —Se volvió hacia ella. Había anticipado que tarde o temprano tendría que encararla.

Giró la perilla hasta devolverla a su posición inicial, lo cual Hange interpretó como un impulso para que continuara con su línea de razonamiento. Al principio, se sintió contrariada por su actitud condescendiente, empero, ya no había marcha atrás.

—No he dejado de pensar en lo que dijo Colt acerca de que le habías robado el frasco, que te lo dio a cambio de unos cuantos secretos de Kiomy —dijo la primer oración con el alma en vilo, pero su voz fue ganando entonación a medida que se envalentonaba. Levi rodó los ojos con hastío, permitiéndole aún desahogarse—. Dicha premisa sugiere que ustedes se conocen y que tienen una especie de rivalidad bastante notoria, aunque todavía no comprendo el motivo. Bueno, no del todo. —Elevó las comisuras de los labios en una sonrisa sugestiva, que se le borró casi al instante.

—¿Y qué esperabas, cuatro ojos? —Se cruzó de brazos—. ¿Que le diera una cálida bienvenida después de lo que hizo?

Tenía un argumento válido, con el que Hange disentía.

—No entiendo cómo logras mantener la calma cuando has estado conviviendo hombro a hombro con los responsables directos de la desaparición de tu amiga —continuó Levi.

Que de repente sintiera la confianza de señalarse a sí mismo como culpable era un indicio de que aquella conversación podía resultar más fructífera de lo que se habría imaginado.

—Sí... Yo tampoco lo entiendo. Es una extraña afición de la que debo deshacerme. —Fingió una risa llena de aire—. Debes saber que no pretendo culparte de nada. Es solo que, a juzgar por lo que acabo de ver ahí abajo, pues... Dudo mucho que aquel sea un simple sótano en el que vas guardando aquellos objetos cuya utilidad has dejado en manos del futuro.

—Me ha bastado con el interrogatorio al que me sometió Erwin esta mañana —añadió él, sin un ápice de culpa, cerrando por completo las puertas.

«Lo que fácil viene, fácil se va», pensó Hange, apretando los labios.

—Levi, no puedes seguir ocultando la verdad —protestó, cambiando su tono amigable por uno que denotaba firmeza.

—Si tanto les preocupa «la verdad» a ti y Erwin, ¿por qué no me dicen que está sucediendo entre ustedes y vamos aclarando un par de cosas? —Acortó la distancia entre ambos—. ¿Qué opinas, cuatro ojos?

—¿Q-qué estás diciendo? —Trató de hacerse la desentendida.

—No creas que no me dado cuenta de las miradas furtivas que se dedican el uno al otro cuando creen que nadie los está observando —le avisó—. Puede que sean inteligentes y decididos, aunque también, demasiado confiados para mi gusto.

Hange no sabía si interpretar aquel comentario como un reclamo o una simple observación que se encaminaba a distraerla de su objetivo.

—Oye, no me cambies de tema. —Se acomodó las gafas y emitió un suspiro prolongado, como para engañar a sus cerebro y así tomar las riendas, como al principio—. Sé que es una de tus mejores armas, pero conmigo no va a funcionar.

—Tal parece que la honestidad no corre por nuestras venas —repuso.

Hubo un silencio intermitente, que duró varios segundos, que a Hange le parecieron una eternidad. Cuando el pelinegro le dio la espalda con la intención de retirarse, optó por dejar de lado las contemplaciones.

—¿Tú... eras una especie de criminal? —inquirió tras reunir el valor de pronunciar las palabras que se había estado guardando.

La pregunta lo desconcertó, al grado de que su pulso tembló cuando vaciaba el agua en una taza, ocasionando que esta se rompiera luego de que hizo contacto con el suelo. Por instinto, dio unos cuantos pasos hacia atrás.

Hange musitó un «Uy» de preocupación, tanto por la loza estrellada como por su propia integridad.

—¿No es obvio? —Se giró para observarla con displicencia, restándole importancia a su conjetura que, aunque fue totalmente acertada, le parecía desagradable. Un sabor amargo inundó su paladar—. Descuida, yo lo limpiaré.

Hange aceptó su pedimento de buena gana. Al fin y al cabo era su actividad predilecta, que de paso le funcionaba para disminuir los niveles de tensión que se le habían acumulado en sus hombros.

Fue como si Levi levantara una barrera invisible que impediría el acceso a información comprometedora. Jamás iba a sucumbir a sus ansias de detalles. Mientras menos supiera, sería mejor para todos. Ella pareció comprender las implicaciones de su renuencia a hablar, así que aceptó la derrota.

—Vaya... No sé qué pensar al respecto —confesó con pesar. Se llevó la mano a la frente, ejerciendo una leve presión en la parte de las sienes—. Tal vez sea mejor que me vaya a dormir—. Levi emprendió la caminata junto a ella para indicarle cómo llegar al sitio, mas ella se lo impidió—. No, no, no. Yo puedo llegar sola.

Dicho esto, su silueta desapareció por el pasillo, y luego subió a través del umbral de las escaleras.


11:20 p.m.

La sospecha bien infundada de Hange lo devolvió a la realidad. Mientras reunía hasta el último pedazo de porcelana que quedó esparcida por el suelo, comenzó a evocar aquellas memorias que creyó que había enterrado en lo más profundo de su ser, para ya nunca verse en la angustiosa necesidad de recurrir a ellas.

Formaban parte de una época oscura de su vida, en todo el sentido de la palabra. No se le pasó por la cabeza que tendría que hacerles frente una vez más, y todo por culpa de la fastidiosa de su amiga, que era casi tan preguntona como Kiomy.

No podía abstenerse de pensar en ella, antes no había encontrado la ocasión para hacerlo. Justo ahí, en medio de la tranquilidad del hogar en el que pasó la mayor parte de su adolescencia, esta apareció sin ser anunciada.

Se estaba haciendo tarde. Ninguno de los tres presentaba señales de fatiga, sin embargo, el cansancio ya comenzaba a pasarles factura. Por suerte, Hange había optado por desaparecer apenas encontró una vía de escape.

Ahora le restaba convencer a otro de sus amigos, quien había permanecido refundido en el sótano con las singulares pertenencias de Levi, hasta que el ruido de las pisadas de este último lo sacaron de su ensimismamiento.

—Deberías ir a dormir —sugirió con voz impostada, mientras hacía una inspección superficial que determinase el nivel de desorden—. Arriba queda una habitación disponible.

El aludido caminaba de un lado al otro. Iba colocando objetos dentro de varias cajas, o los devolvía al sitio asignado en el estante, así que ni se inmutó ante la propuesta de Levi. Un asunto de vital importancia estaba a punto de consumir su reserva de energía.

—Oye, ¿estás ahí? Parece que le estoy hablando a la pared —insistió el pelinegro, ligeramente molesto tras sentirse ignorado.

—Iré en cuanto me digas de dónde sacaste ese maletín.

No había apartado la vista de aquel objeto, al que observaba con una devoción fuera de lo común. Le pareció extraño que mostrase interés, él incluso ya lo había olvidado.

—¿Acaso importa? —Intentó arrebatárselo, pero no contaba con que Erwin se anticiparía, apartándolo exitosamente de su alcance—. Es un pedazo de basura inútil, sin valor alguno —añadió con cierta inquietud, propia del sentimiento de fracaso al que su amigo lo sometía constantemente.

—Te lo voy a preguntar una vez más. —Enderezó la postura, dándole a entender que no le permitiría abandonar el recinto hasta que no obtuviera respuestas satisfactorias. En cambio, a Levi fastidiaba verse rodeado de personas cuya insistencia rebasaba los límites de su entendimiento—. ¿De dónde sacaste ese maletín?

Lo apretujó contra su pecho, sin llegar a dañarlo. Lo tomaba como si fuera sumamente frágil, como si pudiese compartir su sentir al respecto.

—¿Por qué te preocupa? —inquirió alzando una ceja—. Eso fue... hace mucho tiempo. Antes de que nos conociéramos. No veo por qué tendría relevancia en el presente. —Trató de excusarse, fallando en el intento de hacerlo dimitir.

Erwin tomó asiento y extendió la palma para indicarle a Levi que hiciera lo mismo. Él vaciló, no contaba con el ánimo para admitir los pecados con los que cargaba. Primero Hange, ahora él.

Consideró que ese desajuste era otra mala jugada de las circunstancias, que ya de por sí eran revoltosas. Y, por la forma confusa en que se iban desarrollando los sucesos, dedujo que probablemente también se vería en la aburrida tarea de darle explicaciones a una tercera persona.

La diferencia entre Kiomy y los demás era que aún podía mantener ciertos detalles ocultos, valiéndose de su derecho de admisión y, tal vez, de unas cuantas amenazas nada sutiles.

A Levi no le agradaba el modo en que se había dirigido a él. Anunciaba otra agobiante secuencia de confesiones, para la que ya no estaba preparado.

—Hace algunos años, mi padre estaba trabajando en un medicamento que revolucionaría el mundo de la ciencia como la conocemos. Pensaba utilizarlo como auxiliar en tratamientos médicos para las personas que tenían una lenta recuperación debido a padecimientos específicos, ya sabes; para que el proceso de cicatrización y regeneración de los tejidos disminuyera, sobre todo en caso de intervenciones quirúrgicas de alto riesgo —explicó Erwin—. Sin embargo, tanto el ejército como la policía vieron sus avances como una forma de ahorrar recursos. De este modo, podrían destinar todo su esfuerzo a ciertos individuos con habilidades sobresalientes, evitando la continua rotación de personal que fallecía en el campo, o el pago de manutención de por vida. Eran visionarios, debo admitirlo. —Bajó la vista por un segundo, dejando que el desprecio se apoderase de su tono de voz.

»Le ofrecieron una suma millonaria por cederles la patente, pero él se negó. Era su obra maestra, no quería mancharla con dinero de por medio. Tenía alrededor de dieciséis años cuando me llamó a su oficina y me contó que estaba en problemas por hacer lo correcto, que mamá y yo nos mudaríamos con mis abuelos y que él tenía que irse. Omitió mencionar a dónde, por supuesto. A la mañana siguiente, escuché a mi madre hablando por teléfono con alguien y llorar desconsolada. Un par de días después, estaba colocando un ramo de rosas blancas encima de su tumba, en donde se leía el epitafio: «Aquí yace un hombre que hizo bien e hizo mal. El mal lo hizo muy bien y el bien lo hizo muy mal. Él descansa en paz y nosotros también»¹. Todavía me pregunto quién consideró que era una buena idea escribir semejante tontería, parece una broma de mal gusto. —Emitió una risa jocosa que escondía cierto enfado, al que no le dio rienda suelta.

La figura de Levi permaneció inerte mientras lograba asimilar el cúmulo de información que había recibido de golpe.

—¿P-por qué me cuentas todo esto, Erwin? ¿Qué tiene qué ver conmigo y con la mocosa secuestrada? —expresó con dificultad apenas pudo reincorporarse.

Una punzada de dolor apareció en su frente,extendiéndose por todo el rostro, en donde se produjo cierto grado deparálisis. No había logrado establecer la conexión entre ambos sucesos, pero de lo que sí estaba seguro era de que no deseaba enterarse todavía. Erwin pensaba diferente.

—Olvidé mencionar que, en esa última conversación, me entregó esta etiqueta —extrajo de su billetera un pedazo de papel translúcido— y me enseñó a identificar la fórmula original de la que le entregó al ejército.

—¿Hizo dos versiones?

—Tal vez. Eso explicaría por qué lo perseguían. Fue más inteligente que ellos, al menos por un tiempo. —Tragó saliva al escuchar su propia deducción—. A simple vista, es imperceptible. Hay que analizarla bajo ciertas condiciones de luz e inclinarla a un ángulo específico. —Alzó sus dedos por encima de la cabeza, entrecerrando el ojo derecho y examinando la etiqueta bajo la luz moribunda de la lámpara que colgaba sobre ellos—. Desconozco el material con el que están hechas. Eran su sello personal, él mismo las fabricaba. —Extendió la mano hacia Levi para indicarle que repitiera la acción. Sus dedos temblaron al contacto—. Gran parte de los frascos que están en tu poder todavía la conservan y, a juzgar por lo que han permanecido guardados, me atrevo a afirmar sin ninguna duda que eran suyos. Además, yo le hice esta marca al portafolio. —Señaló un desgaste marcado en los bordes y la correa—. No podría olvidarlo.

Sonrió con nostalgia. Entonces, un escalofrío recorrió la espina dorsal de Levi, ocasionando que sus orbes grisáceas se abrieran con total escepticismo.

Una secuencia de imágenes apareció repentinamente dentro de su cerebro. Escenas aleatorias se reprodujeron sin descanso, una tras otra.

Un callejón desierto en medio de la madrugada. La luna en su fase de cuarto menguante. Un hombre bien vestido y con una bata blanca colgando entre sus manos. El gélido viento que le calaba hasta los huesos y que generaba una nube de vapor brotando de sus labios. Aquel edificio de ventanas de cristal que se erigía varios pisos sobre el nivel del suelo...

—Erwin... —dijo en un hilo de voz.

—Perdóname si lo planteé con tal arrojo. No veo de qué otra forma te habrías hecho con ese cargamento que está manchado de sangre, literal y metafóricamente —sentenció con un tono de voz distante, que nunca le había escuchado pronunciar.

—No es lo que tú crees... —musitó—. Estuve ahí, pero...

—¿Lo asesinaste para robarle los frascos? —Un sonoro golpe en la mesa le ocasionó confusión a Levi.

—Yo no sabía que él también tenía un arma —repuso, tratando de ocultar el nerviosismo que lo invadía. Apretó la mandíbula antes de añadir—: Uno de mis hombres murió antes de que pudiéramos completar el encargo y se dio a la fuga, por eso sé que no murió en seguida.

Silencio absoluto. Levi podía escuchar los latidos acelerados de su órgano vital que amenazaba con salírsele del pecho. Erwin le dedicó una mirada estoica, tan aguda que creyó que podía discernir entre sus pensamientos y sus intenciones. Ese temor insano lo impulsó a continuar, sentía que su alma ya estaba expuesta de igual forma.

—Erwin, escucha. Yo... Yo lo hice para sobrevivir, no era nada personal... —Se levantó de su asiento, como para infundirle mayor pesadez a su declaración. No le había sonado convincente—. Olvídalo —suspiró con pesadez cuando no obtuvo lo que buscaba, a saber, una sola palabra que le confirmase que no todo estaba perdido como él creía. Retomó su lugar, con el ánimo vapuleado—. No todos tuvimos la oportunidad de nacer en una familia acomodada, pero tú no podrías entenderlo, ¿verdad?

—¿Alguna vez has reparado en la cantidad de familias a las que dejaste sin padres o a las que les arrebataste a sus hijos? —Minimizó la respuesta acusatoria de Levi.

En otras circunstancias, se habría dejado envolver por una risotada amigable. Este no era el momento ideal, para ninguno de los dos.

—Lo hago a menudo. Son como una pila de cadáveres sobre la que camino en mis pesadillas. Me preguntan qué fue lo que hicieron para merecer aquel infame destino. No he encontrado una respuesta satisfactoria para todos, y sé que nunca podré hacerlo. —No estaba seguro de querer continuar con aquel ejercicio, aunque le pareció lo más viable—. Pero no puedo emplear el resto de mi vida preocupándome por lo que pudo ser y no fue, ni darme el lujo de arrepentirme a la menor provocación. Espero hallarle sentido a todo esto algún día.

Le clavó la mirada con el fin de recalcar el origen de aquella forma de pensar. En lo más profundo de sí, Erwin sintió una punzada de orgullo que le hizo olvidarse por un instante del problema en que estaban metidos.

—Nunca dejas una misión inconclusa, ¿eh? —insinuó, valiéndose de un tono más amigable.

—No es mi estilo.

—Démosles a esos bastardos lo que quieren. Tengo en mis manos el poder de salvar a una persona importante para mí, y no dudaré en hacerlo —concretó—. Hiciste bien en conservar una parte del motín. —Levi agachó la cabeza. No lo consideraba como un halago ni una hazaña digna de ser aplaudida—. Espero que no te importe, me quedaré con un recuerdo.

Apuntó con la vista hacia el portafolio y volvió para encontrarse con la suya. El pelinegro optó por mantener una actitud neutra. Después de todo, aquel objeto no le pertenecía.

Bajo la custodia de un sucesor del dueño quizá dejaría de ser un simple pedazo de cuero y llegaría a convertirse en una reliquia de valor sentimental. Creyó que tomaría consigo uno de los frascos, sin embargo, al no percibir iniciativa de su parte, decidió abstenerse de hacer algún comentario al respecto. Era un tema distinto al que le ocasionaba un cargo de consciencia.

—Cuando todo esto termine, ¿qué pasará con nosotros? —inquirió con voz trémula.

—¿Te refieres a cuando rescatemos a Kiomy y las cosas vuelvan a su curso habitual?

—Ummm... —Se limitó a asentir un par de veces.

—No estoy enfadado contigo, si es lo que te preocupa. Aunque no lo creas, soy capaz de entenderlo.

Levi no esperaba obtener aquella respuesta de parte de Erwin. Si bien las felicitaciones no tenían cabida, tampoco se consideraba un merecedor de la empatía de su amigo, nombre provisional que le otorgó a causa de su distintivo estado de shock.

—¿Qué es lo que entiendes? ¿De verdad me estabas escuchando, o lo dices solo porque sí? —Si era momento de sacar a relucir verdades de antaño, sería justo que fueran parejos.

—Tú no quisiste asesinar a mi padre por gusto ni porque representara una amenaza para tus intereses. Para mí, es suficiente con saber que no lo disfrutaste, estabas cumpliendo órdenes —concluyó, sin dar cabida a lamentaciones posteriores—. Es lo que siempre te has sentido inclinado a hacer.

Parecía una respuesta ensayada, pero aquella posibilidad carecía de sentido pues recién se había enterado.

Levi se asombró de lo rápido que digirió la noticia, creyendo que la resignación era lo único a lo que podía aferrarse. Golpearlo hasta que los vasos capilares en sus nudillos terminaran rompiéndose no iba a devolverle la vida a aquel hombre que se la dio a él.

Había elaborado una respuesta ambigua con premura, sin embargo, no fue capaz de concretarla cuando fue conveniente.

—Tal vez sea buen momento de que le digas la verdad a Kiomy, no creo que puedas seguir con esta farsa durante mucho tiempo —sugirió Erwin, cambiando el rumbo de la conversación de manera drástica y sin razón aparente. Al menos así llegó a considerarlo Levi.

—¿Farsa? —Ladeó el cuello.

—Prométeme que vas a hacerlo antes de que sea demasiado tarde —reiteró.

—No puedo hacerlo. Esto es más grande que yo, ¿entiendes?

—¿Te empeñas en salvarla porque se convirtió en la pieza clave de tu trabajo, o existe otro motivo?

Su cuestionamiento guardaba la intención de sembrar dudas en su agitado corazón. No era la primera vez que empleaba ese método con él, podría funcionar de nuevo y arrojar resultados imprevistos.

—Sabes que no puedo permitir que se muera por dos razones. Habla claro y déjate de rodeos —ordenó—. ¿Qué insinúas?

—¿Y cuál de esas tiene mayor relevancia para ti? —Entrecerró los ojos, gesto que dejó desconcertado a Levi.

—Oye —replicó.

—¿El que te mueve es tu sentido del deber impuesto por un montón de individuos que se aprovechan de tus habilidades, se trata de la promesa solemne que te hiciste luego de aquel desastre? —planteó con aires de suspicacia.

—Detente ahí. —Lo señaló con el índice. Fue cerrando la mano gradualmente, hasta formar un puño que terminó recargado en la superficie de madera—. No cabe duda que parece el día de las confesiones, pero no quiero hablar sobre ella.

—Inténtalo.

—Es que... Yo no puedo... —tartamudeó. Una fuerza desconocida le estaba oprimiendo el pecho, y le causaba temblores.

—No te esfuerzas lo necesario.

—¡No dejaré que nadie más muera por un error mío! —exclamó—. ¿De acuerdo? ¿Ya estás feliz?

Se llevó la mano a la frente, dibujando círculos que le brindaban la falsa ilusión de que podía detener el curso de sus alterados pensamientos.

Resulta agobiante jugar al intruso en una mente ajena, la introspección forzada resultaba aún más agotadora. Fue como si lo hubiese forzado a emprender un viaje al centro de mando, en el que enfrentó simbólicamente el área desconocida de la Ventana de Johari, donde guardaba aquellos aspectos que nadie conocía, ni siquiera él mismo.

—Supongo que venir aquí te abrió unas cuantas heridas. —Alzó ambas cejas mientras se acariciaba el mentón—. Dime, Levi, ¿hasta cuando vas a seguir negando lo que sientes?

—Sé lo que estoy haciendo, ya habíamos hablado de esto. —Empezó a caminar de un lado al otro junto a la mesa—. Además, ¿de dónde viene tu repentino interés por lo que sucede con ella? Te ofreciste para venir de inmediato, te saltaste las clases sin una pizca de preocupación por las faltas y has evadido las preguntas de los entrometidos de nuestros compañeros.

—Si no te conociera de la forma en que lo hago me atrevería a firmar que estás celoso de que me preocupe por Kiomy —dedujo luego de analizar su rostro cabizbajo y la forma iracunda en que apretaba los puños—. ¿Acaso ocurre lo mismo con Hange? Estás consciente que somos amigos, ¿cierto? Y que tenemos tanto derecho como tú de quererla y desear que esté bien —agregó a modo de recordatorio.

Levi chasqueó la lengua antes de responder.

—En lo absoluto —sentenció con indiferencia—. No pongas palabras en mi boca. Eso de no dormir bien ya te está afectando, igual que a Hange.

Detrás de la fachada de indiferencia escondía un interés genuino por el bienestar de Kiomy. La reiterada obsesión por negarlo implicaba que no podía permitirse desnudar su alma por completo en una sola noche; era otro de los detalles que pensaba omitir apenas redactara la versión final de la historia que estaba a punto de llegar al clímax.

—El primer paso para aceptar la verdad es reconocer que no eres un tonto por creer lo contrario —le recordó.

—La única verdad por la que pienso preocuparme en este preciso instante es que ella volverá a su vida antes de que se ponga el sol el día de mañana. Yo me encargaré de eso, tenlo por seguro —declaró con firmeza.

—Si tú no se lo dices, me veré obligado a hacerlo yo —añadió con la finalidad de ejercer presión y que de este modo se diera cuenta de que hablaba en serio.

—¿Acaso perdiste la cabeza? No puedes hacer eso.

—¿Por qué no? Legalmente, estoy fuera de la División, así que sus acuerdos de privacidad en el manejo de datos no representan un impedimento para mí.

Siempre le pareció injusto que lo degradaran a aprendiz apenas se esparció la noticia del fallecimiento del doctor Smith. Con las emociones a flor de piel, lo último que le interesaba era pelear por un sitio en aquella organización que no hizo nada para protegerlo a expensas del riesgo que corría, y del cual ellos eran los responsables indirectos.

—Eso lo dudo, tomando en cuenta que eres el único hijo de su científico «estrella». Sin ofender —aclaró, ocasionando a su interlocutor la primer sonrisa sincera que había visto desde que puso un pie fuera de la cama—. Además, ¿a ti qué te importa si le miento o no? Siempre sales con lo mismo. —Puso los ojos en blanco, su semblante retomó la seriedad que lo caracterizaba—. ¿Acaso te gusta? No, espera... —interpuso la palma abierta frente al rostro de su amigo para indicar que aún no terminaba—, ¿qué no te gustaba Hange? —Sus ojos azules se tornaron opacos de repente—. Eres un...

—Estás sacando conclusiones erróneas. —Lo paró en seco—. Yo solo quiero que seas honesto contigo mismo y que sopeses las consecuencias a largo plazo que traerán tus decisiones.

—Precisamente por esto es que me mostré reacio a que vinieras. Sabía que en algún momento te iba a dar por hacerte el «justo en demasía» y criticarías mi forma de conducirme.

—No es mi intención. No eches en saco roto lo que acabo de decirte.

—Lo tomaré muy en cuenta la próxima vez que hablemos de relaciones amorosas. Se ve que eres experto en el tema —mencionó con sarcasmo.

Debido a la agitación a la que se vieron sometidos, no prestaron atención a sus alrededores, hasta que una voz somnolienta decidió pronunciarse de la nada.

—¿Podrían hacer silencio? La gente está tratando de dormir —pidió Hange, en medio de un bostezo prolongado. Andaba descalza y solo se había cambiado la camiseta—. Bueno, Levi, tú no vas a estar a gusto hasta que alguien te ponga en tu lugar de una vez por todas, ¿verdad? —bromeó, logrando despejar la tensión acumulada.

—No olvides que estás en mi casa, y si yo quiero, puedo enviarte a dormir allá afuera, olvidando conscientemente prestarte una manta para que te congeles —la amenazó, borrando todo rastro de jugueteo en su mirada adormecida.

—¿Quién quiere un té? 

¹Aclaro que no lo inventé yo. Desconozco si dicho epitafio existe en realidad o es una especie de montaje, pero por si las dudad, lo encontré en la siguiente liga: http://elcajondelosconocimientos.blogspot.com/2016/02/epitafio.html

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top