Capítulo 25| Tensión

Vi un jardín cubierto de pasto acromático, que parecía extenderse hasta los confines de la tierra, así como una línea negra lo atravesaba por la mitad.

Por instinto, empecé a caminar despacio, siguiendo el camino trazado delante de mí. Aunque no había rastro de viento y la quietud podía sentirse hasta los pulmones, no me embargaba una sensación de tranquilidad.

Mi corazón latía a un ritmo acelerado. El miedo pasó a depositarse dentro de mi estómago, generando un vacío angustiante. Fue en medio de esa sensación sobrecogedora que creí ver una silueta retirada, pero no demasiado como para distinguir que estaba dándome la espalda.

Antes de que pudiera acercármele, noté que en el suelo debajo de mis pies se formaron grietas similares a manchas de tinta, que iban abriéndose camino de forma gradual. Pensé que caería a un precipicio sin fondo, por lo que me empeñé en dar pasos sobre las superficies que aún conservaban su color natural.

De aquella silueta emergió una figura, un monstruo genérico de cuya piel se desprendían llamaradas similares al fuego, sin llegar a quemarse. Comenzó a perseguirme.

Al principio, sentí que no me alejaba en lo absoluto. Él venía detrás de mí, y yo era incapaz de moverme. Era implacable, como el entero de la furia reprimida que llevaba a cuestas.

Luego de correr y correr a través de un pasadizo interminable, me di cuenta de que lo había perdido. Me detuve para recuperar el aliento y meditar en lo que estaba sucediendo, hasta que llegué a una habitación en la que encontré un ojo enorme, colgando sobre la nada, un ojo que podía «predecir maldición, ruina y destrucción», de acuerdo con su placa.

Sentí un impulso voraz de ingerirlo. La consistencia entre mis dientes era equiparable a la de una pelota de hule: hueca, pero blanda. Quise arrancarle una parte de la esclerótica.

Y conforme iba desapareciendo, no dejaba de observarme con su aterrador iris de color escarlata. Comenzó a llorar un río de sangre, impidiéndome avanzar nuevamente.

Más tarde, vi a «La tristeza» asomándose por mi ventana. Sombras aparecieron en medio de una densa neblina gris, con sus ojos centellantes y mirada furiosa. No podía distinguir la luz a través de ese espejismo.

—¡Suéltenme! ¡Yo no pertenezco aquí! —imploré con la voz desgarrada.

Me resistí lo más que pude, aunque no hicieron caso de mis súplicas. Manos huesudas me taparon la boca, otras me tomaron por las muñecas e inmovilizaron mis piernas.

Me llamaron con vehemencia, hasta que yo les correspondí. Estaba cansada de aquel suplicio. Arrancaron cada pedazo de mi carne con sus afiladas uñas, hasta llegar a mis entrañas, las cuales regaron por todo el suelo. Se las dieron de comer a las aves de rapiña.

Sentí cómo me tomaban y envolvían en sus brazos. Poco a poco, abandoné mi cuerpo y me transformé en una de ellas.

Me aclamaron en medio de alaridos culposos y súplicas tan entrañables como desgarradoras, que podrían dañar la fragilidad mental del más estable. La voz que se alzaba por encima de las demás le ordenó al monstruo que vomitara sus órganos encima de mí.

—Tú eres la única capaz de detenerlo —me dijo sin un ápice de emociones, como si hubiera adivinado lo que pensé al fundirme con él—, ¡levántate y actúa!

Me desperté sobresaltada y con la respiración frenética. Incliné la cabeza hacia adelante y percibí el sudor frío cayendo por mi frente. Estaba temblando.

Quise gritar, pero me alcancé a taparme la boca mientras una lágrima caía sobre mi mejilla. No tenía la costumbre de despertar a quienes me rodeaban luego de tener un mal sueño, sin embargo, el nivel de preocupación terminó por rebasarme.

—¿Estás bien? —preguntó Hange.

—N-no... del todo —respondí en medio de sollozos.

Estaba tan afectada que ni siquiera contemplé la opción de mentirle. Sufría las consecuencias de no mantener mis emociones a raya, las cuales terminaban manifestándose en forma de pesadillas.

Apenas terminé la frase cuando ella ya había entrado a mi habitación. Examinó mi rostro someramente y fue a encender la luz del corredor, una idea acertada para no permanecer a ciegas, sin encandilarnos. Regresó con una pastilla y un vaso de líquido cristalino.

—Lo que te hizo no tiene nombre —dijo tras colocar el vaso encima del buró y ofrecerme la píldora—. Nosotros tomaremos cartas en el asunto.

Elevé las comisuras de los labios ante su comentario. Significaba un regaño bien merecido para él.

Ese «nosotros» que mi amiga utilizó fue como un cese al viento en medio de la tormenta. El hecho de que hablase en plural reafirmó la confianza que le concedía a su capacidad de ayudarme. Anhelé que llegase el día en que terminaran de afianzar sus sentimientos sin que nada ni nadie se interpusiera en sus planes. Quería que fuera feliz con quien ella decidiera, se lo merecía.

—Te lo agradezco, pero dudo que comprenda la gravedad del asunto. Su terquedad no conoce límites —reconocí tras limpiarme la cara con el dorso de la mano—. No quiero ni imaginarme como quedó el otro.

Una serie de diapositivas comenzaron a reproducirse dentro de mi mente. Sentí un dolor aplastante en el pecho cuando llegué a la parte en la que le pedí que se detuviera.

No discernía qué era lo que me causaba mayor conflicto: reconocer sus niveles de culpa o la indiferencia con que había lidiado con las críticas. Las personas que no le tomaban importancia a la opinión de quienes los rodean disfrutan de una libertad desconocida para mí.

—Oye —colocó su mano encima de mi hombro—, no es tu culpa que Levi se descontrolara y le diera una paliza a ese pobre chico.

—Lo sé... ¡Si tan solo lo hubieras visto! —Apoyé la mandíbula sobre mis rodillas, escondiendo mi rostro—. Estaba fuera de sí, como una animal que no estaría conforme hasta que su presa ya no pudiera levantarse.

—Sí, eso escuché. Es muy aterrador cuando se lo propone... ¿Sabes? Le he dado muchas vueltas, y creo que solo estaba buscando quien se la pagara.

Captó mi atención de inmediato. Yo no había tenido tiempo de darle el beneficio de la duda, pues me había estancado en mis propias ideas.

—Pude haber sido yo —suspiré.

—Pero no fue así.

—Eso no lo hace menos horrible. Y todo en afán de protegerla...

—¿No habías puesto en consideración qué fue lo que lo hizo enfadar? —planteó con suspicacia—. Piénsalo. Ambos estaban bien hasta que la bajaron del escenario. Tal vez sucedió algo durante ese lapso.

—Pues yo no tengo la culpa de que alguien haya tenido el valor de decirle sus verdades y sea incapaz de tolerarlo —repuse.

—No digo que lo justifiques, solo que trates de ver más allá. —Yo mantenía el ceño fruncido, ella me dedicaba una mirada comprensiva—. Sé que aún estás molesta, y no te culpo. En tu lugar, yo también lo estaría. Ya verás que todo saldrá bien.

Me alegré de que no hubiese recurrido a una fuerte sacudida para hacerme entrar en razón.

—Que así sea.

—Me quedaré contigo esta noche. Pero antes, iré a prepararte una taza de té —ofreció con su voz cantarina de siempre—. Prometo que será mejor que el suyo. 

Había ocasiones en las que sentía que todos a mi alrededor me observaban. Que estaban planeando atacarme mientras se burlaban de mí por pensar que todo marchaba de maravilla y que nunca iba caer de mi nube. Ya tenía suficiente con mi propia desdicha como para que los demás se esmerasen por aumentarla.

Me avergonzaba de tener que disimular mi herida con maquillaje en polvo, aunque me reconfortó conseguirlo sin gastar demasiados recursos. El proceso era similar a cuando escondía las marcas que me dejó el acné hace un par de años.

Colocarme unos lentes oscuros me parecía una opción un tanto viable. De todas formas, la causa era de dominio público. Al menos nadie se percataría de las heridas internas, y a pesar de que mi estado físico era una representación de estas, no les daría la oportunidad de verme derrotada.

Si daba mi brazo a torcer y desbordaba mis emociones, me estancaría por lo menos un día completo, un día valioso que bien podría invertirse en actividades de mayor provecho.

Lo más difícil era tolerar la hinchazón en los ojos. No había usado antes una infusión de manzanilla como la que me preparó Hange, la cual resultó muy efectiva. Era incómodo irse a dormir sin poder cerrarlos y con la sensación de que pesan toneladas.

También me molestó no ser capaz de respirar de forma adecuada y tener que abrir la boca constantemente para tomar aire. No lo sabía, la inflación de la membrana que cubre la nariz quedaba obstruida por el paso de las lágrimas. Por eso no debía llorar así, de ahora en adelante.

En fin, al evaluar el entero de las consecuencias de dejarme llevar por sentimientos negativos, llegué a la conclusión de que no deseaba perder la energía que necesitaba para rendir en la escuela, que más me valía tranquilizarme.

Me costó reunir el valor de no mirarlo a los ojos cuando llegué a mi asiento. Ni siquiera se molestó en saludar, no me extrañaba. Tampoco era que me hiciera falta.

Fui incapaz de concentrarme en las clases. Las voces de los maestros me parecían un susurro apenas audible. Tenía los ojos hinchados y me dolía la cabeza. Algunos me lanzaban miradas condescendientes, acto que no contribuía a que me sintiera mejor.

A él no le preocupaba la opinión pública, se quitaba a todos de encima con indiferencia. Solo esperaba que diera la una de la tarde para volver a mi habitación y tomar una siesta sin las ataduras de la alarma.

No almorzamos juntos. Durante el descanso, salí al patio para buscar una mesa en lo más recóndito, no quería ser molestada. Últimamente Hange estaba absorta en sus proyectos, así que tuve que prescindir de su compañía. Su atención de enviarme un mensaje fue lo que agradecí en silencio.

Había notado que la mayoría de las personas tendía a alejarse de aquellos con un brío apagado, como si al compartir el espacio con nosotros absorbieran nuestra energía. No lograba discernir en el caso de Levi y yo quién le robaba la vitalidad a quien. Lo más probable es que él fuera quien me la quitaba, y al mismo tiempo, era el único capaz de devolvérmela. Eso no me agradaba.

La última clase fue un completo alivio. El maestro se limitó a dictar cinco problemas que revisaría al final, dándonos la facilidad de entregarlos al día siguiente, aunque con una calificación ligeramente inferior. Me quedé observando los enunciados, no pretendía levantar el lápiz ni por error. Aguardaba en quietud, expectante de que las manecillas del reloj siguieran avanzando.

Una vez leí que los nativos de cierto país tenían la costumbre de comerse a sus enemigos con el fin de obtener sus poderes. En especial, les interesaban los ojos, porque creían que así podrían ver a través de los de sus contrincantes. Me preguntaba a quién le pertenecía el ojo que devoré en mi sueño y por qué me deshice de mi cuerpo físico de manera tan gráfica.

Mientras hacía garabatos en la última hoja, Hitch se acercó a mí y me ofreció copiar sus problemas, argumentando que estaban bien resueltos. Aquel acto de amabilidad me conmovió: era la calidez humana que había estado esperando, aunque no precisamente de parte de ella, quien fue la única que me observó con verdadera empatía.

Me di prisa al escribir y terminé unos minutos antes de que la clase finalizara. El maestro notó mi falta de empeño y mis ojos apagados, pero se abstuvo de hacer algún comentario. Antes de irse, Hitch mencionó que estaría en la biblioteca, por si tenía ganas de hablar con alguien.

Le di las gracias para comenzar a guardar mis cosas en la mochila, una por una, como si fueran más pesadas de lo que en realidad eran. Me dio la impresión de que Hitch no quería irse, mas no trató de persuadirme para acompañarla. Ya había empezado a conocerme.

A estas alturas, me urgía salir huyendo para que nadie me viera, no creí que pudiesen entender los sentimientos que me embargaban. Tenía que escribir el sueño para tratar de darle un significado, eso mantendría ocupada mi mente. Sí, era justo lo que iba a hacer.

—Tenemos que hablar —dijo aquella voz que yo tenía grabada hasta los tímpanos y que anunciaba la destrucción completa para mi frágil estado.

Quedé petrificada. No sabía cómo reaccionar, puesto que me había ignorado durante los pasados dos días. Fue muy astuto al esperar que el salón quedara vacío, me sentí una idiota por haberle concedido la oportunidad de abordarme. Tal vez fue porque lo estaba esperando.

—No tengo nada que decirte —le respondí fingiendo desinterés.

No quería dar la apariencia de estar desesperada por un poco de atención de su parte, así que continúe caminando rumbo a la salida, ese era mi único objetivo. Si lo que me impedía respirar el mismo aire que él era orgullo, tristeza o coraje, no lo sabía con certeza. Todas las sensaciones enlistadas eran igual de nocivas.

—Le pedí que se alejara de nosotros, ¿de acuerdo? —soltó de repente.

Ya me había planteado las distintas frases que emplearía para retenerme y cómo me negaría a prestarle atención, aunque nunca imaginé que semejante ridiculez pudiera salir de sus boca.

—Suena como la última voluntad de un reo a punto de ser colgado en la horca —espeté con ironía.

Fue entonces que comenzó una incesante pelea entre lo que sentía y lo que pensaba. Él tenía derecho de manifestarse, y yo también podía elegir no escucharlo.

Mis pies no respondieron a la orden de seguir avanzando. El corazón quiere lo que quiere, y el mío estaba perdido en el lado oscuro de la luna, del cual él era el dueño.

—Es verdad. Ya no volverá a molestarnos, me encargué de eso. Pensé que te habías dado cuenta.

—¿Y te has puesto a pensar a qué se debe? —rechisté, poniéndome a la defensiva.

Giré para ver la expresión que se había formado en su rostro. No supe cómo interpretarla. Era una especie de remordimiento combinado con un enorme esfuerzo para no demostrarlo.

De haber permitido que yo notara su vulnerabilidad, lo habría rodeado entre mis brazos de inmediato. Juré que la siguiente ocasión en que tuviese el honor de presenciar dicha escena ya no iba a contenerme.

—Ustedes son tan parecidas que...

—No —interrumpí con brusquedad—. No nos parecemos en lo absoluto. Yo tengo cordura, y jamás vendería mi dignidad con tal de atraer la atención. No vuelvas a compararme con ella.

Odiaba que me pusieran en entredicho, en especial cuando la otra persona no era de mi completo agrado o no la consideraba un ejemplo digno de imitar.

—Está bien, no era mi intención —justificó su calumnia, y agradecí que lo hiciera. Aún estaba dispuesta a largarme—. Lo que quiero decir es...

Se detuvo a meditar con prudencia en lo que añadiría a continuación. Seguro se dio cuenta de que el fuego comenzaba a arder y no pretendía echarle más leña, aunque no me molestaría arrastrarlo conmigo. Era lo que hacíamos últimamente, ya hasta le había empezado a encontrar el lado divertido.

—¿Por qué hasta ahora? —Me pareció que había pasado un tiempo considerable para que ordenara sus ideas.

Él pareció comprender de inmediato a qué me refería con exactitud. No trató de hacerse el desentendido, y esa fue la gota que derramó el vaso. Era la oportunidad que había estado esperando, dejarla pasar sería imperdonable.

—¿Y si nos sentamos en la banca que está aquí afuera? —Señalé con la cabeza. Lo hice anticipando que se fuera a poner violento de nuevo.

Por más que deseara confiar en él, mi sexto sentido ya había activado una alerta. Percibí un rayo de esperanza iluminando su rostro, que se había mantenido taciturno hasta ahora, mas no era suficiente para que bajase la guardia.

—¿Y bien? —lo animé a continuar.

—Estaba... molesto por algo que dijo sobre ti.

—¿Y ese era un motivo válido como para iniciar una pelea? —Tenía la clara intención de ayudarlo a razonar.

Las preguntas guiadoras eran un arma eficaz cuando se sabe cómo utilizarlas, y con Levi dispuesto a hacer las paces, no había manera de que fallaran.

—¿Fue tan grave como para que yo tuviera que lidiar con las consecuencias? —No pretendía que sonara como regaño. Con el de Erwin y Hange ya debió bastarle—. Porque tal vez lo habías pasado por alto, pero tu decisión me afectó. Deja de verme con esa cara, ya ni siquiera me duele —añadí al percibir que la luz le otorgaba mayor claridad a mi rostro. Incluso el más despistado podía ver lo que ocultaba debajo del maquillaje. Dudé que si quiera le preocupase, la meta era que dejara de mirarme con insistencia porque me estaba cohibiendo—. No trato de buscar culpables, solo debes saber que lo que hiciste no estuvo bien.

Fijé la vista en un árbol en la planta baja, cuyas hojas marrones comenzaban a desprenderse, generando un manto por toda la superficie.

En cierto sentido, yo era como él. Atravesaba diferentes estados de ánimo de acuerdo con los acontecimientos que se presentaban en mi vida. A veces me encontraba en medio de intensas nevadas, y otras, en un prado revestido de flores, respirando el dulce aroma del viento que besaba mi piel. Justo en ese momento, estaba mudando follaje. 

El otoño se acercaba, en el sentido de que había renovado mi forma de verlo. Qué animador fue comprender que ninguna estación duraría para siempre.

Enderecé la postura y apoyé los puños sobre mis piernas. Mi técnica estaba dando resultado, lo que me hizo sentir complacida y cobrar valor.

—Sabes que no quise herirte.

—Pero así fue. No puedes ir por la vida golpeando a todo aquel que se te ponga en frente. —Lucía meditabundo, semblante que se intensificó con el paso de los minutos, en los que se mantuvo callado—. ¿Te comió la lengua el ratón? Tch. Típico de quien es incapaz de enfrentar las consecuencias de sus acciones.

—No soy el único. No trates de tomarme por idiota, porque no lo soy —vociferó en son de reclamo, lo cual me pareció fuera de lugar dadas las circunstancias.

—Ah, ¿ahora sí hablas?

—Cuando te quejaste de que Petra se robó tus lentes, dejaste la frase inconclusa, y yo no insistí porque creí que estaba invadiendo tu privacidad. —Me clavó los ojos como si fueran dos cuchillas afiladas que podían adentrarse en lo más profundo de mi ser, lo que ocasionó que me removiera en el asiento.

El conocimiento previo de una verdad significativa se leía en aquella mirada acusatoria. Creí que lo había subestimado al pensar que no se daría cuenta de aquel detalle que omití con la clara intención de hacerlo. Bien decían que la guerra no terminaba hasta que el enemigo muere o se rinde mediante la firma de un acuerdo. Yo tenía todas las de ganar esta batalla, pero él nunca se había quedado atrás.

—Tienes una memoria excelente, no puedes fingir que no lo recuerdas —continuó. No contesté, mi mente decidió ponerse en blanco cuando más la necesitaba—. ¿Ahora tú tampoco dices nada?

Fue astuto al desviar el tema para que ahora yo me sentara en el lugar del acusado, no podría haberme preparado para aquella maniobra.

Apreté los ojos para ordenarle a mi cerebro que suprimiera las funciones de sudoración y disminuyera la temblorina en ciertos miembros, dichas señales delatarían que estaba a punto de mentirle.

No era así cómo me gustaría que se enterase, en medio de una plática informal que no retomaríamos por segunda ocasión.

—¿Qué quieres que te diga? —resoplé.

—¿Tú lo escribiste?

Me hice pequeñita al escuchar su pregunta. Definitivamente, hoy no debí levantarme de la cama.

—¿Por qué piensas eso? Ni que tu nombre fuera el único que inicia con esa combinación. —Traté de sonar sarcástica, aunque por dentro estaba hecha un manojo de nervios.

—Eso no responde mi pregunta.

—No, Levi. Si tú me gustaras —«¿qué estás haciendo?»—, y no digo que sea el caso —le advertí señalándolo con el índice—, créeme que no te lo haría saber de esa forma. ¿Qué necesidad de enterar a todo el mundo? —Me di cuenta de que mi pie se movía de adelante hacia atrás, así que cerré el puño y le deposité un golpe leve. No había caminado con precaución por las orillas del precipicio como para caer al vacío justo en el último tramo—. Y no me cambies de tema... Entonces, ¿fue por venganza que no me quisiste contar lo de Petra?

Mi corazón se había agitado casi al mismo ritmo que cuando estaba en medio de una carrera. No podía creer que lo había logrado.

—Puede ser.

—¿Y qué es eso tan grave que dijo de mí, si se puede saber?

—Te comparó con un animal rastrero.

—Ya fui una cucaracha una vez en la vida. —Me observó confundido, y yo hice un mohín de gracia. Puede que no esperase que lo tomara con humor, todos teníamos un as bajo la manga. Antes de que me interrumpiera, añadí —: El uniforme de la secundaria. ¿Y por qué te molestó tanto si tú ni siquiera eres capaz de llamarme por mi nombre? Desde que nos conocemos, te has dirigido a mí como «mocosa», ¿qué más da si ella me pone un apodo estúpido? Ya estoy acostumbrada, además, yo también tengo uno para ella.

Pelos de zanahoria. Qué original.

—Eres tan madura...

—Gracias, en eso también nos parecemos. —Todavía evitaba el contacto visual conmigo—. ¿Estamos jugando a quién aguanta más sin decir una palabra? Porque en ese caso, tú ganaste —me burlé luego de alzar los brazos de manera exagerada, para reforzar mi punto.

—Oye... Lo lamento, ¿sí? —musitó.

—¿Qué dijiste? —Le dediqué una risa jocosa, con lo que conseguí ocasionarle vergüenza.

Él se cubría la nariz y la boca con la mano derecha con el fin de que su sonrojo pasara inadvertido. Pero era justo así como quería tenerlo: en apuros. El inalterable Levi Ackerman se estaba disculpando por primera vez en quien sabía cuántos años, y yo tenía el deber de prolongar su creciente agonía, solo un rato más.

—Ya me escuchaste —declaró.

—Vas a decir que es una coincidencia, pero también estoy medio sorda. —Apunté a mis oídos con una sonrisa enorme.

—Lo lamento. —Terminó de concretar con voz firme.

Ahora sí ya no me quedaban dudas.

—Con eso no se quita el golpe. Y no me refiero únicamente a mí.

—¿Insinúas que debo disculparme con él?

—Es un buen inicio.

Los hechos valen más que mil palabras. En el transcurso de la semana, terminé de convencerme de que Levi no mintió respecto a lo que había dicho sobre nuestra "amiga".

Entender que me había defendido de ella me devolvió la paz mental. En cuanto al asunto de mi nombre... aún no se resolvía. En realidad, nunca me había causado oprobio.

A veces sentía que le daba cabida al drama sin razón aparente. A estas alturas, había perdido relevancia.

En efecto, Petra ya no se le acercaba. De hecho, ni siquiera lo miraba a la cara, actuaban como completos desconocidos. Al contemplar su rostro, no podía dejar de pensar en el estribillo de esa maravillosa canción de rompimiento que se convirtió en mi himno en cierta época de mi adolescencia:


But you didn't have to cut me off

Make out like it never happened and that we were nothing

And I don't even need your love

But you treat me like a stranger and that feels so rough...


No lo hacía en afán de burlarme. En serio esperaba que los papeles no se invirtieran y terminase aplicándome a mí misma el botón de «repetir» una vez más.

Para su desgracia, a mí no pudo evitarme del todo, gracias a que nos unía el equipo. Cuando dictaba alguna instrucción, ella se limitaba a asentir y esbozar una sonrisa fingida. Por lo menos no trató de sabotear todo mi duro trabajo, se lo había tomado con algo de madurez. Sea lo que sea que él le hubiera dicho, le había calado en lo más profundo.

Sin embargo, todavía necesitaba otro punto de vista respecto a lo sucedido. Hange por supuesto estaba feliz de que hubiéramos arreglado nuestras diferencias (por milésima ocasión), pero nadie mejor que Colt para ayudarme a mantener los pies al suelo. Los hombres poseían una forma muy particular de ver el mundo, y la opinión de uno de los congéneres de Levi no me haría daño.

Lo encontré en la parte trasera de la tienda. Me acerqué con sigilo y lo asusté luego de apretarlo por los costados. Me miró como si hubiera presenciado un fantasma. Yo me reí tanto que tuve que apoyarme en las rodillas para no caerme.

—El sol está a punto de ocultarse, ¿por qué traes esas cosas? —me preguntó luego de volver a su color natural.

—Larga historia —dije mientras apartaba los anteojos oscuros de mi vista.

Al principio, no creyó que fuera un moretón. Tras observarlo, su semblante cambió de avergonzado a confundido y, finalmente, se tornó airado.

—No me digas que ese imbécil...

—No, no te adelantes. —Me apoyé en la pared sobre mi espalda—. Déjame contarte qué sucedió.

Comencé diciéndole que hubo una parte del festival en la que las cosas se tornaron extrañas, hasta que desencadenaron una pelea en la que la única persona que tuvo el coraje de intervenir había salido herida.

A ratos, fijaba la atención en un punto indefinido. Después, volvía a posar sus ojos sobre mí.

—Y de seguro lo perdonaste así como así —resopló una vez que terminé de contarle la historia.

Yo no lo habría dicho de forma tan atropellada, aunque en teoría, estaba en lo correcto.

—Pues... —Entrecerré los ojos y el negó con la cabeza.

—Ay, no cabe duda que tú no aprendes —me reprendió.

—Por eso vine a buscarte. En algunos aspectos me recuerda a... —tragué saliva, insegura de pronunciar su nombre—, tú sabes quién. Aunque claro, él nunca me golpeó.

—No te golpeaba, pero sí te trataba como si fueras un objeto de su propiedad y se aseguró de controlar cada aspecto de tu vida. No te golpeaba, pero solía echarte la culpa de sus problemas y hacía que le pidieras perdón por cualquier cosa. No te golpeaba, pero casi te...

A eso se exponía uno cuando va en búsqueda de la verdad. Aquellas heridas habían cerrado, mas nunca desaparecieron por completo. No tenía ganas de volver a abrirlas, por ahora.

—Bien, bien. Ya entendí —refunfuñé.

—¿No te das cuenta de que estás cayendo por el mismo precipicio?

—¡Él es diferente! —exclamé, contrariada. Aún me dolía que lo difamasen.

—¿Diferente? —se burló, poniendo los ojos en blanco—. ¿Te estás oyendo a ti misma?

Típico argumento de la chica que estaba en medio de una relación tormentosa. ¿Había caído tan bajo como lo suponía?

—Dime la verdad, ¿para qué me buscaste? —continuó. Tuve el presentimiento de que no le había agradado enterarse de lo sucedido.

—Ya te lo dije, necesitaba una opinión del género contrario.

—¿Segura que no querías restregarme en la cara a tu nueva conquista?

—¿Qué dices? —Alcé una ceja—. No, Colt, yo... Tenía ganas de verte.

—¿Verme? ¿En serio? —replicó. La incredulidad se había apoderado de su tono, y no parecía que fuera a apartarse.

—En eso quedamos cuando te encontré de nuevo, ¿o no? —Comenzaba a desesperarme ante su renuencia.

Él se limitó a encogerse de hombros. No podría culparlo, mis intenciones a veces no eran del todo claras y ocasionaba mal entendidos.

—Sí, pero...

—¿¡Pero qué!?

—Nada.

—Ya pasamos por esto una vez, ¿recuerdas? —Me atreví a sostenerlo por el brazo. Quería que supiera que estaba siendo sincera, lo más que alcanzaba a permitirme.

—Sí, y he cumplido con mi parte. Por eso me veo en la obligación de decirte que no creo que debas confiar en él. Me da... mala espina. —Me miró de refilón y yo disminuí la fuerza con que lo apretaba.

—¿Por qué lo dices? Ni siquiera lo conoces.

Tensó la mandíbula, con lo que logró acrecentar la serie de dudas que comenzaban a azotarme.

—¿Te ha contado alguna vez a qué se dedica? —preguntó con recelo.

—Es estudiante, igual que yo. —Aquello era obvio, no entendí que pretendía al recordármelo.

—Además de eso.

—¿Qué es lo que no me estás queriendo decir? Habla de una buena vez.

Él ya estaba acostumbrado a este tipo de arrebatos de mi parte. No comprendí qué fue lo que lo puso más nervioso que cuando empezó a poner su nombre en tela de juicio.

Su mirada esquiva era para mí un indicador de que estaba a punto de escuchar algo que me dejaría con la boca abierta. Para este punto, comencé a arrepentirme de haber pedido una segunda opinión. Era más feliz unos minutos atrás, cuando ignoraba que Levi no tenía ningún reparo en utilizar métodos poco ortodoxos para lograr sus objetivos.

—Hace como dos meses tu amigo vino aquí a amenazarme para que le diera información sobre ti, y mostró especial interés en... —Tragó saliva un par de veces, y antes de que alzara la voz como producto de la desesperación, añadió—: Tus antiguas relaciones amorosas.

—¿Qué él qué?


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