Capítulo 24| ¿Debería dejarlo pasar?

Y ahí estaba yo, absorta en una maraña de pensamientos negativos que no hacían sino desalentarme. Consideré la posibilidad de despedirme de Hange bajo la excusa de que la comida me había caído pesada, sin embargo, el destino tenía otros planes para mí.

No me molesté en ladear el cuello cuando sentí las vibraciones en la superficie metálica, indicando que alguien se había sentado con la intención de hacerme compañía.

—Excelente trabajo. Pude darme cuenta de su nivel de compromiso.

—Te lo agradezco, Erwin —dije con voz tenue, sin mirarlo a los ojos.

—¿No estaba Levi contigo? —preguntó con discreción. El contexto le era ignoto, así que no creí que lo comentara en afán de importunarme.

La simple mención de su nombre ocasionó que mi espíritu se afligiera. Resultaba halagador que uno de sus allegados tuviese la certeza de que podía encontrarlo junto a mí, empero, no debería acostumbrarse. Lo único que me ataba a este sitio era la esperanza de que él volviera. Qué tonta fui.

—Tú mismo lo dijiste, estaba —respondí.

—Seguro tenía algo importante qué hacer. —Trató de disculpar al maleducado de su amigo. Le concedí puntos por eso.

—Sí... Solo espero que no haya ido detrás de ella, qué casualidad que desapareció en cuanto la bajaron del escenario...

Hablé despacio, como si tuviera un nudo en la garganta. La furia se asomaba en cada una de mis palabras.

Tal vez él notó el verdadero sentido de la frase y por eso permaneció a la expectativa de mi desahogo. Me cohibí al reparar en que lo estaba tomando como paño de lágrimas sin habérselo pedido.

—Lo lamento. No tienes por qué escuchar mis quejas.

—Tranquila, no se lo diré a nadie.

—¿Decir qué?

—No le diré a nadie que estás celosa de Petra —recalcó con una seguridad intimidante, elevando las comisuras de los labios.

—¿Q-qué? —Casi me ahogué con mi propia saliva—. Por favor, Erwin. Eso no es verdad. —Negué con la cabeza y me froté las sienes en búsqueda de sosiego.

—¿Entonces por qué desvías la mirada?

Gracias a que Hange se la pasaba hablando de él hasta por los codos, tenía por bien entendido que la perspicacia era uno de los atributos que mejor lo definían. Me había acorralado, ya no podía dar marcha atrás.

—Bueno, es que... yo... No es lo que piensas... —Agaché la cabeza—. ¿Tú también vienes a molestar con lo mismo?

Escondí el reclamos tras un exceso de amabilidad, que le daba el estatus de fingida.

—Veo que no soy el primero que se da cuenta de que te sientes atraída por mi amigo —confirmó sus sospechas, haciendo que me invadiera la preocupación de haber sido tan obvia, cuando según yo me estaba cuidando.

—¿Te pusiste de acuerdo con Hange para llevar a cabo un interrogatorio? —No pareció entender la referencia—. Es que ya se le hizo costumbre. —Le dediqué una risa jocosa.

—Ella puede ser muy persistente cuando se lo propone.

Carecía del ánimo para prolongar una conversación, pero la curiosidad por saber que se traía entre manos con mi amiga superaba con creces a mi indiferencia.

—Dímelo a mí. Lástima que no lo aplique en su propia vida. —Me crucé de brazos. Apenas tuve la idea, decidí concretarla para añadir—: Y ya que estamos hablando de ella, ¿puedo preguntar que te impulsó a invitarla al baile?

—Creo que es... una gran amiga. Últimamente me he dado cuenta de que tenemos más elementos en común de los que yo pensaba.

Ojalá tuviera ese nivel de valentía corriéndome por el sistema nervioso. Así aceptaría sin lugar a hesitaciones que Levi se había adueñado de mi ser y que quería que él lo supiera, y no estaría tras bambalinas escribiendo notas anónimas.

—¿Dices que es cuestión de compatibilidad? —quise confirmar.

Aquella declaración era extraordinaria, porque no creí que tuviera problema en conseguir a la chica que quisiera. El que hubiera elegido a mi mejor amiga no fue producto del azar, sino de una maniobra que conllevaba planeación.

—¿En qué momento se invirtieron los papeles? —bromeó al darse cuenta de lo que trataba de hacer. Muy inteligente de su parte.

Percibí un reflejo involuntario en el que se limpió el sudor de la cara con el dorso, para desviar la vista hacia algún punto en el vacío, hasta que terminó fijándola sobre mi persona invadida por el interés.

El destello de las luces colgadas en el techo le concedía un brillo particular a sus ojos azules, que combinaban a la perfección con el color de su camisa. Era la prueba infalible de que temía darme acceso a una habitación en su mente que se mantenía cerrada con llave.

Nunca había reparado en que, a pesar de la apariencia de vencedor que proyectaba, no dejaba de ser una persona ordinaria que podía experimentar nerviosismo. De todos modos, me causaba conflicto haberlo dejado sin salida.

—¿Puedo hacerte un comentario fuera de lugar? —le planteé con tacto, pues no quería decir nada que lo hiciera sentir incómodo. Estaba molesta, mas no al grado de querer desquitarme con el primero que se me pusiera en frente. El asintió tras recuperar la compostura—. ¿Sabías que ella piensa que Levi y yo haríamos una gran pareja?

—No es la única. —Se apresuró a sacar conclusiones, dejándome percibir un aura de tranquilidad debido al repentino cambio de tema.

—Ese no es el punto —rechisté.

No negaba que una segunda opinión respecto a los sentimientos de Levi hacia mí era alentadora, hizo que me dieran ganas de pasar por alto el hecho de que me abandonó sin previo aviso. Pero no era mi mayor interés en ese preciso momento.

—Perdón, continúa.

Su risa amigable generó un ambiente cálido que me impulsó a seguir hablando. El temple de Erwin inspiraba a los demás a confiar en él, y yo no era inmune a este efecto, recién lo descubría.

—De acuerdo. Por lo regular, acierta en sus predicciones. —Me aclaré la garganta y él me observó confundido, e a la expectativa de que cualquier duda que tuviese, se respondería a la brevedad—. Siempre está tratando de convencerme de que algunas personas requieren de un empujoncito para atreverse a hacer cosas nuevas. Apuesto a que te acercaste a mí con esa intención, pero ¿te detuviste a pensar en qué yo también podría asumir ese papel?

—Tal parece que me has atrapado.

—¿Qué dices?

—Somos los mejores amigos de nuestros respectivos intereses en al ámbito amoroso. Tenemos objetivos similares, de eso no me queda ninguna duda. Puede que necesitemos la colaboración del otro para, ya sabes.

Así era como prefería enterarme de algunos sucesos, me facilitaba la existencia.

—¡¿Acabas de admitir abiertamente que mi amiga te...?! —exclamé sorprendida, dejando la frase inconclusa debido a la falta de aire provocada por la euforia de haber acertado en mi predicción.

Qué suerte que el volumen de la música de fondo fuera el adecuado para darle rienda suelta a mis emociones.

—Creo que ambos lo hicimos —me hizo saber.

—Pues... Te escucho. Pero con una condición. —Levanté el dedo índice.

—¿Qué condición?

—¿Crees que pueda quedar entre nosotros? En verdad me agradas. No me lo tomes a mal, pero en caso de que no funcione, me gustaría que nos lleváramos bien durante mucho tiempo.

—Para mí no fue más que una broma de pésimo gusto —enfaticé luego de que Hange insistiera con lo mismo durante al menos cinco minutos.

No entendía por qué le daba tantas vueltas a lo que había hecho la señorita Ral. Ya debería saber que tomársela en serio era como formar parte del público en un espectáculo de circo.

—¿Tú crees? A mí me pareció bastante realista —balbuceó con la boca llena. Aún no conseguía pasarse el trozo de pastel.

Aquello le dio un toque gracioso al rumbo de nuestro debate. No podía cifrar mi confianza en ninguna de sus palabras cuando parecía una ardilla que acababa de acumular una buena dotación de nueces.

—Vamos, Hange. Dudo mucho que alguien sea tan idiota como para confesar haber cometido un delito tan grave. —Me esforzaba por aparentar serenidad, aunque ya quería que el tema se diera por terminado.

—¿Aun si su alma lo condena?

—Este no es el sitio más apropiado para jugar al criminal arrepentido. Si fuera cierto, ¿en qué estaría pensando cuando lo describió de forma tan detallada? ¿Quiere que lo encuentren? ¿Volverse tendencia en todos los noticieros? ¿Entiendes por qué dicha suposición raya en lo absurdo? Hay que dejar ese asunto por la paz —suspiré—. No me apetece hablar de sus ridículos intentos por acaparar la atención de todos.

Me incliné hasta recargar la barbilla sobre mis manos cruzadas. Mi corazón empezó a latir con fuerza cuando entrecerré los ojos y por fin apareció el susodicho. Mantuvimos contacto hasta que se plantó frente a nosotras. Se veía tenso.

—¿Reconoces esto? —me preguntó luego de colocar con premura un empaque negro sobre la palma de mi mano.

Al menos no fingió que todo marchaba bien.

—¿D-dónde la encontraste? —Lo observé confundida.

Agité el empaque suavemente con la finalidad de corroborar si estaba vacío, así no me sería de ningún provecho.

—¿No lo intuyes? —Sentí que quiso decirme que era una idiota por no darme cuenta de inmediato.

—La verdad, no. Aunque tal vez, y solo tal vez... —No me sentía a gusto de incriminarla por un incidente del que no tenía pruebas específicas, empero, no tenía nada que perder. Decidí prestar atención a mi corazonada—. Fue ella, ¿no es así?

Asintió. Por fin terminaría mi sufrimiento, ya comenzaban a irritárseme los ojos.

Coloqué los lentes en su sitio, no obstante, los retiré al darme cuenta de que las huellas dactilares habían ensuciado los cristales. Levi me ofreció un pañuelo que extrajo de una de los bolsillos del saco antes de que se lo pidiera. Aquel gesto me trajo recuerdos gratos.

—¿Qué te parece, Hange? —comenté con sorna. Ella se giró para observarme y continúe—: Se roba la funda de mis lentes, monta un espectáculo para entretener a las masas y por si fuera poco, se toma la molestia de leer mi...

Una alerta se activó en mi interior, justo a tiempo. Los ojos desorbitados de Hange y su incapacidad de disimular ayudaron a que replanteara mis ideas.

—¿Se atreve a leer tu «qué»? —inquirió Levi con un atisbo de curiosidad, atípico de él.

—Nada. Olvídalo. Supongo que debo ser más cuidadosa con mis pertenencias —murmuré—. No volveré a dejarla en los bolsillos laterales.

El terror de darme cuenta de que no había logrado engañarlo se apoderó de mí. En estos momentos, su falta de insistencia se convirtió en una ventaja.

Para cuando extendieron la invitación a la pista de baile, el ambiente ya había regresado a la normalidad. Erwin no soltó a Hange desde entonces, y yo los observaba a lo lejos, desde mi asiento.

Mi amiga desbordaba una felicidad contagiosa, que recorría cada fibra de su ser. No dejaba de sonreírle cada que se presentaba la oportunidad. Merecíamos nuestro momento, ahora era el turno de ella.

En lo que a mí respecta, tenía sentimientos encontrados para con Levi. Por un lado, le agradecía que hubiese recuperado mis lentes, mientras que, por el otro, me embargaban los celos al comprender que había tomado la decisión de ir a buscarla sin que estos fueran el motivo. Incluso se les podría considerar como un hallazgo inesperado, producto del largo rato que pasaron fuera de mi vista.

Aún no había descifrado el motivo por el cual no disminuyeron sus interacciones desde que lo escuché pidiéndole que lo dejara en paz. De este ejemplo había aprendido la importancia de ser congruente entre lo que se dice y lo que se termina haciendo, que tiene mayor relevancia.

Y lo peor era que no podía ir a reclamarle, además de que existía un riesgo latente a ahuyentarlo si empezaba a montar escenas. Mejor lo guardaría para más adelante.

Pensé que habíamos avanzado en el ámbito de la confianza, solo que comenzaba a replantearme dicha idea.

—¿En qué tanto piensas, mocosa? —interrumpió mis cavilaciones.

Por fin tuvo la decencia de dirigirme la palabra desde que Erwin y Hange se levantaron. Me exasperaba tener que arrancarle las palabras de la boca. Si no íbamos a bailar, por lo menos me habría gustado que amenizara con su compañía.

—Nada en especial. Solo... me preguntaba cómo dedujiste que ella los había robado, tomando en cuenta que te fuiste apenas le impidieron continuar con su gran actuación.

No me apetecía poner nuestras diferencias sobre la mesa, pero quien sabe hasta cuando surgiría otra oportunidad.

—Tenía que aclarar un par de asuntos con ella —explicó con voz gélida, como si pretendiera disuadirme de continuar indagando.

Le faltaba mucho por aprender acerca de mí. Si el camino estaba bloqueado, buscaba una ruta alternativa, cavaría un agujero en el suelo, o encontraría la manera de atravesarlo.

—Cosas de la escuela, supongo.

Llegaría al fondo del asunto, por más que se negara a hablar.

—Sí, cosas de la escuela.

—Supongo que eran bastante importantes como para no poder esperar hasta mañana. —Ya me costaba reprimir mi tono sarcástico.

—Como que estás haciendo demasiadas preguntas. ¿A qué viene todo esto? —espetó contrariado, chasqueando la lengua.

Y la historia se repetía por milésima vez. Mis intentos por sacarle la verdad no rendían frutos con la prontitud que yo habría deseado. Quizá no debí emplear el método directo, pero ¿acaso existía una manera sutil de formular una pregunta cuyo objetivo se encaminada a reunir detalles?

—Tranquilo. Buscaba un tema de conversación. No creí que te importara en demasía. —Alcé los brazos y apreté la mandíbula.

—No si no tratas de meterte en asuntos que no son de tu incumbencia —advirtió en tono neutral.

Frunció el ceño, evidenciando que no aprobaba mi conducta. La culminación apuntaba a ser un completo desastre, ninguno trató de poner un alto. ¿Hasta dónde éramos capaces de ir con tal de probar que teníamos la razón? Yo no tenía nada que ocultar, a diferencia de él.

—Ya veo. Podemos hablar de absolutamente cualquier tema, siempre y cuando ella no se vea involucrada, ¿no es así? —insinué mientras entrecerraba los ojos. Me gané una mirada displicente de su parte.

—Te equivocas —repuso.

—¿Eso crees? Porque a mí me parece que ustedes tienen algo que no quieren que se sepa —protesté, esmerándome por modular el tono.

Estaba a punto de explotar como una bomba de tiempo, mi paciencia no era eterna.

—Eres una insolente, ¿cómo te atreves a cuestionarme?

—¿Por qué te diriges a mí como si fueras mi superior? —me defendí por inercia—. Tú y yo somos iguales, no lo olvides.

—No somos iguales.

—Me refiero a que estamos en el mismo nivel, tanto como estudiantes como capitanes de nuestros respectivos equipos.

—A la mierda la jerarquía. —Se había cruzado de brazos. Ya no me miraba a mí, sino al suelo.

—¿Ves? Cada que su nombre aparece en medio de la conversación, te pones a la defensiva, y lo más gracioso es que ni siquiera la estoy atacando.

Sentí amargura en el paladar luego de haber hecho tal comentario.

—No tengo por qué discutir mis asuntos privados con una mocosa insolente como tú.

¿Me acababa de llamar insolente?

—Entiendo. Entonces si alguna vez tengo un problema, no te extrañes si me niego reiteradamente a contártelo. Siempre me pides que confíe en ti, ¿por qué no puedes hacer lo mismo conmigo?

Me levanté en un arranque de furia cuando advertí que no habría respuesta. Sopesé entonces la necesidad de irme, antes de cometer un error del que me arrepentiría mañana a primera hora.

—Oye...

—¡No! No quiero escucharte. Ni siquiera tienes nada que decirme.

—¡Espera!

En el instante en el que puse un pie en el escalón de abajo, sentí un tirón en el brazo que me regresó violentamente hasta mi punto de partida.

—¡No me toques! —grité, esperando que me soltara por la buena. Lo observé con furia, como un animal que se siente amenazado.

—Te dije que te quedaras —recalcó mientras ejercía una presión dolorosa sobre mi piel. Los ojos se me llenaron de lágrimas por la impotencia que me generó su atrevimiento.

No era capaz de sincerarse conmigo pero sí se sintió con el derecho de obligarme a estar con él. No lo entendía.

—Y yo te dije que me voy. Disfruta el resto de la velada.

Sabía que no iba a hacerlo. Que quizá se largaría en cuanto yo desapareciera, y lo cierto era que me tenía sin cuidado. Siempre que no siguiera compartiendo espacio con él, me daba por bien servida.

—Ey, te está diciendo que la dejes en paz —intervino un chico que pasaba junto a nosotros. Levi le obedeció, inconscientemente, quizá por la fugaz vergüenza que sintió ante su deplorable comportamiento.

«Cometes un gran error. Deberías fingir que no has visto nada», pensé. Mi rostro tal vez le comunicaría lo que no podía decirle. Y es que vaticinaba una catástrofe que podía evitarse.

—No te metas, esto es entre ella y yo —respondió Levi, como si hubiera adivinado mis pensamientos.

—Gracias, yo puedo manejarlo. —Le indiqué al chico que todo estaba en orden.

Él pareció entender el trasfondo de mi pedimento, así que se dio la media vuelta, no sin antes lanzarle una mirada de advertencia a Levi. Jamás hubiera anticipado que él consideraría este acto como una provocación que debía zanjarse.

Bajó apresuradamente los escalones que le faltaban y fue corriendo detrás de él. Todo ocurrió tan de prisa que no tuve tiempo de procesarlo.

Lo tomó por el hombro, y en cuanto giró para ver de quién se trataba, el puño de Levi se estampó contra su mandíbula. Trastabilló mientras determinaba la magnitud del impacto. Sin pensarlo dos veces, contraatacó.

Me sorprendió que Levi consiguiera evadir los golpes con agilidad, era como si supiera exactamente hacia donde se dirigía el próximo, sus reflejos eran impresionantes.

Rodaron por el suelo hasta quedar uno encima del otro. A partir de entonces, Levi dejó de contenerse. Descargó toda su furia en el rostro de aquel que solo quería realizar su obra buena del día, quien ya ni siquiera alcanzaba a interponer las manos para cubrirse.

Una multitud de curiosos que murmuraban entre sí respecto a quién tenía más probabilidades de ganar comenzó a formarse alrededor de ellos. Mi punto de quiebre llegó cuando comprendí que sería Levi y que, en tal caso, el otro chico terminaría herido de gravedad, por no anticiparle un destino peor.

Así fue como entendí el motivo por el que casi todos preferían reducirse al nivel de espectadores y permitían que los involucrados se rascaran con sus propias uñas. ¿Quién en su sano juicio tendría estaría dispuesto a aceptar que lo golpearan por tratar de defender a un desconocido? Él ni se imaginaba que Levi escondía una fuerza letal detrás de la apariencia de corta estatura. Y no era lo único que mantenía oculto, para mi descontento.

Me paré de puntillas con el fin de localizar a Erwin, pero fue imposible. Estaba oculto en medio de la inmensa cantidad de parejas en la pista.

El tiempo apremiaba, los vítores aumentaron. Nadie iba ayudarme; yo tendría que hacer algo al respecto. Se lo debía a aquel que pretendió evitar que me obligaran a permanecer en un sitio en el que ya no tenía cabida.

Le supliqué que se detuviera, que no era necesario montar un espectáculo para demostrarle nada a nadie. Mis gritos se perdieron entre la oleada de ovaciones y abucheos provenientes de quienes se quedaron sin hacer nada por detenerlos.

Fui la única que intentó ponerle fin antes de que alguno de los profesores se diera cuenta del alboroto y los enviaran a la dirección. Me acerqué a él y lo sujeté del mismo brazo con que me había lastimado unos minutos atrás, pero aún cegado por la furia, lanzó manotazos al aire, dos de los cuales se estamparon en mi cara y en un costado, respectivamente.

Me llevé la mano al sitio del impacto. No era dolor físico lo que me devolvió a la realidad, sino del tipo que desgarra el alma.

Por algún motivo, se detuvo en cuanto sintió que derribó al segundo contrincante. Puede que notase la gravedad del asunto debido a que el peso que se quitó de encima no era el que hubiese esperado, o porque al reparar en sus alrededores todos lo observaban con recelo, y al otro chico, con tintes de lástima.

Nunca había visto escurrir tal cantidad de sangre por mi nariz, y lo mismo pude constatar acerca de él cuando se detuvo a analizar sus nudillos amoratados. Estaba perpleja, no podía creerlo.

—¡Qué demonios pasa contigo! —Fue lo último que le alcancé a decir antes de salir corriendo por la puerta principal.

Y todo porque no éramos capaces de hablar como personas civilizadas.

Había escuchado varias versiones del mismo incidente. Luego de sembrar la duda de que convivíamos a diario con un asesino, el rumor de los amantes que no podían confesar lo que sentían se convirtió en el nuevo pasatiempo. Ya me daba lo mismo que hubiese ocurrido lo que quería evitar a toda costa.

Algunos decían que el tipo empezó a coquetearme y que Levi lo había golpeado en un arranque de celos. Otros opinaban que fue porque me derramó la bebida en el vestido y se negó a disculparse. No lograba entenderlos, siempre tratando de aparentar que eran más fuertes o más valientes que el resto de sus congéneres.

Ambas opciones eran incorrectas. Habían deformado la realidad al grado que me hicieron ver como una damisela en apuros, y a él, como un esclavo de sus instintos más primitivos.

La suposiciones me hicieron recordar una canción que abordaba el tema con la metáfora de mi cuento favorito de la infancia. Todavía me daban escalofríos al pensar en la letra, con la que recién me identificaba. Por lo menos me consoló saber que el vestido no quedó cubierto de gotas de sangre.

A veces me cuestionaba a mí misma con el fin de ubicar el momento en que pasé a convertirme en la causa de una pelea. Tal vez Hange se había referido a esto cuando insistió en que tuviera cuidado en mi trato con él.

Yo lo había colocado en un pedestal del que difícilmente bajaría, y sentí pesar de haberlo defendido, menospreciando el valioso consejo de un par de amigos. ¿Qué pensarían si me vieran en este momento de flaqueza?

Yo no era la bomba de tiempo, pero tenía en mis manos el poder de activar una. ¿Quién hubiera sido capaz de predecir tal forma de reaccionar?

Un par de chicas que se habían amontonado para ver la pelea me ayudaron a levantarme Quise arremeter contra todos los espectadores, quienes se dispersaron segundos después de que uno de los maestros se acercó a verificar qué estaba sucediendo. Sin embargo, ellos no tenían la culpa de nada más que de alentar a los participantes.

Tal y como lo pensé, los citaron en la dirección al día siguiente. Puesto que ambos tenían un historial intachable, los dejaron ir sin mayor inconveniente, no sin antes darle una seria advertencia a Levi.

Yo no salí de mi habitación durante el fin de semana, todavía me sentía responsable. Tantear la venda con las yemas de mis dedos mientras analizaba el color morado alrededor de mi ojo no ayudaba a calmar mi consciencia. Pero mi mayor preocupación recaía en que ahora se me consideraba una víctima más de una relación abusiva, cuando la verdad era opuesta.

Cuando era niña, vi una película que me causó mucho impacto. Una chica que trabajaba como mesera en una cafetería conoció a quien más tarde se convertiría en su esposo. Era el hombre perfecto: alto, bien parecido, de carácter agradable y sonrisa tentadora. La consideraba la flor más exótica y la colmaba de regalos y atenciones especiales. No obstante, ese amor que se juraron comenzó a apagarse. Con el tiempo, se convirtió en los restos de una fogata que dejó de recibir combustible.

La actitud de él cambió. Empezó a ignorarla y a despreciar su compañía mediante buscar excusas para no llegar a dormir, hasta que la redujo a la condición de un cero a la izquierda. La primera vez le regaló flores, una por cada golpe, y ella decidió perdonarlo. Puso toda su confianza en él y en la promesa de que no sucedería de nuevo.

La relación entró en declive. Se llenó de peleas, gritos, reclamos, ataques de celos. Ella desarrolló una terrible inseguridad, combinada con dependencia. Desde entonces, la simple idea de estar junto a un hombre violento me parecía inconcebible. Nada más trágico que morir a manos de la persona que prometió amarte y cuidarte para siempre.

Puede que estuviera exagerando, ya que él no había establecido ese tipo de compromiso conmigo, aunque yo todavía aguardaba la esperanza de que algún día ocurriese. Y eso me causaba un grave conflicto interno.

Reconocer que aquello había sido un desafortunado accidente resultaba contradictorio. Si tan solo no hubiera insistido en hablar acerca de su encuentro con ella, esto no estaría ocurriendo.

Hange no se enteró hasta que el baile terminó. Para cuando entró a la habitación, yo ya me había cambiado de ropa y sostenía un cubito de hielo junto a mi mejilla hinchada.

Su semblante cambió de preocupación a enojo una vez que le conté lo que había sucedido, y me aseguró que ese enano iba a escucharla apenas saliera el sol. No puse objeciones, yo no quería hablar con él. Y por lo visto, él tampoco iba a dar el primer paso.

En el transcurso de esos días no cruzamos ni una palabra.

Mi mayor dolor fue ocasionado por su indiferencia. Mi alma estaba hecha pedazos, y a él no parecía preocuparle. Dudaba que pudiésemos entendernos bien después de esto. Quisiera dejar pasar este trago amargo y encontrar un motivo que justificara su comportamiento, aunque él no me lo pidiera...

La regaste. La regaste de la peor manera. Tienes que saberlo. Tienes que aceptarlo.

Hay situaciones que son equiparables a jugar con fuego. Parecen interesantes y apasionantes, al grado de que te mantienen a la expectativa de saber hasta dónde se puede llegar sin sufrir las consecuencias. Aumentan los niveles de adrenalina, se disfrutan al máximo. Activan ciertos mecanismos que nos instan a alejarnos del peligro. Es el llamado "instinto de muerte". Te defiendes ante situaciones que pueden llevarte a perder la vida. Huyes, lo enfrentas, o lo desasocias.

Creo que el mío está dañado o le falta entrenamiento, porque me he dado cuenta de que no funciona como debería. ¿Cómo algo así pudo terminar en semejante tragedia? Quienes no reaccionan a tiempo para ponerse en guardia terminan con graves quemaduras en su cuerpo. En este caso, yo he sufrido las más graves.

Sé que nunca vas a leer esto, así que permitiré que mis emociones fluyan con naturalidad, ya no voy a reprimirme. Púdrete... ¿Qué rayos pasa contigo? ¿Acaso no percibiste cómo iba a terminar? Eres hábil, lo admito. Tengo miedo de descubrir en qué clase de sitio aprendiste a defenderte, o si alguna vez tratarás de replicarlo conmigo.

Dime, ¿qué fue todo eso? ¿Una pequeña victoria personal? ¿La consecuencia de no ver el cumplimiento de un deseo que has albergado durante mucho tiempo? No sé qué pretendías demostrar, pero lo que sí está claro es que yo hubiese preferido que te valieras del mal uso del lenguaje para atacarme, así mi dolor no dejaría marcas visibles que todos pueden utilizar en mi contra.

La furia creciendo en mi pecho se extendió como una burbuja, primero hizo estragos en el estómago, después en los pulmones y, finalmente me invadió por completo, causándome un terrible malestar en las entrañas, que, hasta ahora, se ha negado a dar tregua. Quise contenerlo para asesinarlo con lentitud, mas fue inútil.

La paciencia que me había esforzado por mantener se estaba agotando a un ritmo considerable. Varias veces antes de estallar, quise alzar la voz y obligarte a darle fin a ese espectáculo deplorable, pero no me atreví. Todos tenemos dos caras, aunque no lo admitan, y no sé por qué estás tan asustado de mostrarme la verdadera.

Fue tan largo mi lamento que incluso rebasé el límite de palabras que caben en una hoja, me he visto obligada a continuar en una nueva. De todas las cosas que pueden lastimarme, esta es la única que me derrumba, me deja indefensa porque me desarma.

Recuerdo la primera vez que alguien se atrevió a meterme en un dilema parecido, y aún duele como si me hubieran encajado un cuchillo en el corazón. Tardé años en recuperar esa parte de mí que se fue con él, ya que siempre se comportó como si no hubiera pasado nada. 

Al menos así demostró que no era un caballero, sino un maldito cobarde. Supongo que esperé demasiado de ti. Ese fue mi único crimen. Ya estoy pagando por él.


Y una vez que terminé de escribirlo, pude irme a dormir sin la sensación de haber omitido ningún detalle.

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