Capítulo 23| Si te pusieras en mi lugar

KIOMY

En realidad, no me importaba en lo absoluto leían mi confesión frente a toda la escuela. El simple hecho de escribirla fue como un ejercicio de liberación, el mismo propósito que cumplía cada una de las hojas de mi diario. La diferencia radicaba en que había menos probabilidades de que alguien llegase a conocer lo que había escrito ahí.

Una vez que estuve conforme con el resultado, me dirigí hacia la cafetería. Al parecer, no fui la única a la que le dio hambre a esta hora.

Resultó difícil abrirme paso hasta el mostrador, por lo que quedé apretujada en medio de una horda de estudiantes que se amontonaban unos contra otros. Alguien se estampó sobre mi hombro, provocando que la botella se me resbalara de las manos, y ni siquiera tuvo la cortesía de disculparse. Por lo menos aún no estaba abierta.

—Hange, ¿no viste la funda de mis lentes?

Los había guardado para limpiarlos más tarde, solo que cuando quise hacerlo me topé con la desagradable sorpresa de que no estaban donde yo suponía.

—Lo siento, querida, no la he visto. ¿Ya buscaste en tu mochila?

—Sí, varias veces. Saqué todo, pero no hay ni rastro —le informé mientras caminaba de un lado a otro, en círculos.

Pasamos varios minutos buscándola en todos los rincones de la habitación. Debajo de la mesa, en medio del sillón, encima de las camas, en algún sitio recóndito de la alacena, en el baño... Y nada.

Me invadió un mal presentimiento, mas no quería apresurarme a concluir que me los habían robado. No creí que le fueran de provecho a nadie que no tuviese mi graduación.

—Kim, tengo que irme —se disculpó Hange, con una expresión de genuina inquietud. Me pasó una mano por el hombro y me dedicó una sonrisa tierna—. Aún tengo detalles que coordinar con los de mi salón. Avísame si la encuentras, ¿de acuerdo?

Asentí. La noté dubitativa en cuanto a irse. No quería volverme la causa de su retardo, ya había hecho bastante por mí.

Fui a tomar una ducha rápida, esperando que mi mente se despejara. Era menester tranquilizarme, ya tenía suficiente con la presión del número, y la repentina falta de mis "ojos" no hacía sino aumentarla.

Volví a mi habitación para comenzar a maquillarme. Esta era una ocasión distintiva, así que podía permitirme salir de mi zona de confort en cuanto al arreglo personal. Opté por usar una sombra de brillos dorada y me puse pestañas postizas, que quedaron adheridas al primer intento.

Después comencé a crear ondas con ayuda de la plancha. Acomodé mi cabello formando una especie de trenza mediante ir tomando dos porciones de las orillas, enrollándolas y sujetándolas con pasadores. Me aseguré de que los mechones de la parte frontal no estorbaran mi visión, que ya de por sí era limitada.

Sonreí al mirarme en el espejo. El resultado me satisfizo, y aquel sentimiento de era importante ya que me transmitía confianza. Dicen que si te ves bien, te sientes del mismo modo. Recién me convencía de que funcionaba.

Sin embargo, aún me encontraba ansiosa debido a la desaparición de mis anteojos. No exageraba al decir que no era nada sin ellos. Solo alcanzaba a enfocar con claridad los objetos que se encontrasen a una distancia menor de veinte centímetros. De ahí en fuera, me parecían siluetas coloridas que se difuminaban como una enorme mancha de pintura texturizada y carente de bordes.

Por un momento, contemplé la posibilidad de conducir hasta mi casa para buscar los de repuesto (cuya graduación es menor a la actual, pero incluso esa era mejor que nada). No obstante, para cuando volviera ya sería demasiado tarde. Mientras le daba vueltas a dicha idea y mordisqueaba mis uñas, escuché que alguien tocaba la puerta.

—Pasa, está abierto.

Pasos ligeros acompañaron a aquel que había entrado. Ya sabía que no era Hange, ella no pediría permiso para entrar.

—¿Ya estás lista? —preguntó una voz grave que me sacó del trance.

—Ya casi. Pero no encuentro mis lentes. No sé dónde los pude haber olvidado.

Al contemplarlo ahí de pie con el traje, el cabello reluciente y la mirada decidida, mi furia desapareció de golpe, como si hubiera sido apagada con un interruptor. Habría dado lo que fuera por congelar ese momento, que me pertenecía a mí y a nadie más.

Su presencia era la cura para todos los males que me acontecían.

—Linda corbata —musité luego de buscar un punto en el cual concentrarme, uno que no pusiera de manifiesto mi creciente nerviosismo.

—Un regalo de mi madre. —Bajó la vista para tomarla entre sus dedos. Detecté un atisbo de melancolía en aquella acción—. Creo que encaja con el estilo.

—Y que lo digas. Tenía muy buen gusto.

«Por fin he descubierto de dónde lo heredaste», pensé. No sabía qué añadir, así que nos quedamos mirándonos el uno al otro, en completo silencio.

Dejé que transcurrieran varios minutos, en los que traté de organizar mis ideas. Él jugaba con las mancuernillas de la camisa mientras yo movía los dedos al ritmo de una canción cuyo nombre no lograba recordar.

Sin darme cuenta, mi respiración se volvió pesada. Sentí el calor subiendo por mis mejillas. Cuando coloqué una mano sobre mi frente para medir el impacto del bochorno, él decidió pronunciarse:

—¿Y sería problemático que no los encontraras? —inquirió tras introducir sus manos en los bolsillo del pantalón.

—Bueno, tomando en cuenta que no veo nada sin ellos, diría que sí es un problema, y uno muy grave —respondí con voz impostada, esforzándome por ocultar el verdadero efecto que suponía aquel inconveniente para mis planes.

—No quiero presionar, pero tenemos que irnos.

Sabía que no iba a ofrecerse a ayudarme; yo tampoco iba a pedírselo. Pero un poco de empatía no le habría arrebatado la dignidad.

—Iré en un momento. —Me di la media vuelta, aún no perdía la ilusión de que estuvieran frente a mis narices y no lo hubiese notado por causa de la zozobra—. No saldré de aquí hasta que los encuentre.

—No los necesitas. —La seguridad en su tono de voz hizo que me detuviera en seco.

No sabía cómo interpretar su comentario. Encontré su mirada, tan apática como siempre, pero en esta ocasión alcancé a percibir un destello de interés. Aun así, me pareció que no lo comprendería del todo. Resulta sencillo juzgar a los demás cuando nunca has estado en sus zapatos.

—¡Pero qué estás diciendo! —le reclamé.

—Es verdad, no los necesitas. Te sabes los pasos de memoria. Además, no son tus ojos los que van a moverse, ¿o sí?

—¿Y si doy un paso en falso y termino cayéndome? —Simulé el ruido de la caída con un choque de palmas—. Eso sería imperdonable.

—¿Por qué eres tan extremista?

—Soy realista —repliqué—. Más vale estar preparado.

—No. Estás siendo paranoica.

—No es cier...

—¡Escúchame! —Colocó sus manos sobre mis hombros, ocasionando que parpadeara en repetidas ocasiones—. No ganas nada con preocuparte. Si quieres escabuirte a la mitad del festival para seguir buscándolos, no voy a detenerte. Por ahora, concéntrate en lo que debes hacer.

—Es que... No lo entiendes —suspiré, cabizbaja—. Dependo de ellos.

—Tal vez eso sea cierto. Es quizá la única similitud que compartes con Hange, menos mal —dijo eso último a un volumen casi inaudible, como si pretendiera que yo no lo escuchara. Unos ojos azules se fijaron en mí con resolución—. Solo te lo voy a decir una vez, y espero que lo entiendas. Nunca permitas que una mínima complicación te lleve a perder de vista tu objetivo.

¿Fui yo o eso había sonado más bien como un recordatorio para sí mismo? Sí... Él también estaba hecho un manojo de nervios, y dado que se consideraba un experto ocultando lo que sentía, yo no me había percatado.

—Tienes razón —cedí—. En ese caso, ruego para que no cometas errores.

—Confía en mí. —Llevó una mano hacia mi hombro—. Podemos hacerlo.

Aquella maniobra me dejó paralizada, al mismo tiempo que bastó para tranquilizarme.

Antes de entrar al gimnasio, demandó mi atención de forma curiosa: me tomó de la muñeca, lo que se convirtió en un impedimento para seguir avanzando.

Era la segunda vez que tomaba la iniciativa de establecer contacto físico conmigo. Debió ser consecuencia de los meses que pasamos ensayando, pero de todos modos no correspondía a su proceder habitual.

El recinto estaba abarrotado de personas que transitaban de un lado al otro, luciendo elegantes trajes y vestidos de noche.

El código de vestimenta dentro de la universidad no era estricto, así que ver a todo el mundo andar presentable era un acontecimiento que escapaba de la rutina. La paleta de colores negros y dorados que utilizaron para decorar fue una elección con la que me mostré conforme, le concedía al ambiente un aire de sencillez refinada.

Un par de chicas fingieron no haber visto a Levi mientras iban caminando. Lo supe porque yo alcancé a divisar las miradas cómplices que se lanzaban la una a la otra conforme se acercaban a nosotros.

Seguramente pensaron que así tendrían un pretexto para acercarse a retirarle las migajas de pan de la solapa del traje. Él se negó justo antes de que una de ellas le colocara una mano encima y siguió avanzando en dirección opuesta, sin esperarme.

Fue complicado abrirnos paso hasta la cancha, en donde se ubicaban los diferentes stands, y quizá encontraría a Hange.

Estaba hambrienta, pero decidí no probar ni un bocado hasta cumplir con mi asignación. Tenía el estómago revuelto desde hace un par de horas y no podía arriesgarme.

—Pero qué bonita te ves sin el armazón —dijo Hange, abriendo los ojos con sorpresa. Ella se encontraba más entusiasmada de lo que yo podía permitirme.

—Gracias, Hange. Él fue el responsable —anuncié apuntando con la cabeza hacia donde se encontraba Levi, conversando con Erwin.

Me pareció divertido pensar en que Hange experimentaba la misma carga de emociones que yo. El ambiente acogedor y la sensación de confianza apuntaban a que ambas lo pasaríamos de maravilla.

—Y hablando de él —continuó—, también luce espectacular, ¿no lo crees?

—¿Bromeas? Se ve precioso, sin duda. —Recargué los codos sobre la superficie metálica. No me di cuenta de que se me había escapado un prolongado suspiro—. Me dificulta la tarea de sostenerle la mirada. Todavía me sorprende que el traje le haya quedado.

—Disculpen —nos interrumpió la persona a la que menos ganas tenía de encontrarme—, pero te necesito en la línea de salida. Nosotros abriremos.

Algo me decía que intuyó a quién estaba observando y optó por hacer algo al respecto.

—Creí que éramos el tercer número —protesté, enarcando una ceja.

Hange también parecía extrañada, empero, no intervino con el fin de evitar una discusión. En cuanto a mí, me resultó imposible ocultar lo desagradable que me había parecido aquel arrebato.

—Cambio de planes. —Sonrió de oreja a oreja, ignorando mi descontento.

Se dio la media vuelta y tomó a Levi del brazo, quien se despidió de su amigo sin dudarlo ni por un segundo.

Antes de que sintiera una punzada en el hígado tras ver aquella escena, Hange tomó la palabra:

—Ey, Kim. Lo harás bien. Respira hondo un par de veces —inhaló y exhaló como cuando entrenábamos—. Diviértete, en eso quedamos cuando aceptaste la encomienda.

—Lo mismo digo —contesté, y ambas reímos.

—¡Buena suerte! —Levantó el pulgar, yo la imité cuando vi a un alto chico rubio acercándose a ella.

En el fondo, reconocía que no era cuestión de suerte, mas no quise menospreciar su propósito de infundirme ánimo. Lo necesitaría.

—Si no dejas de temblar, voy a tener que tranquilizarte a mi modo —masculló el pelinegro que estaba a mi lado.

El modo al que hizo referencia incluía unas cuantas patadas o una fuerte sacudida por los hombros (como las que le propinaba a Hange cuando lo sacaba de quicio), por lo que comencé a tomar con seriedad aquella reprimenda.

—Lo siento, no puedo evitarlo —susurré.

No lograba detener la agitación en mis piernas. Había un vacío dentro de mis entrañas que no me permitía ni siquiera mantener las manos en su lugar.

—Sí, sí puedes.

—No es verdad —repuse.

—Entonces finge que estás calmada, tal vez tu cerebro lo entienda.

—De acuerdo. Estoy tranquila. —Le dediqué una sonrisa sarcástica, a lo que me respondió con el chasquido de lengua, cuyo significado aún no lograba descifrar.

Tenía que ver con el contexto en que era emitido. Por ahora, me conformaba con traducirlo como «No te creo nada».

—Oigan, relájense. Lo harán bien —intervino Marlowe, girando la mitad del cuello hacia nuestra posición.

—¿Por qué a mí nunca me dijiste eso? —lo regañó Hitch, asestándole un golpecito en el brazo derecho.

—Porque siempre estabas llamándome «idiota» —dijo sin inmutarse del dolor que ya había causado estragos dentro de sí.

Reí en mis adentros al recordar la conversación que tuve con ella. Me dio gusto enterarme de que había llevado mi consejo a la práctica al menos por un día.

—¡Porque lo eres!

—Basta Hitch, haces que me ponga más nervioso —solicitó con voz trémula.

Y no mentía. Reparé en que unas cuantas gotas de sudor se le escurrieron por la frente. De inmediato, sacó un pañuelo y se limpió a toquecitos. Me compadecí de él por lo estresante que de seguro le convino ser pareja de Hitch.

—Gracias por su valiosa contribución —comenté en son de burla.

—Al menos te reíste. ¿Y tú, Levi? ¿Estás nervioso? —indagó con imprudencia, como era típico de ella.

—Que pregunta tan estúpida. Es obvio.

—¿Entonces no?

Marlowe y yo reímos en voz baja cuando los vimos poner los ojos en blanco.

No lo había visto desde ese ángulo, pero el hecho de no contar con mis lentes por el momento resultó ser una ventaja. Podría ignorar lo que acontecía a mi alrededor y fijar la vista en lo más importante.

Cuando anunciaron nuestra participación mediante los altavoces, Levi me ofreció su mano. Yo la tomé sin vacilar. Pensé en salir huyendo, mas no creí que él fuera a permitirlo.

Conforme nos acercábamos al lugar asignado, experimenté angustia y alteración, que fueron opacadas por un atisbo de confianza en él, en mí, y en nosotros dos, al mismo tiempo. Tomé todos los pensamientos negativos que me atormentaban, los arrojé a la basura de manera simbólica. Me propuse mirarlo a él y a nadie más.

Sin el distractor del público observando cada uno de mis movimientos, fui capaz de moverme con soltura. Apreté la mandíbula con el fin de no hacer alguna mueca extraña, o morderme la lengua como mi compañero de al lado. Sabía que los flashes de las cámaras fotográficas no tardarían en aparecer. Debía lucir concentrada, aunque por dentro seguía nerviosa.

No podía creer que el tiempo de ensayo culminaba esta noche, en cuestión de minutos. Pero los aplausos de la multitud me hicieron ver que, en efecto, todo había salido como lo planeamos. Sonreí satisfecha una vez que abandonamos la pista e inauguraron el evento.

Fui directo al puesto de Hange para conseguir una hamburguesa. Dejó que sus emociones fluyeran y nos envolvió en un prolongado abrazo, del que ninguno de los dos intentó liberarse. Reconocer las virtudes y el éxito propio no era un acto de arrogancia bajo ciertos escenarios.

Nos dirigimos hacia uno de los salones de primer año para ver un fragmento de la obra que habían preparado. Más tarde, salimos al patio, en donde habían montado varios juegos de feria. Le pregunté cuál le gustaba más y empecé el recorrido a la inversa, por el puro gusto de fastidiarlo.

Parecía entretenido, por no decir contento. Yo no me sentiría realizada hasta que lograse verlo sonriendo, por lo menos con la comisura de los labios.

Su compañía fue gratificante. Yo daba por hecho que, al terminar el baile, él se dispersaría en medio de la multitud y regresaría a su habitación, mas decidió quedarse conmigo. Ni siquiera tuve que rogar que lo hiciera.

Estaba consciente de que los deseos no se volvían realidad tan solo con pedirlos, sin embargo, él había actuado de la forma en que yo esperaba, en más de una ocasión desde el comienzo.

En circunstancias normales, yo también hubiera contemplado la posibilidad de irme. No me sentía cómoda rodeada de tantas personas, y había notado que a él le sucedía lo mismo. Tal vez por eso no puso objeción cuando le dije que saliéramos de ahí. De una manera u otra, siempre estábamos buscando apartarnos de los demás.

—¿Recuerdas que me dijiste que podía ir a buscar mis lentes en cuanto terminara la presentación?

—Pensé que lo habías olvidado. Con eso de que comiste como si te tuvieran en una jaula.

Ese no era el Levi que conocía. ¿En dónde quedó el amargado?

—No es así, todavía los necesito.

El patio empezaba a quedarse sin gente. Todos volvían adentro del gimnasio, pues el acto principal tendría lugar a continuación.

—¿Sabes qué? Puedo esperar un rato más. Vamos —le indiqué con una seña—, no querrás quedarte solo aquí afuera.

Caminé a paso veloz, poniendo sumo cuidado en cada uno, y tomando la falda entre mis dedos. Él me siguió el ritmo mientras yo apretaba los ojos al recordar un inconveniente. Y todo por esos benditos anteojos que no aparecían por ningún lado.

Petra había asumido el control de la selección. Los demás miembros del Consejo avanzaron de uno en uno a lo largo del escenario, con un par de cajas en las manos. Mi compañera anunció que tomarían una papeleta de cada urna y que uno de nosotros tendría la oportunidad de leer la suya en público, si así lo deseaba.

Aquella modalidad era nueva, una conveniente modificación a las reglas. Por lo que me dijo al inicio del programa, llegué a la conclusión de que fue idea suya. ¿Qué estaría tramando?

Comenzaron con una declaración sencilla, pero un tanto devastadora. C.G. estaba arrepentida de culpar a su madre por la muerte de su padre, quien se negaba a creer que ella lo había engañado.

B.B. escribió que lamentaba no haberse puesto del lado de su hermana cuando tuvo un problema con la pareja de su madre. No entró en detalles, no lo estimó necesario. Su objetivo era disculparse, lo que me llevó a concluir que ella lo estaba escuchando. Reflexioné en lo grandioso que sería tener un contemporáneo que compartiera tu lazo sanguíneo.

R.R. escribió que, cuando estuvo enferma durante un largo periodo, la mejor forma que encontró para lidiar con lo que sentía fue alejarse de sus seres queridos, pensando que así les facilitaría la tarea de despedirse. En la misma fila de gradas donde yo me encontraba, divisé a tres chicas que se abrazaron por los hombros.

F.C. le pidió perdón al profesor Shadis por haberle jugado una broma pesada antes de que se convirtiera en director, generando una amplia sonrisa por parte de este. Apostaría a que varios recordaban que ese fue un caso bastante polémico.

J. M. lamentaba nunca habérsele declarado a la chica que le gustaba, quien se había ido a estudiar a una escuela de la capital. Me reí internamente por el paralelismo respecto a lo que sucedía conmigo. Lo curioso era que Levi no estaba lejos de mí, al contrario.

—La siguiente papeleta pertenece a una chica a la que conozco —declaró mientras desdoblaba la hoja que sostenía entre sus manos. Su expresión inquieta reveló lo ansiosa que estaba por leerla.

Como siempre, favoreciendo a los allegados. El nepotismo debía ser uno de sus contados defectos, ni siquiera le preocupaba que los demás lo notasen.

Me preparé de mala gana para escuchar una tontería cuando sentí que me drenaron la sangre al oír el primer enunciado. Era mi declaración de amor hacia Levi.

Me condené a mí misma, disculpando el hecho de que no fui tan estúpida como para firmarla con mis iniciales ni mencionarlo directamente. ¿Cuántos nombres podían resultar de la misma combinación de letras? Las posibilidades debían ser infinitas.

Nunca entenderé por qué la gente se emocionaba tanto con este tipo de cosas, pues apenas lo alzó para mostrarlo, el lugar se inundó de aplausos y gritos eufóricos, que pedían que la autora se levantara de su lugar. El morbo vende, es un hecho, y yo no era mejor que todos los que estaban aquí debido a que mi asistencia respondía al mismo objetivo.

—De seguro se refiere a Ackerman, el que entró apenas este semestre —dijo una chica que estaba una fila delante de mí.

Un temor paralizante me invadió al pensar en que él podría escucharlas. «No tengo de qué preocuparme, no saben quién lo escribió», continuaba recordándome.

—Cualquiera se enamoraría de él —respondió su amiga. Se les escapó una risa nerviosa cuando, al girarse, notaron su presencia, aunque no cesaron en su cuchicheo.

—Sé que estás aquí en medio de la multitud. En verdad te deseo suerte —finalizó con ese tono de voz chillante que perturbaba a mis oídos, en especial cuando era amplificado mediante las bocinas.

—Ni ella se cree eso de que le desea suerte —comenté con ironía, ladeando la cabeza.

—¿Eh?

—Oh, nada.

¿Qué pretendía? ¿En serio creyó que iba a ceder a la presión de la multitud y que anunciaría a los cuatro vientos que yo era la autora de aquel escrito? Ya tendríamos la oportunidad de hablar sobre ello.

Mi cerebro se desconectó. No volví a prestar atención debido a que estaba pensando en una forma eficaz de disimular lo enfadada que me sentía.

Resultaba imposible que Hange se la hubiese entregado sin antes consultarlo conmigo, ella no actuaría de mala fe. Eso de que era un "favor" para una amiga no era más que una fachada para disimular su falta de principios. Si Nanaba quisiera declarársele a Mike, lo haría de frente. Ella no era de las que se amedrentaban por el rechazo, a diferencia de mí.

Que de entre los cientos de papeletas dentro de las urnas hubiera salido específicamente la mía no fue producto de una casualidad. Lo que más me intrigaba era cómo la había obtenido, cómo supo que era mía.

Estuve dándole vueltas al asunto hasta que llegó el momento de leer la última de la noche. El tiempo vuela cuando enfocas tu mente en planes de venganza. Pidió que guardáramos la compostura, solo por un par de minutos.

—Me arrepiento de haber apuñalado a mi novio y después arrojar su cadáver a las llamas a la mitad de una noche que creí que nunca terminaría. Desde entonces, no he podido conciliar el sueño, su rostro me persigue a donde sea que vaya. Juro que no quise hacerlo, pero era mi vida o la suya. ¿Cómo se atreven a juzgarme? Sé que lo están haciendo en este momento, y no me interesa. Ustedes no estuvieron ahí, y aunque hubiera sido el caso, dudo que tengan la capacidad de comprender mis motivos —recitó Petra, con la esencia propia de una actriz experimentada.

Me preguntaba por qué decidió estudiar Administración de Empresas cuando era evidente que poseía dotes para las artes dramáticas.

El público enmudeció de repente, dejando el recinto en absoluto silencio. Se miraban los unos a los otros, confundidos por lo inusual de aquel anuncio. No todos comprendían el trasfondo de aquella ridícula historia, que para mí no fue más que un intento desesperado por llamar la atención y darnos un tema del cual hablar durante el fin de semana. ¿Acaso nadie había intuido la naturaleza de aquel desperfecto?

—Qué bajo ha caído, en serio —murmuré en espera de una respuesta por parte de mi acompañante.

Pero Levi ya no estaba ahí, para mi consuelo o desgracia. Vi que uno de los maestros había tomado el micrófono para desviar la atención y sacó a Petra del escenario. No le costaría más que una tarde de castigo.

OMNISCIENTE

Cuando Petra colocó un pie en el último escalón, se llevó la sorpresa de que alguien la estaba esperando. Se trataba de Levi, quien no le dio el recibimiento que ella creyó merecer.

La sujetó por el antebrazo, sin moderar la cantidad de fuerza que aplicaba sobre el delicado miembro de la chica. Se la llevó a empujones hasta el edificio más cercano. Entraron en la primer aula que vio disponible, y él cerró la puerta de golpe. Lucía perturbado y molesto a la vez.

—Explícame qué fue ese numerito —le ordenó, señalando en dirección opuesta.

En un comienzo, ella profirió una risa desganada.

—Es una broma, Levi. Siempre tenemos una de respaldo por si el ambiente se vuelve tedioso —explicó—. Es tu primer año aquí, hay cosas que aún desconoces.

—Y vaya que causaste el efecto deseado. —El pelinegro se cruzó de brazos—. Puede que todos lo hayan visto como un truco, aunque tú y yo sabemos cuáles fueron tus verdaderas intenciones.

—¿Ah, sí? ¿Y cuáles son? —preguntó con fingida naturalidad, y se paró junto al escritorio.

—He sido muy tolerante contigo, pero mi paciencia ha llegado a su límite —declaró—. ¿No comprendes que estás dificultando mi trabajo?

—Vamos, Levi. Yo solo quería ayudarte. Los insectos huyen despavoridos cuando detectan el veneno, ¿no es verdad? Estaba tratando de sacarla de su escondite de una vez por todas —concretó.

Sus palabras se quedaron flotando en el aire. La furia que experimentaba aumentó tras digerir el comentario de Petra, y no se debía a la intromisión de esta en sus propios planes, sino a la osadía de establecer semejante comparación, que le produjo una sensación de asco.

—En primer lugar, tú no tienes por qué ayudarme. Ya no trabajamos juntos, por si lo habías olvidado. —Ella frunció los labios ante la reprimenda—. Y, en segundo lugar, ¿cómo te atreves a llamarla de ese modo?

Comenzó a hablar pausado, con la vista fija en la chica que lo observaba confusa. El ambiente se volvió estático y tenso.

—¿Desde cuándo te importa la manera en que me refiero a ella? —le preguntó, como si no quisiera conocer la respuesta.

El hecho de que la defendiera terminó cautivando su atención. Se esmeró en contener el cúmulo de emociones que amenazaban con salir a flote.

—Curiosidad.

—Ya veo. —No le creía—. No es nada, no lo entenderías.

—En tal caso, no quiero que te vuelvas a acercar a ninguno de los dos.

—Pero...

—Sin peros —la interrumpió, sobresaltándola—. Más vale que enfrentes las consecuencias de tus actos. Me decepcionas, Petra. Es difícil creer que alguna vez fuimos el mejor equipo de la División.

—Lo sé, fueron buenos tiempos. Los mejores de mi vida —dijo en un hilo de voz.

—Nada dura para siempre.

Ella desvió la mirada por la vergüenza que le ocasionó que él no respondiera con un cumplido similar.

—Espero que no pierdas el rumbo. Todos cuentan contigo.

—Ese ya no es problema tuyo.

—Te equivocas. —Ella entrecerró los ojos, anticipando que él pudiera contestar agresivamente—. No puedo dejar de preocuparme por ti y tu repentino interés por pasar tiempo con ella. Es... inusual. N-no... ¡no lo esperaríamos de ti! —Levi se retrajo en sí mismo, permitiendo que sus suposiciones le hicieran eco en las paredes craneales—. No sé qué planeas, solo reitero que no debes distraerte, aunque eso ya lo sabes.

—Yo sé lo que hago. —Centró la mirada en la bolsa de su compañera. Una corazonada lo impulsó a vaciar su contenido sobre el escritorio, ignorando los constantes regaños de parte de ella. —¿Desde cuándo usas lentes? —Alzó la funda en el aire. Ella pretendió arrebatársela, pero Levi la escondió dentro de su saco—. Cuán bajo has caído, ella tenía razón. —Se detuvo un instante, previo a cerrar el pomo—. Hablo en serio, mantente al margen.

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