Capítulo 20| Porque te lo mereces
OMNISCIENTE
Aunque no era un secreto a voces que la distribución de réplicas ilegales de fármacos había cobrado relevancia en los últimos años, de esta sustancia en particular se mantenía un control estricto. El número de personas que tenían conocimiento y acceso a ella era reducido, y la sola mención era castigada con severidad si no se le daba tratamiento como un «asunto privado».
Confiar en la capacidad de protección de datos en manos de sus superiores no le impedía a Levi pensar en que el que presenciaba resultó ser descubrimiento aislado, la explicación a un problema con implicaciones mayores.
Un conflicto de intereses amenazó con distraerlo de su objetivo principal. Por un lado, se daba cuenta de las consecuencias a largo plazo de la libre circulación de los duplicados, mientras que, por el otro, consideró que se le acababa de abrir una puerta justo en donde creyó que ya no había salida.
—¿De dónde demonios obtuviste esto? —le preguntó con los ojos inyectados de furia luego de tomar la caja en una mano y sostener uno de los frascos entre en pulgar y el índice de la otra.
Se aferraba a ella, de forma que se aseguraba de mantener a raya a su contrincante, a la vez que unía todos los puntos en búsqueda de una solución efectiva. El mensaje que deseaba transmitirle era evidente: si realizaba un movimiento en falso, no dudaría en dejarlo caer. Y no se lo permitiría por ninguna suerte de motivo.
—No es tu problema, devuélvemelo —respondió Colt con una agresividad parecida.
El miedo que le tenía a ser lastimado por Levi se convirtió en lo que menos le importaba. Intentó arrebatarle la caja tan pronto como se reincorporó, pero era demasiado tarde. El pelinegro ya sabía a lo que estaba enfrentando.
Levi esquivó el ataque. Con el impulso que tomó durante la breve pausa, no tardó en inmovilizarlo contra el suelo, apoyándose sobre su espalda y doblándole un brazo hacia atrás. El frasco de prueba terminó en el bolsillo de su chaqueta, lo guardó pensando que podría servirle más adelante.
—En realidad, ahora lo es. Responde, ¿de dónde lo sacaste? —insistió.
Se escuchó un quejido proveniente del rubio, aunque no transigió ante las demandas de Levi, quien ya había trazado un sendero para apelar a su sentido de la justicia.
—Planeabas vender estas cosas por debajo del agua, ¿no es cierto? —Su intención era hacerlo dudar, acorralarlo para que hablara sin tener él que exponerse antes de lo debido.
—Te equivocas —respondió, dubitativo—. No son mías, se las guardo a un amigo.
—Claro. No te atrevas a tomarme por idiota. Me sorprende lo poco que valoras el hecho de contar con un trabajo honesto. La gente como tú me enferma. —El desprecio era evidente.
Le encajó el codo en el omóplato derecho. Esta vez, Colt ya no tuvo reparo en emitir un alarido de dolor.
—No todos tenemos la suerte de nacer en una familia privilegiada, de esas que nunca atraviesan problemas económicos graves ni saben lo que es irse a dormir con el estómago vacío —le recriminó con un ápice de tristeza, que eliminó en seguida.
«Si supieras, imbécil, que no somos tan distintos», pensó Levi.
—Pero todos podemos elegir. —Aquella frase le hizo eco. Logró deslindarse del trasfondo sacudiendo la cabeza—. En tal caso, no te importará que te consigne a las autoridades. Quizás allá te muestren mayor consideración de la que yo puedo ofrecer.
—Espera —Colt meditó con arrojo en sus siguientes palabras—: S-sé que voy a sonar como un cobarde, pero en verdad aprecio mi vida, no quisiera perderla ahora. Y no lo digo por ti, sino por ellos.
Su respiración se vio entrecortada en medio del intento desesperado por inhalar una mínima cantidad del pesado aire que inundaba la atmósfera.
—¿Ellos?
—No los policías.
—¿Qué propones? —Disminuyó la fuerza con que lo estaba sometiendo en afán de transmitirle una sensación momentánea de alivio.
Al tantear el sitio del impacto, Colt se preocupó por los daños internos, mas ya estaba decidido a negociar su huida.
—Te diré lo que quieres saber acerca de Kiomy a cambio de tu silencio, si es que me entiendes.
Su curiosidad había sido tentada. Desconocía el trasfondo de la historia de ambos y, a pesar de ello, le costaba creer que estuviera dispuesto a sacrificar a una persona que lo tenía en alta estima. Sin embargo, no lo culpaba. La vida es un don maravilloso, no cualquiera poseía las agallas de renunciar a él por una causa noble.
Aunque era justo lo que pretendía lograr con aquel ejercicio de manipulación, se sintió contristado por haberle sugerido que examinara las reducidas opciones que se habían colocado a su alcance, ya que él mismo le había negado la oportunidad.
En ese momento, cayó en cuenta de que solo existían dos tipos de amigos: los que recibirían una bala por el otro sin pensarlo dos veces, y los que se encontraban detrás del gatillo.
—Me parece un trato justo. De todas formas, no me apetecía ensuciarme las manos con tu sangre.
—Una cosa más. —Finalmente, Colt se puso de pie, y se sacudió la polvareda de la ropa. Extendió el brazo, buscando recuperar la caja. Levi no tuvo más remedio que devolvérsela, a regañadientes—. Nunca le digas que yo fui quien te lo contó. Me odiaría el resto de su vida si se entera.
—A mí no me corresponde informárselo. Aprende a cargar con el peso de tus decisiones —le sugirió—. Por si las dudas, tampoco menciones mi nombre en caso de que salga el tema entre ustedes. No queremos causar confusiones, ¿cierto?
—Para nada.
KIOMY
Habíamos acordado encontrarnos a las afueras de mi habitación el viernes después de que terminaran las clases, de este modo, alcanzaría a tomar la carretera con un vistazo de luz diurna.
No me sentía cómoda conduciendo de noche ya se me dificultaba distinguir las siluetas en medio de la negrura, además de que sufría de un miedo constante a arrollar a alguien por accidente.
Tanto Levi como Hange llevaban consigo una pequeña maleta con lo que podrían necesitar durante los dos días siguientes. Me intrigaba saber qué enseres resultaban esenciales para Levi, tomando en cuenta su minimalista estilo de vida.
Reí en mis adentros al imaginar que de seguro llevaba artículos de limpieza. Pero si creyó que iba a permitir que uno de mis invitados realizara tales labores, se había equivocado. Esta era una misión de búsqueda, no de orden.
El trayecto me pareció relativamente corto. Luego de un par de horas de viaje sin escalas, estábamos frente al portón de acceso a la colonia. Era la primera ocasión en la que me presentaba desde las vacaciones anteriores. Aunque tenía confianza en que estaba en buenas manos, no quería descuidarla del todo.
Adoraba el ambiente cálido que se respira en mi hogar. A simple vista, parecería un sitio lúgubre, y hasta deprimente. Los recuerdos que acumulé dentro de estas cuatro paredes compensaban aquella sensación de vacío.
Por el olor que se desprendía, deduje que habían venido a limpiar hacía unas cuantas horas. Eran excelentes noticias. Ahora solo me restaba esperar que Levi no cediera al impulso de levantarse a sacudir los tapetes en plena madrugada.
En un comienzo, les pedí que dejaran sus pertenencias en la sala antes de aventuramos rumbo al centro de la cuidad.
Me parecía gracioso que tanto Hange como yo siempre estuviésemos intentando sacarlo de la burbuja en la que él mismo se había metido y que no opusiera resistencia. Tal vez se debía a que ya se había acostumbrado a la dinámica de las dos.
Los invité a comer pizza en un local que había descubierto durante el verano pasado. Se ubicaba en el interior de una de esas casas antiguas que aún conservaban su arquitectura antigua, aunque con ligeras modificaciones que le brindaban un toque moderno. Estábamos tan hambrientos que nadie profirió una sola palabra hasta que la caja quedó vacía.
De regreso, les indiqué en dónde podían dormir. Yo tomaría lugar en la habitación de mis padres a fin de dejarle la mía a Hange. En cuanto a Levi, lo enviaría al cuarto de huéspedes, que se ubicaba al fondo del pasillo.
Ella me hacía compañía mientras este se familiarizaba con el entorno y acomodaba sus pertenencias.
—¿Ya decidiste qué vestido vas a usar? —preguntó luego de sentarse sobre la cama de un salto, para terminar acostándose de lado.
—Vagamente recuerdo que yo tengo uno de ese color —dije mientras acunaba mi mejilla con la mano—, pero creo que primero le echaré un vistazo a los de mi mamá. Aquí entre nosotras, los suyos siempre fueron más bonitos.
Al abrir la puerta del closet, encontré la ropa intacta, tal y como desde el día en que se fueron para no volver jamás. Me había negado a deshacerme de ella porque pensaba que así honraba su memoria, como si se tratara de un homenaje perpetuo.
De pronto, subió a mi mente la broma que solía gastarle a mamá sobre cómo iba a quitarle su ropa, al puro estilo de una hermana menor atrevida en cuanto creciera, y sonreí al pensar en lo irónico que era estar aquí ahora, revolviendo sus cajones.
—Todavía no puedo creer que de entre la amplia gama de colores que existen hayan elegido el blanco —me quejé—. Eso de que es para vernos "uniformes" me parece una simple excusa para imponer sus preferencias por encima de las de los demás.
Ya me era imposible contenerme luego de varios días dándole vueltas al asunto. Yo había sido una de las pocas inconformes con el veredicto, solo que me abstuve de alegar porque sabía que enojándome no conseguiría nada.
Me tranquilicé al remembrar lo impertinente que fue Hitch al preguntarle a Petra si nos iba a invitar a su boda (por aquello del desfile de vestidos blancos), y luego me miró de reojo con una sonrisa maliciosa. Cada vez me caía mejor. Tomaba el papel de mi vocera, de un modo más desinhibido y torpe que Hange.
—Conociéndola, es probable —concordó Hange—. Pero debes admitir que tiene buen gusto, recuerda que deben lucir lo más elegante posible. ¿Y en dónde está el que usó tu mamá?
Supe que no desvió el sentido de mi comentario por defenderla, sino en miras de evitar que se me amargara la noche.
Hange tendía a buscarle el lado positivo a cualquier situación adversa que se le presentaba. A veces creía que esa forma de actuar era lo que contribuía a que fuera más feliz que yo, porque a diferencia de ella, siempre me anticipé a la catástrofe.
—No lo veo por aquí. Tendré que buscarlo en las cajas de más arriba. —Apunté con el dedo, ella siguió la dirección con la vista—. ¿Puedes traerme el banco que está debajo del comedor?
Subí un pie en el filo de los cajones que se apilaban uno encima del otro, tratando de alcanzar la puerta corrediza. Pretendía aflojarla, ya que no se abría con frecuencia.
No me alegré de haber acertado en mi predicción, me sentí una total incompetente al no conseguir moverla ni un centímetro, y el esfuerzo comenzó a fatigarme. Cuando cambié de mano para apoyarme con la que no había utilizado, olvidé comprobar la firmeza de mi punto de soporte.
El pedazo de madera del que me sostuve terminó desprendiéndose de la nada. Caí boca arriba, y me golpeé en la nuca. Incluso sentí que mi cerebro se estrelló contra las paredes craneales.
Tras evaluar el aturdimiento al que fui sometida por mi propia imprudencia, me llevé la mano a las sienes y me froté los ojos para esclarecer el panorama.
Para cuando giré el cuello, me sentí indignada al ver a Levi recargado en el umbral de la puerta, con los brazos cruzados. Me miraba con displicencia, sin mover un solo músculo. Seguro estaba pensando que era una idiota.
—¿Qué tanto miras? —le dije.
—¿Estás cómoda? —se burló de la forma que solo él conocía, mediante enfatizar lo evidente con una seriedad abrumadora.
—Sí. Me encanta acostarme en el frío y duro suelo, ¿qué tiene de malo? —ironicé.
La verdad es que sí me había ocasionado gracia lo ridículo de su crítica, incluso ayudó a que la vergüenza pasara a segundo plano.
—Me pareció que te habías caído.
—Eres realmente bueno sacando conclusiones, deberían darte un premio.
Se adentró en la habitación y empezó a caminar alrededor de mi silueta. Se posicionó delante de mí, flexionando las rodillas para darme la mano, que acepté sin vacilar. Conseguí sentarme en el suelo, y me recargué en el borde de la cama. Una leve jaqueca comenzó a hacer estragos.
—¿Estás bien? —se dignó a preguntar finalmente.
—Ajá. Pero si pudieras traerme la compresa de gel que hay en el congelador, te lo agradecería mucho.
En menos de lo que canta un gallo, ya tenía a la Hange sobreprotectora encima de mí.
—Sí Hange, ya te dije que estoy bien, no fue nada grave —le confirmé por millonésima vez.
—¿Estás segura?
—Sí, tranquila. Ya le encargué a Levi algo que me puede ayudar a desinflamar.
Tras el accidente, se ofreció a ayudarme a bajar todas las cajas que encontró en la repisa más alejada del suelo. La densa capa de polvo que tapizaba la superficie ocasionó que ambas estornudáramos.
—¿Qué tanto hacen, par de escandalosas? El ruido se escucha hasta abajo —se quejó Levi en voz alta mientras caminaba por el pasillo.
Estaba cerca, sus pisadas eran inconfundibles.
Al principio, se mostró renuente respecto a entrar. Y tal como lo sospechaba, se debía a la polvareda que sobrevino a la búsqueda. Antes de irse, me entregó lo que le había encargado.
A los minutos Levi regresó con un trapo empapado de líquido limpiador. No me molesté por su atrevimiento, aunque evidenciaba que había estado revolviendo los cajones de la alacena.
Encontramos una infinidad de objetos, que iban desde libros con hojas sueltas y accesorios pasados de moda hasta sobres repletos de negativos que nunca fueron revelados y fotografías desgastadas. Estas últimos llamaron mi atención, ya había pasado un tiempo considerable desde la última vez que las había observado.
Recordar es volver a vivir, en definitiva.
Entre la colección me encontré las secuencias de mis primeras vacaciones en la playa (cuando casi moría arrastrada por las olas), los viajes que me gané en la primaria aun en contra de las opiniones de algunos profesores, diversas actividades escolares en las que participé, las visitas a los parques de diversiones, aquella fiesta de fin de curso que realicé con un grupo selecto de amigos... En fin. Había de todo.
Mamá y papá no pudieron permitirse comprar una cámara de video cuando yo era pequeña, pero sí contaban con una fotográfica. Gracias a ella, sentí que contaba con bastante información que acreditaba mi paso por este mundo desde el momento en que llegué a él.
No me costó expresarme con soltura frente a ellos. Su curiosidad alimentaba mis ansias por compartir algunos de mis momentos más preciados.
Las imágenes atravesaban un circuito, comenzando por mí y terminando con Levi.
Sin darme cuenta, la colcha quedó enterrada debajo de una pila de recuerdos de papel. Hange se ofreció a prepararnos la cena cuando echó un vistazo a las fotografías que aún quedaban en los álbumes. Seguro pensó que esto iba a demorar, y no podía haber estado más de acuerdo.
Hubo un momento en el que Levi ya no soltó una de las fotos, por lo que me atreví a preguntarle a qué se debía, por qué no dejaba de observarla.
—Estuvimos en el mismo jardín de niños —destacó al señalarme con el índice a un adorable niño de mirada apagada, que se había sentado en la fila de adelante, con las piernas y los brazos cruzados.
De buenas a primeras, no le creí. Sin embargo, tras repasar la foto varias veces, me di cuenta de que el parecido era innegable. Hasta entonces, se me refrescó la memoria, como si el cauce de un río hubiera brotado de repente.
Se trataba del niño que casi nunca llevaba nada para comer durante el receso, ese que se ganó mi simpatía al grado de que me vi inclinada a compartirle del mío. Recordé entonces que solía aproximarme hacia él con precaución, pues su mirada hostil resultaba intimidante.
No hablábamos mucho. Eso estaba bien, ya que normalmente no sabía qué decir. Sentarnos en silencio a escuchar el alboroto causado por el resto de los que corrían de un lado a otro era nuestra manera de "comunicarnos", y su compañía me agradaba.
El día en que decidí preguntarle su nombre, no asistió a clases. Tampoco al día siguiente, ni el que vino después.
Con el tiempo, dejé de pedirle a mamá que me enviase una manzana y un sándwich extra. Jamás entendí por qué había desaparecido de la nada, sin despedirse. Fue la primera pérdida de una amistad que sufrí. Una memoria que estaba bloqueada que me condujo a comprender la razón por la que me había sentido tan cercana a él desde un comienzo.
Levi me contó que su madre tenía un oficio poco convencional, al que pretendió renunciar en el año en que logró inscribirlo, con el fin de mejorar su situación. Su existencia estuvo plagada de gritos, peleas, reclamos constantes y otros sonidos extraños, hasta la noche en que decidieron huir.
Todo apuntaba a que lo lograrían, pero unos hombres con cara de pocos amigos los interceptaron en la esquina de la calle y los devolvieron a la fuerza. Ella le dijo que todo estaría bien y lo envió a dormir. Naturalmente, no pudo conciliar el sueño. Al amanecer, intentó moverla para despertarla, aunque nunca lo hizo. Se mantuvo a su lado por unos días, sin saber qué hacer, hasta que uno de sus tíos (cuya existencia le era desconocida) apareció y se lo llevó a vivir a la capital. Él fue el responsable de criarlo, al menos hasta que cumplió quince.
Sentía un nudo en la garganta. Me quedé inmóvil mientras asimilaba lo que significó para él vivir en un sitio deplorable y haberse quedado sin la protección de su progenitora a temprana edad. La mayoría de mis dudas quedaron resueltas en unas cuantas frases, por lo que estimé que no era necesario seguir indagando.
Solía renegar de mis circunstancias y refugiarme en la autocompasión al considerarme el ser más desafortunado del planeta, no obstante, este tipo de historias me propinaban un duro golpe de realidad que me ayudaba a ver que había quienes lo pasaban peor.
No entendía de dónde había obtenido la confianza para revelarme aquel suceso trágico de su pasado, y me sentí afortunada de merecerlo.
Estuve generando teorías en mi cabeza sobre el tipo de persona en que se habría convertido Levi de haberse desarrollado en circunstancias diferentes. Tras advertir que de todas formas sería alguien introvertido y misterioso, porque tales características estaban escritas en su código desde que nació, entendí por qué me sentía atraída hacia él.
No tenía nada qué ver con la fachada de inaccesible que se ha esmerado en proyectar al exterior, sino con la calidez que se escondía debajo de ella. Cielos, ahora lo quería más que antes, y la verdad es que cómo no iba a hacerlo.
Fue entonces que me resolví a no dejar que nadie volviera a lastimarlo, al punto de apagar el brillo en su mirada a perpetuidad. Me invadió el inmenso deseo de contribuir a que se diera cuenta de que, sin importar lo que nos había acontecido, todos merecíamos ser felices. La única forma de hacer que brille nuestra luz es en la oscuridad, y él ya había tenido suficiente de esta última.
Al cabo de un rato, Hange se encontró con la caja donde estaba doblado el vestido de bodas de mi mamá. Me sorprendí de que aún conservara la aplicaciones de lentejuela, un trabajo que realizó con sus propias manos. Ella sacó a patadas a Levi para dar margen a que me lo probara.
Contra todo pronóstico, el cierre se deslizó hasta arriba sin problemas. Al mirarme en el espejo, se me saltaron las lágrimas a causa de una combinación entre felicidad y melancolía.
Me alegraba haberlo encontrado, sobre todo porque me sacó de apuros y estaba precioso. Al mismo tiempo, me causaba tristeza reparar en que ella jamás me vería usándolo.
Decidí que lo llevaría a una tintorería cercana al instituto, ya que comenzaba a percudirse. Fue entonces que se me ocurrió una idea.
—Oye, Levi. ¿Sigues ahí? —pregunté desde el interior de la habitación. Me temía que ya se hubiese encerrado en la suya y que le estuviera hablando a la pared.
—Aquí estoy, mocosa.
Hange y yo reímos en voz baja, y lo escuchamos hacer ese sonido tan característico al chasquear la lengua.
—¿No te gustaría medirte uno de los trajes? —le sugerí con voz trémula. La cara de expectativa de Hange no colaboraba en la disminución de mi nerviosismo—. A lo mejor te queda, y si fuera el caso, no tendrías que comprarlo ni pedírselo a alguien más. Digo, si te interesa. Ah, y ya puedes pasar.
Giró el picaporte y asomó la mitad de su rostro con timidez. Me miró fijamente, lo que me ocasionó un leve sonrojo que escondí al desviar la mirada. El brillo que iluminó sus ojos indicaba que por lo menos había pensado en que me veía ¿decente?, aunque no fue capaz de decírmelo.
Pasé los ganchos de uno por uno hasta que encontré lo que buscaba. Le pedí que se lo probara en mi cuarto y que volviera para darle el visto bueno entre las dos. Sufrí un colapso mental cuando lo vi.
El saco se le ajustaba en la parte de los hombros, pero dijo que no representaba mayor inconveniente ya que podía moverse sin impedimentos. La creencia universal de que el negro combina con todo resultó verdadera, y en su caso resultó un complemento ideal que resaltaba sus facciones. Me dio un ataque de celos al pensar en cuántas miradas se robaría el día de la presentación.
Aunque tenía el cabello alborotado debido al ajetreo, se veía radiante, simplemente precioso. Tanta belleza no podía tener cabida en una sola persona, me parecía surrealista. Por fuera, me esmeraba por observarlo con recato; en el interior, no podía dejar de pensar en lo lindo que era, más aun cuando se vestía de gala.
—¡Pero qué tenemos aquí! Sin duda ustedes brillarán esa noche —exclamó Hange con voz cantarina, incapaz de contener el entusiasmo.
Nos examinó minuciosamente, hasta que ambos nos pusimos colorados. Tal vez las personas que estaban acostumbradas a destacar ni se inmutarían ante ese tipo de atenciones, mas nosotros éramos la excepción.
—¿Eso crees? —Di unos cuantos giros para que la falda se abriera en espiral.
No era la gran cosa, pero cómo negarle el gusto de formar parte esencial del proyecto.
—No exageres, cuatro ojos. —Como siempre, Levi rompía el encanto.
—¡Es que lucen magníficos! —Apretó los puños en señal de victoria. Su brío irradiaba una felicidad contagiosa, a la que Levi era inmune—. Déjenme tomarles una foto.
—¡Espera! No estoy bien peinada —protesté.
—¡Ese no es ningún problema! Vamos, no sean tímidos, acérquense —insistió. Sin decir nada, acordamos hacerle caso—. Levi, enderézate. Te pediría que sonrieras, aunque sé que no lo vas a hacer.
—¿Solo te llevó unos meses darte cuenta de eso?
Éramos la definición de la elegancia. Me sentí complacida de reconocerlo, era el resultado que pretendíamos lograr.
Nos envió la foto a ambos, y yo me la pasé contemplándola durante un buen rato en la soledad de mi habitación.
Incluso perdí la cuenta de las veces en que le sonreí a la pantalla. De seguro me veía patética, y no me importó. Ahora contaba con un aliciente que me mantendría de buen ánimo por el resto de la semana.
Antes de que apagara las luces, me interrumpió un mensaje. Se trataba de Levi pidiéndome que lo llevara a un supermercado porque necesitaba comprar un par de artículos que había olvidado y que, por alguna razón, yo no podía prestarle. Me dejó en visto, naturalmente.
Desperté apenas escuché la alarma y procedí a arreglarme lo necesario, ya que ni siquiera íbamos a demorar.
Se ofreció a conducir y yo estuve de acuerdo, siempre y cuando siguiera mis indicaciones: salir de la colonia, dar vuelta a la derecha y avanzar en línea recta hasta toparse con el logotipo de la tienda en un espectacular enorme que se alzaba a varios metros sobre una estructura metálica.
Un escalofrío recorrió mi espina dorsal cuando vi que pasó de largo nuestro destino por omisión premeditada.
—Oye, tuviste que haber dado vuelta hace un momento. ¿Qué no viste el anuncio? —Apunté con pulgar por encima de mi hombro. Levi no contestó, se limitó a mirarme con desinterés y, de nuevo, centró su atención en el camino por delante—. Levi, ¿qué sucede? ¿Por qué te estás alejando tanto de la tienda?
Comencé a incomodarme ante su silencio. No desconfiaba de sus intenciones, pero sí me sentía contrariada ante la falta de respuestas. Que me hubiese mentido para sacarme de casa sin la compañía de Hange era la última de mis preocupaciones.
Llegamos a un sitio alejado en el borde de la avenida principal, donde casi no había tránsito. Tampoco divisé viviendas en la cercanía, solo había campos de cultivo. Cuando detuvo el auto, sentí que se me iba a salir el corazón.
—La verdad es que necesitaba zafarme de Hange. En realidad, traje conmigo todo lo que necesitaba —confesó de repente.
—¿Zafarte de Hange? ¿Cómo? ¿Por qué querrías zafarte de ella? —pregunté, fingiendo no comprender la indirecta de que quería estar a solas conmigo. «¿Por qué?», me cuestionaba a mí misma.
—Esta parte la tenía que hacer yo solo.
Fue directo a abrir la cajuela. No saber qué esperar de él era desesperante, así que solo fijé la vista en el tapete, tragando saliva en repetidas ocasiones. Miles de ideas azotaron mi cabeza como un remolino que destruía todo a su paso.
Al volver, trajo en las manos una pequeña caja rectangular de color negro, rodeada por un moño de listón dorado. Tomó su lugar en el asiento, cerró la puerta y la colocó sobre sus piernas. Lo vi pasarse la mano por la frente un par de ocasiones, como si de este modo lograse ordenar sus pensamientos, hasta que pudo articular una frase entendible.
—Debes saber que no tengo ni la más remota idea de cómo se hacen estas cosas, así que le pedí ayuda a la loca de tu amiga.
Qué escondido se lo tenían. Con razón no querían que me enterara.
—Levi, ¿qué... es esto? —tartamudeé.
—Solo ábrela, el contenido lo explicará mejor.
La deposité en mi regazo. Estaba tan bonita que tuve miedo de romperla. Extraje la tapa con sumo cuidado, como si se me fuera la vida en ello.
Casi me fui para atrás cuando vi el color de las flores. No pude resistir la tentación de aproximarme para olerlas y comprobar si acaso eran artificiales. Me mostré incrédula al reparar en que la frescura de la naturaleza se conservaba en cada uno de los pétalos. Sí, eran reales; me resultaba inverosímil. Yo creía que era imposible encontrarlas en ese color, que eso solo se veía en obras ficticias.
En la orilla derecha había un surco en el que había dos paquetes de mis dulces preferidos. Fue un hecho que Hange había sido la autora intelectual de aquel componente.
Debajo de estos, encontré un trozo de papel doblado a la perfección en tres partes, asegurado con la pegatina de una estrella. Pensé que ya había tenido suficientes sorpresas por el momento, hasta que lo leí tras ordenarme detener los temblores.
Kiomy:
Estoy consciente de que la mayoría de las personas me ven como un ser frío y carente de emociones, pero eso se debe a que no me conocen de la forma en que tú lo haces. Desde que llegué a la escuela me tendiste la mano sin esperar nada a cambio, y esto me llevó a reflexionar en que no he correspondido a tus atenciones como se debe.
Sé lo que te dije sobre el arrepentimiento, no obstante, hace poco descubrí, muy a mi pesar, que había ciertas excepciones, las cuales no me dejan en paz. Reconozco que no estuvo bien valerme de la presión social en aquel día en el que nos pidieron que buscáramos pareja para la actividad que realizaremos en conjunto, así que me disculpo por ello.
Mentiría si te digo que no deseaba ser contigo, y tuve miedo de que alguien se me adelantara. Eres una de las pocas personas a las que puedo considerar como mi amiga, por lo tanto no mereces que te coaccione para actuar de una manera u otra, buscando solo mi propio beneficio. Desde entonces, quise reparar el daño, solo que no sabía cómo. No me estoy justificando, ni pretendo minimizar mis errores, solo quería que supieras la verdad, y esta carta es prueba de ello.
Confieso que esto fue posible en gran parte por la contribución de Hange, aunque me hubiera gustado dejarla de lado lo más que se pudiera. Espero que lo tomes como una muestra de mi gratitud por todo lo que has hecho por mí. Al final, me resta preguntarte:
¿Te gustaría ser mi pareja en el baile?
Respuesta: ____
(Me encantaría que aceptaras, tomando en cuenta que los ensayos están a punto de comenzar. De ser así, estoy seguro de que tendremos éxito. Juntos hacemos un equipo formidable, y esta encomienda no será la excepción, bajo ninguna circunstancia).
Levi
Me había aferrado a la hoja con una fuerza tal que mis huellas digitales se quedaron estampadas en la hoja.
Tuve que leerla una segunda vez, con el fin de repasar un par de ideas que no me habían quedado claras desde el principio. No, en realidad, quería revivir esa alegría insana que me invadió, sobre todo en la parte en que dijo explícitamente que deseaba que se tratara de mí, que nunca pensó en nadie más.
Estaba incontenible. Un nubarrón de emociones amenazó con jugarme una mala pasada. Puesto no quería romper en llanto delante de él, apreté la mandíbula y me limpié unas cuantas gotas que se deslizaron por mi mejilla con la manga de la sudadera. Era estúpido pensar que no lo había notado, a mí me tranquilizaba pensar que aún tenía todo bajo control.
Cuando decidió tomar una pluma y hacer remembranza para plasmar sus verdaderos sentimientos me demostró que, en efecto, sí los tenía. Recluidos en el fondo. Guardados bajo llave. Al verlo ahí sentado, exponiendo su alma, algo se removió en lo más profundo de mi espíritu. No podía creer que el enano gruñón fuera el mismo que había escrito aquellas palabras que atesoraría por siempre.
Me quedé inmóvil, formulando un montón de posibles respuestas. Ninguna me convencía en lo absoluto. Solo fui capaz de llevarme la mano a la boca, en parte para cubrir el angustioso sentimiento que me embargaba.
Acariciaba la hoja con las yemas de mis dedos, repasando su impecable caligrafía, que era un deleite para los ojos. Su capacidad de encontrar la combinación de palabras para hacerme saber que estaba arrepentido y ansioso al mismo tiempo era sorprendente, rebasó los límites de mi cordura. Después de todo, parecía que me había ganado su cariño de una forma muy especial, una que solo le pertenecía a él.
—Levi, ¿por qué haces todo esto? —dije una vez que logré aclararme la garganta para hablar con claridad.
—Porque... te lo mereces.
—Yo... No sé qué decir, esto es... simplemente magnífico. M-muchas gracias.
Ambos bajamos la mirada durante unos segundos, permitiendo que el silencio se anegara entre el espacio que nos dividía.
—Por supuesto que quiero ser tu pareja en el baile —le confirmé—. Jamás pensé en revocar tu propuesta. También eres el único con el que me sentiría cómoda.
—Entonces, ¿estuvo bien? —preguntó con un ápice de timidez que fue incapaz de disimular.
—Más que bien. —Acerqué mi mano, dispuesta a colocarla sobre su brazo, pero me detuve en el aire y fingí que iba a acomodarme un mechón de cabello detrás de las orejas—. Me encantó, ¿de acuerdo? Ya puedes relajarte. —Le dirigí una sonrisa tierna—. ¿Qué te parece si ahora me cuentas cómo lograron que las flores se tornaran azules? No podré conciliar el sueño hasta que lo averigüe.
—Creo que Hange está mejor capacitada para explicártelo.
Fin de la parte I
Este capítulo está dedicado a LupiiLoPz, por seguir al pendiente de mi historia, te lo agradezco muchísimo <3
Me emocioné tanto con este capítulo que, cuando acordé, ya me había pasado de hojas, pero tenía que darle un cierre digno a la primera parte.
A partir de este momento las cosas van a cambiar, por lo tanto estudiaré lo que ya he escrito, para evitar las inconsistencias. Mil gracias por el apoyo, en serio, no pensé que alguien más pudiera disfrutar de este trabajo tanto como yo💙.
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