Capítulo 18| Desconfianza

Terminé exhausta luego de la clase de deportes. Mi reserva de energía a punto de agotarse era lo único que me mantenía en pie, pero sabía que no iba a prevalecer demasiado.

Tenía la vista fija en la pantalla del celular mientras me ponía de acuerdo con Hange sobre dónde nos veríamos más tarde cuando percibí una silueta acercándose a mí.

Por instinto, guardé el teléfono en la mochila. Me preparé para improvisar una respuesta breve que le hiciera ver a mi interlocutora que no estaba de ánimos para mantener una conversación prolongada. Si creyó que le iba a pasar la tarea de inglés, se equivocaba. Le diría que aún no la había realizado.

—¿Tu perro guardián te abandonó? —inquirió Hitch con una sonrisa exagerada.

Su tono juguetón me pareció relativamente molesto, ya que jamás podría considerar como un chiste cualquier mención negativa que se hiciera acerca de Levi.

No esperaba que iniciara con un comentario tan soez. Además, aquella suposición me estaba dando a entender que se ha fijado en que Levi acostumbraba estar conmigo, lo que a su vez resultaba peligroso. Ella podría no ser la única que lo notaba.

Sin darme tiempo de pensarlo, mi apatía se transformó en un interés morboso. Me di cuenta de que ella disfrutaba de hacérmelo saber, pues se acomodó en el borde de concreto, de forma que sus piernas colgaban. Empezó a moverlas como si tomara impulso para columpiarse.

—¿Disculpa? —respondí entrecerrando los ojos, confundida al meditar en la oleada de confianza que la había llevado a acercárseme.

—Ay, por favor. No te hagas. ¿En dónde dejaste a Levi? —Ignoró por completo el mohín de disgusto que se dibujó en mi rostro.

—Fue al baño —aclaré, secamente.

—Mmm, claro... —entrecerró los ojos, como si desconfiara—. ¿No te parece conveniente que Petra también haya tenido que ir? Solo digo que es curioso que les hayan dado ganas a la vez, considerando que tuvo mucho rato para pedir permiso, ¿o tú qué opinas?

Su tono de voz insinuante me instó a dudar. Comencé a creer que esa era su intención.

—Hitch, te agradecería que fueras más específica. Creo que no alcanzo a comprenderte. ¿A dónde quieres llegar? —Ahora sí que había logrado captar mi atención por completo.

—¿Es que en serio no te das cuenta?

—¿Darme cuenta de qué? —Comenzaba a irritarme.

—Kiomy, eres tan inocente —se burló.

En este contexto, la inocencia que señalaba hacía referencia a un sinónimo de «tontedad». Por lo menos no me lo dijo de manera explícita.

—Lo lamento, no tengo tan agudizado el sentido de la lógica.

—Voy a contarte un secreto. Algo me dice que eres buena guardándolos —supuso. Acto seguido, me guiñó el ojo y luego miró por encima de mi hombro para cerciorarse de que nadie tuviera la vista en nosotras. No volvió a abrir la boca hasta que se sintió segura en su totalidad—. Petra está encerrada con Levi en el armario del conserje —dijo en voz baja luego de acercarse a una distancia considerable, lo cual me generó una extraña sensación de incomodidad, sobre todo por la calidez de su aliento.

No. La verdad era que la incomodidad se derivaba de mi conflictiva imaginación, que comenzó a trabajar a una velocidad exacerbante.

Existían demasiados sitios en esta escuela que podían emplearse con el fin de llevar a cabo conversaciones, en los cuales uno era libre del temor de que fueran escuchadas. Para este punto, ese par ya debería saber mejor que nadie que las aulas no eran lo suficientemente seguras. Como si el incidente del primer día no les hubiera hecho mella.

Entre los ejemplos contaba los estantes repletos de libros consultados por uno que otro erudito de vocación, el comedor ubicado en el vestíbulo del edificio principal, las múltiples bancas que se encontraban dispersas a través de lo largo y ancho de todo el campus, y también, por todos los cielos, las gradas en el gimnasio, el cual estaba disponible a cualquier hora del día. Todos esos lugares compartían un elemento en común: proporcionaban la privacidad requerida y estaban expuestos a los ojos de quienes iban pasando por mera coincidencia.

Hay actividades que no se realizaban en público por obvias razones, y el hecho de que ellos estuvieran allá atrás, solos y encerrados, fue el detonante perfecto para dar a luz a infinidad de teorías dentro de mi cabeza.

Para cuando procesé lo que parecía ser un aviso de Hitch, sentí que mi corazón se había vuelto como de cera y que se estaba derritiendo por la fuerza de una llama abrasadora y constante. Tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para no perder la calma.

—¿Por qué me estás diciendo eso, Hitch? ¿Qué pretendes? —Aún no podía constatar que estaba en lo cierto.

Ni en un millón de años podría darse una idea de la inmensa repulsión que sentía en el estómago. De repente sentí arcadas, aunque logré tomar el control.

—Nada, pensé que te interesaría recabar dicha información. —Me sonrió e inclinó la espalda para recargarse sobre sus brazos, que permanecieron extendidos.

—¿Y qué debería hacer con ella, según tú?

—Creo que deberías considerar ponerle una correa antes de que se te escape. O de que te lo roben.

Otra vez empleaba aquel siseo irritante, típico de alguien que pretende hacerte enfadar.

—Ya, de acuerdo. —Me sentía ofuscada ante su insistencia por mantener aquel burdo ejemplo. Inspiré en busca de calma, porque no planeaba quedarme con la duda justo antes de llegar al fondo—. No me lo tomes a mal, pero casi no me hablas, y ahora que decides hacerlo tiene que ser para contarme un chisme. Además, no sé por qué crees que lo encontraría interesante, me importa poco lo que hagan ellos dos. —Relajé los hombros, restándole importancia.

Pero en el fondo me sentía como una vil mentirosa. Y de hecho lo era desde que acepté en mis adentros que Levi me gustaba. Estaba atravesando la fase en la que ya comenzaba a costarme fingir apatía cada vez que alguien hacía mención de su nombre.

—Yo me doy cuenta de algunas cosas —aseguró en medio de un aire de confidencia, como si fuéramos amigas de toda la vida—. Sé que casi no hablamos, pero debo admitir que me caes mucho mejor que la pelos de zanahoria. —Esbocé una media sonrisa ante su comentario debido a que recordé que yo también me refería a ella de ese modo—. Y aunado a esto, no soporto que los hombres nos vean la cara de tontas, sin ofender. Creo que si estuviera saliendo con un sujeto y otra persona, independientemente de quién fuera, se enterase de que ese alguien no está siendo del todo sincero conmigo, me gustaría que por lo menos me pusieran en alerta. Es horrible ser la última en percatarse de que te están engañando —dijo aquello último con cierta zozobra, lo que me llevó a suponer que ya había pasado por una experiencia similar.

En ese aspecto concordaba con ella. La ignorancia te convertía en una especie de actor, mientras los demás cuchichean a tus espaldas, sobre todo cuando nadie tenía la decencia de acercarse y hacerte saber la verdad acerca de lo que acontecía. Por ende, se reducían a sí mismos al papel de espectadores que aguardan a alimentarse de tu tragedia.

Siempre había pensado que el deber de un amigo verdadero era encender la señal de alerta, dar un jalón que salvara la vida, incluso asestar una buena bofetada.

Por supuesto que dichas acciones generarían cierto nivel de confusión, e inclusive, dolor, pero eran un efecto colateral insignificante en comparación al que se podría suscitar en caso de seguir caminando a ciegas por el mismo camino pedregoso.

La ironía aconteció debido a que no consideraba que tuviese cercanía directa con Hitch. Nuestra relación se podría definirse bajo un estatus de "extrañas muy cordiales". Y a pesar de ello, aquí estaba, dispuesta a brindarme ayuda que no le había solicitado, lo cual me motivó a cambiar mi opinión respecto a ella por una más positiva.

—No sé cómo interpretar tu comentario —me disculpé, apretando los labios.

Fue lo más sincero que conseguí añadir. Hoy en día no era sencillo encontrar ese nivel de empatía en cualquier persona.

—Es obvio que entre ustedes hay algo más que una simple amistad —continuó hablando sin darme la opción de concentrarme en mis pensamientos—, y no te juzgo por querer mantenerlo en secreto. Solo quería que estuvieras al tanto de que podrías caer por un precipicio. Si quieres seguir avanzando, es tu decisión. Pienso que yo ya he cumplido con mi parte al decírtelo.

Definitivamente, ella sabía más de lo que me gustaría creer.

—¿Qué dices? —Simulé no comprender cuán acertada había sido su observación—. No sé de dónde sacas eso, me estás asustando. Tengo que irme. —Asentí levemente con la cabeza a modo de despedida y tomé mis pertenencias.

Mientras más me esforzara por aparentar que todo transcurría con normalidad, más probable sería que terminase metiendo la pata.

—¡Espera! —exclamó, solo que yo no tenía la intención de volverme—. No tienes que creerme a mí, sino a lo que ves con tus propios ojos.

Me levanté con ímpetu mordaz y arcadas ocasionadas por unos celos que ya comenzaban a erosionar la superficie de mi alma, abatiéndola, y eso que aún no enfrentaba la escena descrita.

Por alguna razón, una parte de mí se negaba a confiar ciegamente en las palabras de Hitch. Podría deberse en parte a que no la conocía tanto como para atreverme a restarle credibilidad, y tampoco me parecía correcto pensar que su advertencia correspondiera a un acto de mala fe.

Tal vez esperaba que se tratase de una broma de pésimo gusto, o que estuviera cumpliendo con uno de esos estúpidos retos que llevaba a cabo en complicidad con sus amigos cuando se hundían en el aburrimiento. Cualquiera que hubiera sido su motivación, había logrado su objetivo, a saber, conducirme a aquel sitio con la finalidad de cerciorarme de que no estaba mintiendo.

Las puertas que se atravesaron por mi camino no representaron mayor obstáculo, fui capaz de abrirlas de un solo movimiento. Quienes avanzaban en dirección opuesta a la mía se hacían a un lado al reparar en mi mirada. En alguna ocasión, leí que mantener la vista al frente ayudaba a "despejar el camino". Desde que descubrí que funcionaba, no había tenido reparo en aplicarlo en situaciones de emergencia.

El pasillo estaba libre de ajetreo, pues a los demás grupos todavía les restaban un par de clases antes de finalizar la jornada.

Con cada paso que daba sentía que mis pies se convertían en plomo. Me costaba procesar la orden de seguir avanzando.

A pesar de la extensa línea de razonamiento que tomó lugar en medio del caos interior, la cual pretendía justificar lo que estaba a punto de hacer, comprendí que ni con el mejor entrenamiento hubiera sido capaz de mantenerme serena. Odiaba cuando la imaginación dejaba de ser mi aliada, pasando a transformarse en un rival que suplantaba las buenas intenciones.

Consideré apropiado detenerme un instante en el último casillero de la hilera, justo antes de dar la vuelta al corredor. Necesitaba respirar hondo, sacudir la cabeza. Quizás así pudiese arrancar desde la raíz unas cuantas ideas que contribuían a desalentarme. Empero, permití que la curiosidad me venciera, sin oponer resistencia.

Los encontré justo donde Hitch me había comentado. Experimenté cierta calma tras comprobar de buenas a primeras que ella me había dicho la verdad, aunque en el fondo hubiera preferido que no fuera así.

La pequeña ventana me permitía una vista completa de sus rostros, los cuales por lo menos no se hallaban tan cerca como yo suponía.

Ella lucía irritada, y Levi, impaciente por salir de ahí. Nunca la había visto tan enojada, dando vueltas en círculos. Él se limitaba a escucharla con los brazos cruzados, y suspiraba de vez en cuando. Parecía que le estaba dando la oportunidad de desahogarse.

Aunque tuve unas enormes ganas de interrumpirlos para sacar a Levi de ahí con alguna suerte de excusa, recordaba mi promesa de no volver a espiarlo. Deseaba mantenerme firme en ella, mas no podía dejar de pensar en lo que significaba la confianza en el contexto en el que nos estábamos desenvolviendo.

Miles de preguntas azotaron mis perturbadas reflexiones, añadiéndoles un toque de amargura. Consideré que la alternativa más viable era esa en la que me daba la media vuelta y buscaba una distracción.

¿Acaso ella seguía insistiendo con lo mismo? Entonces, ¿por qué Levi no se había envalentonado para marcar su distancia de una forma más clara, si es que podía existir alguna?

De haber estado en su posición, yo habría optado por jamás volver a respirar el mismo aire que aquel que me estaba rechazando tajantemente. ¡Y qué decir de atreverme si quiera a mirarlo! Lo evitaría a toda costa, sobre todo por dignidad.

También podía darse el caso de que no fuese más que una muestra de lo considerado que llegaba a ser con quienes le importaban. No había querido admitirlo, pero me inclinaba a creer que la afinidad que compartieron en algún momento de sus vidas traspasaba la brecha que se rompió cuando ella confesó que lo amaba. Es el tipo de cariño que siempre se le tendrá a las personas que estuvieron a tu lado en alguna época en la que fuiste incapaz de encontrar la luz al final del túnel.

Llegar a esa conclusión fue sencillo, aunque no por eso dejó de sentirse como una puñalada por la espalda; no una de las que entraban con la misma velocidad con que salían, sino una de esas en las que se seguía ejerciendo presión sobre el mango del cuchillo hasta que se escuchaban los pedazos del órgano dañado removiéndose en el interior y se veía la sangre saliendo a borbotones.

Tendría que agradecerle a mis pensamientos por traicionarme de esa manera tan vil y despiadada. Me sentía más herida que al inicio, y lo peor era que yo fui la causante.

Me preocupaba que Levi me considerara como una entrometida al preguntarle si todo estaba marchando bien, porque según recordaba, él le daba mayor peso al respeto por la privacidad que a la confianza, como yo. Pero ¿cómo se suponía que confiara en una persona que no era capaz de compartir nimiedades? Eran el tipo de malentendidos que podrían subsanarse tras una conversación honesta.

¿De qué forma debería comenzar entonces? ¿Puntualizando un hecho innegable de forma directa? Algo así como: «Ey, Levi. Te vi con Petra en el armario del conserje, ¿se puede saber de qué tanto hablaban?». No. Terrible idea. Seguro respondería que no era mi asunto y, aunado a esto, se molestaría por la intromisión.

También podría aplicar la clásica técnica de «Me dijeron que te vieron en cierto lugar con ella, y que parecías molesto. ¿Hay algún problema entre ustedes?». Pero tampoco terminaba de convencerme, ya que implicaba que me dejaba llevar por rumores (aunque en este caso, ya existía uno de por medio), y dudaba que encontrase deleite en que su reputación se viera comprometida.

En ocasiones, era menester emplear la persistencia para sacar a relucir el tesoro que se esconde en las profundidades del mar. Empero, si de repente insistía en ahondar en el asunto, ¿su inteligencia no le llevaría a inferir que yo estaba celosa? Y sí, me dieron ganas de jalarla de su bonito cabello y arrastrarla por todo el patio cuando la vi ahí adentro tan cerca de él, mas no podía hacerlo porque, ante los ojos de Levi, mi actuar carecería de lógica.

Puede que entonces se preguntase el motivo de mi actitud feroz en contra de ella, y así le estaría indicando que aquella reacción impulsiva se debía a que siento algo por él. Después, yo pasaría a convertirme en la rechazada, lo cual no iba a permitir por nada del mundo.

Al final, lo mejor que conseguí hacer fue darme la media vuelta.

Mientras aguardaba a que mi amiga apareciera, decidí apartar un momento de mi soledad para poner mis pensamientos por escrito.

La sombra fresca debajo de los árboles me envolvió en un aura de paz que se concretó cuando coloqué el punto que anunciaba el cierre. Contemplar mi creación me infundía un brío revitalizante por haber logrado esclarecer el panorama sin la intervención de algún tercero.

—Kiomy, ¿podemos hablar? —propuso la última persona a la que quería dirigirme.

Toda la calma que había logrado reunir se fue al caño cuando escuché su dulce voz. ¿En qué clase de broma de mal gusto me había inmiscuido? Esperé que no se hubiese acercado con la intención de contarme lo que hicieron, de otro modo, ya no iba a contenerme.

Era la segunda ocasión en un mismo día en la que se me presentaba una plática que no era bienvenida. Detestaba que me interrumpiera justo cuando iba a la mitad de una hoja, me hacía perder el estilo.

Había perdido la cuenta de las ocasiones en las que, de una u otra manera, terminaba enfrentándola cara a cara dentro de mis sueños. Y no había ni uno solo en el que no se repitiese el mismo patrón: ella aparecía de la nada frente a mí con esa cara de mosca muerta, fingiendo que las cosas marchaban bien entre nosotras y que podíamos olvidar el pasado por obra de la magia de la amistad que un día tuvimos.

Lo lamentaba, pero cuando sobrepasaban el límite establecido por mí misma, no había modo de convencerme de dar marcha atrás.

—Supongo que sí —respondí, no muy convencida.

Cerré mi cuaderno en un movimiento suave y guardé el bolígrafo en medio del espiral. Levanté la vista para encontrarme con la suya.

Ella ya se había acomodado en el asiento colindante en sentido frontal. Olvidé haberle extendido una invitación para hacerlo.

—Creo que no podemos pasarnos toda la vida en esta insufrible rivalidad —comenzó—. Ni siquiera es por mí, es por el equipo. Tenemos que trabajar juntas.

Vaya. Así que ahora me necesitaba. Bueno, debería saber que yo no creía requerirla para nada en lo absoluto. Empero, estaría pecando de orgullosa.

Tenía por bien entendido que la experiencia era un recurso valioso en este medio. Si quería tener éxito, era de vital importancia que la pusiera en consideración, independientemente de donde proviniera. Reconocía que era enteramente capaz de tragarme mi coraje y convertirme en la capitana que el equipo merecía, aun a expensas de lo que encerrara su vago intento de hacer las paces.

—Ya veo —murmuré, incrédula—. Y entonces, ¿qué sugieres? Porque a decir verdad, yo no tengo ningún problema.

Había manejado y salido ilesa de situaciones peores, podía con esto.

—Créeme. He sufrido de un estado de completa desconstrucción en mi persona tras haber sido reemplazada por alguien cómo tú, pero estoy consciente de que una casa dividida desde el interior está destinada a fracasar —advirtió con un ápice de preocupación genuina—. Lo que nosotras hagamos influirá para bien o para mal en el resto del equipo. No te pido que seamos amigas, solo que llevemos la fiesta en paz.

—¿En paz? —Le dediqué una risa jocosa—. Lo siento, no estaba consciente de que teníamos un desacuerdo grave. Pero no te preocupes, yo no soy un alma problemática.

—El hecho de que sepas ocultarlo bien es otra cosa —insinuó.

Ya éramos dos.

—¿A qué te refieres?

—¿Nunca te preguntaste por qué no te acusé con ningún maestro luego de que casi me asesinaras en los vestidores? —No entendí de dónde sacaba ese tenor antipático y cizañero, que incluso se le daba natural.

Qué dramática. No fue para tanto.

—Es posible, solo que lo dejé pasar en seguida —dije—. En aquel momento tenía la mente puesta en actividades más pertinentes.

—Admito que me dejé llevar por las emociones hasta este punto, pero he estado pensando en ello y creo que puedo dejarte el camino libre, con tal de evitar problemas en el futuro. —Su falsa condescendencia estaba carcomiéndome.

—Aguarda un segundo. —La detuve mientras extendía la palma de la mano, que era la única parte de mi entumecido cuerpo con la que podía transmitir convicción—. Yo jamás rogaría por una oportunidad para estar con alguien, ¿entiendes? Ya no estoy en edad de sentir que me voy a morir a causa de un amor no correspondido. Ni creas que me estás haciendo un favor, porque no pienso verlo así, por más que lo intentes.

—Debes saber, Kiomy, que yo ya no quiero pelear. —¿Cuándo fue empezamos a pelear? Que me pasara el dato, no lo tenía archivado—. Creo que tenías razón con eso de que no puedes obligar a alguien a quererte. Simplemente, se da o no se da, y no hay manera de revertirlo.

—¿Qué mosca te picó? Si no mal recuerdo, hasta hace unos días estabas molesta porque cierta persona me eligió a mí para formar parejas en la actividad del festival, ¿o me lo imaginé? —comenté mientras alzaba las cejas en señal de desconcierto.

¿Y cómo no estarlo? Si literalmente me había dicho que me lo quedara. Ni que Levi fuera una propiedad que podía ser traspasada de un dueño a otro mediante la firma de un contrato.

—Digamos que ya lo he dejado ir. Justo ahora mi mayor preocupación recae en organizar los detalles de nuestra participación en el festival y asegurarme de que puedo contar contigo para llevar al equipo a la victoria —reiteró, esforzándose por permanecer tranquila.

—¿Estás segura? No suenas del todo convencida.

Se le congeló el semblante. Un movimiento casi imperceptible en sus mejillas me indicó que estaba apretando los dientes, conteniendo el aluvión de emociones que experimentaba. Sentí inquietud acompañada de escalofríos al reparar en la sonrisa cálida que me dedicó a continuación.

Si no la conociera desde que éramos niñas, aquello habría bastado para que la perdonara, aunque no me lo estuviera pidiendo, y entonces me adentraría en una simulación interminable cuyo objetivo sería demostrar lo compasiva que podía ser cuando me lo proponía. Pero ya había agotado todas sus oportunidades, y que conste que le brindé más de las que se merecía.

—Lo estoy. Si él es feliz a tu lado, con eso es suficiente para mí —declaró con voz impostada. Una actuación muy convincente, a mi parecer.

Enmudecí en el acto. ¿Cuál sería la mejor respuesta que podía brindarle a aquella declaración fuera de lugar?

«Te agradezco por haber tomado la iniciativa en declarar una tregua que no sabía que necesitaba y que resultó verdaderamente oportuna.

»Qué maduro de tu parte venir a buscarme para enderezar los asuntos y traerme una ofrenda de paz al sacrificar uno de tus mayores anhelos. Creo que llevo unos cuantos años juzgándote de manera equivocada.

»Por favor, ambas sabemos que ni tú te tragas ese cuento. Tal vez creas que es fácil engañarme y que con esta demostración de repentina familiaridad ya he bajado la guardia, que no es sino la prueba irrefutable de que no llegaste a conocerme lo suficiente como para intuir que mi confianza en ti se ha desvanecido por completo».

No me apetecía meterme en dramas, sobre todo si estaba en mis manos el poder de evitarlos. Las buenas intenciones no eran suficientes para mí.

—¿Está todo bien por aquí? —interrumpió una confundida Hange, quien se sentó a mi lado y nos examinó a ambas con recelo.

—En efecto, mi querida Hange. Petra ya se iba, ¿no es así? —Le lancé una mirada sarcástica, con lo que logré disuadirla de permanecer en el sitio.

—Así es, Hange —respondió mientras se ponía de pie y tomaba su mochila—. Tengo una junta con los miembros del Concejo para afinar los últimos detalles. Por cierto, Kiomy. No olvides que empezamos los ensayos la semana que viene. Pronto les comunicaremos la decisión sobre el vestuario, así tendrán tiempo de sobra para conseguirlo.

—Créeme, lo tendré muy en cuenta. —Le sonreí con sorna.

¿Cómo se le ocurría pensar que podría olvidarlo? Algo me dictaba que superaría mis expectativas. Gracias a aquel impulso, me sentí completamente satisfecha de haber aceptado la decisión de Levi; ya no tenía ningún problema con ello.

Sin embargo, la doble intención de Petra me tenía preocupada. Me ofendía muchísimo que me considerase incapaz de llegar a la meta aun con las todas las probabilidades en mi contra y que creyera que era una santa por concederme lo que supuso tomaría como un privilegio.

Tal vez me estaba incitando a demostrarle lo contrario, aunque no era para tanto... No era como si sintiera el impulso de probarme a mí misma que podía hacerlo. Supuse que iba a permanecer en ese estado de alienación hasta que lo averiguara. 

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