Capítulo 17| Demasiado bueno para ser verdad

Durante el resto de la mañana fui incapaz de mirarlo sin que mis mejillas se encendieran y mis ojos se comportaran esquivos, tratando de evitar por todos los medios posibles cruzarse con los suyos.

Me aseguré de volver a mi habitación apenas terminaron las clases. Tenía que adentrarme en mi burbuja, aquella que Levi se encargó de reventar de un pinchazo.

Qué maravilla. Los primeros en elegir pareja no eran capaces siquiera de dirigirse la palabra. Un claro indicio de que ejecutaríamos un excelente trabajo. Resultaba irónico que ayer le hubiese dedicado una entrada en mi diario, en la que lo ensalcé por encima de los límites de lo idóneo.

Enfrentar los temores debería ser una especie de ejercicio obligatorio que tienes que aprobar antes de conseguir el diploma que te acredita como «adulto». Me conocía lo suficiente para tener bien definidos cuáles eran los míos, el detalle era que aún no me sentía del todo calificada para vencerlos. Contaba con la determinación, pero a veces me faltaba el valor.

La vergüenza pública era quizá el que mayor cantidad de impedimentos me había traído a lo largo de mi existencia. Se me estaba complicando compaginar mi atracción por Levi debido a esto, ya que él se encargaba de exponerla cada que se le antojaba, aunque sabía que no lo hacía de mala fe. De todos modos, no había llegado al extremo en que me había conferido, hasta ahora.

Odiaba no saber interpretar lo que ocurría dentro de su cabeza. No comprendía por qué le resultaba tan sencillo acertar en sus suposiciones respecto a mí cuando yo ni siquiera sabía un dato básico como su color preferido u otros detalles simplones que se le preguntaría a una persona a la que llamas «amigo».

En ocasiones, me desorientaba al analizar los paradigmas que definieron la relación que se había forjado entre nosotros. Todavía me inclinaba a creer que no era la locución más adecuada para describirla, porque implicaba resignarse, y dudaba que hubiese una sola persona que aceptara de mala gana lo que había estado deseando con vehemencia.

Anticipar su manera de proceder había sido complicado, de modo que no había podido establecer un patrón de comportamiento que me permitiera predecir cuál será su siguiente maniobra. Esa intriga me sumió en un estado de caos debido a que, por un lado, me generaba una sensación punzante de hastío en el pecho, que solo cesaba cuando me atrevía a confrontarlo. Se nos estaba haciendo costumbre, y no era normal.

Por otra parte, disfrutaba de mantenerme en ese estado de ignorancia de sus designios, era como el velo que me separaba de la incógnita que esconde bajo esa mirada inexpresiva e indiferente. No me sentía particularmente orgullosa de esta disonancia.

—¡Así que el enano te eligió como su pareja en el baile! —exclamó Hange, apenas terminé de contarle lo que había sucedido.

No me permitía explayarme con lujo de detalle cuando se emocionaba. Me resultó gracioso que solo hubiese reparado en esa parte de la conversación, siendo que implicaba datos que yo consideraba de mayor trascendencia.

Me asestó un golpecito en el brazo, y yo lo acaricié más que nada por instinto. No me había incomodado en lo absoluto.

—Sí, y lo hizo de la peor manera que se le pudo haber ocurrido —me quejé para luego cubrirme la cabeza con la almohada—. Se valió de mi miedo al escarnio público y lo declaró enfrente de todo el salón. Gran idea, ¿no te parece?

Ya no sabía si sentir vergüenza, ira, confusión, o una combinación extraña de las tres. Mi cerebro trabajaba a su máxima potencia, buscando por todos los medios un motivo válido que satisficiera mi necesidad de una respuesta congruente a lo que estaba sucediendo.

Lo que más me preocupaba era el hecho de que, entre las numerosas opciones que de seguro estaban a su alcance, me hubiera elegido precisamente a mí para llevar a cabo aquella actividad que debería considerarse agradable. Me autodenominaba como una especialista en crearme altas expectativas que terminaban derrumbándose como un castillo de arena próximo a los litorales. No estar al tanto de su objetivo me tenía ansiosa.

Con ese sencillo acto logró ponerme en el radar de mi ex amiga, quien no parecía estar dispuesta a ceder en su cometido. El asunto entre ambas estaba lejos de ser zanjado.

Levi desconocía el trasfondo de mi enemistad con ella, y este no era el momento ideal para ponerlo al tanto. Me sentiría herida de que se inclinase hacia su lado por el derecho de antigüedad que la precedía.

Estaba segura de que lo consideraría como una declaración de guerra. No me extrañaría que justo en este momento estuviera maquinando una forma de hacerme quedar mal frente a él durante los ensayos, o inclusive el día de la presentación.

La peor parte era que ni siquiera fue culpa mía. Yo no le pedí a Levi que me eligiera, aunque estaba más que conforme con su decisión, solo que no podía dejar que todos supieran que me encontraba rebosante de felicidad.

A pesar de todo, la entendía hasta cierto punto. Solía pasarnos con frecuencia cuando estábamos en la primaria. Puesto que nos emparejaban de acuerdo a la estatura, ella nunca tuvo la dicha de que le tocara con los niños que le gustaban. Y daba la casualidad de que ellos casi siempre eran de los aprisionados a la mitad, al igual que yo, así que digamos que ocupé en varias ocasiones el lugar que ella ansiaba.

Sí. Al parecer era la ladrona de sus amores platónicos desde hace tiempo. De todas formas, ya no estábamos en edad de encasillarnos en un berrinche por ello.

También estuve pensando en lo complicado que sería aprenderme los pasos, puesto que tenía dos pies izquierdos y carecía de la elegancia de las mujeres de aquella época. Siempre había disfrutado ser espectadora en eventos de gala, prefiriendo mantenerme al margen. Desentonaba con el ambiente.

Y por último, se encontraba el asunto del contacto físico. Había visto varios filmes con la temática aprobada, así que sabía quizá incluirían la parte en la que me sostenía de la mano. Luego vendría la necesidad impuesta de acercarnos en exceso, rompiendo así con el espacio vital.

Tal vez podría conseguirme un vestido ampón. Al menos así contaría con una barrera para mantenernos a una distancia considerable. Me encantaban los confeccionados para las películas de princesas en live action, pero a su vez, los consideraba una exageración. Todavía no decidían qué íbamos a usar, mas aguardaba que no fuese un atuendo fuera de lo común.

Sin duda, lo que más me aterraba era que se les ocurriera ellos debían tomarnos de la cintura. Era especialmente sensible en esa zona, y presentía que me iba a dar un ataque de risa (por no decir de pánico), apenas nuestros tactos se fusionaran. Nunca había fraternizado con el contacto físico si consideraba que prescindir de él estaba a mi alcance.

Pero no podía ser tan malo, ¿o sí? A menudo, las cosas no resultan tan terribles como nuestros miedos las pintan. Deseaba que esas palabras se cumplieran en mi caso particular, tendría que aferrarme a algo mayor que mis temores si quería pasar esta prueba con la frente en alto.

—Hange, ¿qué se supone que debo hacer? —continué. Sentí su mano quitándome la almohada, de este modo me indicó que estaba meditando en búsqueda de una respuesta adecuada a las circunstancias.

—Creo que lo más sensato es que te hagas a la idea y te esmeres en dar lo mejor de ti, como siempre —sugirió en medio de un aura de paz. Se recargó en la pared a sus espaldas y sentí como el colchón se iba sumiendo, lo que me hizo espabilar. Terminé sentándome con las piernas cruzadas—. Eso, o decirle que cambiaste de opinión. A fin de cuentas, Petra fue la que les comentó que nadie sería obligado a participar. Estás a tiempo de extenderle tu negativa, recuerda que no tiene por qué ser delante de todos. Solo háblenlo. Estoy segura de que llegarán a un acuerdo que beneficie a los dos.

La calidez que emanaba su tono, la mirada comprensiva que me incitaba a emplear mi capacidad de discernimiento y sus gestos sinceros hicieron que me sintiera la persona más afortunada por contar con su amistad.

—No cambié de opinión, sabes que no me refiero a eso. —Fruncí los labios—. Tampoco quiero que me considere una indecisa. Lo que me tiene así es que no logro comprenderlo.

Alcé la vista hacia el techo y suspiré con pesadez.

—¿Comprender qué?

—A él, Hange. Digo, ¿por qué querría ser conmigo? —resoplé—. ¿En serio no ha conseguido más amigos desde que entró a la escuela? Han pasado poco más de dos meses y no lo he visto fraternizar con nadie, aparte de nosotras. Y si acaso con Erwin, un par de veces después de que se contentaron.

—Bueno, tal vez no se le dé bien eso de hacer amigos. —Sentí una puñalada por no haber considerado aquella posibilidad.

Dentro de mi mente, ya me había formado un concepto distinto acerca de él, uno que estaba tambaleando sobre la cuerda floja.

—Pero es que míralo. Lo tiene todo para formar parte de la "élite". Para empezar, es súper lindo, y lidiar con las asperezas en su personalidad no es una carga demasiado difícil una vez que aprendes a tolerarlas. Hablar con él de temas serios es reconfortante, porque manifiesta elocuencia cuando se lo propone. Tiene una excelente conversación, es dedicado, eficiente, bastante inteligente. Hasta me atrevería a decir que atento, a su manera, claro. Casi todo lo que hace le sale bien, excepto lo de la comida, y rápido se posicionó como uno de los más veloces en el equipo de atletismo, lo que le dio fama de la buena. Además, siempre está dispuesto a resolver los problemas de manera pacífica. —Una mueca burlona se dibujó en su rostro y me sentí como una mentirosa—. De acuerdo, ocasionalmente. Y no es que no me guste, al contrario. Desde el principio me hice a la idea de que iba a desecharme, o a relegarme como la "amiga de repuesto". Estuve preparada desde el inicio para convertirme en su admiradora secreta y contemplarlo desde las sombras, y ahora me sale con esto... Está interfiriendo con mis planes.

—Me imagino que ya sabías que no se comporta con todos de la manera en que acabas de describir —declaró como si estuviera tanteando la temperatura del agua en una piscina antes de lanzarse al fondo.

—Por favor, Hange. No estarás diciendo que me trata de una manera especial —espeté negando con la cabeza.

—Pues...

—Podrá nublarse el sol eternamente antes de que me conceda el permiso de si quiera considerar que él me trata distinto que al resto —la interrumpí con voz apagada.

—En tal caso, supongo que tu mundo estaría sumido en una densa nube gris, ¿no lo crees? Pero no habría ningún problema, porque estarías con él. —Me lanzó una mirada cómplice, mientras se retiraba los anteojos para limpiarlos con una emisión de vapor.

Me sonrojé en el acto. Cuando intenté ocultarme mediante pegar el mentón sobre mis rodillas y cubrirme el rostro, me di cuenta de que era demasiado tarde. Ella ya me había visto.

—No creo que tuviera como objetivo volverse popular desde un principio —añadió una vez que logró contener su risa tierna.

—¿Por qué lo dices?

—Yo no estoy en posición de hablar con propiedad acerca de ello, ya que tú lo conoces mejor. Algo me dice que si hubiese querido formar parte de la élite, lo habría logrado al segundo día de entrar a la escuela, por no decir que de inmediato —comentó con tanta seguridad de sí misma que, aún si no le hubiese creído, habría considerado hacerlo por la convicción con que se había expresado.

—Yo diría más bien que se encasilló en la opción más fácil, la que no le representa ningún reto, por ahora. No lo sé...

—Kim, ¿por qué simplemente no puedes aceptar que te sucedan este tipo de cosas? —refunfuñó—. Déjame ayudarte a pensar con la cabeza fría.

De un salto, se levantó de la cama y salió por el umbral de la puerta. No tuve tiempo de preguntarle a dónde iba.

Fue a traerme una botella del té verde que mantenía guardado en el frigorífico, y que de hecho era la antítesis del que le gustaba a Levi, por aquello de que este contenía un montón de conservadores y una amplia gama de ingredientes "extraños". Ay, ¿por qué será que me estaba acordando de esto ahora?

—Entonces, ¿confías en él, o no?

Esta vez se quedó de pie con los brazos cruzados.

—Lo intento. Me cuesta todo lo habido y por haber que puedas imaginarte. No quiero ir más allá de los límites establecidos para mí, porque cuando de pronto comienza a irme de maravilla, el universo confabula en mi contra y me sumerge en una racha de mala fortuna en la que me quita todo lo que había obtenido, mientras se burla de mí con malicia. Siempre hay un ardid escondido detrás de lo que parece demasiado bueno para ser verdad, y por eso me niego a creerlo. —Tendía a hablar con bastante rapidez cuando estaba ansiosa. Me maravillaba de que no se me hubiese trabado la lengua en plena conferencia—. Ni siquiera debí decirlo en voz alta.

—Creo que estás siendo paranoica. Por supuesto que lo mereces —aseguró.

Quizá creyó que estaba perdiendo el juicio. En realidad, me estaba obligando a mantenerlo.

—Me gustaría estar de acuerdo contigo.

—Yo creo que eres lo más cercano que tiene a una amiga, a pesar de que no sea fanático de los títulos. Es sencillo darse cuenta de lo cómodo que se siente contigo, aunque no se la pase diciéndolo a cada rato. Seguro te eligió por eso —concluyó.

«Me eligió». Qué bonito sonaba.

Empero, no dejaba de experimentar una sensación incómoda, como si tuviese una espina enterrada en lo profundo de mi piel, una que no desaparecería hasta que lo pronunciara con sus labios.

—Yo también me siento a gusto con él. Me brinda una sensación de familiaridad reconfortante, similar a la que sentí cuando tú y yo nos hicimos amigas. La noche en que nos quedamos hablando hasta tarde junto a la ventana, percibí una sensación mágica de bienestar cayendo sobre ambos. Fue como si lo conociera de siempre..., es difícil de explicar —confesé en medio de una recarga de energía esperanzadora.

Ahora que se me había esclarecido el panorama, supe que podía enfrentarlo por mi cuenta, sin dar margen a que lo interpretase como un reclamo.

—Entonces creo que ya está. Hagan su mejor esfuerzo, pero sobre todo, diviértanse, que para eso realizamos el festival —convino Hange luego de acomodarse a mi lado.

—Lo haré. Aunque no sé por cuánto tiempo me va a durar la motivación.

—Aprovecha mientras dure.

—No sé qué sería de mí sin ti. Tus hijos tendrían una mamá excelente. Y, ¿ya sabes qué confesión depositarás en la urna?

Gracias a la revelación de Hange me resolví a no permitir que el tiempo transcurriera sin antes averiguar qué lo había llevado a inclinarse hacia mí. Lo consideraba como un ensayo que me ayudaría a analizar el grado de confianza que habíamos desarrollado.

Puesto que existía una sola ruta que le permitía llegar a su habitación al conectar ambos pasillos en forma de ángulo recto, decidí esperarlo en el alfeizar de la última ventana. No podría atravesarlo y fingir que no me había visto.

Me senté de espaldas, aguardando hasta mirarlo por el rabillo del ojo. No estaba segura de cómo iniciar la conversación, pero sí de que una vez que lo lograse, la segunda parte surgiría de manera natural.

—Levi, qué bueno que te veo. Me gustaría que habláramos sobre... —¿Nosotros? No, muy directo—. Sobre un asunto que me tiene dando vueltas en la cabeza desde ayer y que de hecho, tú generaste —planteé usando un tono de voz amigable, con la mayor sinceridad que fui capaz de reunir. La oración se quedó flotando en el ambiente—. ¿Por qué no esperaste para preguntármelo en privado?

Me miró de soslayo antes de darse la vuelta. No hacía falta explicar el contexto; él estaba consciente de aquello a lo que había hecho alusión.

Me esforcé por demostrarle con mi lenguaje corporal que nunca estuve enojada, sino más bien, confundida. La duda que se dejaba sin resolver era comparable a un virus que se esparcía lentamente por todo el cuerpo, hasta que conseguía adueñarse de cada una de las células, y para cuando el portador se ha percatado, la infección ya lo ha invadido en su totalidad.

—Tch, tú siempre tan preguntona. —Cierta molestia se asomó en su tono. A mí me dio la sensación de que le preocupaba ser escuchado, ya que desvió la vista hacia los lados, por si se aproximaba alguien—. Porque de todas formas iba a hacerlo, ¿qué más daba que fuera en ese instante? —confesó de manera tajante, sin dar pie a que se generara una especie de malentendido.

Se acomodó en el otro extremo del espacio, sin esperar a que le extendiera una cordial invitación. Era justo lo que estaba esperando.

—¿Cómo que ibas a hacerlo? ¿Lo decidiste en cuanto la noción fue aprobada por unanimidad? —Mi respiración se detuvo por un segundo.

—¿Siempre necesitas una respuesta para todo? ¿No puedes resignarte a aceptarlo sin pedir motivos? —cuestionó, severo.

—Podríamos convenir en que siento más cómoda cuando estoy al tanto de las causas. Es cuestión de paz mental, por asuntos internos. Pero está bien. Si te molesta, ya no volveré a preguntártelo. —Agaché la cabeza en son de rendición y empecé a juguetear con mis manos, que comenzaban a transpirar.

Imaginé que iba a dejarme sola, por lo que la espera resultó agonizante. Conforme pasaron los minutos, que se volvieron tan eternos como silenciosos, entendí que me había equivocado.

—Quería que todos lo supieran lo antes posible. No creí que fueras a negarte si lo hacía en público —habló con voz impostada. Ya no me costó mucho establecer contacto visual con él.

Era cierto, no iba a negarme y... ¿Me acababa de decir que estaba predispuesto a obtener una respuesta afirmativa? Eso explicaría por qué se había precipitado.

Este era el tipo de oportunidades que Hange me había estado alentando a tomar cuando se presentaran. Solo que yo ni siquiera había considerado la mínima posibilidad de emparejarme con él, me había tomado desprevenida. Aunado a esto, ¿cómo dedujo que iba a aceptar sin pensármelo dos veces? Pareció que me conocía mejor de lo que imaginaba.

Abstenerme de crear de escenarios que se romperían a la mínima provocación era lo que me llevaba a actuar con cautela. Se trataba de un interesante y práctico mecanismo de defensa que me había ahorrado infinidad de inconvenientes. Por esta ocasión, no estuve segura de que fuese a arrojar resultados positivos.

—¿Usas el plural como alegoría, o es por Petra en específico? Porque no sé si lo habías pensado, pero me acabas de meter en una encrucijada.

Observaba a través del fino cristal, centrándome en una paloma blanca que se posó sobre una rama. Libre de ataduras emocionales, a diferencia de mí.

—¿A qué te refieres? —Ladeó la cabeza.

—¿Qué no viste la cara que puso cuando dijiste que serías conmigo? —Sonreí en mis adentros al evocar aquella imagen. Fijé una nota mental sobre contarle algún día acerca del problema que tuve y, por lo visto, seguía teniendo con ella—. Como sea, ni siquiera sabes si yo quería participar. —Otra mentira más—. Estaba considerando unirme al grupo de Hange para cuando tomaste la decisión de involucrarme en contra de mi voluntad.

—Entonces, ¿no quieres hacerlo?

Reparé en un movimiento casi imperceptible en el que se aferró a la correa colgante de su mochila cuando un grupo de estudiantes apareció a lo lejos. Se quedó callado hasta que estos despejaron el pasillo, y yo tomé las riendas.

—Sí quiero... quería... O bueno... —Comencé a tartamudear. Necesitaba calmarme para entenderlo, ya que él era el único que poseía argumentos para defenderse. Empero, el poder de permitirlo recaía en mis manos. Respiré hondo y me pasé la mano por la frente antes de continuar—: No esperaba que ocurriera así. ¿Puedo saber por qué me elegiste? —expresé mi preocupación de golpe, y aunque quise retractarme por mi arrebato, me consolé al pensar que era lo correcto.

—¿Querías una invitación más formal?

Me observaba con un mohín de confusión, e imitó mi postura ligeramente encorvada.

«Confórmate con eso y no molestes», pensé que añadiría. No sucedió. Hange estuvo en lo cierto durante todo este tiempo; en cambio, yo había sido incapaz de darme cuenta.

—No es eso, yo...

Las palabras se habían atascado en el fondo de mi garganta. Adiós a la calma relativa que había reunido.

—Ella querría propasarse conmigo, ya viste cuán insistente puede llegar a ser cuando se lo propone. Tú eres más, cómo decirlo... —se rascó la cabeza y se mordió los labios—, calmada, en ese aspecto.

—No sabía que pensaras eso acerca de mí. —Le dediqué media sonrisa porque me estaba muriendo de la vergüenza.

Por un instante, creí haberlo visto realizar el mismo gesto, solo que no pude comprobarlo. Me preguntaba por cuánto tiempo más tendría que contener las inmensas ganas de darle un abrazo que me invadían cada vez que se cohibía.

¿Podría ser más tímido de lo que aparentaba? Que su mayor preocupación recayera en evitar sentirse acosado me pareció un motivo válido, señal de que confiaba en que yo no actuaría de esa forma.

A mí tampoco me extrañaría que ella aprovechase la situación para toquetearlo más de la cuenta, aferrándose a su cuello, tomándolo de la mano cuando menos se lo esperara, o incluso mediante fingir dar un paso en falso para aterrizar en sus brazos continuamente, escudándose detrás de la vieja excusa de que era necesario. ¿Qué rayos consideraba necesario? Una buena patada era lo que quería darle por andar causándome conflictos de a gratis.

Y yo que estaba convencida de que, al cortar con el canal de comunicación, tarde o temprano olvidaría el motivo de nuestra rivalidad. Ahora, ese motivo nos estaba llevando al campo de batalla una vez más.

Tal vez me guardaba cierto rencor por lo que le hice, mas no me preocupaba en lo absoluto. A nadie le haría un daño irreparable tomar una cucharadita de su propia medicina.

Me emocionaba de pronto verme en la necesidad de armarme hasta los dientes para enfrentar la oleada de miradas indiscretas y cuchicheos que de seguro iban a aparecer en cuanto la noticia comenzara a regarse como la pólvora.

Ser amiga de Levi no estaba contribuyendo para nada a pasar desapercibida. Podría acostumbrarme a esta sensación de relativa eminencia.

Puesto que se me había solicitado presentarme en la oficina de la entrenadora, asistí en cuanto tuve un espacio libre.

Encontré a Petra en una de las sillas del recibidor. Tenía los brazos cruzados, iba moviendo una de sus piernas a un ritmo acelerado, como si marcase el compás de una canción, solo que no percibí los cables colgando de sus oídos.

Estaba hecha un manojo de nervios. No se percató de mi presencia hasta que me hice con un lugar y me derrumbé con pesadez sobre el cojín forrado de tela de cuadritos. Me sentía como si tuviera una cita con la desgracia y estuviera en la sala de espera, aguardando a escuchar mi nombre.

Que te pidieran acudir a la oficina de algún profesor nunca había sido el presagio de algo bueno por venir, al contrario. Por más que rebuscaba dentro de la maraña de mis pensamientos, no lograba identificar un solo motivo que me hubiese conducido a estar ahí.

Toda la vida me había esmerado por no causar alborotos. Mantuve un comportamiento intachable, precisamente en afán de evitar las reprimendas. ¿Acaso se había enterado a viva voz de que casi ahorcaba a mi compañera unas semanas atrás? Y si era el caso, ¿por qué habría permitido que pasara tanto tiempo antes de acusarme? No lo entendía.

—Petra, Kiomy, pasen por favor —nos indicó la profesora Yelena. Su voz imperativa retumbó en las paredes a nuestro costado, haciendo que el temor de Petra se me contagiara.

Cruzamos miradas indiferentes. Esperé a que ella entrara primero, y yo cerré la puerta.

El lugar era sencillo y pequeño, aunque con suficiente espacio para que tres personas se sintieran cómodas. Detrás del escritorio se alzaba un enorme librero de madera repleto de hojas y portadas de todos los colores, así como varios de los trofeos y medallas que habíamos obtenido, resguardados en un compartimento que funcionaba como vitrina. Sobre mi cabeza yacía una lámpara que emitía una luz cegadora.

A pesar de lo escondida que se encontraba, no olía a humedad, sino a ambientador de manzana con canela. Sentí curiosidad al ver un portarretratos con una fotografía donde un hombre alto y rubio le pasaba un brazo por encima del hombro. Tuve el impulso de tomarla entre mis manos, pero decidí contenerme.

—Primero que nada, agradezco que hayan atendido a mi llamado. Pueden relajarse, les aseguro que no están metidas en ningún problema —dijo. Juntó ambas manos y las colocó encima de la superficie de madera.

Cedimos el paso a relajar la mandíbula y los hombros apenas pronunció aquellas palabras. Ninguna de las dos añadió un comentario intermitente, esperábamos que ella nos explicara sus motivos.

—He tomado una decisión, pero antes de comunicársela al resto de sus compañeras, necesito saber que cuento con ustedes —añadió.

—¿De qué se trata, entrenadora? —inquirió Petra con voz trémula.

Una decisión trascendental que estaba a punto de ser del conocimiento de mis compañeras de equipo, aunada al interés por conocer lo que pensábamos al respecto. La capitana actual y yo, reunidas con la entrenadora... Ya me había generado una idea de por dónde iba el asunto.

Tragué saliva, tratando de convencerme de que aquello era imposible, que estaba divagando al sacar conclusiones.

—Kiomy, serás la capitana durante esta temporada —declaró. «No puede ser, ¿por qué justo ahora?», pensé mientras apretaba los dientes y se me calentaba el rostro—. He seguido de cerca tu desempeño en los entrenamientos, y considero que cuentas con las habilidades necesarias para llevar al equipo por un camino que les asegure la victoria en el campeonato que se realizará a poco antes de que termine el semestre.

—Yo...

—¿Me está desplazando por ella? No hablará en serio —me interrumpió con esa dulzura que la caracterizaba.

—Es un cambio de título, nada más. No hay de qué preocuparse, seguirás siendo un miembro valioso para el equipo. —Asintió levemente, dirigiéndose a ella.

—Aguarde, yo no he aceptado todavía —repliqué.

—Oh, esperaba que no lo pensaras demasiado. Sé que has estado trabajando arduamente por ello desde la temporada pasada, cuando te lastimaste. —Percibí un ápice de decepción en sus expresiones faciales.

—Me siento honrada, mas no puedo aceptarlo. No cuento con las habilidades de líder que se necesitan, aunque le doy las gracias por tomarme en cuenta. No hay problema si me deja en la banca mientras tanto.

Había establecido mi sentencia. Me sentí orgullosa de no haber dejado ningún cabo suelto: denegar con amabilidad, la breve explicación del motivo de rechazo, un agradecimiento por haber sido observadora y, al final, pero no menos importante, una sanción adecuada, a mi parecer.

—Por supuesto que las tienes, solo te hace falta desarrollarlas. Qué mejor si empiezas por aquí. —Trató de vencer la objeción con prudencia.

—Pero... —Y yo también insistí en defender mi postura.

—Señoritas Ral y Takaheda —habló con firmeza—. Yo dije que había tomado una decisión y que necesitaba avisarles a ustedes por ser las involucradas, mas no que iba a cambiar de idea tras escuchar su opinión. Tú serás la capitana para esta temporada, y tú serás su co-capitana. —Nos abarcó con la vista, comenzando conmigo y terminando con ella—. ¿Está claro?

«Como el agua». De pronto, me quedé sin ganas de refutar y me limité a asentir, al igual que mi compañera.

Siempre fui consciente de que una de las cualidades que destacaban a nivel equipo de mis compañeras era la facilidad para organizar eventos significativos sin gastar una fortuna.

Para cuando la entrenadora les informó del cambio de capitana, ya habían conseguido un pequeño pastel para mí y uno para Petra. Aquella me pareció una forma de recordarle que no la veían como inferior, un gesto de solidaridad digno de aplaudir.

A raíz de aquel acto, me resolví a poner todo mi esfuerzo con el fin de llevarlas a la victoria. Yo no me veía como el fin en sí mismo, sino como el medio para lograrlo.

Cuando Hange hizo hincapié en la racha de buena suerte que me estaba aconteciendo, comencé a preocuparme, pero a preocuparme de verdad. Las probabilidades de me estuviera sucediendo a mí, escapaban de mi entendimiento. Me parecía inconcebible haber recibido un par de encomiendas que rayaban en lo extraordinario.

Empero, no podía evitar pensar en que pronto encararía un siniestro que iba a lamentar por un largo periodo. No obstante, por ahora quería divertirme en el desfile, antes de que llegase la tormenta. Y por qué no, seguir deleitando mi paladar con la rebanada del pastel de chocolate cubierto de betún que había sido adornado con la leyenda «Te deseamos éxito». 

Dedicado especialmente para Nife1209, por tus lindos y bien pensados comentarios (que amo leer y responder, por cierto) y porque sé que has estado siguiendo de cerca mi historia. Te lo agradezco muchísimo.

P.D. Qué bonito recordarlo jaja🥰.



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