Capítulo 16| Sin remordimientos

Si tuviese que calificar el trabajo en equipo de Levi en una sola palabra, emplearía el término «extraordinario», sin duda, y le otorgaría el número más alto que pudiera existir en cualquier escala de medición. Era simplemente reconfortante.

A medida que fue creciendo, me di cuenta de que el estilo de liderazgo que funcionaba para cierto grupo podría no resultar útil para otro. Aunque compartieran ciertas características de uniformidad, como edades o intereses, todos eran distintos. Ah, y también entendí por qué era pertinente adaptarse a él.

Le había estado dando vueltas en mi cabeza a la forma en que se distribuían los roles desde que somos infantes, un ejercicio de retrospectiva que me complacía realizar de vez en cuando. Recordé que los capitanes de los equipos deportivos y aquellos encargados de organizar los juegos durante el receso siempre eran elegidos con base en dos características: el carisma y la belleza física.

No me costaba acatar las órdenes de una niña más bonita que yo. En aquel entonces creía que la superioridad dada por el aspecto externo de la persona era lo único que importaba. Al desarrollar la capacidad de reflexión y crítica hacia el entorno, logré asimilar que había omitido aspectos trascendentales.

Un par de años después, me encontré con personas que literalmente parecían ovejas; se limitaban a quedarse ahí sentados sin mover un solo dedo, esperando las órdenes, y lo más exasperante era que ni siquiera hacían las cosas como se requería.

Debido a la dinámica, en ocasiones me vi forzada a convertirme en el líder autocrático, que tomaba las decisiones sin consultar a los miembros de su equipo, y no tenía problemas en actuar de este modo.

Pero, contrario a lo que se pensaría, esto me condujo al fracaso, ya fuera porque el día de una presentación decidían no asistir por un supuesto resfriado, debido la falta de interés que mostraban, o porque no se esmeraban en prepararse. Resultaba a brumador tener bajo mi cargo a ese tipo de personas, que no compartían mi sentido del deber.

Por tales motivos, me encaminé a trabajar sola, durante mis horarios y bajo mis propias exigencias y estándares. A pesar de todo, no dejaba de molestarme el hecho de que sabía que, de no aprender a trabajar en equipo, la vida adulta me resultaría más complicada.

Levi y Hange me aligeraban la carga en ese aspecto, habían resultado ser una enorme bendición. Los dos manifestaban la autonomía suficiente de aportar excelentes ideas para el proyecto. Él, en específico, solía tomarme en cuenta al momento de delimitar las opciones, lo cual seguía sorprendiéndome y disfrutaba en gran manera.

Iba al grano, explicaba sus motivos, escuchaba los nuestros y se esforzaba por encontrar un punto en común sobre el que pudiésemos aterrizar. Resultaba placentero contar con su presencia y con su manera tan particular de ver el mundo, porque, cuando se decidía a hablar, me dejaba con la boca abierta.

Siempre creí que quienes dedicaban gran parte de su tiempo a la meditación eran capaces de generar fascinantes conclusiones sobre aquello que observaban y, por lo mismo, se convertían en seres muy aptos para entablar conversaciones amenas.

Los tres habíamos formado un liderazgo del tipo laissez faire, en el que desde un principio se establecieron los estándares a cumplir, el modo de llevar a cabo las actividades pendientes y la forma de evaluar las desviaciones que fueran apareciendo en el camino. No me vi en la obligación de andar detrás de ellos, correteándolos como si fueran niños. Antes de que se los anunciara, ya tenían una idea concreta de cómo debían actuar.

Nos habíamos estado reuniendo en la biblioteca durante las tardes. A veces, Hange se retiraba temprano y nos dejaba solos. Aunque no lo expresaba, ya sabía de qué "asuntos importantes" se estaba encargando. A su vez, tomaba su ausencia como una especie de impulso, en el que me repetía que no había nada de malo en aprovechar las oportunidades que comenzaron a presentarse.

Conocía los motivos de mi amiga, y aunque todavía me enfrentaba a cierta incomodidad por su colaboración impertinente, no estaba dispuesta a frenarla.

A pesar de que me sentía segura al lado de Levi, no dejaba de asestarme el pensamiento de que últimamente había al menos un par de ojos curiosos, observándonos detrás de la pasta de un libro, solo que todavía no se me presentaba la ocasión de encararlos y pedirles que se detuvieran.

Las conversaciones entre Levi y yo estaban saturadas de un efecto de espontaneidad que me parecía entretenido.

Si bien la presencia de Hange no le parecía molesta, me había percatado de que sí lo motivaba de algún modo a ser más cauteloso con lo que decía. No sabía si atribuírselo al miedo de que ella lo amonestara en caso de que se dirigiera a mí con dureza, o simplemente la evitaba para no tener que escuchar uno de sus comentarios referentes a la estatura.

En una de esas veces en las que Hange se retiró temprano, comencé a sentir que habíamos brincado una de las barreras, y que me estaba tomando confianza debido a la naturaleza de nuestra plática, cumpliendo con su parte.

—¿Y ya estás listo para los exámenes? —inquirí para romper con el ambiente silencioso.

Mantenía la cabeza agachada, concentrándome en el apunte. Quería terminarlo antes del anochecer para eliminarlo de mi lista de tareas pendientes.

Cuando me llegaba la inspiración para escribir, le destinaba el entero de mis energías. Si no lo realizaba en ese instante, tendía a perder el hilo de lo que estaba plasmando, y ya nunca volvía a retomar una idea con las mismas palabras.

Ignoré que se me estaba entumiendo la mano y que la pluma dejaba un surco sobre la segunda falange de mi dedo medio, enfatizando el sitio donde había estado apoyada.

—Eso creo —respondió sin mostrar mucho interés—. Tú te ves preocupada. —Estaba jugando con su propia pluma, girándola hábilmente en un ángulo de 360° entre sus dedos. Pensé que en cualquier momento se le caería, pero me quedé esperando.

—No, para nada. Estoy bien —Le lancé una mirada analítica fugaz, y volví a lo mío.

Quitando el hecho de que había sentido el estómago revuelto desde que puse un pie fuera de la cama, que una leve punzada comenzó a atacarme en el lóbulo frontal y que sentía un nerviosismo corrosivo instalado en mi pecho, me sentía de maravilla.

—Cambiando de tema radicalmente, ¿ya compraste tu boleto para el No Regrets?

Me detuve en parte porque creí que ya merecía un descanso, además de que no tenía ganas de experimentar los efectos del Síndrome del Túnel Carpiano.

—¿El "Sin remordimientos"? —Frunció el ceño.

Hasta entonces, dejó de mover las manos. En su mirada apareció un brío impaciente, lo más parecido a una demostración de entusiasmo que le había visto evidenciar.

—Vaya, y dices que no te gusta el inglés —comenté en son de burla.

—Creo que todos sabemos unas cuantas palabras en ese idioma, por más que tratemos de evitarlo —reconoció, sin fijarse en mi objetivo delimitado por una sonrisa traviesa.

—Cierto. En fin, como te decía, es una tradición de la escuela.

Se trataba de una especie de festival que se llevaba a cabo a mediados del semestre. Los alumnos del Concejo Estudiantil se reunían a puertas cerradas en una de sus juntas "ultra secretas" (enfatizado con ironía, pues así eran descritas por sus miembros), y ellos elegían la temática, correspondiente a distintos momentos históricos.

—Se realiza supuestamente en afán de reforzar la idea de que el tiempo no da tregua, así que se tiene que disfrutar del presente, soltar el pasado, y evitar desperdiciar la vida pensando en lo que pudo haber sido, pero no fue. —Acuné mi mejilla sobre una de mis manos, meditando en lo bien que se había sentido decirle lo que opinaba al respecto y sin tapujos, pero también me sentí avergonzada de mi repentina acción poética—. Suena estúpido si lo ves de ese modo, ¿no lo crees?

—En realidad, no.

Le sonreí. No pensé que concordaría conmigo, así que me sentí impulsada a continuar.

—En lo que llevo estudiando aquí, he visto una pasarela de dioses del antiguo Egipto, uno de esos exóticos bailes que escandalizaron a la sociedad durante los 20's, y también nos dejamos envolver por el aura relajada de la década de los 90's.

—Pensé que eran unos aburridos.

—¿Bromeas? Creo que aún te falta empaparte de nuestra cultura organizacional. Son de lo más divertido. Hay puestos de comida, todo tipo de juegos extraños, sesiones de fotos, concursos de talentos, obras teatrales, bailes... En fin. Todo lo que esperarías encontrar en un evento de este tipo. Representa un escape de la aburrida rutina del estudiante, aparte de que ayuda en la recaudación de fondos. Es tu primer año aquí, deberías venir —sugerí.

En realidad había querido decirle: «Deberías venir conmigo», aunque no tuve el valor suficiente.

—Sí, tendré que pensarlo. Seguramente me vería encantador con un montón de vendas cubriéndome la cara. —Hizo un ademán con el que abarcó su lindo rostro. Reprimí un suspiro que se atoró en mi garganta.

Aunque se vistiera con una tela rasgada o un saco de papas, seguiría pareciéndome perfecto. Y sí, sería alguien por quien no me importaría entregar mi alma a cambio de reencontrarnos en el más allá y permanecer allí juntos por toda la eternidad.

—Ya lo creo. Por cierto, se me olvidaba decirte que en estos días vas a empezar a ver varias urnas colocadas a lo largo y ancho de la escuela, en las que puedes depositar ese remordimiento con el que cargas, de manera anónima, por su puesto.

—¿Como una especie de confesionario?

—Es una buena forma de verlo, ahora que lo mencionas. El día del evento eligen varios al azar y los leen desde el atril. Ni te imaginas las cosas que hacen las personas cuando están ebrias, profundamente enamoradas, o dolidas. Aunque también hay quienes escriben cosas sin sentido y otras que rayan en lo bizarro. Una vez que recobran el juicio, es normal que sientan vergüenza y temor a que los juzguen. Para eso existen las urnas.

De todos los posibles usos que se le daban a este medio, el que más admiraba era encaminarlo a disculparse con aquellas personas a las que nunca se tuvo el valor de encarar.

Si de este modo lograban prenderle fuego a los recuerdos y reducir a cenizas lo que los mantenía estancados, resultaba una buena forma de autoconvencerse de que habían superado el obstáculo y de que era momento de salir del abismo.

—¿En serio hay quienes confiesan abiertamente sus secretos más oscuros y hasta ansían que éstos sean revelados frente a una multitud compuesta por entrometidos y morbosos? Vaya forma de entretenimiento —suspiró, incrédulo.

—Es divertido —repuse—. Yo misma lo he hecho un par de veces.

—¿Tú tienes algún remordimiento que no te permita dormir por las noches? —cuestionó con suspicacia.

Me observó con los ojos entrecerrados. Sentí miedo de su cambio de actitud repentino.

La sutileza no se le daba para nada bien. ¿Cómo habíamos pasado de una invitación cordial a una batalla de secretos nunca antes expresados?

Intuí peligro. La sospecha en su tono de voz se notaba a kilómetros de distancia. Aquella era una pregunta extremadamente personal, y no podía permitir que se inmiscuyera en un terreno que estaba prohibido, incluso para mí misma.

—¿Cómo qué, exactamente? —repliqué con toda la seguridad que logré reunir.

—No lo sé. Tú dime —insistió.

—Supongo que yo pertenezco al segundo tipo de persona del que te estaba hablando. Solo he depositado papeles con tonterías, como haber dejado abierta la ventana en medio de una ventisca que terminó por causarme un resfriado o haber pedido una respuesta del examen para finalmente sacármela mal. Nada grave. Ni siquiera he tenido la dicha de que los lean en público, y lo agradezco. ¿Qué hay de ti, Levi? ¿Te arrepientes de algo, o vas por la vida fingiendo que nada de lo que hiciste antes ocurrió alguna vez? —lo interrogaba con cautela, como si estuviera el borde de un precipicio y diera leves pisotones para evaluar si podía dar pasos firmes sin caerme.

—La verdad es que no. Creo que es una pérdida de tiempo. Me distrae de mis objetivos y no permite seguir avanzando —respondió con voz impostada, demostrándome que confiaba demasiado en sí mismo.

—Concuerdo contigo. Es una actividad desgastante. Pero, en algunas ocasiones, no tengo reparo en hacerlo. Tal como la regresión lineal en estadística, podría ayudarte a predecir sucesos futuros en base a las variables que reuniste anteriormente.

—¿Y funciona?

—Casi siempre —musité una risa tímida—. Cuando tenga alguna prueba tangible, te lo haré saber.

—Es el veredicto al que llegaste luego de una exhaustiva introspección, ¿no es así?

—¿Cómo lo sabes?

Nunca dejaba de sorprenderme.

—Intuición.

Tal y como lo presentía, ya se estaban cocinando los planes detrás de las paredes. Solo hacía falta que los sirvieran en bandeja de plata y los presentaran ante la comunidad estudiantil.

El día en que nos informaron acerca de la resolución, la mayoría de mis compañeros estaban absortos en sus propios asuntos. Adelantando tareas pendientes, pasándose los apuntes de manera clandestina, conversando unos con otros, o riendo en soledad frente a la pantalla del teléfono.

Yo me ubicaba entre estos últimos debido a que Levi me ignoraba durante las clases, y eso estaba bien. De este modo no tenía que preocuparme porque los demás alcanzaran a percibir cuánto me costaba comportarme con normalidad cuando estábamos cerca.

Puesto que Petra también formaba parte del Concejo, tuvo a bien colocarse en medio del aula en un descanso entre clase y clase.

—Compañeros, como es bien sabido por ustedes, soy miembro honorario del Concejo Estudiantil —comenzó. En breve, todos le prestaba atención—. Al igual que en cada semestre, estoy aquí para extenderles una cordial invitación al Festival No Regrets, en el que recordamos lo mejor de los momentos históricos clave que han marcado nuestra trayectoria, dejando de lado aquello que merece ser enterrado en el olvido y expiamos nuestras almas cargadas de culpa para seguir avanzando en este camino al que nos sentimos honrados de llamar «la existencia». En esta ocasión, decidimos que la temática será relacionada con el Siglo de las Luces.

Ese discurso se empleaba con tal frecuencia que algunos ya hasta nos lo sabíamos de memoria. Me preguntaba a quién se le habría ocurrido semejante introducción, aunque más bien debería culpar a aquellos que la aprobaron sin poner objeciones.

Pasé por alto alertar a Levi de que no era un secreto a voces que el evento era una excusa para el libertinaje, pero seguro que su intuición le ayudó a vislumbrar el epicentro. Siempre y cuando accediéramos a divertirnos y nos esmeráramos en la vestimenta, éramos bienvenidos.

—¿Dijiste «de las Luces»? —repitieron un par de chicas que se sentaban en la parte de atrás.

—Así es. —Petra les sonrió—. Esperamos contar con su apoyo. Estoy abierta a escuchar cualquier sugerencia que tengan para la actividad que realizaremos como grupo.

—Disculpa mi ignorancia, pero ¿a qué época corresponde? —tartamudeó Nifa, quien normalmente se mantenía en silencio.

Risas maliciosas aparecieron en el fondo. Hitch y Boris siempre sabían cómo hacer que los demás notaran su presencia. No comprendía por qué Marlowe se seguía juntando con ellos.

—Es el siglo XVIII. Ya saben, grandes pensadores, ideas de libertad, reyes, castillos, princesas —aclaré en voz alta. No soportaba a la gente que se burlaba de aquellos que se atrevían a aclarar sus dudas, como si ellos nunca hubieran experimentado ese tipo de desasosiego.

—Gracias por la aclaración, Kiomy —respondió mi compañera, no del todo conforme al oírme.

—Deberíamos hacer un stand de besos —bromeó Boris.

—Ay, ¿y quiénes serían los tributos? Si tú te ofreces, ten por seguro que nadie va a querer acercarse —rebatió Hitch con impertinencia.

—De hecho, ese ya está tomado —indicó Petra con cierta decepción.

Hitch torció la boca luego de que su línea de razonamiento se viera interrumpida.

—Déjame adivinar, ¿el grupo de Derecho? —bufó con desgano.

—En efecto.

—Qué raro que siempre hagan lo mismo. —Puso los ojos en blanco.

—Tienen el respaldo de Mike, ¿qué esperabas? Las de primer año se mueren por él y sus dos amigos —intervino Lynn.

«No solo las de primer año, Lynn», pensé. Qué gracioso que se hubiese olvidado del chistecito que casi le costó admitir abiertamente que se sentía atraída por el mismo sujeto que había embotado la privilegiada mente de Hange.

—¡Qué asco! No entiendo ese afán de andar compartiendo saliva. Uno nunca sabe en qué sitios han metido sus bocas —continuó Hitch.

—No decías eso el semestre pasado. ¿Crees que nadie se dio cuenta de que esperaste hasta que ya no quedara casi nadie rondando por el gimnasio y literalmente te lanzaste encima de él? —le recordó Lynn, dirigiéndole una mirada maliciosa.

Era sin duda una excelente observadora cuando se lo proponía. Me encantaría entablar una alianza con ella, aunque se me quitaron las ganas tras recordar que todavía no le perdonaba haberse burlado de Levi aquella vez que Hange se quedó dormida a medio pasillo.

Tal gesto hizo que Hitch se sonrojara, por lo que se limitó a agachar la cabeza, mientras sus dos amigos reprimían una carcajada, al igual que yo.

—Podríamos montar un puesto de comida —intervino una voz ronca y juguetona que se escuchó cerca de la puerta de acceso.

—Gran idea, Auruo. —Alguien rebatió con ironía. Su amigo Gunther casi siempre abría la boca con el único fin de bajarlo de su nube, valiéndose de la rudeza implícita que abundaba en la relación amistosa de los hombres—. Y qué, ¿tú vas a cocinar?

—Tú podrías ayudarme. He oído que se te da muy bien.

—La gente inventa cada cosa —fingió desentendimiento.

Seguía pensando que Levi poseía la nuca más linda que alguna vez hubiera visto, y vaya que tenía varias de estas grabadas en la memoria. No había conseguido identificar de donde provenía mi fijación a reconocer a las personas por las espaldas en vez de reparar en alguna característica física común, como el color del cabello, la forma de los ojos, e incluso lo pronunciado de la nariz.

Me vi tentada a preguntarle qué opinaba acerca de las propuesta, mas no quería perderme ni un detalle de lo que estaban deliberando.

—En ese caso, hay que ser un poco más originales —aseguró Marlowe, sin dejar de contemplar a Hitch, quien todavía no se recuperaba del bochorno.

—¿Romeo y Julieta? —bromeó su amigo de cabello grisáceo.

—¿Qué parte de «originales» es la que no entendiste? —Se dirigió hacia ella, en específico. Vi que enderezó la postura antes de continuar—: De acuerdo, perdóname por ser el único que aporta ideas más o menos respetables, sin ofender. —Se llevó la mano a la frente, y se acarició las sienes en afán de esclarecer sus pensamientos—. Oigan, ¿y si representamos un baile? —sugirió de improviso. Sin ser capaz de preverlo, había generado el sentimiento de intriga que nos impulsó a todos a prestar más atención que de costumbre. De seguro no esperaba que se fijaran en su aporte—. Sí... Me refiero a uno de esos bailes elegantes con tintes de vals como los que salen en las películas de princesas que tanto les gustan a las niñitas como Hitch.

La aludida terminó dándole un zape, que fue precedido por un leve grito de dolor.

—Me agrada —dijo ella.

—Sí, igual a mí —confirmó Petra—. ¿Qué opinan todos?

Se escuchó un siseo general a lo largo del recinto. Quienes no contestaron en voz alta, simplemente asintieron.

A Levi no pareció agradarle el rumbo que tomó el diálogo. Estaba recargado sobre la pared con su hombro derecho, sin inmutarse. Dudaba que disfrutase de tomar partido en la discusión de un montón de inmaduros, que, a mi parecer, no demoraron en llegar a un acuerdo.

—Genial. Tienen lo que resta de esta semana para encontrar pareja. No lo piensen tanto, seguro que ya saben a quién pedírselo. —El brillo en la mirada que me dirigió tenía el propósito de decirme por telepatía que Levi ya estaba apartado y que no me entrometiera—. Yo hablaré con una amiga de Artes Escénicas para ver si nos puede ayudar con la coreografía.

Admiraba su capacidad de ocultar señales de advertencia detrás de una sonrisa dulce y amigable.

—¿Y si no quiero participar? —la retó Erd.

Todos sabíamos que ellos acostumbraban llevarse así de pesado.

—Erd, nadie va a obligarte. A lo mejor te juntan en otro grupo, pero lo veo difícil porque la mayoría se está organizando en este preciso momento —le informó—. Tú decides... Me gustaría que lo hagan por voluntad propia, las cosas a la fuerza nunca salen bien. Además, tú ya tienes a quién invitar, no veo de qué te preocupas.

Quizá lo único en lo que estaríamos de acuerdo alguna vez en la vida.

No esperaba que eligieran un baile. Carecía de amigos entre los cuales podría concederme el lujo de escoger, y estaba consciente de que no tendría la oportunidad de ser elegida.

Levi de seguro agradecía mentalmente la pregunta de Erd. Quizá ya estaba planeando la manera zafarse, al igual que yo.

Claro que me moría de ganas por participar, aunque no tuviese el viento a mi favor. Tal vez le tomaría la palabra a Petra y me uniría a otro grupo. A Hange no le importaría hacerme un espacio junto con...

—Ella será conmigo —anunció el susodicho. Para mi desgracia, todos decidieron callarse en ese preciso instante, así que sus palabras retumbaron en mis tímpanos y en el fondo del salón.

Me costó procesar aquello, tomando en cuenta que de repente me había transformado en el centro de atención. Algunos cuchicheaban, otros me miraban como si hubiese cometido un crimen.

No supe cómo debía reaccionar. Aguardaba desesperadamente a que dijera que estaba bromeando, pero del mismo modo que con la pluma giratoria, me quedé esperando. Ahora iba a presenciar mi estrepitosa caída.

Sentí que había muerto y renacido en cuestión de segundos, que estaba realizando mi entrada triunfal, vestida con una túnica de lino blanco mientras luces de bengala salían por todos lados, al puro estilo de un musical de Broadway. La sensación de ser observada por un millón de ojos a la vez no contribuía a amortiguar la incomodidad.

—¿Lo ven? No hace falta pensarlo demasiado —añadió la concejal honoraria, diluyendo su amabilidad con una mofa descarada. Había engañado a la mayoría, mas yo sabía que, muy en el fondo, estaba conteniendo la furia de enterarse de que sus planes fueron cancelados—. Lo primero que se les venga a la cabeza puede sacarlos de un apuro.

Me lanzó una sonrisa triunfante.

Estábamos malditos. Maldita ella por ridiculizarme. Maldito Levi por no tener la prudencia de preguntármelo antes. Maldita yo por haberme quedado estupefacta, siendo incapaz de rebatir la propuesta o tan siquiera defenderme. ¿Por qué me había elegido? Estaba claro que le sobraban opciones. ¿Estaría pensando en hacerme quedar en ridículo nuevamente, esta vez frente a toda la escuela?

«Petra, ya deja de mirarme como si en tus ojos hubiera un cuchillo que amenaza con clavarme en la pared trasera.

»Cielos, ya vuelvan todos a sus asuntos.

»¿Qué no ven que me estoy sonrojando sin querer?».

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