Capítulo 14| El postulado Ackerman

—¿Puedo llevarme una? —preguntó Levi, tratando de deslindarse de la vergüenza que debería sentirse obligado a manifestar.

Estaba moviendo los dedos como loco encima de la superficie de madera. El repiqueteo se volvió fastidioso para mis oídos.

La ridiculez de su interrogante transigió más allá de la poca paciencia que aún habitaba dentro de mí. Se volvió como agua cayendo a cuentagotas desde un recipiente con un orificio que no era perceptible, y que tarde o temprano terminaría por vaciarse. ¿De verdad era la mejor manera que había encontrado de iniciar una conversación?

—¿Es en serio? ¿No tienes algo más que agregar?

Como nota, fijé el recordatorio de seguir luchando con la tendencia a esperar que los demás actuaran de acuerdo con mis estatutos, porque perjudicaba mis emociones.

Me observó con reticencia, bajó la mirada y lo vi anclarse a sus reflexiones, mas no me dio la impresión de que fuera por nerviosismo.

En vez de eso, llegué a pensar que detrás de aquella fachada de melancolía estaba pensando en utilizar su lengua como una espada filosa para seguir causándome daño con sus estocadas. Resultaba irónico que yo me sintiera tentada a desenvainarla con el fin de clavársela justo en medio de las cejas, en donde los bordes se veían más pronunciados. Tal vez así podría lograr que su cara se transformase en una menos apática.

—¿Qué quieres que te diga? —habló con voz impostada.

El desdén oculto detrás de la máscara del desentendimiento era una actitud que consideraba aborrecible. Complicaba darle un final digno de honra a cualquier asunto, y me sacaba de mis casillas a una velocidad similar a la que viaja la luz.

—No se trata de lo que yo quiera escuchar, Levi. —Entrecerré los ojos para indicarle que no me encontraba satisfecha con sus acciones. Iba a darle rienda suelta al impulso de confrontarlo—. O sea, te comportas como un tonto delante de mi amigo, me mientes con lo de Hange, te atreves a amenazarme, ¿y encima de todo crees que te voy a premiar reglándote una de mis preciadas barras? Eres increíble.

Me apresuré para cerrar la puerta detrás de mí, solo que no me lo permitió. Aplicó una fuerza en sentido contrario, de modo que la mantuvo estática. Al pensar en ese fenómeno, me acordé de la única clase de Física en la que no me hallaba en uno de esos estados de desconexión de la realidad.

Para mi fortuna, Levi no alcanzó a meter el pie debido al reducido espacio, así que forcejeamos durante unos segundos, en los que me sentí poderosa gracias al subidón de energía.

Estaba decidida a no permitirle la entrada a mi habitación, hasta que fui cediendo de mi agarre paulatinamente debido al dolor que se depositó sobre mis hombros.

Puesto que la isla de los recuerdos había sufrido un colapso debido a la imprudencia de Colt al mencionar aquel infame nombre, me fue imposible eludir el paralelismo que se formó luego de un evento al que ya no podía considerar "esporádico".

Tres repeticiones del mismo suceso se consideraban un número aceptable para establecer un patrón. El que comenzaba a cobrar forma era contrario al que yo me había acostumbrado a protagonizar, ya que a Levi no tenía que andar siguiéndolo.

Comprendí que, en el fondo, no le costaba reconocer sus errores, y esta era su forma de hacérmelo saber. Tal comportamiento le ayudó a aumentar su puntaje, de acuerdo con la evaluación a la que lo sometía con el fin de comprenderlo.

Me coloqué de espaldas en búsqueda del impulso necesario para dar un empujón efectivo que lo aturdiera, empero, mi fuerza resultó insuficiente comparada con la suya. Ya había visto una demostración de esta con anterioridad, y todavía me costaba digerirlo.

El único motivo por el que continuaba peleando fue que mi orgullo se había visto lastimado por la dureza de sus expresiones y lo insulso de su petición. No quería parecer estúpida, aceptando cualquier dicho que saliera de su boca sin detenerme a meditar.

—¿Qué quieres? Aparte de querer usurpar mi despensa —bufé al percibir mis dedos punzando por el agarre excesivo al que los estaba sometiendo. Mis brazos temblaban por el cúmulo de potencia.

—La segunda caja no te costó nada. —Se apresuró a sacar conclusiones que captaron mi atención, aún en contra de mi voluntad.

¿Sugería que porque no invertí nada en ella debería replantearme la idea de entregársela así nada más? Tal vez en lugar de gastar su valioso tiempo interrumpiendo conversaciones ajenas (como yo lo hice alguna vez), tendría que replantearse su modelo de consumo y no esperar que otros subsanáramos sus descuidos.

—¿Cómo lo sabes? Saliste huyendo de la tienda, dejándonos a todos atrás —le recordé.

Pensaba que era un inmaduro por sacarle la vuelta a Erwin, no obstante, también reconocía que fue lo mejor que pudo haber hecho para evitar inmiscuirse en un altercado. Entonces, ¿por qué no había actuado de la misma manera conmigo? ¿Por qué no solo me ignoraba y continuaba con sus asuntos?

—Leí los carteles.

Quedar como tonta no era una opción, sino una necesidad inherente a mi persona. ¿De dónde había salido esa pregunta?

—Ya. —Me llevé la mano a la frente, con pesadumbre—. ¿Sabes algo? Si fueras más amable conmigo, no tendría reparo en regalarte no solo una, sino la caja entera como muestra de mi gratitud. Sin embargo, puesto que no has hecho méritos para ganártela, sugiero que vuelvas a tu habitación antes de que mi paciencia se agote por completo y decida echarte a patadas —sentencié.

No contaba con los recursos necesarios para llevar a cabo tal actividad, y me estaba hartando de no avanzar en el proceso del entendimiento mutuo.

Me daba la impresión de que nos habíamos sumergido en un contenedor de desechos tóxicos, de esos cuyos efectos colaterales se remontaban a la modificación del ADN, al puro estilo de una película protagonizada por individuos que obtienen superpoderes. Pero la simple idea que a partir del incidente tuviéramos la intención de emplearlos con el fin de salvar la ciudad y limpiar las calles de malhechores me parecía inaudita. En vez de ello, los usaríamos para destruirnos el uno al otro. ¡Qué desperdicio!

—¿Acaso soy un perro para que me trates de ese modo? —inquirió con molestia. Seguro que no esperaba ese tipo de comentarios de parte mía. De hecho, yo también quedé con una sensación extraña en mi paladar.

Retrocedí cuando percibí que se enderezó en posición de guardia, cerrando los puños y tensando las muñecas.

—En ningún momento me referí a ti de ese modo —aclaré. Temía por mi vida. Comencé a ponerme nerviosa, pero me mantuve firme en mi posición de echarle sus errores en cara—. Y qué curioso que lo diga el que literalmente me empujó a través de la puerta para que saliera de su habitación cuando solo pretendía ayudar.

Se me vino a la mente una ocasión que no había alcanzado a clasificar como «digna de ser olvidada», puesto que me encontraba de genio apacible, lo cual contribuyó a que no le guardase cierto rencor justificado. Él se había vuelto un experto en convencerme de desistir de la negativa a escucharlo, o por lo menos nublaba mi juicio para condicionarme a razonar basándome en el suyo.

Por más que aparentara resistencia, deseaba prestarle atención. No, en realidad lo ansiaba... Con todo mi ser. Quizá era otro efecto del gusto que había encontrado a perderme en su mirada misteriosa.

—Lo de echarte al río... —hizo una pausa prolongada que acrecentó mi deseo de escucharlo—. No lo dije en serio.

Me consideraba orgullosa y testaruda, pero también sabía que todos tenían derecho a explicar su versión de los hechos y, para ser sincera, ya me estaba cansando de odiarlo.

Consideré que aquello debía interpretarse como un intento de disculpa, uno que me pareció honesto en su totalidad.

Atisbé en sus preciosos ojos grises que se movían de un lado al otro, evitándome, y casi sentí que podía leer a través de ellos, que me estaría mintiendo a mí misma al decidir no confiar en él.

El efecto del coraje ya no me traía las mismas consecuencias de antaño. Debía ser porque, inconscientemente, había agregado unas cuantas enmiendas al «Postulado Ackerman», el cual se había comenzado a escribir desde el momento en que lo vi por primera vez.

—Qué consuelo —rechisté poniendo los ojos en blanco e imitando el sonido que realizaba con la lengua—. Entonces, ¿todo lo demás sí lo fue?

A pesar del esfuerzo por permanecer sosegado, me atrevería a decir que se estaba planteando aprovechar la oportunidad de aclarar los asuntos. Si estaba en lo correcto, tendría que documentar aquel suceso.

¿Acaso estaba a punto de presenciar señales de un mínimo ápice de culpa? Lo creía imposible. ¿Por qué se sentiría responsable de herir mis sentimientos? Al fin y al cabo, yo no significaba lo mismo que él para mí, y era comprensible. ¿Aquella incomodidad en su rostro se debía a la impotencia a la que se enfrentaba al dar a conocer sus verdaderas intenciones? Dadas las circunstancias, esta opción me parecía la más viable.

No obstante, saber la verdad no contribuyó a minimizar los efectos de la aflicción que atormentaba a mis sentimientos.

—¿Qué es exactamente «todo lo demás»? —indagó con cierto interés.

A estas alturas, ya había asumido que se daría la vuelta y me dejaría hablando sola. Me había equivocado.

—Pues... Tú sabes —respondí con voz trémula. Me costaba coordinar una respuesta idónea—. Eso que comenzó la discusión hace rato. ¿Qué ya no te acuerdas? —Alcé una ceja, incrédula ante su falta de memoria a corto plazo, la cual me parecía otra forma de evadir la realidad.

—Permíteme hacer hincapié en una pequeña observación que ya le había hecho a Erwin. —Se acomodó erguido, de repente. Me sorprendí de la formalidad espontánea que emitía su tono de voz—. No soy un maldito psíquico. Tienes boca y sabes hablar. Úsala para tu beneficio, mocosa estúpida —reclamó, hundiendo un puñal en la herida que ya estaba sanando.

—Oye, tampoco es necesario que me insultes. —Una vez más, reparé en la gravedad del daño que sufrí como para permitir que me tratara de ese modo. Lo mínimo que estaba a mi alcance era anteponerme—. Pero sí concordamos en un asunto.

—¿Y ese sería...? —Inclinó la cabeza.

—En lo que dijiste sobre emplear el don del habla, Levi. Mira —hice un ademán indicativo—, no quiero que interpretes lo que estoy a punto de decir como un indicio de que me interesa en demasía, o de que si no logro resolverlo podría llegar al grado de robarme el sueño, porque no es el caso. Solo me gustaría saber por qué después de todo este tiempo aún no puedes considerarme como a una amiga —le dije, con toda la sinceridad que pude reunir, sin dar la apariencia que necesitaba evitar a toda costa: la de una chica desesperada por un poco de atención, tal y como le había dicho a Hange.

Me arrepentí casi de inmediato por haber tenido la osadía de confesarme sin ningún motivo aparente. Bien, lo cierto era que detrás de todo lo que hacía existía una razón, después de todo. Sentía el impulso descarado de convertirme en un libro de lectura rápida, aunque fuera por un segundo, mas no concebía la idea de entregarle mis pensamientos a través de tantas facilidades.

—No tengo una razón en particular, fue lo primero que se me ocurrió. —Relajó los hombros, restándole importancia a mi pregunta, otra vez.

—¿Estás seguro? Porque, a mi parecer, te oías bastante convencido —insistí.

Entrecerré los ojos en una mirada medio suplicante, que no dejara en evidencia la preocupación que me invadía.

—¿Y eso qué importa? No creo que sea para tanto.

—A mí me importa. Es decir... —retraje el cuello—. Es por mera curiosidad.

—Tal parece que la curiosidad corre por tus venas. —Había dado en el blanco—. Ese título le queda grande a muchas personas. No puedes ir por la vida llamando «amigo» a todo aquel que te brinde ciertas atenciones propias del reconocimiento de la dignidad que todo individuo merece por el hecho de serlo —explicó. Sentí un cosquilleo en el pecho al oírlo. Quería que siguiera hablando porque me cautivaba.

Me había anticipado a obtener una respuesta simplista, que envolviera el hecho de que yo no le agradaba a causa de mi particular sentido del humor, lo formidables de mis acciones, o algo por el estilo.

Levi no dejaba de sorprenderme, por eso seguía albergando el deseo estar a su lado. La única forma de averiguar lo que necesitaba era preguntándoselo directamente, y no a base de espionaje. Empecé de la peor manera, pero eso no significaba que no pudiese enmendar mis errores.

—En ese caso, ¿qué es lo que esperas de un amigo? —cuestioné con prudencia.

—Tch. No lo sé realmente. —Su comentario podía traducirse como: «No pienso a menudo en ello, tengo mejores cosas qué hacer», pero no iba a rendirme. La paciencia de la que comenzaba a armarme dio resultado cuando continuó, aunque con suspicacia—: Tal vez... que sepa escuchar, y que no se meta en asuntos que no le conciernen.

—Empatía y respeto por tu espacio personal —resumí.

—Digamos que sí.

—¿Y solo eso? —Aún no era suficiente—. ¿Qué hay de la lealtad, por ejemplo? Me inclino a creer que de ahí viene tu objeción a emplear la palabra «amigo» indistintamente.

—Y a mí algo me dice que eres una entrometida y que por lo tanto jamás entrarás en ese reducido grupo.

Mal golpe. Me estaba retando, no había otro modo de interpretar su renuencia. Él no estaba al tanto, pero sentía afectada cuando mis capacidades eran puestas en tela de juicio.

No tendría ningún reparo en que me indicase que no podía esperar a que me crecieran un par de alas por azares del destino, ni en que afirmara que era posible alcanzar la paz a base de inundar el muro de Facebook con publicaciones de tintes sentimentalistas.

Sin embargo, ¿qué tan difícil podría llegar a ser convertirme en su amiga? ¿De dónde provenía aquella necesidad de construir un muro para alejar a todas las personas que lo rodeaban? ¿Qué estaba ocultando detrás de esa expresión de seriedad inalterable?

—Supongo que debe ser un privilegio reservado para unos cuantos afortunados —respondí con ironía, ocultando el hecho de que me hería el rechazo implícito—. Ey, ya sé. —Tuve una idea que encendió mi cerebro como si apretara el interruptor de un foco. Tenía que hablar antes de que se instalara el silencio incómodo que precedía a la conclusión de un intercambio de ideas—. ¿Qué te parece si hacemos una apuesta ridículamente innecesaria?

Esa declaración insípida me había funcionado como contraataque, y gracias a ella, logré captar su atención.

—Tú y yo teníamos un asunto pendiente, ¿recuerdas? Ahora que ya te has recuperado, podemos llevar a cabo la competencia que te propuse el día en que te lastimaste. —Junté las palmas y le dediqué media sonrisa, en parte para reafirmar mi confianza en lo que estaba haciendo—. La consigna es que, si yo gano, te atormentaré con mi amistad a partir de entonces, y ya no me vas a poner objeciones, ¿de acuerdo?

—¿Y si yo gano?

Cierto. ¿Qué podría ser lo opuesto a obligarlo a convertirse en mi amigo de una vez por todas? Yo misma me había colocado la soga en el cuello, a Levi solo le restaría abrir la escotilla para que me ahogara.

—Haremos como que nada de esto pasó. Ni lo del incidente del té, ni las dos semanas que pasé cuidándote ni nuestra pelea de hoy, y yo... —dudé unos segundos, en silencio y apretando los dientes—. Nunca más volveré a molestarte, puedes darlo por hecho.

Ni siquiera concedí un espacio para que el mensaje llegara a ser aprobado. El problema era que ya no podía arrepentirme.

—Me parece justo. Si de esa manera al fin puedo librarme de ti, estoy de acuerdo.

Pero yo no lo estaba del todo. Ahora con mayor razón iba a afanarme por ganar.

Pensé en que quizá tendría ventaja sobre él, considerando que no contaba con la experiencia de haber formado parte del equipo, como yo. Estaba segura de que, en caso de que perdiera, no tendría consideración conmigo, e irremediablemente tendría que ver a mi amor marcharse ante mis ojos. ¿Por qué será que no había aprendido a mantener la boca cerrada?

—Entonces nos vemos el lunes en la pista, a las seis —concreté—. No llegues tarde.

Me vi tentada a decirle que iba a aplastarlo.

—No lo haré. 

El día que marcaba el comienzo de mi tragedia me encontraba tan absorta en mis pensamientos que fui incapaz de retener algún tipo de información de la que se estaba analizando en clase.

Las voces de los profesores se dispersaban en el vacío del espacio dentro de mi cerebro, eran como una corriente de aire que se abría paso a través de los huecos, barriendo con lo que se encontraba.

No presté atención a lo que dijeron acerca de las retenciones de impuesto que entrarían en vigor a finales de este año y que formarían parte del examen del primer parcial, que estaba a la vuelta de la esquina.

Ya tendría tiempo de ponerme al corriente. Por ahora, mi mayor interés se remontaba al hecho de que el reloj marcara la una de la tarde para salir, tomar mi almuerzo, encargarme de descansar lo suficiente y luego ir al gimnasio con el fin de calentar antes de la carrera.

Para impregnarle un toque de profesionalismo, decidí permitirme usar el short del uniforme en búsqueda de mantener un diseño aerodinámico que me permitiera desplazarme con mayor agilidad, y también me aseguré de llevar conmigo el chip que utilizábamos durante los entrenamientos.

Dudé bastante al momento de elegir cómo vestirme porque, por alguna razón, me sentía avergonzada de que pudiera ver mis escuálidas piernas, lo cual era inviable. Él no iba a fijarse en mí de ese modo. Yo no figuraba ni en la lista de individuos que le importaban un bledo.

La formalidad estaba de más, ya que se trataba de una competencia "amistosa", pero los dos coincidimos en que era una buena idea emplearla para evitar discusiones tontas en caso de un malentendido. De por sí los ánimos no andaban muy bien, la igualdad era la única mediadora en la que ambos depositábamos nuestra confianza sin reservas.

Hange me alcanzó en las gradas un poco más tarde. El gimnasio estaba repleto de jugadores del equipo de básquetbol, quienes corrían de un lado al otro de la cancha.

El rechinido sobre el piso de madera me parecía relajante. Encontraba entretenido observar cómo se arrebataban el balón de forma hábil, mientras evaluaba la efectividad de sus saltos para alcanzar el aro y anotar un punto.

Le había pedido a mi mejor amiga que ejerciera el papel de juez y árbitro. Ella se encargaría de medir el tiempo con el cronómetro en la mano, y nos daría el pase de salida. Su presencia también serviría como recordatorio de que no era bueno que me distrajera babeando por mi contrincante.

—Kim, ¿no crees que te lo estás tomando muy a pecho? —señaló cuando me inclinaba para asegurar el chip alrededor de mis cordones.

Sabía que la intención de su pregunta no era detenerme, sino ayudarme a repetir en voz alta mis convicciones. Un ejercicio interno que producía buenos frutos, pero que por lo pronto no hacía sino ponerme los nervios de punta.

—Sabía que dirías eso —dije mientras aplicaba una presión excesiva en el nudo, para que no se desatara—. Hange, tengo que hacerlo. Puse en juego la única posibilidad que tenía de mantenerme cerca de él. De otra forma tendré que decirle adiós, lo cual es terrible, tomando en cuenta que ni siquiera hemos empezado.

Hice una mueca de dolor, ya no sabía cómo apagar la pena que me estaba consumiendo como un incendio.

Ella me dedicó una sonrisa comprensiva y me deseó buena suerte. Saber que confiaba en mí me ayudaba a mantener la vista hacia adelante. Era justo el tipo de impulso que necesitaba. El nerviosismo en mi pecho ya se estaba portando intransigente, aunque sin llegar a paralizarme.

El cielo estaba despejado. Las nubes parecían grandes trozos de algodón que emitían destellos por los bordes, y una brisa fresca me besaba la piel. Era un clima idóneo para el encuentro. Un clima ideal para hablar por última vez con mi precioso pelinegro, porque aun sufriendo la derrota en carne propia, no pensaba pedir la revocación de lo acordado.

No me sentía preparada para dejarlo ir, pero ¿acaso se podía dejar ir aquello que en realidad nunca te perteneció? Aquí no aplicaba eso de que si el amor vuelve, es tuyo, y si no, nunca lo fue. ¿Tendría la más mínima oportunidad de arrepentirme? No, seguir era preciso. Yo fui la orquestadora de aquella pésima idea.

Para cuando nos acercamos a la línea de salida, Levi continuaba estirándose y trotaba despacio sin moverse de su sitio. No pareció inmutarse con nuestra llegada, tampoco se detuvo a saludar a ninguna de las dos.

Yo me abstuve de hacer algún comentario ridículo como los que solía proferir cuando llegaba a su dormitorio. Desconocía el motivo de que aquellos recuerdos subieran a mi corazón en este preciso instante. Probablemente me estaba mentalizando para soltarlos y admitir que los extrañaría.

A base de sarcasmo e ironías había aprendido un par de datos interesantes acerca de él, y a pesar de que nunca logré arrebatarle una sonrisa, llegué a sentir que comenzábamos a simpatizar de alguna manera extraña: a veces permitiendo que el silencio se anonadara en el espacio que compartíamos, y otras, intercambiando opiniones sobre asuntos triviales como el clásico parteaguas de «¿Por qué decidiste estudiar esta carrera?», ¿Cuál es tu materia preferida, y la que menos te gusta?», ¿A cuál de los profesores soportas menos?».

«Tengo cierta fijación por los números desde que soy niño, y me gustaría aprender a administrar mis finanzas personales». «Matemáticas financieras e inglés, en ese orden». «Creo que todos son bastante tolerables, a excepción de Weilman. No entiendo su fijación por gritarle a todo el mundo, ni que estuviéramos en el ejército», habían sido sus respuestas a cada una de mis interrogantes.

¡Cuánto echaría de menos aquellas conversaciones de las que extraía demasiado y nada a la vez!

Unos minutos más tarde, cruzamos miradas en una línea horizontal invisible en el espacio. Nos posicionamos en los dos carriles de las orillas. Por supuesto que iba a evitarme, y no me extrañó en lo absoluto, solo que no contaba con que lo hiciera ver tan obvio.

Hange se acercó a mí y le hizo una seña a Levi para que también se aproximara. Tenía que sincronizar el cronómetro con el chip en nuestros zapatos para calibrar el tiempo y dejarlo listo para comenzar.

Cuando escuché el pitido que indicaba el emparejamiento exitoso, regresé y me agaché en posición de salida, con las manos detrás del límite y el pulgar formando una uve respecto de los demás dedos, distribuyendo el peso por partes iguales, con una pierna flexionada, mientras que mantenía la otra estirada al máximo.

—¿Ambos están en ceros? —preguntó mi amiga en voz alta para confirmar a viva voz que el procedimiento había resultado exitoso.

Respondimos «sí» al unísono.

En definitiva, la altura sobresaliente acompañada de unas piernas largas hacía justicia en este deporte, pero a menor masa muscular, mayor ingravidez. Contaba con este punto a mi favor. Empero, mi contrincante estaba en la misma situación. Me atrevería a decir que dicho análisis también se estaba formulando dentro de su cabeza.

A pesar de las buena intenciones de Hange, ambas sabíamos que no era una cuestión que pudiera dejarse en manos del azar. Me arrepentí de sobreestimar a Levi, y como no lo había visto correr hasta ahora, en realidad no sabía a qué me estaba enfrentado.

Si le hubiese dado vueltas durante la semana, hoy ni siquiera me hubiera presentado al encuentro. Habría preferido reportarme enferma del estómago, y de este modo él habría ganado por default. Pero la sensación de una victoria aplastante, aunque justa, no se compararía a ganar debido a que el oponente se rindió antes de tiempo.

Si esta iba a ser la última ocasión en que iba a dirigirle la palabra, no podía permitir que me recordase como una cobarde indecisa que no fue capaz de mantener la congruencia entre sus palabras y sus hechos. Tenía que mantenerme firme.

—Ojalá hubiera conseguido una bengala —dijo Hange para sí, aunque yo alcancé a escucharla y a distinguir decepción por dicha carencia—. Espero que estén preparados. ¡En sus marcas! —gritó. Levanté el talón unos cuantos centímetros sobre el nivel del suelo. Mi corazón ya estaba latiendo a toda velocidad, como se suponía que debían hacer mis pies en un instante—. ¡Listos! —Tomé aire y contuve la respiración para acomodarme y no perder el equilibrio. A falta del apoyo de los tacos, era menester tomar impulso por mi cuenta—. ¡Fuera!

Hange deslizó ambos brazos de arriba abajo, formando un arco. De este modo, anunció que era momento de salir definitivamente.

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