Capítulo 12| Más vale que te des prisa

OMNISCIENTE

—Yo no les pedí que me cuidaran —se quejó—. Fue su elección, y no quise interponerme. A propósito, tú eres el principal culpable de que continúe ligado a la cuatro ojos y a la tonta de su amiga, por añadidura, por haber accedido a venir aquí bajo quien sabe qué suerte de excusa. Pensé que iba a librarme de ellas en cuanto mejorara, pero por alguna razón han asumido que disfruto pasar tiempo con ellas.

Erwin agachó la cabeza en un ademán de pesadumbre. Estaba contrariado ante aquella observación impertinente de su amigo.

—Yo tampoco me explico por qué se encariñaron contigo, no eres una persona fácil de tratar —le respondió a modo de reproche.

—Te estás desviando —Levi protestó debido a que no estaba preparado para exponer sus sentimientos profundos. No era ni el lugar ni el momento apropiado—. Ya, en serio. ¿La cuatro ojos le puso algo a tu bebida aprovechando que estabas distraído? Con eso de que "casualmente" llegabas cuando ella estaba punto de largarse. Eso confirmaría mi teoría de que es preferible que permanezcas como aprendiz. —Lo miró fijamente—. Bajar la guardia ante una persona tan insignificante... No lo habría esperado de ti.

—¿Admites que los cuatro estamos conectados de alguna forma a raíz de lo que te sucedió?

Erwin continuó ignorando el desprecio que Levi manifestaba hacia su estado que podría catalogarse de inferior. Sabía que no se debía a las llamaradas de orgullo de este, sino al espíritu de flaqueza que demostró al aceptar su destino cuando supo que había sido degradado.

Levi siempre pensó que merecía un destino opuesto, por lo que lo exhortó con diligencia a presentar una apelación tras otra, sin embargo, estaba consciente de que era la opción más viable. No podía darse el lujo de que lo catalogasen como un inmaduro, las consecuencias serías desastrosas a largo plazo.

—Así parece, y no me hace muy feliz que digamos. Si te hace sentir mejor, no estoy detrás de tu protegida.

El viejo ardid de desviar el rumbo hacia lo que le interesaba a la contraparte le había funcionado, por ahora. Levi había bajado la guardia, brindándole a su interlocutor una pista, sin darse cuenta.

El semblante de Erwin se relajó, y sus cejas se devolvieron al estado de calma. Levi atisbó en el alivio que externó al conocer una verdad inminente, que había sido un error confesarle. Creyó oportuno averiguar a qué se debía esa sonrisa escalofriante que ahora lo adornada, solo que su disertación aún no había concluido.

—¿Y qué me dices acerca de Kiomy? —continuó indagando.

Si se esmeraba en escarbar, quizá conseguiría reunir mayor información de la que esperaba obtener.

—Erwin, no puedo hablar de eso contigo. Lo sabes —le advirtió.

—¿Confiesas que ella es el objetivo que persigues al estar aquí?

En algunos casos, el resultado era favorable cuando demostraba sus pretensiones desde el comienzo. Con Levi era menester cavar hasta las profundidades, pues cuando parecía que ya había encontrado el oro, se topaba con la non grata sorpresa de que era un metal de imitación.

—¡¿Qué?! —exclamó tensando la mandíbula y deteniéndose en el acto para analizar sus reacciones. Estimó que debía controlarse; con el lenguaje corporal le estaba transmitiendo la inquietud que lo invadía ante el esfuerzo de mantener los labios sellados—. En lo absoluto. El asunto no va por ahí, tenlo por seguro —decretó con voz impostada.

—Te conozco lo suficiente como para discernir que, cuando refutas una idea, se debe a que tratas de mantener oculta la verdad. Si te hubieras mantenido en silencio, sosteniéndome la mirada hasta el cansancio, hubiese dado por hecho que no estabas mintiendo, y nunca más sacaría a relucir el asunto. —Su explicación dejó a Levi sin ganas de prolongar la confrontación.

—Eres un... —Se detuvo, para reformular el mensaje. Mientras tanto, lo observaba con furia.

El pelinegro se levantó con violencia, apartando la silla. Cuando la madera rechinó, se percató de que no contaba con la opción de darle rienda suelta a sus emociones. Era justo lo que él buscaba, y no iba a darle el gusto.

—Levi —imitó su gesto, con lo que logró hacerlo dirimir de irse—, te lo voy a decir una sola vez. Sea lo que sea en que estés metido, debes tener cuidado. No te enviaron simplemente porque confíen en tus capacidades. Saben bien qué esperar de ti, y eso les otorga cierto control sobre tus acciones. Tampoco sé lo que estás buscando, aunque de hecho no es difícil intuirlo. Estoy seguro de que no lo encontrarás en Kiomy —declaró con genuina preocupación.

—Tú no estás en posición de amenazarme, y mucho menos por esa idiota que no significa nada para ti —replicó una vez que se reincorporó de nueva cuenta en el asiento.

—Te equivocas. —Desvió la mirada hacia un costado. Se quedó observando un punto fijo en el horizonte—. Siempre das por hecho que entiendes los sentimientos de otros, pero no es así. Hange y yo tenemos nuestra historia —dijo en tono de confidencia, como si no quisiera que nadie más pudiese oírlo. El hecho de que mantuviera los puños cerrados sobre la mesa le otorgaba mayor peso—. Y Kiomy deja de ser un dolor de muelas, como tú aseguraste, cuando la conoces mejor. Deberías desistir antes de que llegues más lejos, o terminarás arrepintiéndote.

—¿Ahora también la defiendes o todo ese rollo de sentimentalismo se debe a que es amiga de Hange?

—Ella no tiene nada qué ver con esto. —Se inclinó hacia adelante, ofuscado por el desprecio que manifestaba al proferir su nombre—. Hablo en serio, detente ahora que estás a tiempo.

—Tú empezaste. —Él imitó la posición, guardando su distancia—. Ese par de... reconsideró proferir otro insulto, para no hacer de aquella chispa un incendio—. Ese par no merecen tu consideración. Además, ¿ya has olvidado a causa de quién es que estoy metido en esto?

Erwin bajó la cabeza, atosigando su memoria. Estaba consciente, en el sitio más recóndito, de que él era el responsable indirecto de que Levi se encontrara en la misma escuela que ellos, aunque no lograba entender qué era lo que pretendía.

La hipótesis formulada era equiparable a un rompecabezas al que le faltaban varias piezas, uno que no estaría terminado hasta que pasara el tiempo, y aquello no evitaría que le diera vueltas constantemente al asunto.

La lealtad de su amigo ya estaba definida. Por más presión que ejerciera, él no iba a decir una sola palabra que pudiese ayudarle a unir las partes que andaban volando. Sus decisiones eran obra de raciocinio puro, intentar que desistiera de su objetivo también sería un desperdicio.

Levi era demasiado obstinado como para retractarse. Erwin se preguntaba qué clase de recompensa le habrían ofrecido a cambio de montar aquel teatro.

Si tan solo no lo hubiese encontrado en medio de aquel conflicto... Ahora no estarían enfrascados en esta plática fuera de lo común.

No. De no haberlo rescatado quizá estaría muerto, como sus compañeros de crimen.

Nunca se arrepentiría de haberle dado una segunda oportunidad para redimirse. El problema era que quienes contaban con el poder de darle órdenes no pensaban lo mismo, ni de cerca. Sus habilidades lo volvían altamente calificado, ellos lo aprovecharían. Lo iban a exprimir hasta que dejara de serles de utilidad, lo cual por supuesto tenía pocas probabilidades de suceder.

—Lo hice por tu bien. No espero que lo entiendas, y mucho menos que me lo agradezcas. Lo volvería a hacer si fuera necesario —declaró luego de pensar un buen rato en la forma más adecuada de contestar.

—Entonces ahí tienes tu respuesta. No te metas en mis asuntos, y yo no me inmiscuiré en los tuyos.

KIOMY

—¡Está bien, está bien! ¡Lo admito! —chilló Hange cuando se sintió acorralada por la enorme cantidad de preguntas que le formulé de tajo—. Tuve algo que ver con esto, pero no por las razones que crees.

Me observó con precaución, como si tratara de convencerme de mostrarle indulgencia. No me consideraba tan cruel para negársela.

—Ya veo. —Fruncí los labios, y ella pareció animarse—. Solo me siento mal hasta cierto punto porque no lo conseguí por mis propios medios.

No quería parecer molesta, pues eso arruinaría el resto de la tarde, así que me limité a cruzarme de brazos e hice una ligero mohín de disgusto.

—Kim, lo siento. Erwin me planteó la idea en privado y de inmediato pensé que sería una gran oportunidad para todos. Él podía convencer fácilmente a Levi, mientras que yo me encargaría de ti. Por favor, no me odies. Solo trataba de ayudar. —Entrecerró los ojos, temiendo mi respuesta.

No concebía enojarme con ella. La alegría que irradiaba era suficiente para contrarrestar mi mal humor. Aunado a esto, reconocía que su forma de actuar ocultaba un motivo sincero.

Al final, pude decir con total certeza que este plan no había resultado tan desastroso como me lo anticiparon mis miedos cuando estaba ensimismada en una pintura de un paisaje surrealista.

—Lo sé, Hange, no te preocupes. Supongo que debo darte las gracias. Yo no lo habría podido haber ejecutado mejor. —Le dediqué una sonrisa ladina que ella correspondió del mismo modo—. Por cierto, ¿crees que aún tengamos tiempo de pasar por el supermercado? Me encantaría comprar un par de cajas de las barras milagrosas de Levi. Quisiera saber si en serio le dan energía o es puro cuento suyo.

Así concluimos que no tal vez no había que hacer esperar más a esos dos.

Al volver, la presión en el ambiente hizo que se nos desdibujara la sonrisa. Fue como si el aire hubiera sido absorbido de la atmósfera, y las miradas feroces que se dedicaban tanto Erwin como Levi no contribuían a aminorar la gravidez. Parecían un par de bestias salvajes a punto de iniciar una guerra, que nadie ganaría.

Los observamos con cautela, para tantear sus reacciones. Cuando notaron nuestra presencia, relajaron los hombros, destensando la mandíbula.

Hange ignoró por completo la agresividad de su trato y se limitó a comentar en voz alta el plan que teníamos en mente, de una manera tan amable que ellos no tuvieron más opción que ponerse de pie y seguirla.

De los bolsillos de sus pantalones sacaron un billete de la misma denominación y lo depositaron sobre la bandeja del cobro simultáneamente.

Una vez que pusimos un pie en la entrada de la tienda, nos dispersamos. Fue gracioso ver a Levi esperar unos segundos para identificar en qué dirección iría Erwin, quizá para tomar la opuesta, ya que se notaba que ni siquiera tenía una idea clara de hacia dónde dirigirse.

No me demoré localizando las cajas de color verde, el único problema era que se ubicaban muy por encima de mi cabeza, y me resultaba imposible alcanzarlas. Consideré darme una vuelta para buscar a Hange pero, para mi suerte, uno de los empleados que pasaba por ahí me tendió la mano sin necesidad de que se lo pidiera.

Se aproximó a mí con una familiaridad perturbadora, como si me conociera de antaño. Tomé mi distancia, me pareció fuera de lo común. Sin ningún esfuerzo, extendió el brazo y me entregó uno de los paquetes.

Cuando me giré para encontrar su rostro y darle las gracias, casi di un salto de alegría. Su atrevimiento dejó de parecerme inoportuno cuando pestañeé un con el fin de comprobar que no estaba pasando por un trance.

—Sigues igual de enana que la última vez que te vi —dijo para romper el hielo.

Esa voz juguetona y el arrebato de hacer un chiste relacionado con mi altura y salir ileso eran propios de una sola persona.

—¡Colt! —grité al admirar su alegre rostro, que irradiaba la misma emoción que el mío.

Sentí que mi corazón latía con rapidez mientras el oxígeno en mi cerebro contribuía a esclarecer el panorama. No podía creerlo, me quedé sin palabras.

Después de la graduación, la mayoría de mis compañeros tomaron caminos diferentes, por lo que les perdí la pista por completo. Los eliminé de mis contactos, los borré de mi lista de amigos en Facebook, me salí de los grupos del salón e incluso comencé a depurar mi galería de imágenes y envié a la papelera de reciclaje todas aquellas en las que aparecían.

No guardaba interés en saber qué había sido de sus vidas; hasta me regocijaba no haberme topado con ninguno desde entonces. Pero las cosas con Colt eran todo lo opuesto.

Él era el único al que no llegué a repudiar, un nombre singular brillando en una lista. Fuimos cercanos durante la preparatoria, y a pesar de que en la actualidad ese título me quedaba grande, el cariño que le profesaba no había disminuido ni siquiera un poco.

Me sorprendí de lo mucho que había crecido. Si antes tenía que verlo hacia arriba, ahora me dolía el cuello al intentarlo. El aspecto infantil que lo hacía ver dulce había sido reemplazado por uno que incluso inspiraba temor.

—No me digas que trabajas aquí —señalé lo obvio. Me crucé de brazos e intenté recargarme en el aparador.

—No creerás que me robé el uniforme y el verificador de precios, ¿o sí? —Me mostró el aparato con su mano libre, apuntándose a sí mismo.

—Para nada. Tú eres la persona más íntegra del mundo —musité con sarcasmo y él profirió una risa exagerada—. Supongo que te ha ido bien, después de todo.

—Sí, no me quejo. Por fin liberaron mi certificado, y estoy trabajando porque quiero tener ahorros antes de aplicar para la escuela militar en unos meses —explicó, animado.

—¿Tú de militar? Vaya, me encantaría ver eso —reí con desgano. Me era imposible hacerme una imagen mental de aquella descripción—. ¿Tan mal te ha ido con las mujeres y esa fue la única salida que encontraste?

Colt era el tipo de chico cuyas emociones lo llevaban al borde de tomar una decisión extrema, como la de unirse al ejército y reducirse a seguir órdenes. Recordaba que llegó a mencionarlo en medio de una nuestras típicas conversaciones existencialistas, en son de broma, así que lo desestimé.

Solía ignorarlo por lo difícil que le resultaba dar seguimiento a sus planes. A menudo, estos se quedaban flotando como buenas intenciones, que después yo utilizaba para motivarlo cuando sentía que ya no podía seguir adelante, y fracasando.

—Sí, y no. —Su rostro se ensombreció. Tocar fibras sensibles era nuestro distintivo—. Lo veo como una oportunidad para darle algo de disciplina a mi vida, ¿sabes? Creo que malgasté mi época dorada con gente que no me aportaba nada bueno, y considero que aún no es tarde para encontrar un propósito.

Su determinación me llenó de orgullo. ¡Cuánto me esmeré por insuflarle ese ánimo!

—¿Y tus padres qué opinan? —inquirí con prudencia. Lo conocía lo necesario para inducir que haría lo que fuera por ellos, ya que era el hijo que cualquier padre estaría orgulloso de presumir.

—Digamos que mamá no se lo tomó tan mal como esperaba. Y en cuanto a papá... —Se cruzó de brazos—. Dijo que nada lo haría sentir más orgullosos que ver a su hijo mayor convertido en una especie de héroe nacional, lo hubieras visto. Destacar no forma parte de mis planes, solo quiero tener la satisfacción de conseguir algo por mis propios medios. En fin, sentirme útil sin que ellos intervengan.

—Es genial contar con unos padres que te apoyen incondicionalmente —respondí con un ápice de tristeza que fue asomándose, pero logré controlarme—. Espero que esta vez sí lo aproveches. —Me tomé la libertad de acariciarle el brazo, como solía hacer. No obstante, lo retiré de inmediato tras notar que se apartó con una mirada que desprendía confusión—. Lo siento, no pretendía incomodarte.

—No, no. Para nada, Kiomy —quiso disculparse. Yo no entendí por qué, si él no había sido el ofensor. Se quedó callado unos segundos antes de continuar—: Es que no creí que volveríamos a vernos. Aunque no hayas crecido ni un centímetro, hay algo diferente en ti... Solo que no logro comprender qué es exactamente.

Sucumbí ante el leve sonrojo creciendo en sus mejillas. Su tez pálida no le ayudaba a disimularlo. Para cuando el gesto se me contagió, agaché la cabeza.

—Bah, ¡qué dices! Lo que sucede es que me he dejado crecer el cabello, al igual que tú. —Me pasé un mechón por detrás de la oreja y fijé la vista en el suelo otra vez, avergonzada por lo ridículo de mi comentario.

—No me refiero a eso, es que... —Analizó mi rostro y pretendió seguir hablando, solo que se arrepintió—. No, nada. Te ves bien —concretó, rompiendo mis ilusiones de escuchar un cumplido.

—Pienso lo mismo. Es grandioso encontrar una cara conocida.

Nos contemplábamos, impacientes por romper con el mutismo. Dado que me costaba entretejer mis ideas, me rasqué la nuca varias veces antes de abrir la boca.

Cuando lo examiné con detenimiento, me di cuenta de las mangas de su camiseta se le ceñían al brazo, así que tuve que obligarme a mirar hacia otro lado, antes de que se gestaran ideas extrañas que me llevasen a divagar. Yo jamás lo vería de ese modo, tenía que dominar aquellos pensamientos impuros.

—¿Y... has venido sola? —preguntó, decidido a cambiar el rumbo de la plática.

No se lo dije, pero me había salvado de caer en la vergüenza. En el fondo, estaba gradecida.

—Oh, no. —Negué con la cabeza—. Me acompañan tres amigos. Cada uno quería comprar cosas diferentes. En un momento los veré en el sitio de cobro y volveremos a la residencia.

—Así que te aceptaron en la Universidad de Shiganshina. —Levantó una ceja a la vez que comenzaba a escanear algunos códigos de barras con el aparato—. No sé por qué no me sorprende, se ve que sigues siendo toda una nerd. —Me revolvió el cabello.

—Vaya, gracias por el cumplido —respondí con sarcasmo y una risa desganada—. Y para tu información, sí me aceptaron. Ahora puedo decir que he aprendido a vivir por mi cuenta, más o menos. Mi mejor amiga me hace la carga menos pesada la mayoría de las ocasiones, ella es mucho más responsable de lo que yo podría aspirar a ser. Incluso me animé a inscribirme en el equipo de atletismo de la escuela. —Me observó incrédulo, pues estaba al tanto de la repugnancia que me producía la simple idea de hacer ejercicio—. Oye, no me mires así —le di un golpecito en el hombro—, quería intentar algo nuevo. Cuando hablaba de darle un giro radical a mi vida al terminar la preparatoria, era en serio. Mi vida ha resultado mejor de lo que pude haber concebido hace algunos años.

—Se nota. Librarte de Ryan fue lo mejor que te pudo haber sucedido. —Las dudas lo azotaron tras dejar su mención en el aire. Yo lo observé con la sorpresa ingrata dibujada en el rostro, que se tornó caliente, y sentí una punzada de dolor en el cráneo—. ¡No! E-es decir... No creas que me alegra lo que le ocurrió, fue terrible —hizo una mueca de desagrado, que alcancé a interpretar como fingida—, pero a ti te hizo bien, y eso es lo que importa.

Me quedé paralizada al escuchar aquel nombre cuyos recuerdos se remitían a lo más profundo del infierno. Ryan y todo lo que lo había rodeado eran en conjunto la materialización de la peor pesadilla que alguna vez tuve.

Él era el principal responsable de un episodio de mi vida en el que me hundí en la oscuridad, uno que ya ni siquiera merecía que lo sacara a flote. Llevaba una eternidad intentado deshacerme de esos recuerdos y, de alguna manera, me había convencido a mí misma de que el tiempo que pasamos juntos nunca ocurrió; que solo fue obra de mi imaginación inaudita.

—Supongo que no puedes aferrarte a conservar la basura, por más que te guste —repuse con firmeza, para no dar pie a que él se convirtiese en el tema central—. ¿Y qué hay de ti? ¿No tienes a alguien?

—Con tanto trabajo ni siquiera tengo espacio para pensar en tener una relación. Pero, para ser sincero, no lo descarto del todo. Creo que le gusto a una de las cajeras —confesó, denotando un aura de certeza absoluta—. ¿Qué me dices de ti?

—Cielos, eres como Hange —rechisté, negando con la cabeza—. No piensan en otra cosa más que en buscarme pareja.

—¿Hange?

—Sí, ella es mi mejor amiga y compañera de cuarto. Te la presentaré algún día, seguro se llevarán bien.

—Claro, me encantaría. —Centró su atención en la caja que yo mantenía apretujada contra mi pecho—. ¿Piensas llevarte solo una? Porque, si no mal recuerdo, tenían oferta. —Tomó otra del estante y escaneó el código. Me causó gracia ver que se tomaba en serio su papel en el servicio al cliente, en verdad había cambiado—. Ah, sí. Es más barato si compras un par, en teoría —dijo eso último en un susurro.

—Si me haces el favor de pasarme otra, me llevaré ambas.

Ambos reímos un poco más alto de lo permitido, más no me importó.

—Oye.

Pésimo momento para que interviniera ese tono imposible de confundir. Viré los ojos por la molestia que me ocasionó.

Por encima del hombro de Colt alcancé a divisarlo. En la esquina de la estantería metálica, se encontraba el enano gruñón de pie, con los brazos cruzados. Parecía hastiado de estar esperándome. ¿Acaso yo le pedí que lo hiciera?

—Hange quiere que vayas. —Señaló con el pulgar hacia atrás.

—¿Ah sí?

«¿Y por qué no viene ella a decírmelo?», me vi tentada a refutarle. Incluso una llamada habría resultado mejor.

Colt miró en dirección contraria hacia mí para ver de quién se trataba, y su cara de burla no tardó en aparecer. Era terrible disimulando.

—No sabía que te gustaran como tú —musitó mientras elevaba las comisuras de los labios.

—¿Qué? —Me hice la desentendida.

—Enanos y gruñones.

—No digas tonterías. —Comenzaba a ponerme nerviosa, me pasaba las cajas de una mano a otra sin razón. Me consolaba saber que Colt era malísimo interpretando el lenguaje corporal, de otro modo, seguro hubiese llegado a la conclusión de que Levi me causaba cierto impacto difícil de explicar—. Él no me gusta.

Mentira. No entendí por qué me pareció buena idea ocultárselo.

—Si tú lo dices. —Levantó ambas manos en un gesto de rendición—. Mejor no lo hagas esperar, hasta aquí siento que quiere partirme a la mitad con esa mirada tan aguda que se carga.

—Más vale que te des prisa. Es para hoy, mocosa. —Levi alzó la voz y Colt me miró condescendiente. Sentí vergüenza de que este último se percatara de cómo nos llevábamos.

Quizás estaba pensando que aún acostumbraba conseguirme amigos complicados de tratar y que no tenían ni la más remota idea de manifestaciones de calidez ni normas de convivencia pacífica. Me preocupaba que fuera cierto, que incluso hallara deleite en ello.

—Ya vuelvo. —Le acaricié el brazo un par de veces con el pulgar, asegurándome de que Levi nos viera.

Tenía que hacerle entender que no me había agradado su forma de comportarse.

Para colmo, ni siquiera tuvo la amabilidad de esperarme. En cuanto me di la vuelta, emprendió la huida. No tuve más remedio que seguirlo.

—Oye, ¡Levi! —grité. Luego de seguirle el paso por algunos corredores, conseguí plantarme frente a él para evitar que siguiera ignorándome—. ¿Me vas a decir dónde está Hange, o también esperas que la busque por mi cuenta?

—Fuera de mi camino, estorbo —ordenó, mirándome con recelo.

—Así que aparte de interrumpir mi conversación con un viejo amigo de forma tan descortés no piensas llevarme con ella.

—Me tiene sin cuidado lo que estabas haciendo —respondió con el mismo nivel de agresividad, que no tenía cabida—. La vi en la ropa de deportes. —Señaló con la cabeza hacia la derecha—. ¿Sabes cómo llegar o te consigo un mapa?

—Gracias, no lo necesito.

No quería perder un segundo más de mi tiempo con él y la nefasta actitud negativa que estaba irradiando.

No me costó encontrarla en medio de un aparador en donde había varias camisetas colgadas. Ella revisaba con ahínco las etiquetas del precio, pasando de una por una con exaltación, hasta que se percató de que tenía compañía.

—Hange, Levi me dijo que me necesitabas —le anuncié.

Se detuvo en cuánto me escuchó y me miró confundida.

—Kim, no te vayas a enfadar, pero... —comenzó con cautela, como si no supiera que ese tono sembraría dudas—. Yo nunca le pedí al enano que te buscara. —Noté que se arrepentía de ser sincera, sin embargo, no alcancé a discernir el motivo. ¿Acaso se había confabulado con Levi para indicarme que ya querían irse?—. Ya que estás aquí, ¿cuál te parece más bonito? ¿Este o este?

Intercaló hábilmente entre una playera de color durazno y otra con patrones de flores en tonos frío. La facilidad con que le restaba importancia a algunos asuntos me convino irrisoria, y me sumió en un estado de conflicto para el que no estaba preparada.

—¿Cómo? —inquirí con enfado, aún consciente de que mi ira no debía recaer en ella.

Lo único en lo que reparaba era en que él había interferido con el fin de alejarme de Colt. Una decisión precipitada, a mi parecer, por dos sencillas razones.

La primera es que yo no era un impedimento para que él se distrajera con lo que sea que quisiera. Por algo nos habíamos dispersado, cada uno gozaba de su libertad. Y la segunda, ¿qué le importaba con quién hable? ¿Cómo se atrevió a llegar así, y encima de todo, a usar a mi amiga como escudo?

—¿Cuál te gusta más Kiomy? Pensaba llevarme las dos, pero no traje suficiente dinero, tal vez le pida un poco prestado a...

—Hange —la interrumpí sosteniéndola por los hombros—, ¿me estás prestando atención? —Parpadeó en repetidas veces para espabilar—. Si tú no me mandaste llamar, eso significa que Levi frenó mi conversación por el puro gusto de molestarme.

Podía ser tan tolerante como me lo permitiese si mi alma encontraba sosiego, no obstante, había sendas en las que no permitía que otros se adentraran. Esta era uno de ellas.

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