Capítulo 11| ¿Qué pretendes?
KIOMY
El diagnóstico preliminar de Levi indicaba reposo por dos semanas, durante las cuales no podría asistir a la práctica en el equipo y debía reducir el movimiento.
Sabía que la noticia le había desagradado, pero de nada servía que se lamentase. La furia que guardaba en el interior terminó rebasándolo y era la causa de su actitud malhumorada, aún más agobiante que la de costumbre.
Cuidar de él resultaba agotador, e inclusive exasperante. Se comportaba como un niño al que a menudo había que recordarle lo que le estaba permitido y lo que no, por obvias razones, así como también perseguirlo y obligarlo a tomarse la medicina.
Hange y yo nos tuvimos que armar de paciencia, porque Levi no pretendía ni por equivocación facilitarnos la labor de atenderlo.
Entre otras cosas, se atrevió a argumentar que el sabor de la medicina le parecía horrible, lo cual era ridículo tomando en cuenta que ya éramos casi adultos y también considerando el hecho de que prefería el té sin azúcar, hecho bastante cuestionable por sí mismo. No podíamos darnos el lujo de esperar que el jarabe supiera a dulce.
Decía que odiaba pasarse las pastillas por temor a que se le atorasen, así que en medio de protestas yo se las terminaba partiendo con una cuchara, lo cual me dio la idea de pulverizarlas en su bebida. Estaba consciente de que me ganaría su odio por el resto de la vida si se llegase a enterar de mi método, el cual resultó más efectivo de lo que hubiese imaginado.
Todos los días, sin falta, Hange y yo nos levantábamos media hora antes de lo acostumbrado y tocábamos a su puerta.
En un principio se negó a abrir, ignorando los constantes llamados de mi amiga, que eran suficientes como para reventarle los tímpanos a cualquiera detrás de la pared. Empero, su insistencia rebasaba con creces la apatía del enano gruñón, sobrenombre que se le había quedado de cariño, y contra el que no podía luchar debido a que de forma paralela, él también había comenzado a llamarla por un apodo que rayaba en la originalidad: cuatro ojos.
Al menos ninguno de los dos se quejaba. Habían optado por resignarse ante aquella forma que tenían de dirigirse el uno al otro. Eso sí, por ningún motivo se le escapaba decirme «Kiomy». En su cerebro, mi nombre era «mocosa», a secas.
Ayudarle a vestirse no nos ocasionaba mayor problema, aunque únicamente aceptaba que le pasáramos una a una las prendas que pensaba utilizar. Nos obligaba a voltear hacia la pared mientras se cambiaba. Yo cumplía para demostrarle que podía confiar en mí incluso en una tarea tan simple.
Gracias a esto, me enteré de que él tenía la costumbre de clasificar su ropa por colores dentro de los cajones porque, de acuerdo con sus propias palabras, le ayudaba a no perder el tiempo pensando en banalidades, como elegir lo que iba a ponerse al día siguiente.
Casi todas sus prendas compartían un patrón, al ser amante de los colores neutros. El negro, gris, blanco y caqui abundaban en su armario. Nadie podría negar que poseía un excelente gusto para vestir, me preguntaba de quién lo habrá heredado.
En cuanto a mantener el orden en su habitación... Fue difícil complacerlo en un principio, pero con el paso de los días aprendimos a imitar su escrupulosa rutina de limpieza, a tal grado de que la repetimos en la nuestra cuando el caos se volvió imposible de ignorar. De las dos, yo era la más entusiasta por aprender su técnica, sobre todo porque deseaba impresionarlo y, de algún modo, ganarme su aprobación.
Aunque creí que se le podía considerar excelente en cualquier actividad, pronto señalé mi error al darme cuenta de lo terrible que era cocinando. Por eso no me extrañaba que estuviera tan delgado. Cualquiera se mantendría en esa forma si se limitara a comer barras de cereal energéticas y té sin azúcar.
Le pedí información acerca de dónde podía conseguir una caja de esas, y no tuvo objeción en decirme, lo cual fue aún más raro pues di por hecho que se reservaría el gusto de ser el único que las conocía. No era un maldito egoísta, después de todo.
En la mañana procurábamos desayunar los tres juntos, porque sería un desperdicio de tiempo volver a nuestro dormitorio. Sin embargo, a la hora del almuerzo y la cena se nos dificultaba reunirnos debido a la diferencia en los horarios de Hange.
Hubo una ocasión en la que intentó echarnos de manera brusca, pero ella armó un escándalo tremendo en los pasillos, que ultimó hasta que Levi accedió a recibirnos cada que quisiéramos. Eso sí, fue con la condición permanente de que ella se mantuviera callada durante todo el rato.
Supe que no hablaba en serio debido a que las miradas de reproche que le lanzaba en cuanto ella simulaba abrir la boca la hacían reír. Por supuesto, Levi jamás se dignó a emitir una sonrisa, aunque al menos me dio la impresión de que comenzaba a mostrarse ligeramente más tolerante ante la actitud hiperactiva de Hange.
Erwin también venía a visitarlo apenas sus clases terminaban. Por lo general, lo encontrábamos saliendo justo cuando Hange y yo llegábamos a relevarlo de sus labores de acompañante.
Yo aprovechaba para entrar en la habitación y molestarlo con alguna suerte de comentario que lo sacara de quicio mientras ellos se quedaban conversando afuera. De este modo, nos ayudábamos la una a la otra a pasar tiempo con nuestros respectivos amores platónicos sin dar la apariencia de estar deseando su atención y cumplíamos con el papel de buenas amigas.
Eso de hacer enfadar a Levi se convirtió en mi pasatiempo favorito, pues su mirada de «cállate de una vez, maldita mocosa» siempre me hacía el día. Una sensación de vacío se abría paso en mi pecho cuando no lo lograba.
Irremediablemente, como una especie de beneficio por el esfuerzo invertido, los cuatro empezamos a convivir durante la mayor parte del tiempo que pasábamos fuera del horario de clases. Erwin, Hange y yo estábamos al tanto de la condición de Levi, y de algún modo que se escapaba de mi entendimiento, aquella preocupación contribuyó a que se fortalecieran los lazos entre todos.
Yo solo había conversado con Erwin para llegar a acuerdos sobre una tarea en equipo que nos asignaron en el semestre pasado, intercambiar un cordial saludo cuando llegábamos al aula y, recientemente, cuando me encerró en su casillero para evitar que sus amigos notaran nuestra presencia en el baño de los hombres. Ninguna de esas acciones bastaba para formularme una opinión realista acerca de él.
Entonces me convencí de examinarme, con el objetivo de replantear esa forma tan hermética que tenía de relacionarme con las personas a mi alrededor, en la que me negaba a conocerlas a profundidad.
Lo cierto es que contar con distintos puntos de vista era reconfortante; me había introducido en un mundo repleto de nuevas posibilidades.
Recordaba lo que Ian, Rico, el resto de los amigos de Hange pensaban acerca de Erwin, así como la enorme cantidad de comentarios que circulaban en el pasillo sobre el tipo de persona que era, así comprendí que las opiniones que emitimos sobre otros se basan en las circunstancias individuales.
Es decir, lo que yo pensara sobre una persona era el resultado de mi experiencia con ella y mi forma particular de asimilar e interpretar los hechos, pero en todos los casos dicha valoración era subjetiva. Los prejuicios estaban alejados de la realidad, la única forma de despejar las dudas es armarse de conocimiento sobre aquel individuo por cuenta propia.
Los hombres en general admiraban a Erwin, y hasta pretendían ser cómo él. Lo tenían en un pedestal con la leyenda de «héroe». Llevar sobre los hombros ese título no debía ser fácil, aunque era ostensible que él lo disfrutaba.
Las chicas que se involucraban con él y no obtenían más que una noche juntos terminaban poniendo a sus amigas en su contra. Las ilusiones rotas eran las peores consejeras, generadoras de sentimientos negativos, las principales causas de la sed de venganza. No había que ser un experto para deducir lo peligrosa que podía llegar a ser una mujer despechada.
A causa de esto llegué a sentir pesar por haber participado en conversaciones cuyo objetivo se destinaba a denigrarlo. Un error que ya no cometería, pues, además de que empezaba a tomarle cariño, si todo continuaba en orden él terminaría saliendo con mi amiga. Mientras más pronto aceptáramos que ella nos unía, más sencilla iba a ser la convivencia.
Jamás había visto a Hange tan contenta, ni siquiera a sus descubrimientos científicos los contemplaba con esa admiración, y no quería que esa sonrisa se le borrara del rostro. Su felicidad era una de los pormenores de estar vivo que me hacían creer el cielo no tenía por qué permanecer teñido de gris.
Conforme mejor lo conocía, más comprensible me resultaba que mi amiga se hubiera enamorado de él. Bien dicen que el león no es como lo pintan.... Comprobé que era sumamente inteligente, perspicaz, determinado, y que poseía cualidades de líder sobresalientes. Fue como si me quitara una venda de los ojos.
En cuanto a mí, las interacciones con Levi me sumergieron en un estado de plenitud que no había experimentado hasta entonces. Convertimos el incidente del té en el chiste local de ambos, y siempre que me ofrecía a preparárselo me recordaba que fuera cuidadosa debido a que no quería cambiarse de ropa dos veces.
Su semblante inalterable ya no me infundía temor ni me invitaba a conducir mis pasos con cautela. Prefería concentrarme en la profundidad de sus preciosos ojos, no me importaba que pareciera displicente.
Una vez lo encontré sentado en el borde de la ventana a las afueras de la biblioteca, con la barbilla recargada en una mano y una pluma en la otra. Me pareció adorable verlo con el semblante relajado. No quise interrumpirlo, así que opté por irme. Más tarde, me empeñé en dibujar aquella imagen mientras pensaba en qué podría haberlo sumergido en esa aura de paz.
Por más amargado que fuera, yo sabía que tarde o temprano aquellos actos de bondad podrían tener el mínimo efecto en su indescifrable corazón.
Esa actitud de ser corto de palabras me venía como anillo al dedo en los días en los que no me apetecía conversar sobre mi jornada ni ninguna otra nimiedad, como el reporte del clima. Ya no esperaba que me diera las gracias, mucho menos me desilusionaba al pensar en ello.
Erwin sugirió que visitáramos el centro de la ciudad una vez se venciera el plazo. Pensó que quizá le vendría bien a Levi dar un paseo por sus nuevos alrededores y alejarse de aquellas cuatro paredes que de seguro lo hacían sentir más pequeño de lo que era.
Él estuvo de acuerdo. A partir de entonces, le cedió el paso a su actitud infantil e inmadura, siendo condescendiente tanto con Hange como conmigo.
Fue un placer formar parte de su recuperación, que ocurrió poco antes de que se cumplieran dos semanas del accidente.
A la mañana siguiente se presentó en el entrenamiento, y de inmediato se puso a tono. Me sorprendí de la facilidad con que logró acoplarse a la rutina, así como de la sobresaliente destreza que manifestó en las distintas pruebas.
La rapidez que dio a conocer en la pista captó la atención del entrenador, y la fuerza de sus brazos lo convirtió en el candidato ideal para convertirse en el nuevo lanzador de la prueba de peso, tanto con el disco como con la bala. Dijo que, dependiendo de sus resultados, incluso podría participar en el encuentro más importante, lo cual me convenía, y ni siquiera necesitaba explicar el motivo.
Acordamos salir el sábado y convencimos a Levi de entrar en una cafetería estilo vintage.
Él ignoraba que planeábamos tomar su recuperación como excusa para comprar un pastel y, de paso, darle la bienvenida como nuestro nuevo compañero. Ah, también serviría para enfatizar que ahora contaba con su propio grupo de amigos.
—Ya les dije que no hay absolutamente nada que celebrar, ni que hubiera roto un récord mundial o algo por el estilo —bufó con desgano mientras Hange y yo lo halábamos del brazo para entrar en el recinto.
—Levi, ¿podrías dejar de ser un amargado por una vez en tu vida? —comentó Erwin.
—Tiene razón, Levi. Deberías relajarte. Tal vez para ti no sea la gran cosa, pero no nos quites el gusto de pasar un buen rato contigo —añadió Hange—. Vamos, cambia esa cara larga, enano gruñón.
La cafetería estaba instalada dentro de una de esas casas antiguas que databan del siglo XVI. De hecho, gran parte de los edificios aledaños al jardín del centro mantenían el estilo barroco, que abundaba en la sociedad de aquellos entonces.
Me sentía atraída hacia este tipo de construcciones. Cuando me quedaba observándolas detenidamente, tendía a imaginar un hombre de la alta sociedad con una de esas extravagantes y costosas pelucas, sentado en un escritorio de madera mientras redactaba una carta con la ayuda de un tintero y pluma, acompañado de una mujer que usa un ostentoso y apretado vestido con crinolina debajo de la falda. Tiempos duros, pero saturados de elegancia.
El ambiente resultaba cálido y amigable. El aroma a café y dulzura estaba impregnado incluso en la tela de las cortinas.
Las piezas de arte colgando de las paredes le daban un toque moderno que lo volvía precioso. La paleta de colores pastel deleitó mis pupilas, era parecido al efecto que quería lograr en mi habitación. Al fondo del recinto había un pequeño escenario dotado con dos sillas altas y un par de micrófonos colocados en su soporte.
Por el dibujo de las notas musicales comprendí que se trataba de un espacio destinado a karaoke. Tuve el pensamiento fugaz de que tal vez algún día podría convencerlos de pedir una canción, porque recién lo estaba descubriendo y necesitaba someterme a una rigurosa preparación emocional si pretendía exhibirme delante de una horda de desconocidos. Una corriente de miedo recorrió mi espina dorsal de tan solo imaginarlo.
En seguida, reparé en el tendedero de luces parpadeando sobre mi cabeza, y la opacidad de los alrededores me llevó a concluir que aquel era un sitio ideal como para tener una cita. Una cita... Un momento.
De repente, sopesé la idea de que esta salida no era más que una artimaña de Hange para dar seguimiento a nuestro plan de acercarnos a ellos. Si ese había sido el caso, me preguntaba qué tipo de razonamiento había empleado para convencer a Erwin de que viniese.
Mi amiga no había perdido el tiempo en tonterías; se había tomado a pecho la encomienda. A decir verdad, no me sorprendía del todo. Ella podía llegar a ser muy persuasiva cuando se lo proponía.
—Dudo que la pared vaya a ordenar por ti, mocosa. —Levi me había sacado de mis pensamientos mágicos en una sencilla frase.
¡Qué sinuoso afán de interrumpir esos momentos en que me desconectaba de mi entorno!
—Levi, me asustaste —le dije en medio de una risa nerviosa. Me llevé la mano al pecho luego del sobresalto inicial.
—¿Te unes a nosotros o vas a quedarte ahí parada?
Puesto que me encontraba de excelente humor, decidí tomar su apunte por el lado amable, en lugar de considerarlo como una orden carente de sentimientos.
Lo seguí a través de las escaleras en forma de espiral y ubiqué a Hange y Erwin conversando tranquilamente. Habían encontrado una mesa libre en la segunda planta, cerca del balcón. Esta solo contaba con cuatro sillas, dos de las cuales ya habían sido ocupadas por ellos, así que no tuve otra opción que sentarme junto a Levi. No me molestaba en lo absoluto. Me preguntaba si él opinaría lo mismo.
Ordenamos una tarta de zarzamora. En cuanto a la bebida, cada uno optó por una opción diferente. Erwin pidió un café americano bien cargado, Hange se inclinó por un smoothie de mango, Levi su clásica taza de té negro, y yo estaba de antojo de un frappé de galleta oreo.
Le dimos el honor a Levi de partirla, como si se tratara de su pastel de cumpleaños. La cortó en cuatro pedazos similares y los fue depositando en nuestros platos, empezando por el suyo y dejándome en último lugar.
Estaba deliciosa. Tanto, que sentí lástima cuando esfumó unos minutos después, dejándome con la sensación de empalagamiento.
Conversamos sobre las peripecias que Levi nos hizo pasar mientras estuvo incapacitado. Con cada trapito socio que sacábamos a relucir, él parecía cohibirse. Me causó ternura y unas enormes ganas de abrazarlo, pero me retraje.
Felicitamos a Levi en son de burla por haber sido el mejor paciente que habíamos atendido. En mi caso, se trataba del primero, así que no tenía ningún punto de comparación disponible. Le dije que había sido un privilegio cuidar de mí misma y me observó confundido, pero la risa de Hange le ayudó a comprender el trasfondo.
Y es que resultaba sencillo darse cuenta de que nos parecíamos en varios aspectos. La mirada apagada junto con la cara de «odio la vida» y la actitud reacia a abrirnos con el exterior, el empeño que destinábamos a cualquier tarea que se nos encomendaba, el espíritu implacable de competitividad que corría por nuestras venas y, por si fuera poco, también era menester mencionar un defecto que podía considerarse como virtud en el ámbito apropiado: la tendencia a ser perfeccionistas y exigir demasiado de nosotros mismos.
Por último, aunque no menos importante, estaba la terquedad que nos llevaba a conseguir todo aquello que deseábamos.
Antes de seguir con nuestro recorrido, Hange y yo nos apartamos para ir al sanitario. Erwin le ayudó a recorrer su silla y se puso de pie para facilitarle el acceso, en tanto que Levi se mantuvo en su posición, sin importarle que representaba un estorbo para que yo pudiera salir.
Me sentí herida e indignada ante su evidente falta de caballerosidad, así que sin pensarlo dos veces, tomé el respaldo de su silla y lo sacudí con toda la fuerza que pude reunir, logrando que se balanceara hacia atrás.
Le saqué un buen susto que se transformó en una mirada asesina. Así que me fui corriendo tomando a Hange de la muñeca y, antes de cerrar la puerta, alcancé a escuchar que me dijo: «¿Te crees muy graciosa?» a modo de reclamo.
Creí que iba a seguirnos, pero solamente se puso de pie, como para dar énfasis a su voz amenazante.
Ambas reímos ante la ridícula expresión que se dibujó en su rostro inyectado de furia y cerramos la puerta sin darle la oportunidad de seguirse quejando.
OMNISCIENTE
—Levi, ¿se puede saber qué pretendes? —inquirió Erwin alzando una ceja, en cuanto se aseguró de que ambas chicas desaparecieron de su vista.
—No esperarás que me quede de brazos cruzados luego de que esa idiota me hiciera quedar en ridículo —espetó con severidad.
Se había puesto de pie, resuelto a plantarse a las afueras del baño con el fin de devolverle a Kiomy el susto que le había hecho pasar.
El atrevimiento de esa chica le había ocasionado vergüenza, y consideró que la única manera de combatir aquella incómoda sensación sería devolviéndole una cucharada de su propia medicina.
—No lo tomes personal, debes admitir que te lo mereces. —Erwin levantó las comisuras de los labios en una media sonrisa. Le había parecido graciosa la manera tan errática de comportarse de Kiomy, demostrando que ya le tenía cierta confianza a su amigo—. Volviendo al tema, ¿qué estás haciendo aquí exactamente?
—¿Cómo que qué hago aquí? —La pregunta lo dejó confundido—. Seguirles el juego a ustedes tres, ¿no es obvio? Yo ni siquiera quería venir.
—Creo que no has entendido. —Cambió el tono a uno serio y distante, como el que empleaba cuando estaba a punto de dar una reprimenda.
—Tal vez pasas por alto el hecho de que no soy una especie de psíquico capaz de adivinar los pensamientos de otros, porque en ese caso me habría anticipado para evitar que esa mocosa me gastara una estúpida broma. —Seguía respondiendo a la defensiva, cruzando los brazos. Se estaba mentalizando para recibir el impacto de su voz molesta.
—No te hagas el desentendido conmigo. Sabes perfectamente a qué me refiero —sentenció mientras lo observaba con recelo.
—Déjate de rodeos y escúpelo de una buena vez —lo retó. Comenzaba a desesperarse ante la intriga.
—Levi —se aclaró la garganta en medio de un creciente nerviosismo, que sabía disimular con precisión—, no busco que me reveles detalles confidenciales. Yo sé mejor que nadie cómo se manejan los asuntos en los altos mandos. —El pelinegro volteó los ojos en cuanto escuchó esta última frase, pues tan solo con haberla mencionado ya se había creado un panorama general de lo que Erwin estaba a punto de anunciarle—. Por favor, dime que no estás aquí por lo que estoy pensando.
—Tch, ¿qué parte de que no soy un adivino no entendiste, cejotas? —bufó con ironía.
Cerró el puño y lo depositó con fuerza sobre la mesa de madera, provocando un estruendo que hizo que algunos de los empleados y comensales aledaños se volteasen en dirección hacia ellos, pero ni se inmutaron.
—Me parece muy conveniente que hayas aparecido en el instituto justo ahora —Erwin observó a los alrededores para asegurarle a quiénes los miraban con intriga que no había nada de qué preocuparse—, considerando que hay una universidad en tu ciudad natal. Que te unieras al equipo de atletismo al igual que ellas, siendo que existen otros más adecuados para ti, y que por primera vez no rechaces tajantemente la ayuda de no una, sino dos compañeras que parece que incluso han llegado a apreciarte.
Se acomodó erguido para demostrar que no estaba jugando. Levi lo imitó con un ápice de furia asomándose en su mirada.
—Necesitaba un ambiente alejado de todos esos criminales del bajo mundo de los que solía rodearme. Me rechazaste, por obvias razones, y no te culpo, y odio el básquetbol. Y respecto a ese par, está de más decir que son más irritantes que un dolor de muelas. —Enumeró con los dedos cada una de sus respuestas—. ¿Alguna otra pregunta indiscreta sobre mi vida?
—Es gracioso que hables de ello con tanta naturalidad. A juzgar por la forma en que se han ido desenvolviendo las cosas entre ustedes, me atrevería a aseverar que te les acercaste por algún motivo que se escapa de mi entendimiento —planteó con suspicacia.
Aquel milisegundo de desasosiego bastaría para darle la razón a Erwin, no obstante, él era un experto ocultando sus verdaderas intenciones.
—¿Qué tontería estás diciendo? —Le dio un sorbo a su bebida.
—Ya veo, te hicieron firmar el acuerdo de confidencialidad con premura. Supongo que es más importante de lo que parece —reconoció luego de fingir que estaba sacando conclusiones mediante colocar uno de sus dedos debajo de la barbilla.
—No voy a discutir eso contigo.
—No lo veas como una discusión, sino como una conversación amistosa.
—Eres terrible formulando las preguntas, ahora veo por qué te devolvieron al período de prueba —respondió con agresividad.
—Pensé que dirías eso, pero la verdad es que un sitio tan agradable como este —hizo un ademán ilustrativo en el que abarcó todo el espacio— no es el adecuado para torturar a un individuo que se niega a cooperar brindando información. En su lugar, lo encerraría en el sótano de alguna construcción clandestina a punto de derrumbarse, ¿o tú qué opinas?
Lo miró fijamente. Levi no respondió a su provocación.
—Tampoco tendrías las agallas para torturar a nadie, admítelo. A ti te gusta tomar el papel de víctima, no el de verdugo.
—¿A qué te refieres?
—No sé cómo soportas a la loca de Hange, es tan molesta que preferiría arrancarme los sesos antes que enfrascarme en una conversación con ella por más de dos minutos.
—La tolero porque es mi amiga, y la tengo en alta estima. —Hizo una pausa prolongada, pensando en la hiperactiva Hange y en que su alegría contagiosa se estaba ganando un espacio en su corazón de una forma que no había considerado con anterioridad—. Nunca intentaría que cambiara su forma de ser.
—¿Acaso la estás defendiendo? —repuso, sin poder disimular la extrañeza que lo embargaba.
Le sorprendía que su amigo se hubiera puesto en modo protector a causa de la mención honorífica que respecto a Hange. Y eso que él pensaba que la consideraba insignificante.
—Por supuesto que la defiendo —contestó con determinación.
—¿Por qué?
—Porque como ya te lo he dicho, es mi amiga y la conozco bien.
—Claro —mintió—. Te deseo suerte con ella. No me vas a salir con el cuento de que esto fue para "darme la bienvenida a su grupo". —Enfatizó las comillas con sus dedos—. Además, ¿qué les hace creer que quiero formar parte de un grupo? Dime, Erwin, ¿parezco el tipo de persona que necesita el respaldo de amigos, en especial de ese par de ineptas que no saben qué hacer con sus patéticas vidas?
—¿Por qué no consigues aceptar que la gente a tu alrededor te tome el aprecio necesario como para cuidarte con esmero?
Erwin tenía intención de sembrar dudas en su corazón, de averiguar cuales eran sus intenciones.
¿Era aprecio lo que ellas sentían hacia él? ¿Y por qué de repente se lo estaba cuestionando, si era justo lo que pretendía lograr con el engorroso ejercicio de permitir que pasaran tiempo con él?
Sí, le interesaba saber lo que ella pensaba al respecto, pero mientras tanto era menester que se mantuviera alerta. Un solo error era lo que hacía falta para ser confinado en el olvido de la historia sin antes haber tenido la oportunidad de redactarla a su manera.
Últimamente las tareas me están consumiendo más tiempo del normal 🥴, pero a la vez he tenido tanta inspiración que tuve que dividir este capítulo para crear al siguiente. Gracias de antemano por seguir leyendo <3.
11/11/2021. Qué recuerdos aquellos cuando tenía tarea🙃
13/08/2022. No recordaba cuánto me había gustado este capítulo🤭.
13/08/2023. Hace más o menos un año que corregí este capítulo. Espero continuar en el siguiente.
08/04/2024. ¿Hasta cuando lograré una versión decente?
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