Capítulo 10| Una decisión trascendental
Gran parte de la noche se consumió mientras escribía hábilmente y borraba líneas con la misma intensidad en el teclado de su ordenador.
Iba acomodando las oraciones en el texto con el fin de redactarlas con objetividad. Debía abstenerse de emitir juicios personales, por razones que iban desde perder de vista el punto principal debido a interpretaciones personales, hasta impregnarse de la visión subjetiva que el autor pudiese otorgarle.
Cuando pasaba por alto aquel detalle, optaba por eliminar la oración en su totalidad, y después la reescribía con otras palabras. Así fue hasta que se sintió completamente satisfecho con el resultado.
06.08.2020
De: Levi Ackerman <[email protected]>
Para: <[email protected]>
Asunto: Reporte 001, Caso KT-PARS
La siguiente información no debe ser tomada a la ligera. Puede que no hayan pasado más de un par de días desde que logré acercarme al objetivo, sin embargo, comprendo que es mi deber informarles acerca de lo que he descubierto. Anticipo que aún es demasiado pronto para sacar conclusiones, pero a la vez reitero mi compromiso por encontrar la verdad y hacer justicia; sigue siendo tan fuerte como el que manifesté cuando me decidí a trabajar en este caso.
De buenas a primeras, percibo que la implicada en cuestión no es más que una chiquilla tonta, rebelde, incauta y sumamente torpe, justo las características que esperaba encontrar en ella. La describiría como una de esas ilusas soñadoras que disfrutan de nimiedades, como observar el cielo durante horas. Prefiere pasar la mayor parte de su horario extraescolar encerrada en la comodidad de su dormitorio, tiene pocas interacciones, y fracasa en el intento de ensancharlas.
He descubierto que tiene una afición de la que podría valerme en el futuro para reunir información pertinente, y ya que contamos con un terreno en común debido a que estudiamos la misma carrera. Pretendo emplear la convivencia "inesperadamente requerida" para estudiarla a profundidad.
Apenas habíamos cruzado unas cuantas palabras cuando se tomó el atrevimiento de espiar una conversación que llevaba a cabo otro miembro de la academia, al cual no necesito describir, porque resulta evidente a quien me estoy refiriendo. Ciertas personas como esta olvidan que el trabajo de campo no se discute en espacios públicos, es una infracción a nuestro código que además pone en riesgo la validez de la operación.
En fin, no me desviaré del tema central de este escrito, cuyo propósito no es poner de manifiesto mi inconformidad respecto a algunos asuntos de poca monta.
El objetivo nos vio forcejear, y me aseguré de intimidarla con el propósito de evitar que difunda lo que escuchó, aunque dudo que haya alcanzado a comprenderlo del todo.
La técnica del accidente funcionó tal y como lo imaginaba. Es ridícula la cantidad de cuidados que recibes cuando has sufrido una lesión y también cuando te responsabilizan de un error que se esperaba que cometieras. Ella y su única amiga se ofrecieron a ayudarme. Gracias a esta intromisión fue que descubrí un par de detalles interesantes.
El cuento de que es tímida resulta inverosímil. Me inclino a vaticinar que está fingiendo y es excelente en ello, lo cual me resulta contradictorio tomando en cuenta la magnitud de su fechoría. Lo que creí sobre su nula capacidad de tomar decisiones arriesgadas no es del todo cierto, me lo comprobó un par de veces entrando al baño de los hombres y quedándose a cuidarme por voluntad propia luego de que comprobé la eficacia de la torcedura.
Lo anterior me lleva a la conclusión de que es más inteligente y decidida de lo que se esmera en aparentar, pues concede demasiada importancia a la opinión de las personas que la rodean. Además, anticipo que no será fácil averiguar lo que piensa realmente, no obstante, dicha actitud no representa un desafío de proporciones inauditas, ya sé cómo romper el hielo.
No espero que comprendan los motivos que me conducen a actuar de la manera en que lo estoy haciendo, solo deseo hacérselos saber cómo parte de mis obligaciones de rutina.
Es todo de mi parte. Quedo atento a su respuesta.
P. D. No estaría mal que me enviaran un nuevo cargamento del suero.
Antes de disponerse a enviar el mensaje estuvo dando vueltas alrededor de la habitación. Su única compañía era el tenue reflejo que la luz de su lámpara de escritorio proyectaba en el suelo.
Deseaba encontrar el esclarecimiento de aquellas reflexiones que lo azotaban en medio del espectro de la noche, a la vez que analizaba las acciones que ya había implementado, pues del adecuado procesamiento de estas dependerían el resto de sus movimientos de aquí en adelante.
Por regla general, a él no lo atormentaba la corrosiva sombra de las dudas, ni se arrepentía de sus decisiones desde aquella infame ocasión en que se cruzó por primera vez en el camino de Erwin.
Las palabras que le dedicó luego del desafortunado incidente en el que le fueron arrebatadas dos de las personas más importantes en su vida penetraron en lo más hondo de su ser, y las había hecho suyas, por lo que solía repetirlas a modo de ejercicio psicológico con el que lograba volver en sí.
«No lo hagas. No lo lamentes. Al lamentarte, fallarás en las siguientes decisiones que tomes. Y harás que las decisiones las tome otro. Así tendrás una muerte segura. Una decisión toma sentido cuando es útil para tomar la siguiente decisión». Se preguntaba en qué momento iba a encontrarle sentido a la decisión que estaba tomando justo ahora, o si acaso este llegaría a materializarse.
Sin embargo, estar a punto de poner un pie en terreno peligroso y ser consciente de ello lo abrumaba hasta cierto punto, por más que quisiera fingir que podía sostenerse en quietud. Reconocía que los veloces no eran los que siempre ganaban la carrera, ni los más poderosos los que obtenían siempre el triunfo en las batallas, ni los inteligentes quienes conseguían riquezas incalculables, ni siempre les iba bien en la vida a aquellos que eran poseedores de un amplio conocimiento, ya que nada de eso podía salvarlos de un suceso inesperado, una verdad inherente a la condición humana imperfecta, de la que se podía correr, mas no esconderse.
Se preparó el equivalente a unas tres tazas de té durante las horas en que se mantuvo despierto. El líquido caliente deslizándose por su garganta le ayudaba a relajarse debido a lo aromático de las hierbas, lo que a su vez contribuía a que meditara con un ápice de serenidad, sin perder los estribos que amenazaban con salir disparados.
Ante todo, le recordaba cuál era su objetivo, la razón por la que debía tomarse a pecho su nuevo papel como un estudiante ordinario en la Universidad de Shiganshina.
Aquella bebida había dado lugar al imprevisto que necesitaba para romper el hielo definitivamente con la chica a la que se atrevió a describir cómo «inestable», porque a pesar de que en el fondo lo reconocía, ese no había sido el primer término que pensó en emplear para referirse a ella.
De todos los calificativos posibles, consideró que aquel era el que englobaba la mayor parte de su personalidad esquiva y errática, con tendencia a evitar los riesgos innecesarios, aunque ya no estaba tan seguro de haber acertado en esto último.
Si bien cada una de las piezas de su plan se estaban acomodando según lo previsto, el incidente del té sin duda había resultado de manera espontánea. Esto contribuiría a que las variables se mantuvieran lo más intactas posibles, previniendo la posibilidad de que los resultados posteriores fueran alterados por una descarga de emociones injustificadas.
Mientras más se esforzara por darle un toque de realismo a sus interacciones con ella, más probable sería que respondiese de forma asertiva. Estaba dispuesto a llegar hasta el final de la meta, aunque esta se convirtiera en el principio del final para quien se había trasformado en su norte.
Debido a su categoría, se le concedían ciertas libertades que las inferiores no podían permitirse. Entre ellas se encontraba el permiso para emplear la fuerza física con el fin de infundir miedo, someter, e incluso dar un escarmiento a su objetivo en caso de creerlo conveniente. También podía valerse de las debilidades de la psique y una que otra estratagema del lenguaje para quebrantar el espíritu o jugar con la mente.
En cuanto al planteamiento, había optado por no aplicar ninguna de las opciones, mas no las descartaba en lo absoluto.
Requeriría un esfuerzo sobrehumano para no perder el control con facilidad. En cierta época del pasado el uso de la violencia fue precisamente lo que contribuyó a que consiguiera todo aquello que se proponía. No estaba acostumbrado a perder ni a rendir cuentas sin una prueba tangible.
Desconocía el motivo de la repentina consideración que mostraba para con esa mocosa. Redundar en el asunto equivaldría a concederle una importancia de la que no era digna. «Solo quiero cambiar de rumbo», se decía para acallar el ruido interno que rebotaba en las paredes de su intelecto desarrollado.
Le servía excusarse mediante pensar que, en ocasiones, todos se habían visto forzados a utilizar una máscara para desenvolverse en el mundo. Existía un arsenal de conductas profundamente arraigadas en ciertos individuos que no aportaban lo necesario para establecer una convivencia armoniosa en el grupo social, de modo que era indispensable aprender a adaptarse a él, y no aguardar que fuese al contrario.
En el caso particular de Levi, había asumido que su personalidad le otorgaba una ventaja, ya que le ayudaba a pasar desapercibido y, a su vez, le permitía moverse con mayor soltura, sin levantar sospechas. De todos modos, reconocía que esta podía llegar a ser como una espada de dos filos si olvidaba bajo qué situaciones en concreto estaba en posición de emplearla.
Así que una vez que convirtió aquellas reflexiones inoportunas en cenizas y las esparció por el aire en sentido metafórico, tomó asiento frente a su escritorio y le dio una última revisión al texto en la pantalla de la computadora.
Colocó ambos puños sobre sus rodillas y procedió a hacer click en el botón de «enviar», para posteriormente cerciorarse de que no se hubiera quedado atascado en la bandeja de salida.
Aguardó con paciencia hasta que el mensaje fue remitido. Sabía lo que estaba haciendo, mas no cómo debía sentirse al respecto.
¿Se alegraba de haber delimitado la ruta a seguir a partir del día siguiente? ¿La presión arrítmica en el pecho y la dificultad para respirar se debía a aquella sensación intransigente que se conoce como nerviosismo? ¿O simplemente se trataba de una mezcla de emociones encontradas que no alcanzaba a distinguir por nombre? Sea como fuere, ya estaba enviado. Le restaba esperar la contestación y, mientras tanto, actuar por su cuenta.
Tiempo atrás había asumido que su vida se acoplaba a aquel sistema que existió desde que los seres humanos se congregaron para vivir en sociedad: cumplir órdenes, llegando a ser de utilidad para alguien a quien se le consideraba superior a cambio de refugio, protección, o cualquier bien que pudiera servir como contraprestación a fin de satisfacer necesidades específicas.
No obstante, él no creía que aquella visión lo degradara. Para él no era sino una forma contundente de probar su lealtad mediante devolver un poco de lo que se le había otorgado.
Cuando uno es salvado de un cruel destino es normal que cambie de actitud hasta cierto punto, que se replantee el rumbo que le ha dado a su existencia hasta entonces, y que se sienta inclinado a agradecer a quien lo hizo, incluso que se encomiende a aquella persona durante todo el tiempo que continúe respirando.
Estaba resuelto a seguir adelante hasta las últimas consecuencias, sin importar cuántas lágrimas y gotas de sangre y sudor tuvieran que ser derramadas en el proceso.
Levi nunca había tenido la fortuna de navegar en aguas tranquilas. No. Todas habían sido turbulentas, y le habían obligado a permanecer en un interminable estado de alerta para reaccionar de forma oportuna en caso de enfrentarse a las repentinas corrientes de viento, o la marea creciente que se podía divisar en el horizonte. Si acaso, existía la diferencia de que se había involucrado en ella de manera voluntaria, nada más.
Todos confiaban en sus habilidades físicas y labores de convencimiento. Estas fueron su carta de presentación cuando fue aceptado en la Academia, aun en contra de las diversas opiniones que se formaron al respecto.
El estilo de vida que había mantenido hasta entonces no le llenaba de orgullo. No era el tipo de información que le complacería anunciar a todo pulmón, pero también reconocía que era imposible mantenerla oculta por siempre, como si se tratara de un arma refundida. Aun así, no permitía que tales juicios nublaran el que ya había elaborado sobre sí mismo.
Él no tenía la costumbre de mirar hacia atrás a modo de remembranza. Sin embargo, aquellos recuerdos le carcomían. Reparó en aquella ocasión en que el instructor lo miró con displicencia por primera vez, pues estaba al tanto de la clase de persona que era y cómo le había recalcado su evidente falta de disciplina frente a todos.
Del mismo modo, se remontó a la época en que le resultó de lo más sencillo acoplarse a las actividades de rutina, y cómo de inmediato equiparó las habilidades de sus compañeros en turno, superándolos con creces y manteniendo una reserva de energía superior, la cual parecía provenir de una fuente inagotable que lo hizo acreedor de la admiración de gran parte del harem.
Los comentarios de halago que comenzó a recibir una vez que se hizo evidente el nivel de excelencia con que se desempeñaba en cualquier actividad habrían sido motivo suficiente para hincharse de orgullo. No obstante, él no se dejaba influenciar por nada de eso. Discernió que no eran más que envidia disfrazada de adulación, y sus oídos eran sordos ante los reiterados intentos de ser llamado una especie de «prodigio».
Consideraba que el nivel de compromiso, junto con el esfuerzo y la práctica, eran los elementos que convergían para dar paso al éxito. Si existía una actitud que repudiaba, era la pretensión de escalar por este medio al que consideraba poco ortodoxo. No toleraba a la gente que se valía de una lengua falsa para proferir palabras dulzonas con el fin de atraer los oídos de los demás y ganarse su aprobación.
Levi veía en Kiomy Takaheda un escape de la tediosa rutina de perseguir criminales de poca monta, la mayoría de los cuales confesaban apenas empleaba el término "tortura" a modo de ejemplo de lo que les pasaría si no cooperaban por iniciativa propia.
Era entonces que su valentía se doblegaba, dejando de parecerse a la que ponían de manifiesto cuando decidían que era buena idea apuntar con un arma al dueño de una tienda de conveniencia o arrebatarle el bolso de mano a una mujer que se dirigía a su lugar de trabajo temprano por la mañana. Él no era un ser despiadado y carente de emociones —por más que lo pareciera—, pero también estaba al tanto de que existían personas que, aunque se arrepintieran, no merecían penitencia.
Este supondría el primer caso serio del que se encargaría, ya se le consideraba maduro como para asumir una responsabilidad de tal magnitud. Si tenía éxito una vez que lo completase —lo cual formaba parte de las expectativas proyectadas hacia él—, habría escalado de posición en aquella entidad a la que Erwin lo había persuadido a unirse.
Solo que dicha recompensa no era ni remotamente el fin que perseguía. Él buscaba la satisfacción que se obtiene tras un arduo proceso de investigación que culminaría en la captura y enjuiciamiento del objetivo. Llegar al fondo de la verdad era su propósito.
Por otro lado, en caso de haber cometido el error de señalarla, pediría disculpas y desaparecería, tal como las hojas de los árboles que se desprenden anunciando que se acerca el otoño. No sería la primera vez que empleaba aquel recurso que consideraba la última opción viable.
Difícilmente llegaría a ser una misión compleja para alguien de su calibre. Esa mocosa ingenua le había hecho saber que lo consideraba un rival digno de ella en un ámbito distinto al que Levi estaba planteándose en privado. Si ese era el caso, quizá él llegaría a concederle el mismo mérito, dependiendo de cómo se fueran desenvolviendo los asuntos.
Experimentó una sensación curiosa: altos niveles de ansiedad por demostrarle lo competitivo que podía llegar a ser cuando se lo proponía, y más ahora que ella misma le había dado la clave para saber en dónde asestar el primer golpe.
Sabía que no le negarían una nueva dosis del suero por el que muchos se esmeraban en escalar de rango. El que le entregaban a Levi contenía además un estimulante poderoso que le ayudaba a mantener sus capacidades motrices al 100% a cualquier hora del día.
Si no padeciera insomnio desde su adolescencia, se podría advertir que esta sustancia era la causante de que pasara casi todas sus noches en vela, aunque quizá dicha resistencia fue la que lo volvía idóneo para soportar una cantidad mayor a la que les daban a otros compañeros en niveles similares.
Cuando el exterior aún se mantenía cubierto de una densa capa de oscuridad y los objetos alejados de las ventanas eran apenas perceptibles, se levantó de la silla del escritorio con evidente pesadez. Colocó su mano sobre el pomo de la puerta y se dirigió a la planta baja a través de las solitarias escaleras.
Caminaba despacio con el fin de evitar un movimiento imprudente que ocasionara un ruido estruendoso.
En aquel sitio el olor a humedad era tan penetrante que se instalaba dentro de las fosas. Ni hablar de la capa de polvo y telarañas que la tapizaban... No era un sitio que él elegiría para transitar con frecuencia, y si los demás pensaban lo mismo, le resultaba conveniente tal desinterés.
Levi siempre pedía que se lo enviaran a una distancia considerable del lugar en el que se encontraba a fin de escabuirse y tomar todas las medidas pertinentes para asegurarse de que nadie lo estuviera siguiendo.
En esta ocasión, encontró el dron sobre la rama a nivel del suelo del primer árbol que se ubicaba en el camino de la entrada de la escuela. Así no tendría que estirarse, mucho menos pretender escalarlo. Y por supuesto, no estaría violando las reglas de la escuela, preocupación adherida a cualquier estudiante responsable.
No podía darse el lujo de maniobrar impulsivamente, así que se limitó a extender el brazo mientras observaba por encima de los hombros, protegiendo su rostro con la capucha de la sudadera. En este tipo de trabajos era común desarrollar hasta cierto grado un delirio de persecución a modo de alerta.
Dentro de la caja de madera encontró una jeringa metálica, un par de agujas alargadas en cada lado de esta, y un pequeño frasco con un líquido translúcido en cuya etiqueta se leía «manéjese con precaución», descansando sobre una superficie acolchonada de terciopelo color rojo escarlata.
De vuelta en su habitación, comenzó por lavarse las manos hasta los codos, porque le era inconcebible manipular un objeto de esa índole sin antes asegurarse de aprobar el protocolo. Procedió a preparar la inyección y terminó colocándosela a la altura del cuello, detrás de las orejas. Era el sitio más efectivo si quería experimentar los resultados a la inmediatez.
Aquella sensación de mejora instantánea lo reconfortó. Fue como si una descarga de energía se disparase a través de sus venas, y poco a poco se adentrara en cada fibra de su cuerpo magullado, curándolo al instante.
Sintió el pequeño corte de su rodilla cerrarse. En poco tiempo, la costra dio lugar a una cicatriz blanquecina. También notó cómo la inflamación en el tobillo disminuía, hasta que volvió a su estado normal. La sangre coagulada en forma de moretones se aclaró formando una mancha que se asemejaba a una pincelada deforme.
No es que fuera incapaz de soportar un mínimo de dolor, pero para eso existía el suero. Pecar de falsa modestia negándose a sí mismo la oportunidad de utilizarlo no formaba parte de su personalidad, tal como lo había constatado al pie del mensaje.
Una nueva etapa de su vida estaba a punto comenzar.
Suspiró con desgano al darse cuenta de lo terrible que era, dado que implicaba dar cabida a que otras personas se inmiscuyeran en sus asuntos. Varias actividades se le vinieron a la cabeza a modo de lista: aparecían sin dar tregua, y cada una resultaba peor que su antecesora.
Asistir a las clases, cumplir con sus deberes, mantener un estatus común y corriente en el que evitaría afanarse por obtener un sitio en el cuadro de honor, aunque alejándose de la mediocridad. Convertirse en un miembro indispensable para el equipo de atletismo y ganar una que otra competencia, porque aunque el talento fluya por las venas nunca hay que apartarse de la sencillez.
Ofrecer su propia visión de asuntos que le concernían a fin de enriquecer el trabajo en equipo y contribuir a la participación activa en el aula. Ir a la biblioteca una vez al semestre para solicitar un libro que ni siquiera pensaba abrir, pero que el profesor creyó que sería la fuente más confiable.
Establecer contacto humano con frecuencia, integrarse al compañerismo dentro y fuera de los horarios de clase, lo cual incluía perder el tiempo en estupideces tales como salir a pasear con los amigos —¿amigos?—, ir al cine los fines de semana, comer un helado, atiborrarse de pizza, papas fritas, refresco y toda suerte de comida poco saludable, de esa que tenía el poder de deleitar el paladar de la mayoría de las personas en su rango de edad...
En efecto. La vida de un estudiante podía llegar a ser difícil y aburrida, en especial por la última aseveración que lo dejó en un estado de ensimismamiento por un instante.
¿Qué conllevaba entablar una amistad con una persona a la que apenas se conocía? Y aún más importante, ¿qué tendría qué hacer para que ella estuviera dispuesta a llamarlo de esa forma?
Partiendo desde los cimientos, implicaba que lo considerase digno de estrechar lazos afectivos. Lograr que con el tiempo se sintiera inclinada a mostrarle lealtad, junto con generarle un apego constante que no se esfumara por la distancia, uno que tampoco se viera contaminado por actitudes narcisistas.
Seguro que Levi ya se las arreglaría para generar equilibrio, porque estaba claro que la simpatía no era su característica dominante. No planeaba terminar de criar a una niña berrinchuda y egoísta, sino llegar a reunir un amplio conocimiento acerca de su forma de ver el mundo.
Desde dicha perspectiva, sonaba como una tarea ridícula, fastidiosa y hasta agotadora, pero comprendía que era lo primordial; no había ningún atajo. Aunque quizá también podría valerse de la poderosa influencia de Hange, la ventaja parecía combinarse con un estorbo. Y es que a ella la soportaba en menor grado, le parecía irritante. Que nadie dijera que no se sacrificaba en pro de aquello que quería conseguir.
Hange pasaría a convertirse en una variable independiente que no causaría mayores repercusiones, así que, a regañadientes, se resignó a tomarla en cuenta. Lo cierto era que, a la larga, contar con la mejor amiga podía resultar.
Ella ejercería el papel de mediadora si es que llegaba a cometer algún error de los que las chicas calificaban de "imperdonables", o incluso le facilitaría el proceso de conocerla. Este hallazgo inesperado era la conclusión lógica del ejercicio que consistió en romper el muro.
Inconscientemente, todos tendían a hacer un análisis superficial de las personas cuando las conocen por primera vez. Era en este momento en el que cobraba sentido lo de que las primeras impresiones solían ser determinantes para decidir si vamos a cifrar nuestra confianza en aquel individuo, o si por el contrario, pondremos una barrera.
La mayoría se inclinaba por los rostros afables y las sonrisas sinceras que irradiaban calidez. A cualquiera le atraerían dichas características, que le otorgaban al sujeto el estatus de deseable, digno de honra y confianza. Sin embargo, muchos resultaban ser como las monedas: tenían dos caras, aunque no lo admitieran, por lo que se volvía complicado saber qué esperar de ellos. Era aquí donde entraría la perspicacia, la capacidad de inferir más allá de lo evidente.
Una vez que se aprobaba la fase inicial, era momento de decidir si merecían obtener algo de la preciada confianza. Y vaya que no era una tarea sencilla.
Confiar en los demás significaba abrir el alma de par en par, compartir los sentimientos, motivaciones, anhelos, frustraciones y las reflexiones que se mantienen en los rincones más profundos, y que desearíamos que nadie nunca conociera. Implicaba, en resumen, desprenderse hasta cierto punto de aquello que consideramos nuestro, y era normal aspirar a obtener lo mismo a cambio.
Uno tendía a buscar amigos entre las personas que comparten gustos y afinidades, no solo en el ámbito académico, laboral o del entretenimiento, sino también a nivel intelectual. Era un fastidio entablar una conversación con alguien que se tomaba todo a juego. Asimismo, tampoco era agradable bromear con un una persona cuyo sentido del humor había quedado anulado.
Se quedó reposando en el borde de la cama, con la cabeza agachada y las manos extendidas en los costados. Carecía de sentido intentar pegar el ojo durante la hora que restaba para que la alarma sonase. Y no, no se refería a la pacífica melodía de las olas del mar chocando contra las rocas que había programado en su teléfono, sino a la fastidiosa voz de la cuatro ojos, quien de seguro cumpliría con el trato y estaría frente a su puerta en breve.
Esperaba que se cayera de la cama y decidiera no venir a molestarlo tan temprano, pero la telequinesis no era uno de sus poderes, además de que ella parecía no entender razones cuando se trataba de "cuidar a un paciente". De paciente él no tenía ni una pizca, ni como condición ni como cualidad.
No alcanzaba a entender el motivo de que ese par se mostrasen tan atentas, y aunque en el fondo estaba agradecido, jamás iba a dejar que lo supieran. De igual manera, por una vez quería recordar aquella sobrecogedora sensación de bienestar que se le acumuló en el pecho cuando se preocuparon por su bienestar. No lo admitiría ni en un millón de años.
Su determinación se transformó en destinar todas sus energías, cuerpo, alma, mente y fuerzas a desenterrar los pensamientos que Kiomy mantenía cerrados bajo llave. Pensaba retenerla, y generar el mismo efecto que padece una polilla se siente cautivada por su fijación a la luz.
Decidió entonces que iba a permitir que cuidara de él con el fin de estrechar los lazos afectivos que comenzaban a desarrollarse entre ambos, pero bajo sus propias condiciones.
Este capítulo está dedicado a Nerea1512999, una de mis primeras seguidoras, y quien fue responsable de infundirme el ánimo que necesitaba para continuar🌺.
Luego de monitorear la historia durante varios meses me di cuenta de que la mayoría deja de votar y comentar a partir de este capítulo. En otras palabras, dejan de leer desde aquí.
La verdad es que eso me decepciona, porque no entiendo la causa. Si venían con la idea de que mi prota se iba a enamorar de Levi y de inmediato iban a entablar una relación, desde las aclaraciones dije que no podían esperar que eso sucediera. No he engañado a nadie.
Un poco de discernimiento y comprensión lectora en la sinopsis lleva a deducir que su convivencia juntos no va a empezar con "normalidad", ya que hay cosas que Kiomy desconoce debido a que las ha olvidado, no es que se haga la que no sabe. Justo por eso fue que escribí este capítulo, para mostrar la perspectiva de él, cómo se siente respecto a lo que está haciendo y cómo va a lidiar con eso a partir de entonces.
El camino hacia descubrir la verdad nunca es corto, ojalá que quienes de verdad deseen conocer el desenlace lo tomen en cuenta a medida que avanza. Podría decir mucho para tratar de convencerlos de seguir, pero nada cómo descubrirlo por cuenta propia.
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