93. El Desafío
Tenía que reconocer que había una diferencia. Tal vez no demasiado notoria, pero allí estaba. Algo en la inflexión, una suavidad nueva que le imprimía a su voz. Pero también era algo en sus ojos cerrados y la expresión de su cara al cantar. Stu notó que el productor la escuchaba muy concentrado, aunque cualquier hombre podía leer el destello en sus ojos cuando alzaba la vista hacia ella.
Terminó la canción y el productor hizo que C volviera a sentarse de espaldas a la consola. Le hizo señas al ingeniero para que reprodujera lo que acababa de grabar mientras él acercaba un teclado de cinco octavas y lo conectaba.
Stu entendía lo que el otro estaba haciendo, lo cual no evitaba que le diera por el hígado la forma en que la miraba y le sonreía.
C asintió lentamente cuando terminaron de escuchar la pista y él le dijo algo con una sonrisita que gritaba, "y esto es sólo una pequeña muestra de lo lejos que podemos llegar juntos." Entonces fue a sentarse tras el teclado. C tomó su micrófono y se paró frente a él. El ingeniero no precisó que le indicaran que debía grabar.
—¿Canción nueva? —cuchicheó Finnegan al escuchar que el productor empezaba a tocar una balada.
Stu meneó la cabeza con un gesto que indicaba que no lo sabía.
—Es algo que armaron en este rato —respondió el ingeniero de sonido—. Cristian le puso una base a una letra que Cecilia ya tenía escrita.
El productor tocó una vuelta completa de esa base lenta, más melancólica que triste, mientras C mantenía la vista baja en su libreta. Y a un cabeceo de él, ella comenzó a cantar.
Stu prestó atención a la letra, pero no era nada que ella le hubiera mostrado jamás.
Se interrumpieron enseguida y el productor dijo algo. Por sus gestos, era claro que le hablaba de sacar lo que sentía y volcarlo en su voz. Entonces le preguntó algo y escuchó muy serio la respuesta. Conversaron un poco más.
Stu respiró hondo al verlos hablar. Comprendió que era la primera vez que veía a C interactuar con un hombre que podía llegar a desearla. Pero lo que estaba masacrando su buen humor era que ella... ella... ¿No se daba cuenta? ¿O respondía a sus miradas y sonrisas a consciencia? Lo ignoraba. Pero hasta entonces había creído que sus ojos sólo brillaban así al mirarlo a él, y que sólo él podía hacerla sonreír de esa forma.
El productor volvió a empezar, sus ojos más en C que en las teclas. Ella, en cambio, había cerrado los ojos y respiraba profundo, el micrófono contra su pecho.
Y cuando cantó, Stu sintió que un escalofrío le corría por la espalda para abrirle un hueco en la boca del estómago. Cruzó los brazos para controlar su impulso de entrar a la sala sólo para abrazarla.
Era obvio que estaban trabajando en que C, que siempre cantaba a todo vapor, regulara la fuerza de su voz. Que le imprimiera esa suavidad que acababan de escuchar en Anew, y que buscara darle más expresividad para reflejar la letra.
Pero lo que Stu sentía era la punzada fría en su pecho acompañando las palabras de C. Aquélla no era una poesía que escribiera para jugar con una idea, como a veces hacía: era un fiel reflejo de lo que sintiera en ese momento. Lo que estaba volviendo a sentir ahora, ante sus propios ojos, mientras cantaba. La tristeza y la incertidumbre, el desaliento que revivía para darle gusto al productor y darle más expresión a su voz.
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C soltó el micrófono como si le quemara la mano y retrocedió, dejando que el productor diera la última vuelta. Él terminó de tocar y aguardó muy quieto, en silencio, que ella emergiera de sus propias emociones y lo enfrentara.
Al fin ella volvió a alzar la cabeza y señaló la puerta de la sala que daba al pasillo. El productor dijo algo que le arrancó una risa entrecortada. C salió directamente hacia el patio y Stu se apresuró fuera de la sala de control.
Ella se detuvo, sorprendida de verlo allí, pero él se le acercó a paso de carga y la tomó en sus brazos, estrechándola con todas sus fuerzas. C se apretó contra él en silencio, dejándolo sostenerla y consolarla hasta que fue capaz de apartarse de su pecho lo indispensable para enfrentarlo y sonreírle.
Stu mantuvo un brazo sobre sus hombros para guiarla hacia el árbol. C sacó sus cigarrillos y se sentó con él, apoyándose contra su costado. Stu le besó el cabello. Sentía que la angustia de C disminuía, y no logró mantener la boca cerrada.
—¿Vale la pena? —preguntó en voz baja—. ¿Sentirte así sólo para cantar una canción como corresponde?
Ella soltó una risita amarga e irónica. —¿Y eres justamente tú quien lo pregunta? ¿Tengo que recordarte en qué momentos se te llenaban los ojos de lágrimas el año pasado en La Plata?
—Pero es distinto. Es en vivo, no una grabación, menos aún un ensayo.
—Estoy bien, Stu.
—¿Con quién crees que estás hablando, pendeja? —le susurró al oído, y la risita que brotó de los labios de C era más espontánea.
—Sí, estoy un poco sacudida, pero estoy bien. Se supone que sea capaz de lidiar con mis propias emociones. No para cantar como corresponde, sino porque también se supone que soy un adulto.
—Oh, porque juntar años significa algo. —Stu le acarició la mejilla, instándola a enfrentarlo mientras buscaba cómo distraerla—. Voy a matar a ese Kurtie por hacerte llorar.
C se cubrió la boca para no soltar una carcajada. —¡Es cierto, es muy parecido a Cobain! —exclamó, aunque recuperó la seriedad de inmediato—. Y no harás nada, porque es bueno, y sé que me empujará y me pateará el trasero cuanto sea necesario para que haga las cosas bien.
—Meterse con tu trasero es meterse conmigo.
—¡Ah, maldito pendejo chauvinista!
Stu rió con ella, satisfecho de haber logrado su objetivo. —Así que te parece que es bueno. ¿No acabas de conocerlo?
—Sabes que mi instinto rara vez se equivoca con las primeras impresiones.
—Mi instinto dice que quiere echarte un polvo —gruñó él.
C volvió a reclinarse contra Stu sonriendo y le tomó una mano. —Tu celo territorial se equivoca. Lo que quiere es que yo quiera echármelo. Sabe que es atractivo, y tal vez está habituado a aprovecharse de eso para obtener lo que quiere.
—Echarte un polvo.
—No creo. Tal vez sólo busca alimento para su ego, o tal vez sólo intenta ayudarme a cantar mejor, o tal vez es simplemente su forma de ser.
—Lo que sea. Si sigue mirándote así, lo voy a matar.
Se miraron un momento. C alzaba la cara para besarlo cuando oyeron unos pasos firmes que se acercaban y el productor la llamó desde el pasillo exterior.
—El deber llama —sonrió ella.
Se incorporó de inmediato y se apresuró de regreso a la sala. Stu se puso de pie masticando su mal humor. Al menos había podido levantarle un poco el ánimo. Finnegan venía de la sala común con una cerveza, ya prendiendo un cigarrillo, y Stu se demoró fumando con él.
—Ese productor es un caso —comentó el guitarrista divertido—. Tendrías que haberlo visto reclutar a los otros como si fueran niños de primaria. —Advirtió la expresión de Stu y soltó una carcajada—. ¡Oh, vamos! No me digas que estás celoso, tú sabes cómo son estas cosas. Y también sabes de sobra que C sólo tiene ojos para ti.
Stu suspiró, soportando que su amigo siguiera burlándose de él.
Terminaron de fumar y se encaminaron a la sala de control. La banda tocaba Again bajo la atenta vigilancia del productor. Diego estaba haciendo la primera guitarra, y C tocaba la rítmica para que el otro nuevo, Walter, la siguiera.
Finnegan revoleó los ojos cuando Stu fue sin prisa y como al descuido a pararse junto al productor para ver el ensayo.
El argentino se apartó el auricular del lado de Stu y habló en voz baja sin mirarlo, los ojos en la banda.
—Quieres que lo logren, ¿verdad?
Stu no ocultó su sorpresa de que le dirigiera la palabra cuando ni siquiera los habían presentado.
El productor lo enfrentó al fin y aguardó hasta verlo asentir.
—Entonces deberías dar un paso al costado y dejar de retenerla a la sombra de tu nombre.
Stu encontró sus ojos con una mirada de advertencia hostil que hizo sonreír de costado al otro hombre.
—Estoy aquí para hacer de ellos una banda de verdad, una buena, y lo voy a hacer cueste lo que cueste.
—Claro que lo harás —respondió Stu con una suavidad engañosa—. Porque si no los conviertes en platino, me aseguraré de que éste sea el último álbum que produzcas en tu vida.
La sonrisa del productor se hizo más amplia. —¿Es un desafío? —preguntó, y le tendió la diestra a Stu. A dos pasos de ellos, Finnegan vio la cara de su amigo y optó por salir al patio a reírse tranquilo—. Desafío aceptado. Cristian Etchegaray, mucho gusto.
Esta historia continúa en A UN LADO, Libro 3 de la saga Al Otro Lado,
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BOOK TRAILER
https://youtu.be/q4fN-91_zrg
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