91. Escape

El vuelo llegó con la demora previsible para temporada alta y mal tiempo patagónico, y al salir del área restringida, los viajeros se sorprendieron al encontrar a Stu y Brian esperándolos. El custodio se acercó enseguida para ayudar con el equipaje y se encaminaron todos juntos al estacionamiento.

—¿Y mi mamá? —preguntó Nahuel mirando alrededor.

—Tuvo que irse. La esperaban en San Telmo —respondió Stu—. Te llevaré a tu casa para que dejes tu equipaje e iremos por ella.

—Okay.

Finnegan y Ashley intercambiaron una mirada al escucharlo. Ya afuera, el guitarrista dejó que su esposa y el chico fueran con Jimmy en una de las SUV y él subió a la otra con su amigo.

—¿Y cómo han ido esos viajes? —preguntó Stu cuando arrancaron—. ¿Quieres que nos detengamos primero en el hotel?

—Sí, Ash está agotada y quiere descansar antes de la cena —respondió Finnegan en el mismo tono casual—. Es un país hermoso, y es tan grande que tienes de todo. Pasamos una semana en la jungla tropical, y al día siguiente nos estábamos congelando en la nieve. ¿Y tú? ¿No te veo por diez días y ya trabajas de padre adoptivo?

—Se me ocurrió que querrías un descanso de tu trabajo de tío adoptivo.

Rieron los dos. Stu lo enfrentó desde atrás de sus lentes de sol y le palmeó suavemente la pierna.

—Estoy bien, pendejo, no te preocupes.

—Eso ya puedo verlo. Aunque me pregunto cómo y qué. No quién, eso ya lo sé.

—Claro que lo sabes. Pues qué puedo decirte para satisfacer tu curiosidad. Fueron dos buenas semanas, con un poco de todo, y... —Stu volvió a reír por lo bajo, mirando hacia afuera—. Nosotros, C y yo... estamos juntos, Ray. Formalmente, desde el lunes.

Al volver a enfrentar a Finnegan encontró su sonrisa.

—Me alegro, Stu, por los dos.

—Buen Dios, ya suenas como una madre, pendejo. Ahora me dirás que tengo que ser bueno con ella, y amenazarás a C con matarla si...

—Eso ya lo hice, pero al revés. Ya le pedí que sea buena contigo. Y espero que sepas que te mataré si la lastimas.

Rieron otra vez y la charla derivó hacia la gira que comenzaba en pocos días. Finnegan observaba a Stu y él lo sabía. Le hubiera preguntado por qué lo sorprendía la novedad, pero su amigo no respondería con la excusa de no darle ideas raras.

Poco después dejaban a Ashley, Jimmy y el equipaje en el hotel y cruzaban la ciudad hacia el departamento de C. Al llegar, Nahuel empezó a revolver su mochila en busca de las llaves, pero Stu sacó un juego del bolsillo y se lo tendió, ignorando la mirada suspicaz del guitarrista. Finnegan mandó al chico a bañarse y ellos dos se sentaron a la mesa del comedor con cigarrillos y cerveza, a platicar sobre el universo hasta que el recién llegado no soportó más.

—Habla ya, pendejo, o te arrojo del balcón.

Stu esperaba esa reacción y sonrió. —¿Qué puedo decirte que no sepas ya, Ray? Han sido un par de semanas muy intensas, con altos muy altos y bajos muy bajos. Hace una semana exacta nos tomamos dos días de combo completo de sexo, droga y rockanroll y terminamos considerando seriamente la alternativa de que la dejara. Y dos noches después le pedí que fuera mi novia, como dice Elizabeth.

—¡Elizabeth!

—Sí, amigo. Mis niñas hasta me dijeron cuáles son las flores favoritas de C para que nuestra cita fuera más romántica.

—Ya veo.

—¿Lo ves? Así que hemos formalizado lo nuestro tanto como podemos, y desde entonces estamos tan bien, tan... aliviados. Como si este compromiso mínimo nos hubiera liberado de una presión que ni siquiera habíamos notado. —Stu se encogió de hombros—. Las cosas no han cambiado en realidad. Anoche, mientras hablábamos de nosotros, C me hizo contarle sobre Jen, porque no quiere que ignore cosas que debo enfrentar y resolver. Y cinco minutos después estábamos teniendo sexo hasta la madrugada. —Sonrió de costado un momento y suspiró—. No lo sé, Ray. No buscaba nada de esto, y sin embargo aquí estoy.

—Oh, cállate. Encontraste exactamente lo que viniste a buscar, Stu —replicó Finnegan—. No creo que te hayas detenido a pensarlo seriamente, pero apostaste fuerte al venir. Y fuiste afortunado, pendejo, porque aquí hallaste cuanto esperabas y necesitabas. Por eso la amenaza de muerte por lastimar al otro va para ti esta vez, porque no te permitiré que arruines lo que te devolvió la voluntad de vivir.

Nahuel pasó del baño a su dormitorio mientras Stu meneaba la cabeza con una mueca.

—Y aun así... No puedo permitirme depender de nadie, Ray. No otra vez. Necesito hallar la fortaleza para volver a caminar por mí mismo.

—¿No te das cuenta que ya lo has hecho? Así fue que llegaste hasta aquí, porque no permitiste que nada ni nadie se interpusiera en tu camino, como en los viejos tiempos. Ni siquiera Jen. —Finnegan le obsequió una sonrisa irónica—. Oh, sí, me di cuenta. ¿Qué otra cosa hubiera podido ponerte tan mal nuestro último día en casa?

—Disculpen, ¿les molesta si me hago algo de comer? —preguntó Nahuel—. Estoy hambriento.

Stu y Finnegan le indicaron que no les corría prisa y el guitarrista se anticipó a su amigo.

—A veces es bueno sentir que puedes depender de otro, y jugar a hacerlo. Las cosas se ponen interesantes cuando finalmente enfrentas que no estás con esa persona porque la necesitas, sino porque quieres. Porque entonces llega el momento de las decisiones importantes. ¿Cómo es esa célebre frasecilla tuya? Algo como que hay un momento en la vida en que te has ganado ser feliz, la cuestión es si tienes las pelotas de aceptarlo y volver la espalda a lo que te hace mal. No te vendría mal poner en práctica lo que predicas, ¿no crees?

—Otra de mis frasecillas célebres es 'cuanto más triste, mejor', ¿recuerdas?

—Ni lo menciones

Se permitieron el momento de humor, hasta que Stu enfrentó a Finnegan con una expresión perpleja que desorientó al guitarrista.

—¿Qué es esto, Ray? —preguntó en voz baja—. ¿Es escapismo? ¿Es una forma de amor? ¿Cómo puede serlo, si no vacilaría en olvidarme de C en un abrir y cerrar de ojos por una oportunidad de volver a estar con Jen? Y a pesar de todo, un día la tenía llorando y rogándome que no la dejara. Y sabe Dios lo que debe haberle costado hacerlo. Pero al día siguiente, se enfadó conmigo y me llené de miedo a perderla. Fue por eso que le propuse asumir un pequeño compromiso de estar juntos.

—Creo que de momento estás teniendo demasiado sexo para pensar con claridad —sonrió Finnegan, muy consciente de lo cuidadoso que tenía que ser con su respuesta—. Porque dos semanas son un bonito cuento de San Valentín, y a nuestra edad no ocurre a menudo. Déjalo correr, Stu, y vuelve a preguntármelo cuando regresemos a Buenos Aires para el cierre de la gira.

—No me has respondido.

—Porque no te gustaría lo que tengo para decir, así que olvídalo.

—Ray...

—Muy bien, no entiendo por qué necesitas comparar lo que sientes por ellas. No veo por qué lo que sientes por C tiene que ser amor, ni por qué no debería serlo. Y con respecto a Jen, pretendes que te diga que ella es tu único amor verdadero, pero no es lo que yo pienso. Tal vez lo fue en algún momento, antes, pero soy de los que piensan que el verdadero amor no te pone de rodillas ni te empuja a desear la muerte. Eso es otra cosa, pero no es amor. —Finnegan alzó los hombros—. No pierdas tiempo buscando definiciones inútiles, Stu. Sigue viviendo las cosas tal como se presentan. Tal vez en realidad no amas a ninguna de las dos, o tal vez las ames a ambas, al mismo tiempo. Pero ponerlo en palabras no cambia nada, ni la situación ni lo que sientes. —Resopló—. Decir que amas a Jen no la hará volver contigo. Y decir que amas, o que no amas, a C no cambiará los buenos momentos que pasas con ella. Bien, al menos no debería cambiarlos. Contigo nunca se sabe.

Finnegan sabía que Stu lo estaba usando para confrontar de alguna forma lo que sentía. Porque necesitaba exponer dudas, satisfacciones, contrariedades, expectativas, y obtener alguna reacción que las validara, les diera un viso de realidad. Era la historia de su vida, lo que lo había hecho subir al escenario noche tras noche durante los últimos veinte años.

De modo que se prestaba al juego. Con cuidado, consciente de que demasiadas palmadas en la espalda pondrían en guardia a Stu, que era muy capaz de borrar a codazos lo que venía escribiendo con la mano hacía meses. Y a Finnegan lo preocupaba que, si las cosas no funcionaban, Stu volviera a cerrarse. Porque en ese momento, cerrarse también implicaría volver a caer en la depresión, y Finnegan no sabía cómo se las arreglarían él, Norton y O'Rilley para sacarlo de una recaída. No que esperara boda en la playa a fin de año. Sólo algo que durara lo suficiente para permitirle terminar de levantar cabeza, y que no le dejara secuelas dolorosas.

Las cosas tenían que seguir su curso, y el guitarrista esperaba que durante la gira surgieran entre Stu y C algunas fricciones sanas y manejables, para despejar un poco tanto olor a cuento de hadas. Demasiada miel pondría a Stu a la defensiva. Precisaba que lo que estaba viviendo adquiriera una dimensión más realista para terminar de despejar su desconfianza, un mecanismo que siempre mantenía alerta y aceitado por instinto.

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