66. Don't

—Anoche te escuché tocar la guitarra —dijiste de la nada.

Terminábamos lo que seguramente sería nuestra única comida fuerte del día, porque para mí era un almuerzo tardío, y para vos ya era casi la hora de la cena.

Fruncí el ceño. —¿Cuándo?

—Al regresar de la tienda. Estabas cantando una canción que no había escuchado antes, pero si te conozco un poco, es tuya.

Hice memoria y asentí sonriendo. —Oh, sí, era Don't. Sí, es tan nueva que no tuve oportunidad de mostrártela.

—¿Tan nueva?

—La hice el jueves por la noche, el día antes de que llegaras.

Asentiste desviando la vista. —Mi jueves por la tarde.

—Sí, poco después de tu mediodía, porque la hice al anochecer.

Respiraste hondo y volviste a enfrentarme. —La letra me llamó la atención. ¿De qué hablas en realidad?

Vos y tu precisión quirúrgica para preguntar cosas que no son fáciles de explicar. Me tomé un momento para hacer memoria, porque los diez días que pasaran desde entonces parecían diez años.

—Pues, las últimas dos semanas había estado probando este nuevo ritmo para esos acordes, y esa tarde le encontré la melodía para la voz. Así que me puse a buscarle letra. Y pareció como si las palabras estuvieran allí, esperando solamente que me dignara a cantarlas. Cuando las anoté, casi no precisaban corrección. Y entonces... —Bajé la vista, recordando ese momento con inusual nitidez—. Entonces viste a tu ex —murmuré. Encontré tu ceño interrogante, me encogí de hombros—. Siempre sé cuándo la ves. —Me toqué el pecho—. Lo siento.

Esperé que asintieras o dijeras algo, pero te limitaste a seguir observándome con fijeza. Incrédulo, ofendido por la invasión a tu privacidad, no lo sé; nada positivo, eso resultaba evidente.

Volví a desviar la vista. Tal vez si seguía hablando, eso te haría hablar también, y me contarías qué había pasado esa tarde. Quid pro quo, Clarice. Vi los cigarrillos en el otro extremo de la mesa y me levanté para agarrar uno. Total, me había quedado sin apetito.

—Hasta ese momento yo estaba convencida de que la letra hablaba de Stewie Masterson, el cantante, y su concierto acá en octubre. Pero lo que vos estabas sintiendo me superaba. —Me aparté hacia el ventanal para no fumarte encima. Te escuché girar en la silla para mantenerme en tu campo visual. Al parecer mi almuerzo no era el único que se había echado a perder. Hablar con los ojos en el mar me ayudó a seguir—. Estabas tan triste, tan herido... Tu dolor me ahogaba. Era como esas tardes de verano en las que hace mucho calor y mucha humedad, cuando parece que te hundes en un vaho tibio y no hay aire suficiente para respirar.

Giré para tomar el cenicero. Todavía me observabas con esa expresión entre sorprendido y molesto. Evité tus ojos al volver al ventanal.

—En ese primer borrador, la letra de la canción decía 'no vengas'. Era una sensación extraña, de que ver a Masterson actuar de nuevo distaría de ser tan emocionante y perfecto como el año pasado. Y no quería que nada empañara ese recuerdo. Pero si conozco a los chicos, el 'no vengas' iba a generar mil bromas subidas de tono cada vez que ensayáramos la canción. Intentaba buscar una alternativa cuando sentí que te derrumbabas y yo no podía hacer nada por ayudarte, por evitarlo. Entonces releí la letra y me di cuenta de que también podía estar hablando de Stewart, mi amigo.

Te escuché levantar la mesa, mantuve los ojos en el mar y me obligué a seguir.

—Y como no podía dejar de pensar en ti, maldiciendo porque no estabas online para saber cómo estabas, decidí cambiar 'no vengas' por 'no caigas'. Pero a pesar de que traté una y otra vez de cantar la canción así, seguía equivocándome y cantaba 'no vengas'. Así que acabé dejándola como estaba. Tú sabes cómo es. A veces las palabras eligen su lugar y no hay forma de cambiarlas.

—¿Podría leer la letra?

Tu pregunta tan formal y circunspecta me arrancó una sonrisa forzada. Asentí y fui al dormitorio a buscar mi libreta. Y como te conozco y sabía lo que seguía, te la di junto con mi teléfono, con los auriculares enchufados y la maqueta lista para que la escucharas.

No ocultaste tu sorpresa. —¿Ya la grabaste?

—Algo tenía que hacer para pasar esa noche insomne —respondí con suavidad.

Decidí que no me iba a sentar para ser pasto de las fieras de tu kinestesia, que iba a leer a paso de caracol, analizando cada cosa, y después se iba a tomar todo el tiempo del mundo para escuchar la maqueta dos o tres veces.

Te dejé solo en el comedor e invertí mi ansiedad, mi incomodidad, en ordenar el desastre que era el dormitorio. Cambié las sábanas, junté, doblé y guardé tu ropa, y ya había avanzado bastante con mi ropa cuando te escuché hablar desde la puerta de la habitación.

—¿No querías que viniera?

Cometí el error de mirarte ahí parado, libreta y anteojos en mano, el hombro contra el marco de la puerta donde la noche anterior... ¿Qué era lo que habías preguntado? Ah, sí.

—Ni siquiera estaba hablando de ti en un principio. Bien, luego resultó que sí, pero en ese momento no lo sabía. No te olvides que esa noche para mí todavía eras dos personas distintas. Vuelve a leerla con el cambio que intenté hacer cuando sentí que la letra era sobre mi amigo, no sobre el cantante.

Bajaste la vista de inmediato hacia la libreta y te pusiste los anteojos. Giraste con lentitud para volver al comedor. Yo me tragué un suspiro y seguí ordenando. Terminé sin haber vuelto a verte o escucharte. Los platos. Podía lavar los platos. Y barrer. E irme caminando a Buenos Aires y volver. Tal vez hasta morirme y reencarnar en un cascarudo, para treparme por tu pierna mientras seguías leyendo.

Te encontré fumando, los lentes y la libreta frente a vos en la mesa, junto con mi teléfono.

¿Casi no puedo respirar sin ti, te necesito lejos para poder vivir? — preguntaste tan pronto asomé la nariz—. ¿Por qué dirías algo así sobre un cantante?

Sonreí, dándote la espalda para ir a la cocina.

—Porque así es como me hacen sentir algunas de tu canciones, Stu —respondí mientras abría el agua—. ¿O crees que mentía cuando te dije que entender la letra de Wiser me tuvo una semana entera escuchándola y llorando? —Meneé la cabeza, divertida. Parecía mentira que fueras tan ignorante cuando se trataba del efecto de tu música y tu poesía en otros. Para vos, eran tu forma de manifestar o desahogar lo que te tocaba, te agitaba, te emocionaba o te enfurecía. Y al parecer, nunca te habías preocupado demasiado en averiguar el efecto que tenían en otros. O tal vez nunca habías tenido la oportunidad de exponerte a averiguarlo—. No bromeaba cuando te dije que Down the Road o Setting Forth me angustian. Y a veces me rebelo contra ese poder que tienes sobre mí. Porque nadie debería tener la capacidad de hacer que otros sientan tanto.

—¿Y por qué sentirías algo así por tu amigo virtual?

Reí por lo bajo y te miré por encima de mi hombro. —Porque te amo, tonto.

—Pero dices 'no vengas'.

—Oh, ¿estamos obtusos o lentos? 'No vengas' es lo que encaja en el ritmo para decir 'no necesitas venir'. No necesitas venir porque ya estás aquí, en mi corazón, y no te necesito cerca para amarte. Para amar al cantante. Para amar a mi amigo.

Frunciste un poco el ceño, volviendo a mirar el cuaderno, y seguí lavando. Hasta que me cansé de ser tan cobarde.

—¿Qué pasó esa tarde, Stu? —me animé a preguntar.

—¿Tú sola grabaste todo esto?

Miré hacia atrás y te encontré con mi teléfono en la mano y los auriculares puestos, otra vez enfrentándome con una mueca de incredulidad. Me tragué otro suspiro y asentí.

—Pero acá hay una banda completa.

Viste que iba a responder y te sacaste un auricular.

—Apenas grabé la base de guitarra, encontré todo lo demás bulléndome dentro. Sé que sonará mucho mejor cuando la arregle con los chicos. Pero quería guardar esas ideas.

Asentiste muy serio y volviste a ponerte el auricular. Giraste en tu silla para mirar hacia afuera. Suspiré por enésima vez y me la agarré con la olla, lo último que quedaba sin lavar.


https://youtu.be/SC-w0RtAbAA

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