5. Uno que se Parece a Él

Ray atinó a correrse. Lo sé porque no me lo llevé por delante. Pero no vi de él más que una silueta borrosa cuando pasé a su lado corriendo.

Alcanzaste a girar justo a tiempo para que te saltara al cuello, llorando y riendo, y mi abrazo mandó tu gorra a volar. Tus brazos ciñeron mi espalda y me estrechaste con fuerza. Reías por lo bajo y yo reía a carcajadas, tan típico de nosotros.

—¡Oh, Dios, oh, Dios, oh, Dios! —repetía en tu oído—. ¿Eres tú en verdad, pendejo? ¿Eres tú, Stu?

Y vos asentías contra mi cara, reteniéndome entre tus brazos.

—¡Oh, Dios! ¡No puedo creerlo! —Intenté retroceder medio paso—. ¡Vamos! Déjame verte la...

La expresión exacta existe en inglés, y nunca hallé un equivalente en español tan sintético. Es trail off: cuando la voz se pierde en un murmullo para acabar en silencio. Que fue exactamente lo que me pasó.

Porque de repente tenía la garganta cerrada de sorpresa, incomprensión, incredulidad y hasta contrariedad.

Mis ojos se abrieron como platos, moviéndose por esa cara que yo conocía de memoria, soñada y adorada y... Y que no tenía nada que hacer ahí esa noche, escapada de mis mejores sueños.

Mis manos se apartaron de él como si quemara. Me cubrí la boca mientras mis ojos se llenaban de lágrimas y mi cabeza decía que no por voluntad propia.

Él apoyó una mano en mi hombro, cerca de mi cuello, esos ojos claros, brillantes, penetrantes, observándome. No hizo nada, no dijo nada, pero parecía listo para sostenerme si yo perdía aquella guerra mundial contra el infarto.

Era demasiado.

¡Demasiado!

Lo miraba y lo miraba, sentía su mano en mi hombro, y no lograba comprender la situación.

¿¡Stewie Masterson!?

Pero cómo... qué...

¡Stewie Masterson!

¿No venía a Buenos Aires recién en octubre?

¿Y vos dónde estabas?

No, acá tenía que haber un error.

Uno monumental.

¡Stewie Masterson!

Mi imaginación febril sugirió una hipótesis a la velocidad de la luz.

Vector producía su gira solista, ¿no? Por algún motivo, Masterson pasa por Buenos Aires antes de comenzarla, ¿tal vez para una reunión con Ragolini por un plan secreto para dominar el mundo? Y en una típica jugada de Ragolini, que es famoso por no dar puntada sin hilo, hace que Mariano lo traiga al Buenos Ayres para darle más prensa al evento. Sabiendo que, aunque Masterson todavía lo ignora, él es mi futuro marido, Mariano lo invita a la trastienda, a ver si mi corazón es tan guapo y aguanta la sorpresa.

Y de camino al vestidor, se les aparece una loca por la espalda (yo), corriendo y llamándolo por su nombre, que le salta al cuello y le pregunta riendo y llorando si es él de verdad. ¿Y qué va a hacer el pobre tipo? Con su calidez y su amabilidad legendarias, en vez de romperme la nariz de una trompada, me devuelve el abrazo diciendo que sí, que es él. Porque sí, él es él.

Ah, tal vez parezca que es demasiado pensar todo eso mientras yo lo miraba boquiabierta como una idiota. Acuérdense la próxima vez que lean que a alguien le pasó la vida por delante en los segundos entre que ven el camión que se les viene de frente y el momento del choque fatal.

De alguna forma fui capaz de apartar los ojos de Masterson. Quería, necesitaba mirar a mi alrededor. Necesitaba encontrarte. Porque tenías que estar ahí.

Y al apartar la vista de Stewie Masterson, me encontré con otra cara igual de conocida: Finnegan, el primer guitarrista de Slot...

Ray Finnegan.

Y Ray Finnegan me sonrió, guiñándome un ojo, y dijo: —¡Hola, pendeja!

El saludo de siempre, la voz de siempre de tu Ray, que de pronto tenía una cara que era... era...

¡Demasiado!

¡Todo era demasiado!

Las lágrimas me nublaron su cara y cuanto me rodeaba, y me resultó imposible controlar mi llanto. Mi alegría se había transformado en otra cosa, algo inexplicable, que me ahogaba y me superaba.

La mano en mi hombro me guió con suavidad a esconder la cara en el hueco del cuello de Stewie Masterson, que volvió a abrazarme, pobre santo.

Y me habló al oído.

—Soy yo, nena —susurró, y me temblaron las rodillas.

Se me escapó un gemido y me aferré a él para no caerme redonda ahí mismo.

Y él me sostuvo con toda su fuerza y toda su ternura.

Entonces lo sentí. El calor en mi pecho, lo que sintiera por primera vez en el concierto de Slot Coin, esa sensación conocida que yo adoraba. Pero que ahora me confundía porque era tan parecida a lo que vos me hacías sentir.

Y Masterson agregó con su voz profunda, serena: —Lo sientes, ¿verdad? Aquí estamos, nena, al fin.

Esas palabras, que condensaban todos nuestros códigos, hicieron que rompiera a llorar desconsoladamente. Parecía que se me hubiera muerto alguien, cuando en realidad era todo lo contrario: por algún milagro incomprensible los dos hombres que yo amaba resultaban ser uno solo, que estaba ahí, contra toda lógica y tal como prometiera, estrechándome en sus brazos. Digo, en tus brazos. Digo, en...

—Tranquila —me susurrabas al oído, abrazándome tan fuerte que parecía que me querías meter dentro tuyo.

Intenté hablar pero no pude articular palabra, así que sacudí la cabeza y apreté los ojos contra su cuello, digo, contra tu cuello, mojándote la piel con mis lágrimas.

—Está bien —me decías—. No te preocupes, aquí estoy contigo, todo está bien.

Cada vez que hablabas se me escapaba un sollozo, y el calor en mi pecho se combinaba con una presión absurda similar a la angustia.

En ese momento oí a Jero al final del pasillo, detrás de Masterson... detrás tuyo... detrás de... de...

—Ahí está. Ése debe ser su amigo americano. Dijo que llegaba hoy.

Y oí la voz de Elo que se acercaba. —Che, Ceci, disculpá. ¿Tenés idea dónde dejamos...?

Otro trail off de colección cuando reconoció a Ray. Él la atajó con su simpatía marca registrada. Elo lo saludó atónita, casi tartamudeando, y debe haberse fijado quién me tenía abrazada, porque la escuché murmurar en inglés: —¿Ése es...?

—Sí, ven —le dijo Ray de inmediato—. ¿Me presentas a tu banda?

—¡Sí! ¡Por supuesto! —exclamó Elo, y se alejó con él parloteando excitada.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top