40. Otras Cosas en Claro

Stu se incorporó, sus ojos siguiendo a C que se apresuraba de regreso a la sala de ensayo. Aguardó a verla cerrar la puerta a sus espaldas y alzó la mano para interrumpir a Ragolini, que la había soltado a hablar de lo bien que iba la venta de entradas en todo el continente, como si eso no fuera para lo que lo había contratado.

—Disculpa, Mariano, ¿te molestaría traerme una cerveza? —preguntó con suavidad.

—Por supuesto, señor Masterson.

Ragolini se permitió un gesto de sorpresa cuando su director artístico se apresuró a cumplir el recado como si fuera el último interno.

Mientras tanto, Stu encendió otro cigarrillo con toda la calma del mundo y encontró los ojos del empresario a través del humo. Lo enfrentó muy serio, los treinta centímetros de diferencia de estatura entre ellos sin atenuar en lo más mínimo el efecto de su ceño fruncido.

—Dime, Lalo, ¿recuerdas lo que hablamos la primera vez que te llamé, hace ya casi seis meses? —preguntó, sin la menor animosidad y sin la menor calidez—. Yo he cumplido mi parte del trato, y te contraté para la gira. ¿Consideras que tú cumpliste tu parte?

Ragolini se envaró y tardó un momento en intentar responder. Pero Stu no le dio oportunidad. Ladeó un poco la cabeza, señalándolo con los dos dedos que sostenían su cigarrillo.

—Se suponía que te encargarías de que esta banda saliera del anonimato, que les darías los recursos y el respaldo para hacerse profesionales y conocidos, ¿recuerdas? ¿Y qué has hecho en estos meses? ¿Crees que has logrado al menos algo de eso?

Ragolini fue capaz de recomponer su pose empresarial. —Stewie, me quedé sin mi mano derecha para que tengan un buen agente. Lo demás lleva tiempo. Hoy no es como cuando Slot Coin comenzó. Hoy día cualquiera graba un álbum en su casa y lo vende por internet y se hace famoso. En Argentina hay bandas locales que nadie conoce, pero que son furor en Grecia, por ejemplo.

Stu había alzado las cejas, esperando que terminara de excusarse.

—Exactamente. Por eso te llamé. Para que hicieras la diferencia. ¿Y qué hiciste? Te tomaste tres meses para que grabaran un maldito EP que suena como las maquetas que C monta en su computadora, sin ningún trabajo de pre-producción ni arreglos para mejorar el material. Desde que hablamos han tocado en vivo una sola vez. Los tienes encerrados en esta sala mediocre, con instrumentos baratos, sin la menor guía ni orientación. Les pagas apenas lo suficiente para que sobrevivan. No has invertido en prensa, no los tienes sonando en las radios como deberías, no los has promocionado en internet. Y hasta te atreves a despedir a los músicos sin siquiera consultarlo con ellos. Dime, Lalo, ¿crees que eso es lo que yo tenía en mente cuando te contacté?

Hacía tantos años que nadie le hablaba de esa forma a Ragolini, que el empresario se quedó de una pieza, incapaz de ocultar su sorpresa, sin saber qué responder.

Stu sostuvo su mirada sin pestañear. Antes de que el silencio se hiciera demasiado denso, Mariano carraspeó suavemente y se acercó con una Corona fría recién abierta. Stu se volvió hacia él, forzando una sonrisa al aceptarla.

—Tal vez tú me comprendas —le dijo—. Porque tú viste lo que pueden hacer.

Mariano asintió muy serio, enfrentándolo con una mirada miope pero frontal, que no intentaba buscar excusas, dispuesto a cargar con sus errores y los de su jefe.

Stu se dio cuenta y atemperó un poco su tono. —Cuando C y yo volvamos de la playa, quiero un buen productor listo para comenzar a trabajar en la pre-producción del larga duración. Y un guitarrista dispuesto a mudarse a vivir aquí, si es lo que hace falta para que aprenda su parte en todas las canciones. Durante mi gira, seguiremos su progreso por Skype para ver los ensayos, a diario si es preciso. —Se dignó a lanzarle una mirada rápida y desdeñosa a Ragolini, que había encajado la mandíbula y se limitaba a escucharlo, ofendido—. Si no encuentran un guitarrista, contrátenlo. Puedes pagarlo con la excelente recaudación de la que hablabas hace un momento.

—Cristian Etchegaray —dijo Mariano, para distraer a Stu de su jefe—. Es el mejor productor que conozco. Lo contactaré hoy mismo.

—Bien. Consigue fechas para que toquen. Precisan salir, exponerse. Y búscales un community manager joven, de menos de treinta años. No llegarán a ningún lado si no prosperan en internet.

—Sí, señor Masterson.

—Hoy no es como cuando Slot Coin comenzó —terció Stu, con otra mirada de soslayo a Ragolini, que tuvo que soportar que le devolviera sus propias palabras cargadas de ironía—. En esa época teníamos que vender medio millón de vinilos para ser disco de oro. Hoy en día necesitas menos de cincuenta mil, y las reproducciones y descargas online cuentan como ventas. Haz que ocurra. —Aguardó a que Mariano asintiera y esbozó una sonrisa que no se prestaba a malentendidos—. Es hora de que comiencen a hacer las cosas bien. Y no olviden que tengo copias de todos los documentos legales que C ha firmado con ustedes. —Dejó caer su cigarrillo y se apartó de ellos—. Y ahora, si me disculpan, me esperan en la sala.

Cruzó el patio para sumarse al ensayo sin pasar por la sala de control.

Ragolini se volvió hacia Mariano, que imitó a Stu y tampoco lo dejó hablar.

—Te lo dije, Lalo. Lo tienen a Masterson atrás como perro guardián. Y con Masterson no se jode.

Ragolini resopló exasperado. —Olvidate, hermano. No me voy a fundir porque Masterson está caliente con esta mina.

Para su sorpresa, Mariano meneó la cabeza riendo. —¿Fundir? ¡Estamos perdiendo plata como unos pelotudos! ¿No escuchaste el acústico de hace un rato? ¿No viste la primera parte del ensayo? Esto no tiene nada que ver con los pantalones de Masterson. Vení a ver lo que queda del ensayo y esta vez prestá atención. Y vas a ver por qué estos dos grandes están tan contentos ahí adentro con ellos.

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