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9. El jersey lila de Harry.

Ellos nunca dejan de llorar. El silencio y la asimilación, por decirlo de alguna forma, sucede así:

Louis arropa a Harry entre sus brazos tanto como puede. Lo sostiene, dejando que el chico esconda la cabeza en su cuello y él respira sobre el cabello de rizos, aspirando el aroma a fresas y besando cada vez que puede. Cada vez que las palabras "—Está bien. Estás bien. Estoy aquí" lo dejan sin aire. Una y otra vez.

Luego, cuando las lágrimas en las mejillas de Harry son solo un rastro de manchas secas, Louis lo lleva a su habitación. La imagen familiar de paredes blancas, cuadros de colores rosados y pasteles y sábanas coloridas. El olor dulce de una vela apagada. El lienzo con una mariposa colocado fielmente sobre la cama; todo aquello parece sumir a Harry en silencio.

Louis lo acomoda sobre la cama. Louis se acuclilla sobre él, ambos temblando, ambos con los ojos brillantes de lágrimas viejas.

—Voy a cambiarte esta camisa, ¿Si? —susurra, bajito y suave. Espera a que Harry asienta antes de, con sumo cuidado y delicadeza, tirar de la camisa húmeda. Louis la deja sobre el suelo. Una pila de ropa limpia se encuentra en una silla a la esquina de la habitación, todo pulcro y ordenado, Louis toma el jersey lila de Harry. Su favorito. Huele fresco y dulce, se lo pone con calma y cautela, sin rozar casi la piel, acomodando finalmente sus cabellos hacia atrás y arropando a un Harry tembloroso bajo la tela suave.

Entonces, cuando Harry parece a punto de romper en llanto nuevamente, Louis se arrodilla ante él. Y su mano se hunde en la cabellera de rizos, sus dedos raspando con suavidad sobre el cráneo. Harry cierra sus ojos, Louis tira dulcemente de sus rizos.

(Él quiere llorar. La imagen frente a él lo destruye; sin embargo, se mantiene así, suave y tranquilo, envolviéndolo. Sosteniendo los trozos de Harry y tratando de juntarlos sin acabar con ellos en el proceso.)

—Me gusta tu cabello —dice, la voz irremediablemente baja y quebradiza. Pero sus comisuras tiemblan en lo que intenta ser una sonrisa, su corazón latiendo dolorosamente sobre sus costillas mientras Harry abre sus ojos lentamente, irritados e hinchados por el llanto —Tus rizos son tan bonitos. Quiero tocarlos toda mi vida.

Harry no dice nada, solo lo sigue mirando bajo la sombra de sus pestañas.

—Y tu habitación —Louis sigue hablando, su voz distrayendo y sacándolos de cualquier lugar doloroso y triste en que hayan estado, a donde la imagen de Harry frente al espejo y la confesión desgargante los hubiese llevado. —Tu habitación es tan bonita. Me gusta. Los colores y el olor. La luz. Es tan iluminada.

El aliento de Harry es cálido cuando entreabre los labios, pero no sale ni una sola palabra. Louis ladea la cabeza, sus dedos enrollando un rizo marrón entre ellos.

—Me gustan los colores —murmura—. Me recuerdan a ti. Cualquier cosa. Igual que los olores dulces. Siempre que los siento yo... ¿Me recuerda a un hogar, sabes? —su voz es baja. Harry pestañea lentamente—. Me recuerda a aquí. A nuestro piso. ¿Es nuestro hogar, no?

Tiembla. Harry tiembla imperceptible, pero está ahí. En sus hombros y en la punta de sus dedos.

—Mientras estés en tu hogar, todo está bien. Estás bien. —Louis repite. Una y otra vez—. Estás bien —dice—. Yo estoy aquí.

Harry lo mira. Los ojos verdes amplios, cristalizados y profundos. El gesto de Louis se quiebra, solo un poco. Lo suficiente para que la voz de Harry se escuche como un canto suave y arrullador, en un lugar de un murmullo temeroso y desesperado.

—Quédate —dice.

Louis asiente. Él fuerza a sus comisuras a alzarse, sus labios sintiéndose secos y agrietados, sus mejillas frías. Pero él lo hace, mirando a Harry. Juntando piezas. Dejando caer un poco de polvo, dibujando estrellas sobre las cicatrices. Cuidando que ninguna de ellas sangre.

—No pensaba irme.

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