Your True Been
Se sentía más tranquilo sabiendo que Sonic estaría ayudando al pequeño zorro, al menos si algo le pasaba estaba seguro que el mozo del Príncipe Scourge se los haría saber; sólo esperaba que su sugerencia de pasar más tiempo con el zorro huérfano no trajera consecuencias negativas para su amigo. Silver suspiró con pesadez ante la idea de una fea riña por algo del pasado que sin duda no podía cambiarse, pero más que un problema con el zorrito que no sería contrincante para él o para Sonic, se preocupaba porque el príncipe tomara cartas en el asunto.
Silver sacudió su cabeza a los lados para acallar aquellos pensamientos y siguió su camino intentando no preocuparse por algo que aún no había pasado, cuando escuchó una risa burlesca inundar los pasillos deteniéndose al acto. Parecía el tipo de risa que Sonic tendía hacer cuando se burlaba de algo o de alguien; le extrañó un poco aquel sonido, ya que nadie reía por el castillo, con suerte conseguía una sonrisa por parte de sus inquilinos. Silver caminó en dirección al sonido para ver la entrada a la enfermería, de donde provenía la risa burlesca.
–¡Deja de reírte!– escuchó un reclamo de una voz familiar del otro lado de la puerta cerrada.
–¿Percival?– dijo Silver para sí y caminar hacia la entrada con cierto cuidado hasta que escuchó algo caer con fuerza alertándolo y así correr hasta allá.
–¡¿Por qué me tiras eso?!– escuchó reclamar al abrir la puerta.
–¡¿Están todos bien?!- preguntó al entrar para así encontrarse una escena un tanto peculiar.
Se quedó anonadado al ver al erizo negro y a la felina, quienes ahora lo observaban con detenimiento por su abrupta interrupción. Lancelot yacía sobre aquella cama de sabanas blanca con su brazo inmovilizado en un intento de no abrir aún más la herida en su hombro; se le hacía muy extraño verlo sin su armadura, yelmo y espada, pero su mirada intimidante aún lo acompañaba provocando la misma sensación imponente al ser percibida. Sin embargo, su atención se reservaba a Percival, quien yacía vestida con un hermoso vestido de color lila entallado a su cuerpo, el cual dejaba ver sus hombros por el tipo de corte del mismo vestido; era de mangas largas de un color más suave y un collar de oro con una esmeralda verde en su centro adornando su cuello.
–Silver– dijo la gata para recobrar su compostura, y aquella expresión de molestia borrarse casi al instante. –No te preocupes, no pasa nada– respondió con cierto sonroje, avergonzada.
–Pero...
–Así que tú serás mi remplazo, ¿ha?– habló despectivamente el erizo negro impidiéndole continuar su enunciado – ¿Sabes si quiera blandir una espada?
–Bueno, yo...
–Lancelot, basta– regañó la gata –Ahora él es más útil que tú... y más agradable– murmuró con enfado.
–Yo no soy quien trae un vestido– sonrió divertido el erizo negro.
–¡Esto no impedirá que te dé una pa...
–Si no es mucha la intromisión– habló Silver casi en susurro interrumpiendo la amenaza de la felina – ¿Por qué no llevas tu armadura?– preguntó confundido.
–¿Uh?– exclamó Percival para acallar su discusión con su compañero –Bueno... es que...– musitó para ver sus ropas nuevamente y sonrojarse con intensidad. No estaba acostumbrada a vestir como una dama de alta alcurnia y menos recibir la atención que eso conllevaba; se sentía incomoda y fuera de lugar, después de todo, siempre actuó más como un muchacho que como una dama de la aristocracia –Esto...– murmuró tímidamente –Yo...
–Al prometido de la Princesa Amelia no le parece que una mujer deba de usar armadura, menos si es la dama de compañía de su majestad– respondió Lancelot –Así, ordenó a Percival a cambiarse por algo más apropiado a su parecer.
–¡Esto es ridículo!– se quejó la felina –¡Estas ropas no están hechas para combatir!
–Te ves como toda una damisela en peligro– se mofó el erizo negro con una sonrisa divertida –¿O tú cómo la describirías?– preguntó Lancelot para dirigir su mirada al erizo plateado en espera de una respuesta.
–Ah... este...– tartamudeó Silver para verla de nuevo. Se mira realmente hermosa, como una verdadera dama de la corte, y él sabía de eso; cuando Silver recibió su entrenamiento de caballero, sólo las damas más hermosas podían pertenecer a la corte de la reina. Sintió una sensación extraña en la boca del estómago y un calor abrazador pareció invadirlo obligándolo a desviar la mirada con rapidez –Este... está bien– respondió vagamente.
–Hmph, te dije que te veías ridícula– rectificó Lancelot.
–¡Yo no he dicho eso!– habló Silver aprisa –Te ves muy bien... es decir...– calló de nuevo apenado por sus precipitadas palabras y un notorio enrojecimiento delató su vergüenza.
–Gracias– le sonrió con dulzura la felina.
Percival notó la sonrisa burlesca de su compañero herido, quien parecía haber hecho tales preguntas y bromas con el objetivo de hacer que Silver dijera algo vergonzoso, y había funcionado. Percival frunció el ceño a manera de reproche y el erizo negro pareció entender a la perfección el porqué dela mirada molesta, pues su sonrisa pareció ampliarse aún más.
–Bien, es hora de que se vayan– los echó el erizo negro para recostarse con pesadez sobre las grandes almohadas de plumas y tener nuevamente esa expresión seria y de pocos amigos –Tienes mucho que enseñarle a este novato.
–Todo estará bien– dijo Percival para caminar hacia la puerta de salida –Silver aprenderá rápido.
–Eso espero– habló Lancelot sombrío –O morirá en el intento– sonrió macabro.
Percival le dio una última mirada fulminante y salió seguida del erizo plateado para dejar atrás a su irritante compañero, realmente Lancelot sabía hacerla enojar.
Dejaron el ala médica y empezaron a caminar por el pasillo, únicamente escuchando el eco de los pasos de ambos, pues ninguno dijo ni una sola palabra una vez afuera. Percival vio de reojo al erizo plateado, quien parecía desviar su mirada de ella adrede, ella esbozó una sonrisa disimulada para fijar su mirada al frente nuevamente; al parecer había salido algo bueno de la machista petición del Príncipe Scourge, a pesar que aún se sentía muy incómoda con aquel largo y elegante vestido.
–Bien, ¿Qué es lo primero que debo de hacer?– preguntó el erizo plateado, quien seguía sin poderle dar la cara, cortando el incómodo silencio.
–Aprenderás sobre Yakumo– puntualizó la felina captando la atención del erizo plateado para verla con asombro.
–Ya... Ya... ¿Qué?– exclamó confundido.
–Una vez que sepas quien es nunca olvidarás su nombre– dijo con cierta tristeza la felina –Es el mayor peligro de por aquí, y sin duda la mayor amenaza de su majestad.
–De acuerdo– asintió aún sin entender muy bien –¿Y a dónde vamos?
–A la biblioteca.
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Yacía en silencio, sin emitir palabra, sin moverse bruscamente para evitar ser notada por su compañero. Amelia fijó su vista entristecida al horizonte para perderse en el movimiento lento y continúo de las nubes. Todo parecía tan ajeno a ella, como la misma realidad que vivía, un cuerpo inerte sin espíritu aparente. Su mente divagaba sentada en aquel balcón, mientras observaba la aldea que yacía a los pies del castillo; su espíritu parecía estar perdido en aquellas calles de adobe y aún bailar al compás de la música de aquel bar en donde había ido en su pequeña aventura con Sonic noches atrás. Aún podía escuchar la música de aquel bar y sentir el olor a cerveza barata mientras sus manos parecían calentarse con el recuerdo del tacto de él al momento de danzar aquella burda música campirana.
–¿Estás de acuerdo?– escuchó preguntar al erizo verde haciéndola despertar de aquel sueño en donde se había sumergido.
–¿Eh?– exclamó reaccionado –¿Sobre qué?– cuestionó desorientada.
–¿No has estado escuchando?– preguntó molesto el príncipe.
–Lo... lo siento– se disculpó apenada.
–Los preparativos para la fiesta de compromiso– le recordó –Pon atención.
Amelia asintió con la cabeza para fijar su vista a la Lady Cream, y al zorro mozo del príncipe quienes recibían las órdenes directas del Príncipe Scourge.
El príncipe quería dar una gran fiesta de compromiso en donde todos los aldeanos y gente importante de la aristocracia, los pocos que hubiera sobrevivido, pudieran asistir y deleitarse de las riquezas de él y de su nuevo poder al unir ambos reinos; sin embargo, ella no estaba de acuerdo con la idea, pero el príncipe la había logrado persuadir para que así pasara. Sin mucho ánimo Amelia escuchó con atención las indicaciones respecto a comida, decoración, entre otras cosas banales que se tenían que hacer para la celebración.
–Este...– habló con timidez la coneja, interrumpiendo el listado interminable de tareas que quería el Príncipe Scourge que se hicieran –Lo... lo lamento príncipe, pero no sé si la princesa estaría de acuerdo con...
–La princesa concuerda conmigo en cada detalle previamente dicho– interrumpió el erizo verde molesto –¿No es así princesa?
Amelia observó los ojos intimidantes del príncipe y no pudo articular palabra alguna. Sintió las miradas de su dama de la corte y del sirviente de zorro, quienes parecían a la expectativa de la respuesta de la pregunta de su alteza –Este...– murmuró con timidez al sentir la presión con la mirada de todos los presentes. –Pues...
–Claro que lo está– habló de nuevo el príncipe quitándole atención a la eriza rosa –Quiero todo para hoy, pues la celebración se llevara mañana.
–Sí su alteza– asintió el zorro.
–Ahora largo– ordenó el príncipe irritado.
El zorro salió del lugar sin esperar más tiempo, sin embargo, la conejita observó con cierta tristeza a su princesa quien no pudo sostenerle la mirada. Cream asintió con pesar y caminó con lentitud para retirarse del balcón en donde tomaban el té y cerrar las puertas de entrada al castillo, dejándolos solos.
–Espero tu servidumbre sea tan efectiva como lo son en mi castillo– habló Scourge para sorber un poco de aquel té especial que él mismo había traído.
–...No estoy de acuerdo– musitó la princesa sin dirigirle la mirada.
–¿Qué?– exclamó para verla con una mirada tan intensa que no fue necesario verlo a los ojos para sentirla, provocándole escalofríos. –¿Qué dijiste?
–Dije que no estoy de acuerdo– habló Amelia para verlo decidida al fin –¿Por qué hay que hacer todo esto? Y más aún, mi castillo está en perfecto estado, no necesita tantos arreglos como tú lo has ordenado.
–Este castillo es una pocilga a comparación de...
–¡Es mi castillo!– exclamó para ponerse en pie molesta –¡Y si tenemos que hacer esta tonta fiesta de compromiso entonces será bajo mis ordenes!
–¿Me estás diciendo que no te gusta lo que he hecho?– preguntó macabro.
–¡No!– respondió –¡No me gusta!– vociferó eufórica –¡Yo estoy al mando aquí, así que...
Un golpe caliente en su rostro la hizo callar y caer al suelo de roca maciza. Escuchó el cristal fino de las tazas de porcelana quebrarse por el tembleteo de la mesa en donde había estado tomando el té para que de repente todo a su alrededor, incluyendo las aves madrugadoras, callaran después de aquella escena tan vil y despreciable. Amelia sintió como aquella hermosa diadema de broches dorados caía de su cabeza frente a ella por la caída abrupta de su ser, dejando en libertad sus púas que bailaban sin orden en el viento frío de aquella mañana. La princesa se quedó inmóvil en el suelo, como si su mente aún estuviera procesando lo que acaba de acontecer. Pronto el dolor de la bofetada empezó a hacerse sentir y casi como un reflejo involuntario, elevó con lentitud su mano para colocarla sobre su mejilla sin poder reaccionar en su totalidad.
–Yo mando aquí– lo escuchó hablar para así voltearlo a ver con cierto temor –Tú eres simplemente otro adorno del castillo, que no se te olvide.
–... ¿Cómo pudiste?– musitó incrédula por tal acción. Nunca nadie le había levantado una mano en su vida, el que se hubiese osado hubiera sido ejecutado por Lancelot al momento; pero ella estaba sola, ni su escolta ni su más leal caballero se encontraba ahí para protegerla.
–No me considero particularmente violento– habló Scourge nuevamente para acomodar sus guantes blancos en sus manos –Pero ten por seguro que si vuelves a hacer algún tipo de escena como esta no tengo intenciones de contenerme– respondió indiferente.
–Pero...– habló casi en susurro –...Seré tu esposa– musitó para sentir sus ojos llenarse de lágrimas en un intento en no romper en llanto enfrente de su victimario.
–Lo sé– asintió –Por eso debes de aprender a comportarte para no volver a repetir este tipo de incidentes– indicó –Ahora arréglate, tenemos muchas cosas que hacer– ordenó para caminar hacia la puerta de madera abriéndola de golpe, el cual pareció resonar por el inmenso castillo, y así entrar nuevamente. –¡Y que sea rápido!– escuchó el gritó del príncipe según como se adentraba al palacio.
Las lágrimas empezaron a derramarse cual tormenta en tempestad, y ahí, de rodillas en el suelo llorar sin consuelo. ¿Esa sería su vida? ¿Una vida como la esposa de un príncipe maltratador? ¿Un adorno sin voz ni voto? ¿Qué sería peor? ¿Él o Yakumo? Esa última pregunta pareció alertarla y acto seguido detener su llanto; vio aquel anillo de compromiso que yacía en su dedo anular con detenimiento, tal vez el cargarlo sería más maldición que la que ya vivía.
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Caminó con aburrición por los lugares iluminados del castillo, pues aún seguía con cierto temor de aquella niña sádica que no gustaba de él. En su caminar sin sentido terminó llegando a un lugar conocido, el templo en donde la Princesa Amelia oraba para evitar que la maldición empeorara. Sonic paró enfrente de las gigantescas puertas de madera y su vista pareció clavarse en éstas como los tornillos en aquellas bisagras. Suspiró con tristeza y se acercó con cierto temor para así abrir con lentitud las puertas provocando un fuerte rechinar gracias al eco en el castillo. Sonic asomó la cabeza para ver si lograba divisar a alguien adentro, pero parecía que no había nadie ahí; ella no estaba ahí. Entró un poco más decidido y admiró de nuevo el templo de oración a los espíritus que se suponen debían de protegerlos.
Camino en medió de aquellas bancas de asientos planos e incómodas de madera para observar en el fondo la hermosa escultura tallada en mármol del espíritu del sol y por un momento admiró su belleza (N/A: No me quise meter a temas religioso/ espirituales de ningún tipo así que los espíritus a los que se refiere son Dawn y Midnight de mi historia Underworld; para referencia de su apariencia en esta historia miren mi sitio en devianart ) Un trabajo exquisito hecho seguramente por el mejor artesano de todo el reino. Se acercó tanto como pudo, pues una barandilla de madera tallada lo evitaba de poder tocarla.
–Hmph...– exclamó molesto para clavar su mirada a aquellos ojos de piedra ausente frente a él –Se supone que debes de cuidarnos, ¿no? Protegernos de aquellos entes de la oscuridad, pero a mi jurisdicción no haces un muy buen trabajo– se quejó molesto –Bien, si no puedes hacer eso, al menos deberías de ayudar a que la felicidad que uno encuentra no se te arrebate de un día para otro, ¿o es acaso demasiado pedir?– discutió en solitario para no obtener más que silencio por respuesta –Es decir, ella viene aquí todo el tiempo a orar para que lo que sea que está aquí no nos mate, ella te entrega su vida con tal de que les concedas a los que viven aquí un poco más de seguridad, y luego, cuando por fin encuentra algo para sonreír ¡se lo quitas!– vociferó frustrado –¡¿Qué pasa contigo?! ¡¿Por qué no le permites aunque sea un poco de felicidad a ella?! ¡¿O es acaso a mí a quien castigas por lo que hice?!– reclamó sin control –¡¿Entonces por qué no me dejaste morir congelado gracias a ese demonio?! ¡¿Por qué ella deberá de sufrir por mi culpa?!– dijo iracundo –¡Respóndeme!
Sintió sus ojos humedecer y poco a poco la visión nublarse por las lágrimas de rabia y frustración que se expresaban con dolor y enojo. Todo le parecía de lo más injusto; tal vez el espíritu de la luz no castigaba a Amelia, tal vez ella al final sería realmente feliz con ese tal príncipe, tal vez él único que sería castigado sería él.
–Jamás conseguirás una respuesta, es sólo una estatua después de todo– escuchó el hablar en eco dentro del templo, alertándolo.
Sonic se restregó los ojos con fuerza para borrar cualquier signo de debilidad y se volteó casi al acto para buscar al responsable. Vio al erizo negro que apenas si se divisaba de las sombras detrás de una de las columnas de piedra. –Lancelot– musitó al reconocerlo. Lancelot tenía un cabestrillo en su brazo izquierdo que inmovilizaba el mismo y aquella misma actitud imponente tal cual lo había conocido; Sonic observó una vela en su mano, la cual la colocó enfrente de otra pequeña escultura que yacía a un lado del templo y no sobresalía tanto como la del espíritu del sol.
–Estas imágenes son sólo representaciones de las deidades, no ellas mismas para que les hables así. – indicó Lancelot para observar por unos instantes la imagen frente –Y si realmente lo fueran...– calló para verlo de reojo –Seguramente te harían pedazos por tu manera tan descortés de tratarlas.
Sonic caminó hacia el erizo con cautela para que, al igual que él, admirar por un instante la figura frente a él. –¿El espíritu de la luna?– habló el erizo azul par observar la imagen al cual erizo negro hacía una corta reverencia. –No pensé que sintieras agrado por el espíritu de la guerra.
–La paz y esas cosas no es lo mío– respondió para admirar la imagen una vez más –Eso se lo reservó a Sor Tikal y a su alteza.
–Sí...– dijo en un suspiro el erizo azul para ver una vez más la imagen del espíritu de la luz de reojo –Tal vez debería de hacer lo mismo, creo que le agradaría más a este espíritu que al otro– habló para detenerse enfrente de la imagen y obsérvala con detenimiento. El espíritu tenía una expresión serena en su rostro y su vista se dirigía a una esfera en medio de sus manos que daba la impresión de flotar, dentro de la misma se podía notar una pequeña luna en ella, el símbolo representativo de dicho espíritu.
–¿Tú eres la razón por la cual mi princesa está tan triste?– preguntó el caballero herido.
–¿Eh?– exclamó Sonic sobresaltado por la extraña pregunta –¿De qué hablas?
–En un principio no entendí el porqué ella parecía tan reacia a comprometerse con el Príncipe Scourge, pues es algo que no sólo salvaría al pueblo, sino a ella misma– explicó –, pero creo que tu pequeño y absurdo ataque de ira me da la respuesta que necesitaba.
–Y esa sería... ¿qué?
–Tsk, está enamorada– sonrió burlesco para voltearlo a ver –Y es obvio que tú de ella.
–¡¿Eh?!– exclamó –¡Claro que no!– mintió.
–Entonces, dime, ¿por qué te preocupa tanto la felicidad de alguien que en un principio parecías despreciar con tanto empeño?
–Todos tenemos derecho a ser felices– respondió Sonic desviando su mirada.
–Niega todo lo que quieras, pero es obvio que tú sientes algo por ella y ella algo muy fuerte por ti.
–Ella...– murmuró el erizo azul con pesadez –Ella se casará muy pronto.
–Eso poco o nada tiene que ver con lo que te digo– habló el erizo negro exasperado –Mi punto es, que realmente la miro sufrir, y eso no me agrada.
–¿Y qué quieres que haga?– preguntó molesto –¿Irme?, pues lo intente y ella no me lo permitió.
–Haz tu trabajo– indicó para darle la espalda y caminar hacia las puertas del templo dando por concluida su conversación.
–¿Mi trabajo?– inquirió extrañado el erizo azul.
–Sí– asintió Lancelot parando enfrente de aquellas puerta y verlo de reojo –Encuentra la Esmeralda Caos– concluyó para abrir la puerta y salir del lugar.
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–Tsk... ¿podemos jugar entonces?
–Lo que haga falta– habló con seriedad.
–Queremos sangre... ¿podemos?
–Tsk– sonrió –Cuanta deseen... en especial, quiero el máximo de daño a los guardianes de su majestad.
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