Mi Cuento de Hadas
Sintió su corazón latir a mil por hora mientras sentía la mirada de Sonic sobre ella. Enmudeció, pues las palabras no parecían poder salir de su boca. Amelia lo vio acercarse a ella, pero esta vez incluso sus piernas no pudieron reaccionar para poder retroceder ante la actitud imponente del erizo azul. Sonic se detuvo a varios metros de ella y una mirada intensa pareció desnudarle el alma; Amelia desvió su mirar sin poder sostenérsela más, sin poder emitir sonido alguno.
–... ¿Te quedarás con él?– susurró.
Aquella pregunta la hizo subir la mirada y notar en él unos ojos de tristeza imposibles de ocultar; Sonic sabía lo que su cabeza le decía y sus ojos le expresaban en forma de lágrimas saldas. Amelia se rompió en llanto para así correr hacia él y abrazarlo con fuerza al chocar contra su pecho provocando un ligero tambaleo por parte del erizo azul debido al impacto. La eriza lloró en silencio cual niña pequeña, y como no lo había hecho en varios años ya. Amelia sintió cómo él correspondía a su abrazo al sentir sus brazos rodearla con cierta timidez, en un vano intento de consolarla de algo que carecía de consuelo. Amelia ocultó su rostro sobre el pecho del erizo para que sus ojos no vieran el dolor en su alma y el quebranto de espíritu. Sonic no dijo nada, mientras ella descargaba todo su dolor sobre él, únicamente el consuelo de un abrazo que pareció durar por siempre.
El impetuoso sollozo pareció disminuir a la vez que ella aflojaba su agarre y elevaba con cierta lentitud su cabeza, para poder ver al erizo de ojos taciturnos. Sonic se separó un poco de ella para verla a los ojos, los cuales brillaban cual cristal tocado por los rayos de luz, y el silencio reinó entre ellos nuevamente. Amelia se separó un poco de él viéndolo fijamente unos instantes y luego, en un movimiento delicado, con ambas manos tomar su rostro con sutileza y acercarse a sus labios para besarlo con ternura. Sonic sintió un rubor intenso invadir sus mejillas y sus ojos se abrieron con asombro por tal gesto; sintió el suave tacto de sus labios sobre los de él expresando tanta dulzura que fue imposible no corresponder pasado unos pocos segundos de su atrevida acción. Había besado chicas con anterioridad, pero ninguna de ellas jamás había podido transmitir en aquel pequeño gesto, tanto sentimiento como lo hacía Amelia en ese momento.
Amelia entreabrió los ojos para darse cuenta de lo que sus emociones sin control habían ocasionado. Se apartó de él al percatarse de lo que hacía, y retrocedió con cierta rapidez avergonzada por lo sucedido.
–Lo... lo siento– musitó en baja voz, apenada.
–Am...
–Lo lamento Sonic yo... yo...– susurró para verlo una vez más –Debo irme– dijo para dar media vuelta y correr de nuevo por aquel pasillo.
–¡Espera, Amy!– gritó en vano para detenerla.
Sonic la vio cruzar en uno de los pasillos adyacentes y perderse de su vista, exhalando un pesado suspiro, incluso seguirla no le haría ningún bien, y no obtendría más que una respuesta obvia ante la pregunta previamente hecha.
–Ella es la razón, ¿no es cierto?– preguntó alguien a sus espaldas. Sonic se volteó para ver con asombro al erizo plateado, quien caminaba hacia él con un ceño fruncido.
–Sil-Silver– balbuceó con asombro –¿Desde hace cuánto estás ahí?
–Lo suficiente como para decirte que no es una buena idea lo que estás haciendo– regañó.
–No he hecho nada malo– se excusó Sonic desviando la mirada.
–¿Nada?– repitió Silver para acercarse a él –Lo que vi no fue nada.
–¡¿Y qué si la bese?!– exclamó a la defensiva para caminar de regreso por donde había llegado, alejándose de él –¡¿Es que acaso hay una regla que lo prohíba?!
Silver suspiró pesadamente ante sus palabras –Sabes que no es eso a lo que me refiero...
–¡No he hecho nada malo!– paró volteándolo a ver.
–¿Realmente quieres tener esta conversación?– cuestionó el erizo plateado arqueando una ceja.
–¡Yo... tú... es decir...– se atragantó Sonic con sus palabras.
–No es una regla, pero sabes que quien tenga una relación con alguien maldito compartirá esa maldición– le recordó –Tú mejor que nadie lo sabe.
–¡Lo sé!– gritó frustrado, para con su puño golpear con fuerza la pared de roca maciza provocando que el eco del golpe navegara por los pasillos –Yo... lo sé– repitió con un dejo de tristeza en voz, tranquilizándose –Pero yo no escogí esto– susurró el erizo azul para colocar ambas manos sobre la pared y recostar su frente sobre la misma. –...Daría lo que fuera para no sentir lo que siento.
–Sonic– musitó su amigo para caminar hacia él y colocar una mano sobre su hombro.
–...Lo que fuera Silver-–dijo con seriedad.
– El amor es algo difícil de manejar, y creo que imposible de controlar, pero cuando se inicia algo, tal vez es un poco más fácil de dejarlo ir; además ella ya tiene un pretendiente de su clase.
–Sí... lo sé.
–Sabes... Lancelot me pidió que te dijera que no te metieras en problemas con ese tal Scourge– advirtió Silver con una sonrisa –Tiene miedo que lo arruines todo y metas a la princesa en apuros, como lo has hecho antes.
–Hmph– exclamó el erizo azul con una media sonrisa –Erizo engreído– habló para alejarse de aquel muro lentamente y reincorporarse.
–Creo que es lo mejor que le pudo pasar a la princesa– señaló – Más en estos tiempos tan difíciles para ella.
–Sí... tal vez es lo mejor...
–Sabes que sí.
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Se dirigía a donde Percival lo había citado aquella tarde, y mientras bajaba por el vestíbulo escuchó el andar rápido de Lady Cream seguido por el sirviente de aquel príncipe. Silver se detuvo en las escaleras para verlos entrar con apuro a la cocina y desaparecer de su vista, sin darle más importancia a la extraña carrera siguió con su trayecto sin saber en dónde comenzar a buscar, después de todo el jardín era muy grande. Silver suspiró pesadamente, pues no quería realmente estar a solas con ella, no quería verse en otra situación complicada y realmente esperaba que Sonic lo alcanzara pronto, tal y como le había dicho. Sacudió su cabeza para despejar sus ideas mientras abría las puertas del vestíbulo. Una vez afuera no tardo en notar que pronto oscurecería, y no estaba seguro que quisiera estar deambulando por la noche en las afueras del castillo.
–¡Por aquí!– escuchó un grito a la distancia para ver la felina cerca de las enormes rejas de metal que daban entrada al castillo. Silver suspiró pesadamente y con cierta pereza caminó hacia ella con una mirada un tanto fría –Gracias por venir.
–Dijiste que si quería ser de ayuda te viera aquí– espetó Silver –Por eso vine.
–Lo sé– asintió –Sígueme– ordenó Percival para empezar a caminar entre la maleza.
–¿A dónde quieres llevarme?– preguntó Silver desconfiado, sin intención moverse.
La felina detuvo su marcha para voltearlo a ver con una mirada fría y una expresión seria, dándole escalofríos por el semblante intimidante de Percival.
–¿Crees que me aprovecharé de ti o algo por el estilo?– cuestionó ella con una expresión molesta.
Un sonroje invadió su rostro y al acto desvió la mirada avergonzado. No pudo responder a su pregunta, porque tal vez eso había cruzado por su mente en una milésima de segundo, pero claro estaba que Percival no haría algo como eso, o eso creía él.
–Claro que no– respondió avergonzado, sin poderla verla a los ojos.
–Entonces andando– dijo con seriedad para caminar nuevamente –Pronto oscurecerá y no quiero que estemos aquí para entonces.
Silver asintió aún con sus mejillas teñidas de rojo. Siguió a Percival a una distancia considerable y ver que lo llevaba a un cobertizo, el cual poseía una cadena con candado en la puerta. Recordaba que ese había sido uno de los lugares que no habían podido investigar, pero que ella le había indicado que se haría después. Percival se detuvo enfrente de la puerta para abrir el candado con una llave de metal y hacer que las cadenas cayeran al suelo cubierto de nieve. Un rechinar se escuchó con fuerza al ella abrir las pesadas puertas de madera apolillada dejando así entrar la luz.
–Ven– ordenó la felina entrando.
–¿Qué es este lugar?– preguntó el erizo plateado mientras inspeccionaba con la mirada cada rincón que la poca luz brindaba.
–Un lugar que no se abre en mucho tiempo– respondió Percival nostálgica.
Silver observó varias armaduras de diferentes estilos colocadas en orden por las estanterías de aquel viejo pórtico. Seguramente era el lugar en donde los caballeros del rey obtenían sus armaduras al ser asignados a una batalla.
–Toma– dijo la felina para darle una armadura de metal en sus manos –Esto creo que te quedará bien.
–Espera, ¿por qué...
–Remplazaras a Lancelot hasta que se recuperé– respondió con un semblante serio.
–¡¿Qué?!– exclamó Silver sorprendido –¡Yo no puedo...
–Puedes hacerlo– interrumpió la felina su alegato –Silver...– dijo con un suspiro –La princesa necesita protección al igual que el palacio y yo sola no puedo con ambas.
–...Pero no soy un caballero- murmuró para verse reflejado en aquella armadura brillante.
–Pero te entrenaste para serlo– señaló –Hasta que Lancelot esté bien necesito de alguien que sepa de protocolo y sepa el diestro manejo de un arma, y ese eres tú.
–Pero...
–Te necesito– habló en tono de suplica – Por favor Silver... ayúdame.
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Estaba sentada en una mesa debajo de la pérgola que yacía en el jardín esperando por él, en silencio. Sus pensamientos por fin se habían aclarado y las emociones encontradas en un principio, por la abrumadora noticia, guardadas en lo más profundo de su corazón para dejar ver una coraza de valentía e indiferencia a lo que acontecía. Ella era una princesa de la más alta alcurnia, y no se inmutaría por nada ni por nadie. Aquella experiencia, aquel erizo azul y aquel viaje no serían más que una fabula escrita algún día por algún erudito o poeta literario para que los padres les cuenten a sus hijas con un final muy diferente a lo que ella viviría.
–Pensé que no me recibiría hoy, Princesa– escuchó decir a una voz tosca para obligarla a dejar sus pensamientos a un lado.
–Sir Scourge- habló Amelia para verlo sentarse delante de ella –Gracias por aceptar la invitación del té en el jardín.
–¿Cómo podría decirle que no?– dijo con una sonrisa confiada –Además, es para esto que vine.
–Sí...– susurró al viento con cierta tristeza en sus ojos.
–Asumo que su majestad deberá de tener muchas preguntas para alguien como yo– se regodeó con una sonrisa.
–¿Por qué dice eso?– cuestionó Amelia con un semblante serio.
–¿No desea saber cómo la encontré? ¿O cómo es que no morí en la guerra?
–Mmm– murmuró pensativa la eriza para ver los ojos azules de aquel erizo verde delante de ella. Expresaba tanta soberbia y confianza como Sonic lo hizo el día que entro al castillo. Suspiró y negó suavemente con la cabeza, no le interesaba saber nada del príncipe que había llegado a su castillo, después de todo... tendría toda una vida para averiguarlo. Amelia estrujó la falda de aquel pesado vestido, sin que su invitado se percatara, ante aquel pensamiento y permaneció en silencio.
–Esa es una muy buena cualidad en una esposa– habló con una amplia sonrisa el erizo verde.
–... ¿Cualidad?– preguntó ella cual susurro.
–El silencio.
–"Supongo que habrá mucho de eso en esta relación"– pensó. Amelia asintió con la cabeza y de nuevo enmudeció ante su invitado. Ella lo había invitado con la intención de conocerlo mejor, y ver como sería su posible esposo, pero no quería estar ahí, no podía actuar tal cual una princesa debería de hacerlo.
–Sus majestades– escucharon hablar a Lady Cream para interrumpir su silenciosa charla. La coneja, quien llegaba con una charola de plata con tazas de porcelana, asintió con la cabeza en forma de reverencia para ambos erizos. –Traje el té favorito de la princesa– habló con una amplia sonrisa.
–¿El té favorito de la princesa?– repitió con cierta desconfianza el erizo verde.
–Sí– asintió con alegría para posar la charola sobre la mesa de jardín –Es té de manzanilla con un toque de vainilla y...
–¡Inaceptable!– vociferó Scourge iracundo para golpear la mesa con su puño provocando que la coneja quitara la charola en el acto. –¡Tails!– gritó chasqueando los dedos en el aire.
Amelia se sobresaltó al ver el repentino enojo del príncipe; volteó a ver a la conejita quien se miraba asustada por la reacción del erizo verde. Escuchó un trote en la distancia y logró divisar al pequeño zorro que corría a prisa para llegar con el erizo.
–¡Su alteza!– habló el zorrito con una reverencia y una respiración agitada por la rápida carrera.
–¡Este té es inaceptable!– dijo con molestia el erizo verde –¡Cámbialo!
–Sí su alteza– asintió para ver de reojo el té en aquella charola que yacía en las manos temblorosas de la conejita provocando un tintinear por el continuo movimiento –A su alteza Scourge únicamente se le sirve té de jazmines provenientes de las tierras más lejanas de oriente– le indicó con seriedad el zorro.
–Oh, yo... lo siento– se disculpó Cream apenada –Pero este... es decir, nosotros aquí no... no...
–¿No tienen?– completó el zorro para obtener por respuesta de la coneja una negación con la cabeza.
–Tails, arréglalo– ordenó el príncipe con fastidio.
–Por supuesto su majestad– asintió –Cuentan con suerte con que yo siempre traigo– alardeó el joven zorrito –Muéstrame el camino hacia la cocina– ordenó –Yo mismo lo prepararé.
–Pero...– musitó Cream con timidez para ver con consternación a su princesa, quien permanecía en silencio.
–Ahora– habló con una voz grave el erizo verde haciendo estremecer a la conejita y hacerla reaccionar.
–¡Sí!– asintió –Lo siento, sígame por favor joven Tails.
Amelia la vio caminar a prisa, seguida por el joven zorro; regresó su mirada al erizo verde delante de ella que si bien se le asemejó en primera instancia a Sonic, ahora ya no le parecía como tal.
–Es difícil conseguir buena servidumbre hoy en día– habló de nuevo con tranquilidad el erizo verde.
–Lady Cream no es mi sirvienta– aclaró la princesa –Ella es...
–Todo aquel que sirva a alguien de la realeza, desde un caballero hasta un simple barrendero es un sirviente– cortó el erizo – Que nunca se le olvide princesa.
–Pero...
–Olvidémonos del asunto– interrumpió –Hay temas más importantes que discutir que cosas de la servidumbre.
–Bien– respondió inexpresiva con un pesado suspiro.
–Hablemos sobre...
–La maldición– interrumpió Amelia. –Imagino que sabe que en mi castillo hay una maldición debido a la Esmeralda Caos– dijo tan tétrica como pudo hacerlo. A todo aquel que había llegado al castillo siempre había omitido esa información por temor a que se fueran, ahora quería hacer lo contrario, con la esperanza de que no decidiera quedarse.
–Claro que sé eso– habló burlesco –Soy de sangre noble después de todo.
–¿En su castillo existe esa maldición también?– preguntó curiosa.
–Por supuesto que no– respondió con una sonrisa –La esmeralda fue encontrada hace ya bastante tiempo.
–¡¿En serio?!– exclamó sorprendida, para obtener una clara expresión de sorpresa e incomodidad por parte del erizo verde, sintiéndose avergonzada por sus palabras. Guardó de nuevo la compostura y carraspeó con un notorio sonroje por la vergüenza. –Es sólo que...– musitó tímidamente –Aquí la hemos buscado por...
–Mucho tiempo, ya lo sé– completó el erizo verde –Pero eso deberá de dejar de ser un problema si usted acepta mi propuesta.
–Su... ¿Propuesta?
–La de matrimonio– le recordó.
–Es que...– calló de nuevo con timidez. Amelia se atragantó con sus palabras y su mirada se clavó en su regazo; hace un par de meses hubiera dicho que sí sin dudarlo, pero ahora le era tan difícil.
–¿O es que su majestad tiene alguna razón para rechazar mi propuesta?– preguntó Scourge con una expresión molesta en su rostro.
–¡¿Eh?!– exclamó.
–¿La tienes?– insistió con una mirada fija y penetrante.
Se sintió acorralada; Amelia imaginó que eso debía de sentir una presa al ser vista por un depredador hambriento. Amelia se encogió de hombros, pegándose tanto a su respaldo que por un momento pensó que caería de espaldas; de repente la distancia entre ellos pareció no ser suficiente. Hubiera dado lo que fuera por ponerse en pie y correr de regreso al castillo dando una falsa excusa, que claro está, si él hubiera sido un simple súbdito no se hubiera visto mal ante sus ojos, después de todo ella era de la realeza; pero él era un aristócrata como lo era ella, y eso sin duda nunca sería bien visto. –Mmm... no– respondió por lo bajo. Amelia se sentía tan mal consigo misma, como si se hubiese traicionado al pronunciar esas palabras. No entendía en dónde estaba su carácter tosco y rudo, no entendía por qué su presencia la intimidaba a tal punto que sólo deseaba callar y desaparecer de su vista.
–Príncipe Scourge- escuchó decir al zorrito que llegaba de nuevo y se sintió sumamente aliviada a que alguien interrumpiera su conversación –He traído lo que se me ha ordenado- dijo para dejar la bandeja de plata sobre la mesa.
–Bien, retírate– habló cortante el erizo verde para tomar una de las tazas –Estamos en medio de una conversación importante.
–Sí su majestad– asintió el zorrito.
–Y Tails...– habló Scourge una vez más –Que nadie nos moleste.
–Sí señor.
El zorrito dio media vuelta y regresó por aquel sendero en la nieve. Amelia no pudo evitar seguirlo con la mirada, anhelando poder hacer lo mismo que él.
–Prueba– habló el erizo captando la atención de la princesa –Es lo mejor de lo mejor.
–Claro– respondió silenciosa para tomar una taza y con gracia sorber un poco. Se detuvo al sentir el líquido caliente cubrir su paladar con el sabor tan dulce como la misma miel. –Es delicioso– musitó con una pequeña sonrisa.
–Lo sé– respondió Scourge indiferente –Entonces, princesa...
–¿No le parece un maravilloso día?– interrumpió Amelia con una sonrisa en su rostro la eriza –Es una lastima que haya terminado, ¿no lo cree?
–¿Terminado?– repitió el erizo verde para ver el cielo, el cual empezaba a ser bañado por el negro de la noche.
–He disfrutado de esta pequeña charla, pero debe de disculparme– dijo Amelia poniéndose en pie. –Es hora para mí de retirarme. Mañana seguiremos con esta amena charla– habló para con rapidez regresar su silla a su lugar, pegándola a la mesa. –Pase buenas noches, príncipe– se despidió.
Amelia reverenció al erizo para así dar media vuelta con intención de regresar al castillo y ocultarse en el gigantesco palacio de roca de su pretendiente, pero el fuerte agarre de una mano sobre su muñeca la detuvo de continuar. La princesa se volteó para ver al erizo a la par de ella, el cual hace tan sólo un instante yacía sentado. Sintió como él la jaló hacia su ser para atraparla en sus brazos. De nuevo sus ojos azules, fríos como el mismo hielo que los rodeaba, se quedaron fijos sobre ella y una expresión inmutable en el rostro de él le hizo difícil saber qué pretendía hacer.
–Serás mi esposa– lo escuchó hablar con una voz grave haciéndola estremecer.
–Eso... eso....– musitó con timidez desviándole la mirada, para sentir cómo la aprisionaba con más fuerza a su cuerpo.
–No es una pregunta– interrumpió.
–¿Eh?...
–Soy tu única salida y la de los que habitan este lugar– habló inexpresivo –Además... tú estás muriendo lentamente.
Sus pupilas se contrajeron al escucharlo decir eso, nadie a parte de los que vivían en el castillo, y Sonic, sabían esa información. Mordió su labio inferior en un intento de mantener cierto control para así intentar soltarse de su agarre molesta; había un límite, y él sin duda lo había atravesado. Intentó soltarse empujado con ambas manos sobre su pecho para alejar su cuerpo tanto como podía de él, pero era demasiado fuerte.
–¡Te ordeno que me sueltes!– comandó molesta, obteniendo una sonrisa divertida por parte de Scourge y así la dejase ir. Amelia se tambaleó un poco al no sentir sus brazos sobre su espalda que la habían sostenido, pero logró reincorporarse rápidamente. –¡Eres un...
–Por favor– interrumpió el erizo verde tomándola su mano con delicadeza haciéndola callar, asombrándola por su afectuoso y extraño gesto –Tú y yo sabemos que los matrimonios en la realeza no son por amor.
Sus palabras parecieron caerle como agua helada, desapareciendo su enojo por completo. De nuevo sus ojos parecieron apagarse y sumirse en la tristeza mientras las facciones de su rostro, antes fuertes, desaparecían para dar cuenta de un notorio abatimiento. Amelia fijó sus ojos en los de él, quien aún mantenía esa sonrisa en su rostro.
–Es por conveniencia– recalcó Scourge –Por eso, Princesa Amelia, es que he venido de tan lejos para proponerle matrimonio– dijo con galanura –La cuestión es, ¿Será que he perdido mi tiempo? ¿O no lo he hecho?
–Pero no me conoce– murmuró.
–Tu vida y la de los que te rodean y aprecias está en peligro ¿y tú piensas en cosas como conocernos?– sonrió burlesco –Si no deseas que se realice el matrimonio me iré– habló para soltar su mano y retroceder un par de pasos –Estoy seguro que habrán más príncipes aún con vida con quien puedas enamorarte y casarte– se burló divertido para dar media vuelta y empezar a caminar lejos de ella –Después de todo, la maldición se mira bien controlada para mí y nadie ha salido herido, es obvio que puedes con esto tu sola.
–¡No espera!– exclamó para correr hacia él y sujetar su antebrazo haciéndolo parar. Scourge la vio de reojo mientras una expresión confiada se posaba en su rostro. Amelia suspiró con desánimo para con un sutil movimiento de sus labios decir las palabras que tanto había eludido –...Sí– musitó apenas audible.
–¿Sí qué?– cuestionó el erizo verde para voltearse y verla al fin.
–Sí, acepto– respondió fríamente –Me convertiré en tu esposa.
–¡Excelente!– sonrió complacido –Entonces será momento de planear la boda.
–Sí– respondió con tristeza.
–Ve a descansar– habló para caminar de regreso a la entrada del castillo –Mañana nos espera un día ocupado– dijo para detenerse enfrente de la puerta y verla de reojo –Feliz noche... querida– se despidió con una sonrisa burlesca antes de entrar.
Amelia se vio sola en la fría noche a la vez que los grillos empezaban a cantar con su melodía nocturna. No podía creer lo que acaba de hacer y a la vez no se sentía sorprendida en lo absoluto; ella sabía que ese sería el resultado de toda aquella parodia que se había armado esa misma tarde, sin embargo, seguía sin poder creer que ella misma fuera quien buscara al Príncipe Scourge para aceptar su propuesta. –¿Eso es todo?– una pregunta invadió el silencioso jardín de hielo. Amelia se volteó al escuchar el eco de aquellas palabras retumbar en las estalactitas de los árboles congelados. En la oscuridad, cual criatura de la noche, vio aquellos ojos verdes brillar con la poca luz que la luna menguante les obsequiaba.
–¿Qué haces aquí?– preguntó inquieta.
–Pues...– habló para caminar hacia ella –En vista de lo que escuche, supongo que felicitar a la feliz pareja por el compromiso.
–Sonic– musitó para sí –Yo...
–No diga nada, princesa– le interrumpió para parar a unos metros de ella –No es propio de la realeza disculparse o darle explicaciones a un súbdito ¿no le parece?
Amelia bufó con enfado –No me estoy disculpando– aclaró Amelia con una expresión de molestia –Ni tampoco planeó darle ningún tipo de excusa– dijo con elocuencia –Es más, Sir Sonic, asumo que este evento le ha de parecer de lo más fascinante.
Sonic vio con cierto asombro la frialdad del trato de ella hacia él. Él sabía el porqué de su decisión, y no podía culparla, pero tampoco significaba que lo hiciera feliz. Frunció el ceño molesto por la actitud, que a su parecer, no era justificada hacia él; al final de cuentas, ella era quien se estaba yendo con otro erizo.
–¿Por qué crees eso?– preguntó Sonic para cruzar sus brazos en señal de molestia.
–Es su gran oportunidad ¿no es así?
–¿Mi gran oportunidad?
–Claro, porque usted no desea estos sentimientos y daría lo que fuera para no tenerlos– reclamó –¿No fue eso lo que usted dijo a Sir Silver esta misma tarde?
La expresión molesta se desvaneció tan rápido como había llegado. Sonic la vio incrédulo ante sus palabras; ella los había escuchado hablar luego de que Silver apareciera en el corredor "...Daría lo que fuera para no sentir lo que siento"– recordó. Tragó pesado para desviar la mirada y así un suspiro robarle el aliento. Nunca había sido su intención que ella escuchara eso, él se encontraba muy confundido en ese momento, no estaba pensando claramente.
–Escuchaste– murmuró el erizo azul con una mirada culpable.
–Hmph– exclamó Amelia molesta –Tú siempre has sentido desagrado y odio por todos los que son como yo– acusó la princesa.
–¿Cómo tú?– repitió sin entender.
–De sangre real– aclaró molesta –Y enamorarte de una sería el peor de los infiernos ¿no es así?
–Espera, espera, espera– habló Sonic molesto –Yo nunca dije que...
–¡No importa!– interrumpió –La razón por la que darías lo que fuera para olvidar lo que pasó es porque soy alguien despreciable ante tus ojos– acusó Amelia intentando ahogar su llanto con una falsa molestia –¡Pues sabes algo, ya no tienes que sentirte así porque ahora me casaré y seré muy feliz con alguien quien sí valora lo que yo soy!
–¡Perfecto!– gritó molesto el erizo azul –¡Se su esposa si eso es lo que tanto quieres!
–¡Eso haré!
–¡Bien!– exclamó molesto. Sonic desvió su mirada mientras un nudo en la garganta parecía impedirle seguir hablando. –Bien– repitió en un suspiro –De igual manera... jamás me importó– habló dolido.
De nuevo las lágrimas traicioneras parecían acumularse en sus ojos para así cerrarlos con fuerza al escuchar sus hirientes palabras. Amelia no podía demostrarle el dolor que aquejaba en su corazón, pero él mismo lo había dicho, él no quería sentir lo que sentía, y de ser el caso ella jamás lo obligaría.
–Pues a mí tampoco– respondió dolida –Yo jamás podría estar con un simple ladrón de todas formas.
Ambos se vieron a los ojos en silencio con una mirada rencorosa y un corazón roto. Ninguno admitiría lo que realmente sentía, ninguno se retractaría de sus hirientes palabras, ya que de alguna manera, el resentimiento sería la mejor manera de olvidar para ambos lo que en aquel balcón se dio unas horas atrás.
–De ser el caso– habló con serenidad el erizo azul –Mañana nos retiraremos princesa.
–Perfecto– susurró con aquella expresión molesta aún –Diríjanse con Percival para entregar cualquier cosa que perteneciese al castillo– indicó Amelia para darle la espalda y empezar a caminar a la entrada que el Príncipe Scourge había tomado minutos atrás –Sus servicios ya no son más requeridos en mi castillo.
Después de aquella frase Amelia entró de nuevo al palacio para azotar la puerta una vez adentro.
De nuevo se quedó sólo en aquel inmenso jardín, escuchando el cantar de los grillos, quienes parecían entender su dolor y ser los únicos testigos del mismo.
En la noche, bajo la luna que se opacaba de tanto en tanto por las nubes que pasaban con el gélido viento, podía verse la realidad de lo que había querido ocultar con frases hirientes y sin sentido. Gotas diminutas que se congelaban antes de poder tocar el suelo para quebrarse como pequeños cristales al tocar el suelo; gotas saldas que serían su mayor secreto bajo aquella luna.
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