Vacío
Era libre, por fin.
¿Libre para qué?
Pensé que era una alucinación por el encierro involuntario al asomarme por la abertura al exterior, pero no: todo estaba cubierto por una especie de hierba larguirucha y torcida, parecida al romero, pero color rojo sangre.
Razoné que si Marte era un planeta rojo, era porque estaba cubierto de ésta cosa.
Perdí las esperanzas: si esas plantas habían tomado la Tierra sin resistencia, era obvio que los marcianos también.
Volví a ubicarme con el Sol, y comencé a caminar.
Pensando que seguramente ya no encontraría Londres, solo una interminable alfombra de ésta maldita hierba roja.
Había casas en ruinas por todos lados, y montones de cadáveres vacíos de sangre.
Lucían como las momias del museo de Historia Natural, aunque no llevaran muertos cientos de años, si no apenas unos días ó tal vez horas.
Corrí hacia una pared que se mantenía en pie, indicando la calle en que se encontraba con su letrerito intacto, como un ente invencible al que no había tocado la tragedia.
Seguramente ese letrero sobrevivirá cuando toda la raza humana se extinga.
Sus lindas letritas de molde me informaron que me encontraba en Wimbledon.
¡Tan solo había logrado llegar a Wimbledon!
Sentí que las lágrimas se agolpaban en mis ojos, estaban calientes, me picaron la piel al surcar mis mejillas sin lavar.
No tenía idea del tiempo que había pasado, ¡y apenas estaba en Wimbledon!
Observé la casa, dejando las lágrimas caer.
Parecía tener techo, se veía mucho más entera que el resto de las que había visto durante todo el camino.
¿Tal vez podría dormir ahí?
¿O sería un escondite demasiado obvio al verse tan entera?
Demonios, quería dormir. Si me llevaba un tentáculo o me aplastaba la pata de un trípode o me hacía cenizas un rayo calórico, ya me daba igual.
Seguramente nunca pasaría de Wimbledon de todos modos.
Entré y me tomó un par de segundos entender que había cometido un grave error: dentro de la casa había cosas, que parecían usarse.
Ropa con manchas frescas. Trastos sin limpiar sin humedad ni mucho menos alguna sustancia azulada. Una botella a la mitad, con su corcho bien acomodado esperando sin prisas que continuaran consumiéndola.
Alguien más había tenido la misma idea, y si estaba tan loco como el Vicario (o más), me esperaba atarme a otra temporada de pesadilla si no salía de ahí de inmediato.
¡Definitivamente prefería a los marcianos!
Me di la vuelta para salir, pero me detuve al escuchar el seguro de un arma desactivándose y un grito que me hizo levantar las manos en señal de rendición.
- ¡Alto ahí!
Mis brazos temblaron amenazando bajar, seguramente mi mente empezaba a jugar en mi contra.
Reconocía esa voz.
Reconocía ese tono de amenaza: automático, insensible, inhumano.
No tenía el valor de girarme. No quería que mis ojos me desengañaran, rompiéndome el corazón.
- ¿Richard? -pregunté, con un hilo de voz.
-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-
IIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiih... *chilla fangirlescamente hasta desinflarse*
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