El Vicario

¿Quién se había separado primero?


Trataba de ordenar en mi cabeza lo que acababa de suceder, mientras boqueaba buscando más aire. A gatas en el piso musgoso.


Los oídos me dolían y escuchaba por un filtro acuoso los cantos de las aves en medio del bosque; no me parecían alarmadas, el peligro había pasado. Pero seguramente decenas de ellas se habían quedado sin casa y ahora buscaban un nuevo hogar, con tantos árboles derribados por los trípodes.


"¡MALDITAS MÁQUINAS DEL INFIERNO!" exclamé en un grito que reconocí como primitivo: el miedo, la rabia, la confusión y la impotencia primigenias, saliendo de mi garganta con violencia.


Aún estaba mojada, había saltado al río que me arrastró lejos del peligro, llevándome a los propios: la corriente se volvía cada vez más fuerte, hasta que logré asirme de un tronco caído y salir del agua aferrada a él. Al mirar a mi alrededor y notar que no había señales de los trípodes, mi cuerpo reaccionó apagándose por el esfuerzo físico y emocional de haber huído.


Pero al saltar al agua ya no estaba con Richard.

¿En qué momento se me había perdido Richard?

¿O me le perdí yo a él?


No lo recordaba. Un nuevo miedo me inundó: ¿y si lo había visto morir y en un mecanismo de defensa, mi mente encontró el hecho tan horrible que decidió olvidarlo?


No podía estar muerto.

Dijo que iríamos juntos a Londres.

Dije que nos encontraríamos en Londres si nos separábamos.

Dijo que no nos separaríamos.


También dijo que si me lo pedía, corriera sin mirar atrás.

Miré atrás.

Vi a los trípodes atacar a los soldados, destruir los cañones, asesinar a los militares que trataban de defender y a las personas del pueblo que trataban de huír.


Recordaba todo eso.

¿Por qué no recordaba cuándo me separé de Richard?


Miré a mi alrededor. Estaba obscureciendo. El sol se pone hacia el Oeste. Londres está al Noreste de Horsell Common.

Me enderecé de frente al sol y separé los brazos en un ángulo que supuse marcaba el punto cardinal necesario; sin planteármelo más, empecé a caminar en esa dirección.


- Niña, ven aquí -escuché de pronto, al pasar frente a una vicaría derrumbada- . Ven aquí, pequeña, estarás a salvo.


Tras el sobresalto inicial por pasar una cantidad de tiempo que, al caminar con la única percepción de estar viva el poner un pie frente al otro, bien podrían haber sido cinco minutos, cinco horas, o cinco días; reconocí que me llamaban desde una puerta medio caída.


Reconocí el collarín blanco de un Vicario con la cara mugrienta, y los ojos perdidos.

Me quedé mirándolo por unos segundos, sin saber qué hacer, hasta que mis pies reclamaron estar cansados, y decidí hacerle caso.


- Buena niña, hija de Dios -el hombre me tomó de las manos y empecé a arrepentirme, no parecía amenazante, pero sí desesperado. Pocas cosas son más peligrosas que un hombre desesperado- . Esos demonios no lograron tocarte, por ser una protegida de los Cielos. Quédate aquí, en la casa de Nuestro Padre, hasta que vuelvan a su fuego eterno.


- Yo-yo-yo -balbuceé, tratando de entender-, lo siento, pero solo puedo quedarme a descansar y retomar el camino. Debo encontrar a un amigo, está solo contra esas cos-

- ¡Esos demonios -exclamó el Vicario, aterrado- ! ¡No son cosas, son demonios salidos del infierno! ¡Pero no te tocaron, mi niña! Vinieron a acabar con los pecadores, quédate aquí, en la casa de Dios. Si tu amigo es bueno, lo encontrarás en Londres cuando se hayan ido.


- Pero... pero yo... está solo, no quiero que-

- ¡Te quedarás aquí! -bramó, sacando de quién sabe dónde un cuchillo y empuñándolo hacia mi pecho.


Me alejé un paso antes de quedarme inmóvil con las manos en alto. Bonita situación en que me había metido: escapado de los trípodes para acabar con un sujeto al que se le habían freído los sesos.


- ¡Está bien, está bien! -repetí una y otra vez sin saber qué más decir, mientras me orillaba a bajar unas escaleras, indicando con los tonos de un rezo que estaríamos a salvo abajo.


Me contó más teorías sobre que los invasores eran demonios, simplemente asentí cada vez que me parecía prudente para no llevarle la contraria. Recordaba de catecismo que los demonios no tienen cuerpo, y no podía creer que todas las personas muertas lo estaban por un castigo divino.


(N/A no ahondemos más en ésto, per favore)


Nos sentamos a comer un poco de las viandas que tenía almacenadas en ese sótano frío, mientras pensaba que en algún momento se tenía que dormir y podría escapar.


De lo que tuve razón a medias. Se durmió cubriendo la única salida, y su sueño resultó tan liviano que si caía una pluma lo despertaba.

No me quedó más que esperar, asomándome por una pequeña abertura que daba al exterior de vez en cuando.


Un día, a una hora inidentificable, sólo descubrí que entraba buena luz, me despertó un grito.

El Vicario señalaba al exterior, y me asomé para ver, arrepintiéndome a los pocos segundos.


Una nueva máquina más pequeña, equipada con una jaula, cargaba dentro de la misma dos cuerpos. Una mujer en el suelo que parecía estar muerta y un hombre que gritaba de terror. Una especie de tentáculo metálico entró a la jaula, atravesando la carne del hombre, y a través del metal transparente pude ver que del cuerpo succionaba...


- ¡Sangre -gritó cortadamente mi inoportuno celador- ! ¡Se alimentan con sangre!

- ¡Shhhh -siseé desesperada, tratando de tomarle las manos para calmarlo- ! ¡Están muy cerca! ¡Escucharán sus gritos!

- ¡Demonios que se alimentan del efluvio que da la vida misma! -continuó, sin hacerme caso, con sus exclamaciones sin sentido; hasta que escuchamos un estruendo arriba. La puerta había terminado de ceder, y los pasos metálicos de una máquina se escucharon atravesar el edificio hacia la entrada del sótano.


- No, no, nooooo -susurré, tratando de sostener al Vicario que ahora gritaba amenazas de acabar con los demonios él mismo, caminando hacia la escalera.

La puerta hacia nuestro refugió se rompió con un estruendo, atravesada por un tentáculo mecánico.


Por un segundo pensé que podíamos escondernos y si no pasaba por la puerta, el tentáculo tal vez no era suficientemente largo. Pero el hombre se me escapó de las manos, corriendo con un desgarrador grito de batalla hacia el apéndice metálico, que abrió su punta como unas tenazas tomándolo por el torso y llevándoselo.


Yo había caído sentada, y me arrastré sin darle la espalda a la puerta hasta debajo de un tosco anaquel. Rogando porque el tentáculo no regresara.

No sé cuánto tiempo esperé, hasta entender que no lo haría. Había escuchado solamente a un humano, su tarea había concluído al llevárselo.

Era libre, por fin.

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Ajá... todo ésto estaba planeado para ser una fic corta, terminarla en una semana a lo mucho, pero me atoré y escribí y reescribí el ataque de los trípodes tanto, sin que quedara como quería, que me bloqueé y lo boté.

Al retomarla para tenerla terminada para una cadena de lectura, definitivamente me lo salté, como ya vieron.

Y el encuentro con el Vicario no era una prioridad para nada, así que simplemente lo adapté para pasarlo lo más rápido posible. Es a propósito que nunca se presenten y llamarlo todo el tiempo Vicario, para marcar la diferencia entre cómo se trataron con humanidad Imogen y Richard desde el principio, y acá no le importó al señor.

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