Verdades asumidas

Taehyung


Las manecillas del reloj avanzaban sin cesar a mi lado. Estaba posado sobre mi mesita de luz y me avisaba que eran las tres y veinte de la madrugada. Por mi parte, permanecía despierto, recostado sobre la cama matrimonial, víctima de este repentino insomnio que no hacía más que darme infinitos segundos para repasar sin cesar los recuerdos de mi trágico día.

Minnie emitía unos leves ronquiditos de vez en cuando contra mi pecho desnudo y hasta me atrevería a decir que comenzaba a babear. Ese pequeño... Fue un verdadero dolor de cabeza tener que darle evasivas durante la cena. No dejaba de preguntar sobre mi trabajo y la razón de por qué tenía cierto malestar. Me guardé lo mejor que pude la tremenda noticia, lo que me hizo sentir un pésimo esposo.

Nunca antes nos habíamos guardado secretos entre nosotros. La razón de peso, se basaba en que éramos una "pareja" de tres personas y que lo mejor era anteponer la sinceridad. No por estar casados, ser maduros y estar buscando un bebé, sino porque no valía la pena ser deshonestos. No era lo nuestro. Desde el primer día de nuestra relación poliamorosa, dejamos las cartas sobre la mesa, sin trucos, en beneficio de Jiminnie.

Era la primera vez que no iba corriendo a sus brazos para refugiarme, buscar su consuelo y consejo. Misteriosamente, mi pequeño esposito parecía tener las palabras justas para reconfortarme, tranquilizarme. Me gustaba recurrir a él. Pero no podía hacerlo ahora; el tema era delicado. No había manera de probar que el señor Choi fuera mi verdadero padre.

De acuerdo, la había. Aunque me negaba en rotundo a siquiera considerarlo.

Llevar el apellido Kim constituía una gran responsabilidad. Pasé el último tiempo posterior a mi adolescencia estudiando y capacitándome para ser el mejor, poniendo mi corazón tras cada examen en la universidad, con tal de revertir la forma en que mis padres me miraban: llenos de desaprobación hacia mis acciones pasadas. Incluso llegué a sentir que asomaba de vez en cuando la desconfianza de su parte. Les era extraño que alguien como yo hubiera cambiado de la noche a la mañana gracias a la compañía de Jimin y Jungkook.

Mi punto es que pasé largos años intentando hacer malabares para poder ser merecedor de mi apellido. Ansié ser el hijo perfecto que mis padres querían. Busqué ser como Seokjin, parecerme a él. ¿Y ahora me venía a dar de bruces con que mi apellido no era genuinamente mío?

El colmo del asunto radicaba en que el odio que papá tenía hacia mí, era fundamentado. Eso me estaba destruyendo por dentro.

Sin importar cuánto me esforzara, no sería suficiente. Para papá yo sería un extraño, hijo de una familia ajena. No tenía su misma sangre y prefería a Seokjin por sobre mí. Por eso mi hermano estaría por siempre en la cúspide, viéndome desde su altura como si no fuera más que un escarabajo interponiéndose en su vida. Si yo no hubiera aparecido, mamá y papá estarían encantados con su hijo legítimo.

Maldita sea.

Me removí lo suficiente como para apartar a Jimin de encima de mí, dejándolo con la cabeza recostada contra una de las almohadas.

Me hice con un jogging perdido que reposaba sobre una silla y me lo calcé, junto a las pantuflas. De seguro el pantalón era propiedad de Jungkook, como casi todo lo que andaba tirado por la casa. No me importó. Saqué una de mis camperas térmicas del interior del armario y tomé mi paquete de cigarrillos junto al encendedor, los cuales le hacían compañía a mi ruidoso reloj desde la punta contraria de la mesita de luz.

Abrí la puerta corrediza que daba al balcón y me asomé al frío invernal, cerrando detrás de mí.

De inmediato, un escalofrío recorrió mi columna vertical ante el cambio de temperatura. Dentro del dormitorio se estaba a gusto por la calefacción, mientras que afuera la naturaleza azotaba crudamente la tierra coreana con un clima que contemplaba temperaturas bajo cero.

Saqué un cigarrillo del paquete y lo llevé a mis labios, asomando la llamarada del encendedor para poder prenderlo. Le di una honda calada, recibiendo el humo espeso de lleno en mis pulmones.

El tabaquismo fue la única adicción de las que se me pegaron en la secundaria que para mi desgracia no pude erradicar. Intenté varias veces con parches de nicotina, chicles e incluso me compré un estúpido vaper. El resultado fue que terminé consumiendo un atado al día por dos semanas culpa de la ansiedad, hasta que Jimin me escondió las cajetillas con la amenaza de que al menos redujera la cantidad. Se lo prometí y lo cumplí. Sólo fumaba alrededor de cinco cigarrillos a la semana.

Giré varias veces mi ligero encendedor cromado de Jack Daniel's entre mis dedos, admirándolo como si no tuviera nada más que hacer que congelarme hasta el culo allí fuera.

–TaeTae.

Exhalé una bocanada de humo, dándome la vuelta para encontrarme con el dueño de la voz ronca adormilada.

Jimin estaba de pie en el interior de la habitación, contra el marco de la puerta corrediza, abrigado con nada más que la camisa que me saqué para dormir, abierta hasta la mitad del pecho. Me dejaba a la vista una tremenda porción de piel pálida en su tórax y otra increíble a sus delgados, aunque torneados muslos. Además, sus ojitos estaban hinchados, su cabello desordenado y lucía muy amodorrado. Precioso.

–Oh, lo siento bebé. ¿Te desperté? –inquirí, apagando el cigarrillo contra el muro del balcón y lanzándolo a una esquina del piso.

–No. Es sólo que la cama estaba fría sin ti. Vuelve adentro –puchereó. Minnie sabía que podía comprar lo que fuera con esos inocentes pucheros, así que se aprovechaba de su poder.

Obedecí de inmediato, absorto en esos labios rosados que sobresalían. Relamí los míos, ansioso por besarle.

Cerré la puerta al entrar y me quité la campera con facilidad, exhibiéndole mi torso, que recorrió con hambre en su mirada. No pudo verme por mucho porque me abalancé sobre su puchero, succionando su boca.

Él se apartó de inmediato.

–¡Tu nariz está fría! –gruñó adorablemente. Era un gatito enojón tan bonito. Me carcajee.

–Entonces te puedes imaginar cómo están de frías mis pelotas. Ven a calentármelas, bebé.

–¡Tae! –me golpeó un brazo con reproche en sus ojos y el calor subiendo a sus mejillas. Se avergonzaba horrores cuando yo le tomaba el pelo diciéndole cosas pervertidas.

–Bueno, puedes calentarme las manos –le alcé las cejas, sugerente.

Jimin retrocedió enseguida, negando con la cabeza.

Hice ademán de perseguirlo y él salió arando como una gacela en peligro, directo a esconderse entre las mantas de la cama y tapándose hasta la cabeza.

Por supuesto que fui hasta el colchón y me subí. Estiré los cobertores para hacer que saliera, pero era tarea imposible. Estaba enredado cual canelón. No había forma de que saliera de ahí. Él luchaba como un tigresito para mantenerse a resguardo de mis manos heladas.

Decidí cambiar la estrategia y me acosté encima de mi esposo. Literalmente puse mi cuerpo encima del suyo e hice presión para aplastarlo.

–¡Tata! No... puedo... resp... respirar... –se escuchó bajo el lío de mantas, entre medio de hondos jadeos.

–¿Te das por vencido? –sonreí, victorioso.

–¡Sí!

Me hice a un lado de inmediato, justo a tiempo para que Minnie se destapara con brusquedad y jadeara en busca de oxígeno.

–Eres un bruto –se quejó. –No se puede jugar contigo, Tae. Te abusas de los más pequeños.

–Bien que este bruto te gusta –me aproximé a él y deposité un sonoro beso en su sien. –Lo siento, Minnie.

–No me gustas. Y no te perdono nada.

–Ah... –suspiré decepcionado, llevándome una mano al corazón de forma teatral. –Qué afligido me siento. Mi gran amor no gusta de mí ni perdona mi accionar. Oh, mundo cruel, ya no deseo perpetuar este sufrimiento...

La risita adorable de mi bebé retumbó tras las cuatro paredes. El sonido era música para mis oídos.

–Eres un tonto –observó, con una sonrisa cautivadora estampada en su rostro. –Te amo así tontito y todo –se colgó de mi cuello y me besó.

Fue un beso dulce, sincero y lento, de esos que comunican mejor que con palabras lo que se está sintiendo, sin ningún tipo de connotación sexual. Dejé que explorara mi boca a su gusto, atacando con su lengua traviesa cada sector de ella. Le correspondí, pero no con tanto énfasis. Lo dejé liderar, permitiéndole hacer cuanto quisiera mientras acariciaba su cuerpo bien tapado bajo mi camisa.

–Será mejor que paremos. Mañana tenemos trabajo temprano –detuvo el beso con el ceño fruncido. Sus pómulos estaban acalorados y podía percibir su debate interno entre ir más allá u obedecer a sus propias palabras.

–Está bien. Hasta aquí.

Lo tomé de la cintura y nos acostamos de lado a la misma vez, mirándonos a la cara. Él llevó una de sus manitas a mis abdominales, siguiendo los contornos de mis tatuajes. Mantenía su expresión seria, concentrado en los dibujos impresos para siempre encima de mi cuerpo.

–Sé que hay algo que no me quieres decir.

–No es que no te quiera decir, bebé. Nada más que no he organizado mis pensamientos lo suficiente como para descubrir qué siento –confesé. Me era más sencillo enfocarme en otras cosas a mi alrededor para no tener que enfrentarme a la realidad.

–¿Por qué no lo sueltas y ya? Así tu corazón aliviaría su carga y tendrías a alguien que te apoye.

–Jimin –sujeté su mano que rozaba mi piel y fue mi turno para marcar los patrones de sus venas verdosas, aquellas únicas marcas que decoraban la palidez de su tez. –¿Cómo te sentirías si descubrieras que tu vida entera está basada en una mentira? ¿Qué pasaría si un día despiertas y te das cuenta que tu nombre no tiene peso alguno, porque no te pertenece? ¿Qué sentirías?

Sus ojitos relampaguearon con curiosidad, abiertos de par en par por mis preguntas. De seguro intentaba dilucidar a qué me refería con aquello.

–Pues... tal vez me sentiría un poco... ¿perdido? Sí, perdido. Un poco perdido al principio. Si lo pensara bien, me daría cuenta de que un nombre no me define. Park Jimin no engloba lo que soy. Es un conjunto de letras con las cuales se refieren a mí. Podría ser Ahn Jimin, Ming Jangmin, Dong Minji. No hay diferencia. Mi personalidad seguiría siendo la misma. Mi esencia no cambiaría. Sé que tanto tú como Jungkook seguirían queriéndome igual. Incluso podría no tener nombre y ustedes babearían por mí... –nos reímos al mismo tiempo. –Como ves, los nombres no son más que un recurso para llamarnos entre nosotros. No tiene mayor relevancia.

>>Y con respecto a lo primero que preguntaste, no sabría decirlo. Vengo de una familia pudiente, así que tuve cuanto quise al alcance de mi mano. Me dieron lo que deseara en bandeja de plata. Supongo que no estaría mal descubrir que soy pobre algún día –sonrió, encogiéndose de hombros. –A lo que voy es que aceptaría lo que me tocara vivir. Soy alguien que pone voluntad en lo que hace, que sigue adelante, que ansía cumplir sus metas. ¿Y qué si mi vida fuera una mentira? Al menos intentaría sacar partido de ello. Cualquiera sea. Siempre hay cosas positivas que sacar de las peores desgracias.

–Entiendo –dije, al cabo de unos largos segundos. Este enano era bastante sabio para su edad. No podía estar más orgulloso de tener a mi lado una personita tan inteligente y madura. –Gracias, Minnie. Me has aclarado algunas cosas –besé su manita, esa que sostenía.

–Espero que te haya servido.

–Claro que sí.

–Bueno, hasta aquí la charla existencial, cariño. Descansa.

–Descansa tú también.

Dio por zanjada la conversación al acurrucarse más entre los cobertores. Acercó nuestras manos unidas a su pecho y cerró los ojos.

Tomé una decisión esa noche: llamaría al señor Choi por la mañana.

Descubriría qué conexión había entre nosotros –si es que había una– y trataría de volverme más cercano a él.

Si el asunto de que era mi padre biológico resultaba ser verdad, podría empezar a recuperar el tiempo perdido. Incluso podría intentar ayudarlo de alguna manera, ahora que era un Kim con cierto poder en el bufete.

Podría ir poco a poco. Tantear el terreno.

Estaba asustado por lo que pudiera pasar y me sentía traicionado por la familia que me vio crecer. Sin embargo, tal como en el caso de la familia de Jimin, se aseguraron de que no me faltara nada. No me cabía ser desagradecido cuando gracias a un simple apellido podía tener acceso a una casa lujosa, un trabajo respetable y bien remunerado junto al placer de poder pagar cada gustillo que tuviera.

Expiré profundamente, poniendo a un Minnie roncolín a resguardo contra mí.

Lo único invariable, sería el amor que le profesaba a ese hombrecito. Era el más fuerte de los guerreros y mi angelito particular. Deseaba que algún día la vida retribuyera lo bueno que él había obrado en mí, que aliviara su enorme tristeza y le otorgara lo que tanto buscaba.

Un precioso bebé era el precio justo por las lágrimas que un ser de luz como Park Jimin había derramado. No estaba dispuesto a aceptar una oferta menor.

Tae aceptando sus fantasmas con la ayuda de Mimi. Soy lágrimas. 

No sé por qué cada vez que escribo un capítulo siento cosquillitas. La relación entre estos 3 personajes me tiene babeando. Es tan íntima... Me siento una extraña husmeando su vida y eso que soy quien escribe jajaja. Cosas raras de escritora, supongo.

Espero que anden bien, que estén aprobando sus exámenes y trabajos y que la vida les esté sonriendo. Yo he aprovechado para salir algunas veces al parque a caminar y la verdad se me está yendo un poco del pánico inicial de toda esta situación. 

-Neremet-

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