Park-Jeon-Kim
Jimin
Me encontré de pie en medio de esa habitación a oscuras que, a pesar de estar amueblada y pintada, se sentía desolada. Solía pasar mi tiempo ahí, a la espera de que la cuna vacía frente a mí se entibiara con el calor de un cuerpecito pequeño o que el sonido de un llanto desesperado en el medio de la fría noche reverberase contra las paredes color amarillo desvaído.
Sí, lo sabía. El amarillo era ambiguo. Casi tan ambiguo como mis posibilidades de convertirme en padre. Sin embargo, los tabiques fueron maquillados de esa tonalidad al desconocer el sexo que podría tener nuestro futuro retoño. Era la evidencia física de nuestra anticipación incontenible.
Abracé mi cuerpo con las manos, palpando la suavidad de la bata abrigando la debilidad de mi delgadez bajo ella. Me encerraba en ese espacio con el único fin de torturarme deliberadamente. Contemplaba cada rincón, imaginando vida en su interior. Algo que rompiera la silenciosa quietud que taladraba mis oídos, enervándome.
Mi corazón se rompió en más pedazos, cortantes e irreparables.
Hace seis meses perdí a mi bebé y desde entonces no puedo dejar de pensar qué hubiera pasado si mi embarazo no se hubiera interrumpido. Si su retumbante corazón no hubiera dejado de latir. Seguramente mi vientre sería hinchado y redondo. Como un melón recién cosechado. Y yo estaría rebosante de felicidad.
Mi vista se nubló de golpe y una lágrima gruesa y caliente se me escapó. Viajó a través de mis mejillas, que se recalentaron por el esfuerzo de contener un sollozo.
No quería pensar en ello. Dolía.
Era como si el destino me hubiera arrancado esa oportunidad. No era justo. ¿Se suponía que debía tomarlo como mi karma personal? Pero, ¿qué mal estaba pagando con exactitud, si me aseguré de obrar bien ante cada persona que se cruzó en mi camino?
Me limpié rápido el rostro con el dorso de la mano y sorbí por la nariz.
Alguien abrió la puerta del cuarto. Sabía quién era. Lo oí llegar, pero no quería verle, de modo que giré el rostro y miré hacia el exterior de la noche, donde una luna partida a la mitad se encargaba de bañar con destellos plateados la alfombra que pisaba con mis pies descalzos. Su luz se colaba a través del enorme vano vidriado, el cual ofrecía una vista envidiable a nuestro patio extenso, sembrado de viejos olmos. Era algo así como el beneficio de tenerlo todo y nada a la vez.
Sentí su presencia a mis espaldas. Jungkook me vería así, roto y lastimado. Odiaba con todo mi ser que su concepto de mí fuera el de un hombre débil. No solía ser esta clase de persona cuando lo conocí y me avergüenzo por haber cambiado tanto, al punto de dejar mis inseguridades a la vista.
Él apareció detrás de mí. Deslizó sus fuertes antebrazos sobre mi abdomen y se pegó a mi espalda. Pude sentir su torso musculoso a través de las capas de ropa que llevaba. Era mucho más ancho que yo, de modo que terminó por cubrirme. Apoyó su cabeza sobre mi hombro y le concedí el acceso a mi punto débil, ladeando mi rostro. Él inhaló con fuerza en un lateral de mi cuello, ahí al filo de mi mandíbula.
–Jiminnie –susurró de manera gutural contra mi piel, saludándome.
Su aliento abrasador me hizo cosquillas y sonreí un poco. Este hombre sabía cómo distraerme.
Mi cuerpo respondió a su toque conocido relajándose. Me permití enredar mis manos entre las suyas sobre mi regazo. Su palma era prácticamente el doble de grande que las mías y las refugió con un apretón cálido.
Lo rodeaba ese aroma "a hospital", como le decía. Una mezcla de químicos, desinfectante y... enfermedad. Sabía que ese no era su verdadero aroma y me molestaba un poco, aunque aceptaba que eso era lo que implicaba su trabajo como director del hospital general de Seúl.
Aparté mis manos y me di la vuelta en mi lugar, quedando de frente a él, que me sobrepasaba en altura por unos escasos cuatro centímetros. Lo observé detalladamente. En sus brillantes ojos castaños latía ese cariño especial e incondicional. El que se mantenía intacto a pesar de los años que llevábamos juntos.
–Me prometiste que no llorarías más –me recriminó con el ceño fruncido y los labios en una fina línea.
"Lo siento, amor", me limito a pensar. Había veces en que sonaba más sencillo decirlo que hacerlo. No se merecía tener que cargar con mis demonios. Y yo iba y lo arrastraba conmigo.
Pasé mis manos detrás de su nuca y acurruqué mi frente contra la base de su cuello. Él entendió que no deseaba un sermón. A veces me sorprendía el nivel de comunicación no verbal que alcanzábamos. Cerré los ojos, aspirando su esencia varonil escondida en ese punto que acariciaba mi nariz, mientras él frotaba mi espalda con dulzura.
Ese era mi Kookie. Olía como a hogar. Seguro y calmo. Pacífico y reconfortante. Era mi sostén y mi contención.
Nos quedamos así unos minutos, tan juntos como era posible. Él intentando rearmarme con su gesto y yo permitiéndoselo. Mi necesidad de tenerlo a mi lado para toda la eternidad era tanta que dolía.
–Minnie –volvió a llamarme. –Tengo algo para ti –esas eran sus palabras mágicas en nuestro código secreto.
Alcé el rostro para verle. Mis ojos refulgieron con interés no disimulado. Dejé a un lado mi pesar y él esbozó una sonrisa.
–Ahí estaba escondido mi pequeño. El "tengo algo para ti" siempre funciona.
–¿Entonces no es verdad? –no podía ser tan cruel este Jeon Jungkook. Una cosa así lanzada era sinónimo de guerra en mi mundo.
Me lancé a palpar desesperadamente sobre la tela de su bata blanca de hospital, buscando. Jungkook se rio. Su carcajada era contagiosa.
–Lo digo enserio, tontito –me dijo, sujetándome por las muñecas para que no pudiera continuar con mi revisión. Lo escondió en alguna parte lejos de mí y me estaba haciendo sufrir.
–Dámelo –le exigí.
–Después de la cena. Sino, no comerás.
–Un trocito tiquitito. Por favoooor –le lancé un puchero. Mis líneas con tono aniñado eran su talón de Aquiles. Me aprovecharía lo más que pudiera. –Vamos, Kook. No le contaré a Tae que me lo diste.
Puso los ojos en blanco y me soltó.
–Está bien. Quiero un beso a cambio –negoció. Asentí emocionado, cerrando el trato.
Tomé sus mejillas con las manos y lo atraje a mi nivel. Entrechoqué mis labios con los suyos con suavidad. Eran suaves y se sentían bien. Él enjauló mi cintura con una mano férrea y profundizó el beso, sereno e intenso. Le seguí el ritmo, mareado entre su intensidad y su dureza presionando mi centro.
–Te lo ganaste –aceptó, derrotado, cuando su boca me abandonó. Me extendió una barra de Snickers que arrebaté con rapidez de su mano.
Sonreí victorioso en su dirección y abrí el envase. Mordí la barra de chocolate. Su dulzura recorrió mis papilas gustativas, haciéndome babear. No por nada eran mis favoritos.
–No comas mucho, niño travieso.
Le saqué la lengua a modo de respuesta y escapé de su proximidad. Él no iba a decirme lo que tenía que hacer. Me comería esa barra, aunque después tuviera que tragarme un plato de verduras entero.
–Eres una criatura –negó Jungkook con la cabeza, aunque había diversión en su cara. –Ven, dámelo. Ya has comido suficiente.
–Me lo comeré todo.
–No, Minnie. Tienes que seguir tu dieta para reforzar tus bajas defensas. Tu último examen pide una buena comida a gritos.
Mastiqué más rápido y tomé bocados más grandes. Me gustaba provocarlo y él se prestaba al juego.
–Te vas a atorar –advirtió, persiguiéndome en el proceso.
Evadí sus brazos que buscaban encerrarme y en un instante de ventaja, corrí a la puerta. La abrí y me aventuré a salir huyendo por el pasillo a toda máquina.
Lo hubiera logrado, de no ser porque una mano tatuada salida de la nada me sujetó rápidamente a la altura del pecho.
–T-Tae –jadeé avergonzado por haber sido descubierto. –No te oí entrar.
Mi segundo, pero no menos importante esposo, Taehyung, me desintegró con la mirada. Su cabello largo hasta la altura de los hombros, caía desordenado sobre su cara morena. El color castaño de sus hebras contrastaba con sus fríos y desaprobatorios ojos grises, que se posaron en el último bocado de la barra de chocolate que aferraba con fuerza.
–¿Qué hablamos de los dulces antes de comer, bebé? –me regañó con voz grave.
Me mordí el labio inferior. Me sentí temeroso ante su presencia.
Y acalorado.
Muy acalorado.
Kim Taehyung era la tentación personificada. Supo ser el típico bad boy de colegio. Él cargaba un cuerpo menudo y trabajado lleno de tatuajes y no se molestaba en ocultarlos. Recuerdo que podías distinguir la tinta en el dorso de sus manos y asomando a través del cuello de su camisa del colegio. Justo como en ese momento, con la diferencia de que ahora usaba camisas y trajes caros pagados con los ingresos como jefe de piso que le generaba el gran bufete de abogados de su padre Jaechung.
Con un movimiento veloz, me quitó los últimos vestigios de Snickers de la mano y se los comió.
Me crucé de brazos, mirándolo con un deje de molestia.
–No seas llorón, Minnie –me tomó en brazos y levantó mi mandíbula con un dedo índice, buscando que lo mirara. Sonrió cuando lo hice y puedo jurar que era la sonrisa rectangular más bonita que existía en el mundo mundial. Lástima que el muy desgraciado se la reservaba mucho. –Mira, te manchaste con chocolate. Eres un descuidado.
Me sorprendió inclinándose sobre mí. Clavó sus ojos en la comisura derecha de mis labios y sacó la lengua para lamerme lenta y seductoramente. Mi respiración se cortó con su roce y mi corazón martilleó como loco al sentir su humedad y calidez. Mis manos volaron al frente de su ceñido saco oscuro, donde estrujé sus solapas con fuerza y deseo.
–Ya estás limpio, amor –se mofó, relamiéndose.
–TaeTae –lo llamé, necesitado. Las cosas no se quedarían así. Mínimo tenía que dejar un besito, ¿no? Por eso me puse de puntitas para reclamarle algo que me pertenecía y el malvado evitó mi envión corriendo la cara.
–¿Qué pasa, bebé? ¿Estás esperando algo más?
–Ya sabes lo que quiero, Taehyung. Si no me lo das, no habrá cena para ti. Aunque me ruegues.
Con eso no se podía hacer el vivo. Sus habilidades con la cocina eran nulas y dependía de Jungkook o de mí para comer. Constituía el defecto más grande –y tal vez único– de mi esposo.
–El que siempre termina rogando eres tú –murmuró contra mi oído, a un volumen bajo y tentador. –Y da la casualidad que bajo mis piernas, pidiendo por más.
Contuve una risa y lo golpeé en el pecho con el puño, no tan fuerte. Lo suficiente como para que sintiera mi descontento.
–No hay cena para ti hoy –decidí.
–Yo creo que Tae se merece más que una cena –opinó Jungkook, a nuestro lado, con las manos en los bolsillos de sus vaqueros. –Tu esposo es el nuevo director ejecutivo de "Kim & Cía. Abogados".
Grande y grata fue mi sorpresa. Por poco se me saltan los ojos de las cuencas.
–¡Felicidades, cariño! –me lancé a abrazarlo. Él me correspondió y sabía que estaría fulminando a Jungkookie con la mirada por haberse deschavado con una noticia que no le correspondía informar. –Es la mejor noticia del día. Me pone muy feliz. Sé que es algo que llevabas queriendo mucho tiempo.
Taehyung trabajó duro al lado de su padre luego de obtener su título de abogacía. Durante muchos años intentó redimirse por los malestares que le ocasionó a su familia por sus días oscuros de rebeldía. Y el hecho de que sus esfuerzos fueran recompensados con un puesto merecido, me hacía sentir orgulloso de él. Estaba al tanto de la desdicha y el rechazo que lo embargaban por no saberse un buen Kim, o creerse menos que su hermano mayor Seokjin, por su pasado problemático.
–Gracias, Minnie –se mostró reconfortado. –Por cierto, como dijo Jungkook, una cena no sería suficiente regalo de tu parte –me guiñó un ojo sugerente.
–Bien, eso ya se verá más tarde. La comida ya está lista y no quiero que se enfríe porque cuando ustedes dos empiezan... –me detuve al observar las miraditas que se echaban mis esposos entre sí.
Rayos.
Ya sabía lo que se venía.
–Dejen de echarse esas miradas. Estuve toda la tarde cocinando como un esclavo y ustedes pretenden que...
No me dejaron terminar.
Tae se lanzó sobre mí, me tomó por las caderas y me lanzó sobre sus hombros cual costal de papas como si no pesara nada. Me removí, buscando liberarme de su agarre antes de que las cosas se salieran de control.
Lastimosamente, era muy tarde.
–Tengo en mente unas ideas interesantes a modo de compensación –me avisó, pegándome una nalgada que me hizo gemir. –Vamos a ver cuánto estás dispuesto a gritar y rogar esta noche, bebé.
Me cargó hasta llegar a la habitación, secundado por Kook que me miraba con una sonrisa cómplice, apoyando al otro traidor. Al llegar a destino, Tae me depositó en la cama y me sujetó el cuerpo con sus piernas para que no me moviera, mientras se quitaba el traje y la corbata.
Jungkook no tardó en sumarse, ahora sin su bata reglamentaria del hospital, con la camisa abierta y cargando una sonrisa socarrona.
Mis dos sementales me tenían apresado, arrinconado. Estaban dispuestos a tomar todo cuanto quisieran de mí y yo les dejaría, con tal de seguir a su lado y mantenerlos conmigo hasta el fin de mis días.
–¿Y a ti por qué tendría que compensarte? –desafié a Kook, mordiéndome el labio al verlo subirse a la cama.
–Por poner un anillo en tu dedo puede ser una razón –contestó con voz ronca al llegar a mí, pasando la mano sobre mi vientre y soltando de un tirón el nudo de mi bata, que ocultaba mi desnudez. –También porque voy a joderte y correrme tan profundo dentro de ti, Minnie, que te llenaré lo suficiente como para que tengas a nuestro bebé.
Gemí quedo. Resultaba tan caliente que dijera esas cosas que me volvía un necesitado dependiente. Más todavía si acariciaba mis pezones con sus manos grandes y ásperas.
Estos dos hombres no eran ni mis amantes ni mis esposos. Eran mucho más que eso. Se convirtieron en mis almas gemelas, especialmente diseñadas para complementarse a mi alma. Ellos eran yo y yo era ellos. Por siempre y hasta siempre. Una unidad indivisible e inquebrantable. El amor más puro jamás creado.
–Los deseo... demasiado –susurré, entre el mar de sensaciones que me generaban. Tenía la erección de Taehyung moviéndose con brusquedad sobre mi intimidad, que comenzaba a sentir cómo se hinchaba por el roce con la suavidad del satén de mi bata. La boca de Jungkook viajó directo a mi pecho, donde besó y estimuló mis pezones con su lengua experta.
–Prepárate, Minnie. Te haremos tocar el cielo esta noche –gruñó Tae, desabrochándose los pantalones, mirándome como si quisiera devorar cada centímetro de mí.
Sentí un estremecimiento recorrerme entero porla anticipación. Cuando mi esposo prometía algo, lo cumplía.
Buenas, como están?
Sé que me he demorado horrores en actualizar esta historia. He hecho algunos cambios así que esa es la razón, básicamente.
Sé que es el primer capítulo como para encariñarme, pero es que esta familia me tiene loca. ¡Ya los estoy amando a los tres! Y son tan intensos...
Espero que puedan quererlos tanto como yo <3
Eso es todo. Trataré de no colgarme tanto con las actualizaciones. Promesa de dedín.
-Neremet-
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