Luz en la oscuridad
Taehyung
Frente a mi nuevo escritorio, di una vuelta de trescientos sesenta grados en mi silla. Me habían dado mi propia oficina. Se sentía ameno y reparador poder disponer de un espacio sólo para ti, sin tener que compartir un cubículo de dos por dos sólo iluminado artificialmente. Ahora tenía mi propio ventanal con vistas. Era increíble.
El portarretrato de mi boda con Jiminnie y Jungkook centelleó sobre mi mesa de nogal. Tanto Kook como yo vestíamos trajes oscuros, parados a los costados de nuestro bebé rubio, que destacaba con su impoluto traje blanco como el novio más hermoso del mundo. Tomé la foto con una mano y no pude evitar sonreír al pensar en cuánto había cambiado mi vida desde que conocí a esos dos. Les debía muchísimo.
Era feliz, pleno. Podía decir que al fin tenía todo aquello que soñé: el esposo perfecto, un mejor amigo increíble, un hogar, la aprobación de mi padre y el trabajo por el que tanto me sacrifiqué.
Tener finalmente el puesto de director en su empresa era un logro que no creí que fuera posible. Es que, con su carácter de mierda y los malos tratos que me dio durante mi crecimiento, no sé qué cable se le habrá cruzado para confiar en mí y cederme este puesto.
Tampoco quería victimizarme al decir que era el hijo perfecto y que él me odiaba sin razón. Siendo más joven, tomé malas decisiones. Lo acepto. El que haya sido un adolescente tonto y hormonal no era excusa para hacerle pasar a mis padres una época difícil. Recurrí a los excesos y me metí en más problemas de los que puedo recordar. Esas cosas se convirtieron en mi ancla. Vivía para hacerme daño y me gustaba jugar a la víctima.
Cuando mi familia decidió mudarse de Daegu a Seúl por negocios, me cambiaron la vida. Empecé a mis diecisiete años en un colegio secundario nuevo. Privado, por supuesto. El hijo de un Kim tenía que tener una buena educación, así que me inscribieron en el mejor de la ciudad, sin siquiera consultarme.
Terminé siendo el chico nuevo en un ambiente ajeno. Me trataban de raro y me hicieron a un lado porque, al cambiarme con el año empezado, la desventaja con la que me encontré fue que las amistades estaban formadas y yo era un extraño invadiendo el aula. Esa connotación no tardó en convertirse en la de "chico problema", ya que me resultó fácil volverme un buscapleitos que quería la emoción de los problemas, con tal de darle varios disgustos a mis padres.
Mis notas impecables en Daegu se fueron a pique en mi nuevo colegio. Mi actitud se volvió agresiva y obtuve varios llamados de atención por parte de la dirección estudiantil. La expulsión era mi meta, para sacar de quicio a papá por fastidiarme con este cambio. Nunca la obtuve porque él no hacía más que desembolsillar fajos de billetes sobre el escritorio de la directora con tal de que me dejara seguir "estudiando" allí.
Me mantuve así de descontrolado durante un mes entero.
Al cabo de este, me percaté de que mi actitud le llamó la atención a un pequeño niño rubio que iba a dos cursos por debajo del mío. Notaba sus ojitos posados en mi persona durante los recreos o en la cafetería. Él siempre era secundado por un chico que iba a mi aula, el cual destacaba por tener notas brillantes y un atractivo por el que todas las chicas suspiraban. Incluso los profesores lo adoraban.
El chiquillo rubio un día tomó coraje y se presentó ante mí. Verlo de cerca era como ver el fuego por primera vez. Luminoso, cálido y llamativo. Sus rasgos eran cautivantes. Estaba claro por qué era considerado uno de los más populares junto al grandulón que parecía su sombra.
A pesar de que Jimin se mostró atencioso conmigo y me agradaba, acercar la mano a él suponía arder hasta las cenizas. Su perrito guardián, Jungkook, era capaz de arrancarme la mano. Pero, aunque a Jungkook le diera por los huevos, Jimin estaba encantado conmigo, a tal punto que me tomó como su proyecto de recuperación personal.
Al inicio, evadí sus intenciones lo mejor que pude. No deseaba modificar mi conducta ni mejorar mi situación. Ser considerado uno de los peores en el colegio me generaba una reputación importante a la hora de conseguir ligues.
Días después de que Jimin me hablara por primera vez, se notó un cambio en el patrón de comportamiento de Jungkook con respecto al rubio y yo. No sé qué clase de tregua acordaron entre ellos; lo cierto era que tenía al enano detrás de mis calzones prácticamente todo el día. Jungkook lo seguía a la distancia, lo controlaba con la mirada para que yo no le hiciera nada estúpido y el pequeño mientras me seguía buscando para darme conversación.
Una temporada, las cosas en casa se pusieron bastante mal. Mis notas y mis inasistencias a las clases –solía quedarme escondido bajo las gradas de las canchas de entrenamiento del patio para no entrar y poder fumarme un cigarrillo–, hicieron que mi padre montara en cólera. Se molestó muchísimo conmigo y yo me enojé con él. Estaba claro que no era un favorito de su estima desde que era un niño, por más que me esforzara en ser el mejor, como Seokjin. Mi hermano acostumbraba llevarse los laureles que me correspondían.
Recuerdo cuánto deseaba morirme en esa época. Me volví mucho más autodestructivo que antes, rodeándome de malas compañías e ingiriendo cosas que no le hacían ningún bien a mi cuerpo. Empecé a consumir drogas: cocaína, éxtasis, marihuana. Las mezclaba con alcohol. Era un desastre. Mi carácter empeoró dentro del colegio y estaba fuera de control. Así y todo, Jimin no se despegó de mí.
Fue en un momento de debilidad y miedo cuando finalmente lo acepté, lo dejé entrar.
Me encontraba una noche en un antro, rodeado de pésimas personas. No recuerdo qué fue lo que consumí, la cuestión fue que mi cuerpo no se sentía en óptimas condiciones. De alguna forma llegué hasta mi casa. Mis padres se habían tomado un fin de semana libre de las obligaciones de la empresa para viajar en un crucero y Seokjin estaba viviendo en el campus de su universidad. Estaba solo y ciertas ideas nefastas me acorralaron, tal vez como consecuencia de estar volviéndome un adicto. Las marcas sanguinolentas en mis muñecas eran evidencia de mi malestar mental. Cortarme no mitigaba mi dolor. Ahogarme en alcohol tampoco. Ni siquiera el éxtasis era suficiente para llenarme de euforia.
Llegué a la conclusión de que no me sentía vivo. Mi existencia era fría y vacía. Triste. Mis sentimientos habían vivido demasiado tiempo a la deriva y nadie se preocupaba por mí, por mi estado. Empeoraba cada día más y me hundía en una espiral de decadencia.
Una de las armas de mi padre pesó sobre mis manos. El muy tonto no cerraba los cajones de su estudio con llave. No me fue muy difícil conseguir algo que pudiera sacarme de mi martirio. Lo difícil radicaba en que tenía miedo, y las lágrimas de indecisión y cobardía salpicaron sobre la pistola que aferraba. La salida estaba frente a mí y yo estaba aterrado de tomarla.
Mi celular vibró en el bolsillo de mis vaqueros. De pronto, vi la llamada de Jimin como una tabla de salvación. Mi voz salió en un susurro al pedirle que viniera. Él se escuchó confuso y preocupado, pero accedió a venir a mi casa de inmediato. Los efectos de lo que me nublaba la razón iban desapareciendo y la depresión fulminante de la abstinencia no tardaría en abrazarme. Rogaba que el enano llegara a tiempo.
Su auto de Barbie, todo limpio y resplandeciente, se estacionó en la entrada de mi casa. Vi a través de la ventanilla su expresión de horror al fijarse en el arma con la que jugueteaba, sentado en el porche. Bajó corriendo, cerrando de un portazo. Estaba solo. El perro gruñón no venía con él.
El enano se lanzó a mis brazos, con sus preciosos ojos llorosos y sus mejillas coloreadas. Me apretó tan fuerte a la altura de las costillas que llegué a creer que en realidad llamé a mi ángel de la muerte, que venía a asfixiarme hasta perecer.
Me quitó el arma y me pidió que lo lleve dentro. Le tomé de la mano y lo guié al interior de mi lujosa vivienda. Él dejó la pistola en un lugar seguro, controlando antes que estuviera asegurada. Luego, se encargó de consolarme cuando nos instalamos en el sofá más grande del living.
Sentado sobre mis piernas, no dejó de recolectar mis lágrimas y besar mis cicatrices, mimó mi maltrecho corazón falto de amor y descongeló las capas que tras largos años me mantuvieron frío y distante.
Esa noche salvó mi vida, sin interesarle que un mensaje mío estando drogado lo hubiera despertado a las tres de la mañana. Reemplazó mi dolor y amargura por afecto y pasión. Fue el primero en enseñarme lo que era hacer el amor, y los follones que solía tener con desconocidos perdieron sentido. Su piel suave, su aroma dulce, sus calurosos besos húmedos, su interior abrazando mi grosor. Me absorbió por completo. Jimin era asombroso. En todos los niveles. No lo dejaría irse de mi lado.
Mitad de año llegó con rapidez. Él y yo nos volvimos cercanos. Indispensables uno para el otro. Una vez que me dejó probar su cuerpo, no hubo marcha atrás para mí. Caí en picada, obsesionado y encantado con la manera en que me hacía el amor. Sé que éramos jóvenes y que cualquiera podría decir "qué saben estos de lo que significa el amor", pero puedo jurar que en cada ocasión en que nos uníamos, se volvía algo trascendental y maravilloso. La forma en que nuestros cuerpos se pegaban, cada suspiro escapando de sus labios, su sabor glorioso, la mirada entregada en sus ojos... Él era mi paraíso.
El único problema era alguien que no estaba muy feliz con eso: Jungkook. Lo seguía como si fuera un sabueso tras su presa. No me enfrentaba ni yo a él. Sabía que estábamos compartiendo a Jimin, lo que lo volvía una situación incómoda, más ninguno se proclamaba en contra de lo que pasaba.
Pero yo no quería continuar así.
Antes del receso de invierno, le di un ultimátum a mi rubio. Le pedí que eligiera, que no siguiera jugando con Jungkook y conmigo. Lo quería completo para mí. Se volvió mi eje central, mi nueva adicción y no estaba dispuesto a compartirlo.
Nos separamos durante esas vacaciones. Vivir todo ese tiempo sin él fue una de las cosas más duras para mí, ya que me había acostumbrado a su presencia. El no poder tenerlo pegado a mí ni sentir su calor devolviéndome los ánimos para continuar me generó ansiedad constante. Decidí que, si él no me quería como su compañero de ruta, renunciaría a mi existencia. Jimin me hacía feliz. Vivía por y para él. Sin su presencia, no tenía sentido transitar mi camino.
A pedido de mi rubio, nos encontramos una tarde en su cafetería favorita. Las clases estaban próximas a empezar en dos días. Me sentí devastado al notar que el gruñón estaba con él. De pie en la vereda, vi cómo se veían y reían juntos. Mi corazón se estrujó en mi pecho. Jimin era feliz con ese azabache y yo no necesitaba que el rechazo saliera de sus palabras. No lo soportaría. Si Jungkook lo hacía feliz, no era justo que interfiriera.
Iba a retirarme del lugar, cabizbajo, hasta que lo escuché llamando mi nombre. Sentí sus diminutas manitas sujetando mi antebrazo. Me arrastró al interior con una endemoniada sonrisa que le hacía achinar sus preciosos ojos y me dedicó un beso fugaz en la comisura de mis labios. Por supuesto que eso me hechizó lo suficiente como para que me sentara frente a ellos en el reservado que compartían.
Lo que siguió, fue la confesión de amor de Jimin. Hacia los dos. Nos dijo que estaba tan enamorado de nosotros, que no consideraba justo optar por uno. Alegaba que ambos lo complementábamos, cada uno de forma distinta. También dijo que éramos indispensables en su vida y nos rogó que acepáramos hacerlo feliz, que a cambio él encontraría la forma de que funcionáramos los tres a la vez.
Me enfoqué en Jungkook. Me miró, pensativo y aceptó a la propuesta de Jimin. Así sin más, como si su novio le hubiera pedido que le compre caramelos.
Me quedé de piedra viéndolo. ¿De verdad aceptaba hacer lo que él quería? Era un diamante en bruto ¿y pensaba compartirlo? Fuera de eso, lo más importante era: ¿podría aceptar yo semejante cosa?
Por supuesto que lo hice. Jimin fue bastante convincente en la parte trasera de la cafetería. Al cabo de darnos una docena de besos apasionados mientras dejábamos a Jungkook esperando por nuestros pedidos, mi rubio logró sacarme una afirmativa. ¡Vaya que fue convincente!
Bueno, lo que le siguió fueron un par de años de discusiones, llantos y algún que otro golpe que resultó en un internado en el hospital –pobre Jungkook–. Tras un arduo proceso, conseguimos hacerlo funcionar de alguna forma. Pudimos complementarnos a la perfección.
Sonreí, dejando sobre mi escritorio el portarretrato. No sé qué haría sin esos dos.
Escuché dos golpes en mi puerta. Concedí mi permiso con un sonoro "adelante" y mi recién adquirida secretaria me dijo que había alguien que quería verme.
–Hazlo pasar –le pedí.
Era hora de volver al presente y al trabajo. Sino mi padre podría patearme con gusto el trasero hasta desfallecer.
Prometo que se van a caer de cola cuando se enteren de quién fue a ver a Taehyung ahí al final del cap. jajaja.
Después de mi demorón, espero que esto les haya aclarado algunas cosas. Juro que me enamoré de este Taehyung, no sé si por la penita sobre lo que transitó durante su vida o qué, pero estoy re enamorada 😍
Les mando besitos virtuales. Continúen cuidándose como siempre. Ya lograremos salir de esto pronto 💕
-Neremet-
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