Enfrentamiento
Jungkook
Ocho... Nueve... ¡DIEZ!
Arrojé al suelo sin cuidado las dos mancuernas con las que estaba entrenando, haciendo bíceps. Una de ellas ocasionó una muesca en el piso de cemento alisado y la otra terminó rodando por ahí.
Tendría que hacerme nota mental para mandar a reparar mi descuido, junto a los otros cinco o seis que había por ahí, ya que no era precisamente cuidadoso cuando se trataba de pesas y discos en un espacio que era para hacer ejercicio.
Tomé la toalla de mano que dejé con anterioridad sobre el banco regulable y me sequé el sudor de la cara y el cuello con él. Agradecía haberme quedado sólo con los pantalones deportivos, así el frío del ambiente me ayudaba a estabilizar mi temperatura, de por sí acalorada.
Aproveché para hidratarme, tomando un poco de agua del dispensador, ubicado cerca de las estrechas ventanas y desde las cuales tenía una vista increíble del patio de nuestra propiedad.
Habíamos comprado la casa luego de casarnos porque la consideramos ideal para el momento en que tuviéramos niños. Sería una hermosa experiencia poder ver a nuestros hijos crecer en ella, correteando por el césped u ocultándose entre la sombra de los viejos y robustos olmos. Incluso tenía grandes dimensiones y era bastante funcional, con muchos cuartos disponibles.
Al menos, esa fue la idea a la hora de firmar el contrato de compra. ¿Quién diría que ese sueño sería tan complicado de lograr y que sufriríamos tanto en el proceso?
Jiminnie había sido el más afectado de nosotros. Aunque la pérdida de su primer embarazo nos sumió en un profundo dolor a Taehyung y a mí, a Minnie lo destruyó.
Una cosa era que él tuviera problemas de concepción, pero algo muy distinto era lograrlo y que esa ilusión de poder formar una familia se te fuera arrebatada de buenas a primeras. No podría haber nada tan cruel que castigarlo de esa forma. Él no lo merecía. No lo merecíamos.
De más está decir que esa época fue muy dura para mi pequeño. Físicamente, su cuerpo estuvo bien en poco tiempo, aunque su estado mental no alcanzó a recuperarse del todo. Y, como buen testarudo que era, prefería hundirse en la tristeza de su pérdida a solas, sin que Taehyung o yo estuviéramos para alivianar su carga de alguna manera.
Se avergonzaba de su "debilidad" si lo encontrábamos justo en medio de una llantina silenciosa o había días en que se encerraba bajo llave en la habitación del bebé y no salía hasta pasadas unas horas, con el rostro sonriente en una mueca falsa, como si no hubiera pasado nada. Siendo su esposo, su mejor amigo y compañero de ruta, ¿cómo podía hacer la vista gorda ante eso?
Yo también me lamentaba por el fallecimiento de nuestro hijo. Fue un golpe para mí también, para mi orgullo de hombre. ¿Qué les decíamos a nuestras familias, que esperaban la consolidación de nuestro matrimonio, que fantaseaban con un nieto, un sobrino, un primo? ¿Con qué cara debíamos admitir nuestra derrota, delante de nuestros amigos que, por su mala suerte o por elección, trajeron a sus propios primogénitos al mundo? Al no poder perpetuar la vida de lo que más amaría en este mundo, ¿cómo ponía la cara frente a mis compañeros de trabajo, mis empleados y mis superiores, luego de fallar en mi labor más importante, que era justamente la de salvar vidas?
No había palabras que explicaran lo derrotado que a veces me hacía sentir.
Era como depositar tu confianza en un juego de casino.
Ahí íbamos nosotros juntando nuestro dinero todos los meses, administrándolo de manera sabia, de forma tal que concibamos una mayor fortuna a base del azar. Íbamos y lo lanzábamos todo delante de un crupier, sin miramientos. No estábamos ni remotamente cerca de recolectar algo, pero teníamos nuestros sueños genuinos depositados en un par de fichas y dependíamos de una buena mano para ganar y poder irnos a casa con un premio gordo.
Así, durante años, vimos cómo nuestros esfuerzos fueron minados, vaciados. Nos mintieron una y otra vez en esas clínicas de fertilidad, bajo estúpidas promesas infundadas y estudios biológicos mediocres. En ellas "invertimos" para asegurarnos un resultado que nos cambiara la vida.
Y vaya que nos la cambió.
La cosa con mi pequeño Minnie era que quería lucirse como un ser fuerte y duro, que podía contra lo que se interpusiera en el camino. Sin embargo, no era más que una joven luz que iba perdiendo su brillo, pues, a medida que los tratamientos no mostraban buenos resultados, él iba rindiéndose cada día un poquito más.
Me costaba ser partícipe de cómo su mirada perdía ese brillo característico, lleno de esperanza en un principio, para dejar paso a la desoladora aceptación de los hechos y a la carencia de emoción tras cada resultado negativo en sus exámenes de sangre.
Retirando una lágrima que resbaló por mi cara, me enfoqué en la forma en que los árboles de afuera tamizaban la luz solar que llegaba hasta el interior del silencioso sótano. Tenía que abandonar esos pensamientos negativos si no quería andar de malas, enfurecido con el mundo.
Consideraba a la vida un ciclo de oportunidades y esperaba que nuestro infortunio se invirtiera pronto.
Mi hora diaria de ejercicio matutino finalizó. Como era bastante temprano, supuse que tendría tiempo de tomar una ducha y tal vez preparar el desayuno para mis chicos.
Me encaminé al baño, donde me quité los pantalones y me deshice del sudor gracias a la lluvia cálida en el interior de las mamparas. Aproveché para afeitarme, ya que me gustaba mantener mi aspecto pulcro y limpio de vellos. En parte, también era para Minnie. Él disfrutaba con el tacto suave y me regalaba muchos más besos al estar satisfecho. Sería un punto a mi favor.
Anudé una toalla en mi cintura y salí al pasillo, pensando en cambiarme, hasta que me detuve a medio camino. La puerta que daba al cuartito amarillo para el bebé estaba entreabierta y parecía llamarme.
La empujé y entré.
No había estado allí dentro desde la última vez que encontré a Jiminnie llorando, hacía más de una semana.
Por su ubicación en la casa, era una de las habitaciones más iluminadas. Las superficies pintadas le dotaban de una sensación alegre. Eso, junto a los juguetes, peluches y demás implementos para niños que compramos, lo volvía un lugar ideal para la crianza.
Deslicé mis yemas a lo largo de la cuna blanca de madera, la que compré hacía exactamente tres años. Pude admirar la pasividad que reinaba a mi alrededor y cómo me habría gustado que las cosas se dieran de diferente modo.
En parte me culpaba por el aborto de Jimin, por no haber prestado más atención y por no haberlo cuidado como debería. Me pregunté una y mil veces si controlar su gestación con mayor detenimiento habría modificado el resultado. De ser así, lo hubiera llevado al hospital a tiempo y nuestro bebé estaría a salvo.
–No es tu culpa.
Su voz me susurró desde atrás.
Lo sentí apoyar una mejilla contra mi espalda desnuda, mientras se abrazaba a mi torso.
–Sin importar cuántas veces le des vueltas, estaba destinado a ser así –puntualizó Jimin.
Me di la vuelta y me enfrenté a esos ojos verdes suyos, serios y compungidos. Perfilé el perímetro de su barbilla con ambas manos, como tratando de convencerme a mí mismo de que la exquisita belleza de mi esposo era real, porque la palabra perfección le se le quedaba corta.
Pasé el pulgar por sus abultados labios, empapados en lo que se olía como manteca de cacao. Hice fuerza con la yema para que entreabriera su labio inferior, lo suficiente como para poder inclinarme y pasar mi lengua por su contorno, extasiándome con su sabor y su aliento.
Hicimos uso de nuestra más significativa forma de comunicación: los besos dulces, nuestras lenguas enredándose tímidamente entre sí, nuestra proximidad, el tacto de nuestros cuerpos. Habíamos desarrollado nuestro propio lenguaje sin palabras y recurríamos a él cada vez que nos costaba verbalizar nuestros sentimientos.
–Espero poder compensártelo algún día, mi niño –suspiré al terminar el beso, embriagado por su proximidad.
–No hay nada que compensar. Estamos juntos y es todo lo que importa, Kookie.
Él tenía razón, para variar. Lo más valioso era tenernos el uno al otro, poder disfrutar de la experiencia de estar enamorados y unidos.
–Tengo que ir al trabajo –me apartó con suavidad, deteniéndome con una de sus arrebatadoras sonrisas que conseguían que el mundo dejara de girar a mi alrededor.
Entonces reparé en lo bien que lucía con su cabello castaño acomodado bien prolijo y su maquillaje neutro resaltando sus seductores ojos rasgados. Llevaba un suéter con cuello de tortuga en un tono mostaza, bien ceñido a su cuerpo delgado, con una campera de cuero encima. Tenía uno de esos vaqueros oscuros que me ponían a salivar y que resaltaban sus piernas musculosas junto a su redondeado par de nalgas. Supo combinar todo su conjunto con unas estilizadas botas de tacón negras.
Ay, Minnie. A este ritmo, mi corazón no sería capaz de llegar a los cincuenta, y eso que recién tenía treinta.
–¿Tan temprano? –fruncí el ceño y ladeé la cabeza. –Es medio sospechoso que te vayas antes que yo. Siempre sales casi a la misma hora que Tae.
–Tengo que pasar a encontrarme con mi amante en un motel –me sacó la lengua, mofándose.
–¿Tienes dos esposos en casa y te queda energía para un amante? –me reí. –¿Acaso tengo que follarte más veces para dejarte satisfecho?
–Ja Ja. Muy gracioso, Jeon –se cruzó de brazos, llegando a la altura de la puerta. –Es que tengo que encontrarme con Jung. Dijo que más tarde tiene entrenamiento y que no podría hacer la sesión que teníamos programada para hoy si no era un poco antes.
Jung. Ya veo. El jugadorcillo de fútbol ese.
–Ah, irás con el manoseador –me carcajeé.
Como nos contamos absolutamente todo, me confió lo del tal Hoseok, incluyendo algunas anécdotas sobre las veces que se propasaba con él. Preferí tomarlo con humor. Estaba seguro de que mi Minnie sabría cómo manejar la situación y porque, siendo sinceros, ¿quién no estaría muerto por Jeon-Kim Jimin?
–No le digas así. Tiene un problema –gruñó, haciendo una mueca que buscaba ser temeraria, aunque lo hacía lucir como un nene de cinco años.
–Por supuesto.
–Y más te vale que te seques ese pelín mojado antes de ir al trabajo –señaló mi cabello desordenado y humedecido.
–Puedes secármelo tú, niño bonito.
–Estás grande, lo puedes hacer solo, amor.
–Me gusta cuando me lo secas tú –le dediqué un horrendo puchero, que nada tenía que envidiarle a los suyos.
–Kook –se puso serio de pronto, como evaluando algo, hasta que lo soltó: –¿Me harías el favor de hablar con Tae? Ha estado un poco distraído y callado en estos días y no se está abriendo conmigo. Además, llega tarde a casa sin avisar. Tengo miedo de que esté volviendo a consumir esas cosas que se metía en secundaria y se esté escondiendo de nosotros.
–¿Drogas? No lo creo, cariño.
–Bueno, porfis háblale, Kookie. Puede ser que a ti te haga caso y te cuente qué está pasando.
–De acuerdo, Minnie. Le preguntaré.
–Mmm... ¡gracias! –me lanzó un beso volador antes de desaparecer a través del umbral.
***
Antes de darme cuenta, había avanzado hasta nuestro dormitorio. Repantigado en medio de la cama, yacía un Taehyung enredado entre las mantas, babeando sobre la almohada y roncando como si fuera un maldito oso grizzly casi a punto de tirar abajo las paredes. Nunca entenderé qué el vio Jimin a semejante energúmeno.
Encendí la luz, que le pegó de lleno en los ojos perturbadoramente semi-abiertos. Gruñó enojado, resguardándose de la claridad asesina de córneas con su almohada babeada.
–Tae, levántate. Tenemos que hablar –puse los ojos en blanco, llegando hasta la cama y sentándome en el borde. No tenía mucho tiempo para conversar ya que mi turno empezaría en unos minutos y tenía que atravesar la autopista para llegar al hospital, con el tráfico extenuante de la hora pico.
–Deja de romper las bolas, Jungkook. Todavía me queda tiempo.
–Es sobre Jimin.
Como si fueran palabras mágicas, conseguí que se incorporara de inmediato. Se limpió los ojos y bostezó mientras se recostaba contra el respaldo de madera.
–¿Qué pasa con el enano? –inquirió con voz ronca y aparentemente irritado.
–Está preocupado por ti. Dice que andas medio raro desde hace unos días y como no estás hablando con él, cree que has vuelto a consumir.
Sus ojos grises se agrandaron ante lo último, como si le hubiera dicho algo descabellado e imposible. Negó con la cabeza, entretanto se rascaba la cabeza.
–¿Me vas a decir qué pasa, Taehyung?
–Dios, qué insoportables son los dos –hizo a un lado las mantas y se puso en pie, saliendo de la cama. Lucía sólo sus bóxers puestos y noté la tensión en su cuerpo. Se estaba poniendo a la defensiva. –No está pasando jodidamente nada. Dejen de complotarse en ver cosas que no son. Estoy hasta el cuello de trabajo y no me da el humor a veces para andar moviéndoles la cola.
–¿Es sólo trabajo entonces? ¿Puedo confiar en ti? Mira que nos comprometimos a no lastimar a Minnie. Si esto que estás haciendo lo está preocupando, puede alterar su ciclo hormonal. Si no quieres seguir con esto...
Me desafió con una mirada gélida, llegando hasta mi posición para plantarme cara. Estaba enfadado. Mucho.
Conocía ese lado de él. Lo había visto antes cuando íbamos al colegio y conseguía ponerme los pelos de punta. Se transformaba en Taehyung el hijo de puta y era capaz de cualquier cosa.
Me levanté para poder estar a su nivel en caso de que la cosa se pusiera fea y tuviera que defenderme.
–¡Ni se te ocurra insinuar que quiero lastimar a Jimin! –gritó, empujándome el pecho con rudeza. –¡No tienes una maldita idea de lo que significa él para mí así que no tienes el derecho de decir que no quiero lo mejor para su vida! ¡¿Cómo puedes asumir que quiero hacerle daño de esa forma?! ¡Eres un jodido idiota, Jungkook!
–¡¿Qué quieres que piense, si estás siendo egoísta y pensando en ti?! –le espeté, devolviéndole un empellón. –¡Si estás para protegerlo, no lo apartes! Sabes cómo se pone cuando lo haces a un lado. ¡Él se da cuenta!
–Métete en tus asuntos, Jungkook –se separó de mí, señalándome. –Métete en tus putos asuntos y no le estés llenando la cabeza de estupideces. Sé que lo quieres sólo para ti desde que me metí en su relación, pero no lo voy a dejar ir. Que te quede claro.
–¿Qué...? –la confusión me invadió. ¿Cómo asumió que yo quería separarlos? ¿Este tipo estaba loco o realmente había consumido alguna mierda que le estaba trastornando el pensamiento?
No me dio tiempo a replicar. Se encerró en el baño y encendió la regadera, poniendo fin a nuestra discusión.
Resoplando, tomé mi bata del hospital, que estaba sobre una silla en la habitación.
Que se fuera a la mierda Kim Taehyung y su humor del orto.
Yo, tarde como siempre. Una disculpa nuevamente por mi demora.
Trataré de aprovechar que no estoy tan atareada y subiré capítulos semanales. Aún así, no prometo nada jajaja.
Gracias por el amor que le están dando a esta historia. Me pone muy feliz ver que la disfrutan y la guardan en sus bibliotecas 😍💘
Y a aquellas personitas nuevas que se van sumando, sean bienvenidas! Esta humilde escritora espera que pasen un buen momento leyendo. Un saludo! 💕
-Neremet-
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