El cliente

Taehyung


Como mi ascenso fue sorpresivo, no me dio tiempo a repartir la clientela habitual que atendía en mi cubículo a mis ahora subordinados. Por lo tanto, opté por mantener las citas que acordé hasta que ese asunto se resolviera y mi agenda fuera reacomodada.

Una de las personas que me tocó recibir de mi puesto anterior, era el hombre que entró por la puerta de mi despacho guiado por Seulgi, mi secretaria. Había pautado una consulta por primera vez, así que me tocaba tratar con alguien nuevo. Esperaba poder ayudarlo.

El desconocido rondaba los cincuenta, más o menos. Tenía el cabello abundantemente blanco, aunque se le filtraba algún que otro mechón oscuro. Lucía arrugas alrededor de sus ojos y marcadas líneas de expresión en un semblante bastante abatido, que se le iluminó al pasar la puerta y verme.

–Este es el señor Choi –lo presentó Seulgi.

–Buenos días –saludó mi nuevo cliente.

Me puse en pie de inmediato al ver la forma en que el sujeto caminaba, casi como si dar cada paso le supusiera un esfuerzo enorme. Estreché su mano y lo ayudé a sentarse.

–¿Gusta tomar algo, señor Choi? ¿Té, café, agua? –le pregunté. Negó amablemente. Entonces me dirigí a mi secretaria: –Gracias, Seulgi. Puedes retirarte.

Ella asintió y salió, dándonos privacidad.

–Bueno, señor Choi, perdone el cambio de oficina –me disculpé, tomando asiento tras mi escritorio. Agarré mi libreta de notas junto a mi lapicera y garabateé su apellido junto al motivo de su visita. –Me tocó un cambio con respecto a los cubículos de consulta.

–Oh, no es problema, para nada. Y felicidades. La señorita me dijo que le dieron un ascenso.

–Le agradezco mucho. Los esfuerzos rinden frutos, había sido –bromee. El señor Choi rio. –Bueno, tengo entendido que necesita asesoramiento legal por un asunto de adopción –me recosté con mayor comodidad en mi silla. Esto tenía pinta de ser interesante.

–Así es. Verá, abogado Kim, mi esposa y yo éramos jóvenes tontos y sin dinero cuando ella se embarazó. Su familia se negó a ayudarla cuando se enteró y yo fui su único apoyo. Tuvimos que dejar nuestros estudios universitarios a raíz de eso. Busqué un trabajo estable para poder mantenernos, ya que ella decidió quedarse al bebé –noté su decaimiento a medida que las palabras fluían de su boca. Podía adivinar a dónde iría a parar su relato y algo dentro de mí se removió.

>>Conseguí un puesto como camarero y con ello pude costearnos un lugar donde pudiéramos vivir. Las condiciones no eran las mejores para una mujer embarazada, ¿sabe? La cosa es que vivíamos en un sótano alquilado. El ambiente era húmedo e insalubre, por lo que la salud de mi esposa se fue deteriorando. Ella transitaba el octavo mes cuando le dio una bronquitis aguda. La llevé al hospital para que la trataran, pero... –los ojos del señor Choi se fueron aguando. Intentó contenerse lo más que pudo y yo rápidamente saqué una caja de pañuelos descartables de una de las gavetas de mi escritorio para extendérsela. Él tomó un pañuelo para limpiarse las lágrimas que le caían.

Le di unos minutos para que pudiera reponerse. De paso, lo evalué con mayor detenimiento.

Yo no era de esa clase de personas que juzgaran a alguien por lo que llevara puesto. Sin embargo, al reparar en la vestimenta que traía mi cliente, supe que él había pagado un precio más elevado del que alguien en su posición podría permitirse por una consulta en Kim & Cía.

Un traje sencillo de un azul desvaído, con la tela bastante antigua y algo comida en algunos sectores, tapaba su camisa blanca que no era tan blanca como parecía. Eso sin contar con que sus pantalones no eran de esta época y que de seguro su calzado estaría en similares condiciones. Todo en sus prendas gritaba a los cuatro vientos que no era el típico sujeto con dinero que venía a resolver un problema de divorcio o inconvenientes para cobrar el dinero del seguro por un accidente de coche.

–Lo siento mucho –se avergonzó.

No pude más que responderle que no se preocupara. Me había dado pena ver a alguien de su edad en ese estado tan abandonado. Llamé a Seulgi y le pedí que le trajera un vaso de agua. El señor Choi se deshizo en agradecimientos hacia ella y pronto pudimos proseguir.

–Mi esposa ingresó al hospital para que trataran su bronquitis y terminó contagiándose de pulmonía debido a sus bajas defensas.

–Qué terrible –susurré, imaginando su desesperación. Dios, si mi Jiminnie tuviera que pasar por eso, me moriría. No podría ser capaz de verlo ponerse débil día tras día. Saber que la persona que amas se va marchitando y no poder hacer nada al respecto tenía que ser una pesadilla. Peor aún si cargaba en su vientre a tu propio hijo. Las dos vidas que más se quieren, en peligro. No podría soportarlo. –¿Qué pasó con el bebé? –me atreví a preguntar.

–La pulmonía terminó por llevarse a mi esposa. El niño... Nuestro niño sobrevivió –hizo una pausa, con la mirada fija en un punto. Tal vez reordenaba sus ideas para poder transmitírmelas. –Yo... no pude hacerme cargo de él. Tuve que darlo en adopción mientras seguía en su incubadora. No tenía dinero para criar a un niño y cargaba con la factura elevada por la internación de mi esposa, más la cirugía que tuvieron que hacerle para salvar al bebé.

Podía entenderlo.

Las facturas de un hospital eran demasiado costosas sin un seguro médico. Si a eso se le agregaba tener que dejar que el bebé terminara de desarrollarse en la incubadora, más los gastos de crianza que un recién nacido requería como pañales, fórmula y ropa, era una locura.

–Lo lamento por usted, señor Choi –apoyé mi mano sobre la suya, sensibilizándome con sus pérdidas. Veía que no fue fácil para él y, a pesar de ser un tipo bastante frío tratando con las personas, me puse en su situación. No sé si porque había un niño involucrado en ello y yo los adoraba. –¿Qué podríamos hacer desde esta firma de abogados para ayudarlo?

–Recientemente he descubierto el paradero de mi hijo –susurró, mirándome con fijeza, casi como si intentara encontrar algo en mi rostro. Aparté mi mano para anotar lo que me decía en la libreta, señalándolo como algo importante.

–Ya veo. ¿Usted está buscando contactarlo?

–Por supuesto.

–Al momento de dar a su hijo en adopción, ¿recuerda si ha firmado un acuerdo que estipulaba una adopción abierta donde pudieran enviarle información acerca del crecimiento y estado de ese niño o una adopción cerrada que niega cualquier tipo de vínculo entre las partes? –primero lo primero. Necesitaba saber si había posibilidad de que pudiéramos contactar con los padres adoptivos de la criatura.

–Los documentos hablaban de una adopción sin el beneficio de su seguimiento.

Suspiré derrotado. En ese caso, estábamos en problemas.

–Escuche, señor Choi –dejé a un lado mi libreta y me pasé la mano por el pelo, incómodo. Tenía que darle malas noticias desde el punto de vista legal. –Según lo que me dice, será imposible conseguir que pueda acceder a información sobre su hijo. Ha renunciado a sus derechos parentales al firmar eso y también ha establecido su negativa a ser partícipe de su seguimiento de vida.

–Y... ¿qué pasa si ya lo encontré? –la actitud del hombre cambió. Ya no era entristecida ni decaída. Su rostro se había iluminado como si le hubiera dado una solución cuando claramente le estaba indicando lo contrario.

–¿A qué se refiere?

–Lo encontré, aunque no estoy seguro de qué piensa él de mí. Lo vi. Tiene una vida de ensueño y puede permitirse cosas con las que un anciano como yo sólo puede soñar.

–Señor Choi. ¿Lo ha contactado? –me aterré. Sería un desastre judicial si el hombre intervenía sin un pedido formal hacia la familia adoptiva del joven o judicial hacia la agencia de adopción. Mierda. El hombre podría ir preso.

–Estoy en eso...

–¡Por Dios! ¿Quién es él? ¿Tiene su dirección, la dirección de sus padres? ¿Alguien los ha visto reuniéndose? –brinqué de mi silla y apoyé sonoramente mis manos sobre el escritorio. Me aterró la idea de que lo pusieran tras las rejas. Él no podría permitirse pagar un abogado para un juicio. ¿Ir a la cárcel por esa estupidez? –Jodida mierda, ¡podrían denunciarlo!

–Tranquilo, Taehyung.

El sujeto estaba impasible. Me atrevería a decir que parecía no importarle en absoluto. Era consciente de lo que hizo, eso era seguro. Y a su vez, no se arrepentía de ello.

–¿Taehyung? ¿Se está olvidando de las formalidades? –me aflojé el nudo de la corbata. Me estaba acalorando.

–A tu madre le encantaba ese nombre. Mi único pedido fue que tus padres lo mantuvieran en su honor. Veo que lo han cumplido.

–¿Co-Cómo dice?

Me quedé de piedra, tras ese escritorio, sintiendo cómo la sangre abandonaba mi cara y todo cuanto había construido, se derrumbaba tras aquellas palabras.

***

Cuando al fin pude serenarme un poco, tras dar un sinfín de vueltas en mi moto alrededor del frío de la ciudad, decidí ir a casa.

Para tranquilizar a Jimin por el horario, le avisé que tenía algunos asuntos de papeleo que terminar antes de irme. La verdad era que no podía dejar de pensar en lo que sucedió esta mañana. ¿Qué tan loco sonaba que un hombre llegara a mi despacho diciendo ser mi padre biológico, alegando que la vida que tanto me esforcé en construir no era más que una mentira?

No sé si hice bien en echarlo inmediatamente.

Seulgi se enteró de lo ocurrido y no dejó de decirme que el sujeto era un charlatán que buscaba dinero. Así y todo, algo en mi interior me dijo que era posible que el señor Choi no estuviera mintiendo. Había que ver su cara nada más para darse cuenta de que era un hombre honesto.

Me quité el casco al estacionar la moto en el garaje, escuchando cómo el portón levadizo terminaba de cerrarse detrás de mí. Sólo estaba el auto de Minnie, sinónimo de que Jungkook estaba de guardia en el hospital.

Tenía miedo de estar a solas con Jimin. Él podía ver con facilidad qué era lo que mi corazón ocultaba. Era probable que desde nuestra adolescencia se haya convertido en alguna clase de brujo, dada la calidad que tenía para saber que le ocultaba cosas.

No me quedó más remedio que poner una cara neutra al ingresar a la casa. Tal vez si le ponía una de malhumor como las que ponía cuando salía del trabajo podría librarme. Sí, una de esas que evidenciaba que no tenía ganas de hacer nada y que estaba cansado. Él entendería, estaba seguro.

Me quité el saco y lo dejé en el perchero del recibidor. Recorrí la casa, encontrándome con la mayoría de luces apagadas. ¿El enano ya estaría dormido?

Pasé por la cocina y no había rastros de él. La iluminación era tenue y algo descansaba escondido en el interior del horno, dentro de una fuente. No pude distinguir qué era, pero por el aroma, incluía pollo y papas.

En el comedor, la mesa estaba puesta para dos y un candelabro con velas apagadas se ubicaba en el centro de un servicio para dos personas. ¿Dónde carajos estaba mi bebé?

Terminé por encontrarlo en el living, concentrado en una película de esas románticas que tanto le gustaba ver. Entre sus deditos, había un par de agujas de tejer moviéndose con velocidad y destreza. Aparentemente, tenía habilidad en lo que estaba haciendo, ya que estaba absorto en lo que pasaba en la pantalla plana en tanto sus manos iban tejiendo.

–Bebé –lo llamé, recostándome contra la pared para observarlo.

Jeon-Kim Jimin era el maldito hombre más hermoso que había visto en mi vida. Sentado en ese sillón de tres cuerpos, envuelto en una manta y sosteniendo ese tejido, era la viva imagen de un ángel. Con esos cachetes adorables, los ojitos expresivos y la boca rellenita, supe que no podría haber conseguido un esposo más perfecto.

Primero se sobresaltó al escucharme. Luego, sonrió escondiendo sus ojos, poniéndolos en forma de dos media lunas. Dejó lo que estaba haciendo a un lado y extendió los brazos en mi dirección.

–TaeTae.

Me acerqué, respondiéndole con una sonrisa genuina. Él lograba hacerme olvidar de todo, no tengo idea de cómo. El carmín se adueñó de sus pómulos al sentir mis besos sobre sus labios. Eran suaves y afelpados contra los míos resecos. Un delicioso contraste.

–Veo que te estás divirtiendo, abuelita –me mofé, sentándome a su lado y tapándome con su manta. –Menos mal que llegó tu lobo feroz a comerte –fui repartiendo besos contra su cuello y él se carcajeó porque era un cosquilludo. ¿Se podía estar enamorado de una risa de hombrecito? Porque yo lo estaba. Hasta la médula.

–Espera, primero tienes que ver esto –me hizo a un lado, lejos de esos hombros pequeños donde quería seguir mimando. –Mira. ¿Te gusta?

Ladeé mi cabeza lo suficiente para captar un zapatito diminuto cosido en hilo amarillo claro. De tamaño pequeño, como para un bebé.

No pude evitar recordar las palabras del señor Choi y eso me acarreó un malestar en la boca del estómago.

–La hice hoy. La otra no está terminada –efectuó un gesto en dirección a las agujas que puso a un lado. –Como me aburría, decidí empezar a tejer. No está tan mal, ¿o sí?

Tomé la pequeña prendita y la sostuve con mucho cuidado entre mis manos. Era calentita al tacto, por lo que cumpliría su función de atemperar los pies de su futuro dueño. Mi Minnie tenía talento, porque era preciosa. Incluso me daba miedo tocarla mucho, no fuera a ser que se la desarme.

Imaginé que, si el zapatito tenía ese tamaño, nuestro bebé sería muy pequeño. Un muñequito hermoso vestido con las creaciones de mi Jiminnie. Una criaturita frágil con los rasgos del amor de mi vida.

–Está precioso, corazón –le concedí, devolviéndoselo. Mi esposo aplaudió y su sonrisa cautivadora se acentuó más. Daría lo que fuera por verle siempre así de contento.

Colocó la botita con el amor del mundo sobre el reposabrazos del sillón y se giró para montarse sobre mis piernas. Me acarició el cabello pasando las yemas de sus dedos sobre mi nuca. Yo coloqué mis manos en sus glúteos. Cruzamos miradas y nos quedamos ahí, contemplándonos como dos tontos enamorados, con el silencio siendo interrumpido únicamente por el bullicio del televisor.

–¿Cenaste? –inquirí, pasando mi mano a lo largo de su espalda, por debajo del suéter gris largo que llevaba, robado del armario de Jungkook. Su piel seguía suave y tersa, como la recordaba.

–Nop. Te estaba esperando, como un buen esposo.

–Minnie, sabes que no quiero que esperes hasta tarde –sermoneé. Era de balde; ambos sabíamos que él tendía a hacer lo que quería. –Si tienes que comer, pues come sin mí.

–Yo quería comer contigo –me lanzó un puchero. Juro que asesinó mi corazón con tanta ternura. Mi Jiminnie era un malcriado de primera.

–Bueno, nene, ya estoy aquí. Así que vamos a comer que esa barriga no se criará sin comidita.

Sujeté sus piernas alrededor de mi cadera, enredé sus bracitos sobre mi cuello y me puse en pie con él alrededor mío como si fuera un koala. Su risita me hizo cosquillas en la oreja y aproveché a darle una nalgada juguetona en nuestro camino hacia la cocina.

Él jugueteó con mi cabello de nuevo en el trayecto. También sorbió y delineó mi mandíbula con sus dientes, sacándome un gruñido. Si se ponía muy juguetón, no respondería de mis acciones.

–Mientras comemos, ¿me contarás por qué estás así de raro? –murmuró contra mi piel.

Me tensé.

A Jimin no se le pasaba una. 

Se cayeron de cola o no? Jajajaja

Bueno, bueno, con esto les aviso que empezará un poco el drama de Taehyung. Angasito él, me da penita porque es un dulce con Mimi 💔

Perdón por hacerles esperar. Es que tuve mis cosistriquis por ahí pero ya volví al ruedo, no se preocupen jiji.

-Neremet-



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