Capítulo 10
El sábado por la mañana me levanté temprano dirigiéndome al cuarto de baño para cepillarme los dientes, luego me bañé rápidamente para bajar a desayunar y por último hacer un poco de investigación de la tarea que nos había dado la maestra. Una vez aseada bajé las escaleras dirigiéndome a la cocina. Mi madre estaba ahí que parecía cansada, probablemente porque llevaba muchas noches trabajando hasta tarde y conversando con sus hijas hasta altas horas de la madrugada.
—Buenos días, cariño —me saludó mi madre agarrando la cafetera mientras entrecerraba los ojos somnolientos.
—Buenos días, mamá.
—¿Tu hermana duerme aún?
—Si, bueno, eso parece.
—Déjala que descanse, ayer ensayo hasta muy tarde.
Fruncí los labios y me encogí de hombros, ya que estaba mucho decir que fui yo quien fue a recogerla.
—¿Hablan de mí? —respondió Lucy asustándonos a las dos, estaba parada en la puerta de la cocina toda despeinada y con cara de pocos amigos.
—¿Amaneciste bien? —le pregunté.
—Sí, solo me duele la cabeza un poco, un maldito paso de animación no me sale como quisiera.
—Ese Vocabulario.
—Perdón.
—Estás esforzándote demasiado.
—Obvio, si quiero seguir mi camino, debo esforzarme ¿No crees?
La miré toda ceñuda ante lo que me respondió no quería contradecirla porque sabía que esto terminaría en una pelea, así que opté por ir a la nevera y servir zumo de naranja en un vaso y beberlo en un sorbo.
—Madre, ¿Será que me puedes dar una pastilla para el dolor de cabeza? —preguntó Lucy.
—Claro bebé, ven te daré una.
Mamá y Lucy salieron de la cocina dejándome a mí sola dando un suspiro y tomando mi zumo. No quería pensar en nada hoy más que hacer un poco del trabajo de Filosofía para luego ir a casa de Caleb.
—Caleb —susurré.
—Gracias mamá —Escuché a Lucy decir.— Te amo.
—Verás que te sentirás mejor —contestó mi madre— también te amo mi niña hermosa.
—Ahora iré a dormir un poco.
Lucy me miró toda presumida, últimamente su actitud hacia mí había cambiado mucho y no entendía el porqué.
—Vete ya pesada. No quiero que te vuelvas a enfermar —dije con sarcasmo.
—¡Cállate! —gritó Lucy mirándome furiosa.
—Ah, ya sé —insistí en seguir molestándola— ¿Estás así por los ensayos o un chico?
—¡No es asunto tuyo! Y ¿sabes qué? ¡Supéralo! Al menos él sabe que existo, en cambio Caleb se dio cuenta de que eres tan insignificante.
Woow eso sí que me había dolido, ¿Quién se creía para decirme eso? ¿Qué le importaba de todos modos? Maldición empezaba a odiar a mi hermana. ¿Por qué la había molestado?
—¿Eso crees?
—Todo el mundo lo cree. Eres tan poca cosa que hasta a mí que soy hermana tuya me das lástima.
—Eh, va para las dos, dejen de discu...— empezó a decir mamá, pero en ese instante Lucy se fue a su habitación dando grandes zancadas.
Mamá y yo nos miramos ella comenzó a sentarse en la silla y se sirvió café un poco temblorosa, respirando hondo.
—¿Por qué siempre tienes que molestar a tu hermana?
¿Que... ahora era yo la mala?
—Lo siento mamá.
—Tienes que disculparte con ella.
—¿Por qué? ¡Si no hice nada! ¿No escuchaste lo que acaba de decirme?
—¡Hazlo!
La miré no pudiendo creer que me ordenara disculparme con Lucy, era ella quién me debía una disculpa. A veces no entendía a mi madre, siempre la defendía o salía a su favor, como hoy por ejemplo.
—Está bien. Aunque no sé por qué debería hacerlo.
—Dije que lo hagas y listo, Alina.
Salí de la cocina molesta hacia la habitación de mi hermana, toqué su puerta y no hubo respuesta así que entré con el ceño fruncido. Lucy estaba sentada en su cama tomando un vaso de agua, levantó la vista hacia mí y sonrió toda contenta y orgullosa. Maldita pensé.
—¿Qué quieres?
Con los dientes apretados y obligada me disculpé.
—Lamento lo que dije abajo ¿si?
Me miró fijamente y con cara de burla.
—No quiero tus disculpas —dijo sin tomar importancia lo que le decía.
Odiaba esta situación. No entendía que estaba pasando entre nosotras siempre fuimos muy unidas y ahora estábamos como si no nos conociéramos.
—Que te mejores —añadí.
—Lo haré, ahora ¿Puedes dejarme sola?
La miré mientras se iba acostando no tuve más remedio que salir de su habitación y dirigirme a la mía, me sentía fatal que tenía ganas de llorar.
(****)
Miré el reloj de mi mesa de noche, ya que había perdido la cuenta de cuantas veces lo hice en todo el día. Estaba asustada, pero la idea de que Caleb pensara que era una gallina me hacían apretar los dientes con determinación. Así que guardé mi laptop en mi mochila y algunos apuntes, me había pasado toda la tarde plantada en la mesa haciendo los deberes de Álgebra, Literatura, Historia y por último la investigación de Filosofía. Mi madre de vez en cuando venía y me hacía un poco de compañía o a explicarme algunos ejercicios que no lograba resolver.
Con solo pensar en que hoy lo volvería a ver me ponía de los nervios. Tenía que decir que me gustaba mucho lo que veía de él. Sus músculos largos y esbeltos a lo largo de sus brazos, sus hombros anchos, pero relajados y una sonrisa que era en parte juguetona y seductora en otras palabras irresistible. Mi madre nos llamó para merendar, pero no tenía hambre, aparte de eso no quería ver la cara de odiosa de mi hermana. También estaba nerviosa porque poco a poco se estaba acercando la hora para ir a su casa y es que tenía que dejar a un lado todo esto y pensar en la nota, ya que Filosofía era para mí la materia más dura a causa de la maestra y si quería una beca completa en mi futuro tenía que tener un sobresaliente o al menos un notable.
A las cuatro y media de la tarde me metí a la ducha a darme un baño, salí y empecé a secar mi cabello, ya que con él era imposible. Luego comencé a cambiarme poniéndome un jean negro con una manga larga y un suéter por último me puse mis zapatillas mirándome al espejo, estaba muy colorada por los nervios. Bajé corriendo a la cocina por un vaso de leche mirando el reloj de la microonda marcaba las 17:15. Fui al despacho de mi madre y toqué la puerta.
—¡Pase! —gritó mamá.
—Soy yo —dije— solo quería despedirme, ya sabes, tengo unos deberes de Filosofía lo ¿recuerdas? Es en casa de Caleb.
—Oh, es cierto —contestó— ¿Tienes que ir siempre?
—Así es mamá.
—Está bien... No quiero que llegues tarde Alina. Me avisas cuando estés de venida.
—No te preocupes mamá —la tranquilicé— verás que solo tardaré una o dos horas.
Me miró unos segundos, al final asintió la cabeza.
—Confiaré a en ti.
¿Qué estaba pensando ahora ella?
—Estoy yendo a hacer la tarea mamá. Si deseas puedes ir conmigo.
—Con cuidado, sí.
Mierda mejor me voy de aquí antes de que mamá siga pensando lo peor. Así que me levanté de donde estaba sentada en su escritorio, me acerqué a ella dándole un abrazo muy fuerte y un beso en la mejilla haciéndola reír.
—¡Te amo mamá!
—También te quiero —respondió— con cuenta por favor Alina.
—Siempre.
Salí de su despacho agarrando mis cosas y yendo al garaje donde estaba el Jeep que nos había comprado mi madre, era de color amarillo con negro, me gustaba ese color porque le daba un toque muy juvenil. Metiendo todas mis cosas me subí rezando que todo saliera bien, sé que exageraba, pero no podía evitarlo era como si estuviera yendo a la boca del lobo.
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