Capítulo 8

Os explico: esta escena es de la versión antigua, por eso no hay transicion desde la última a esta y desde esta a la siguiente, tengo que incorporarla. No lo me lo tengáis en cuenta:

La casa de Tálah estaba a diez minutos andando del campus. Era un caserío mediano de estilo élfico con un pequeño jardín de plantas con aspecto de amar climas húmedo y fríos en la entrada. Me detuve frente a la fachada blanca moteada por el musgo y las trepaderas verdes. Era una casa vieja, pero su aspecto seguía siendo acogedor.

Llevaba cuatro días sin ver a Tálah. No había vislumbrado ni rastro de su cabellera rubia ni siquiera cuando le había buscado adrede por el campus. Mi orgullo no me había dejado escribirle ni un solo mensaje, y las preguntas que Buncranaacababa de hacerme respecto a Drogheda me habían frenado de preguntarle a ella sobre su paradero. No obstante, Eslaigo había mencionado por casualidad en la conversación que Tálah estaba enfermo y se había ido a pasar unos días en su propia casa, así que mis malditas entrañas de mujer habían saltado al imaginármelo convaleciente, y habían hecho las preguntas por mí. Malditas fueran.

En cuanto sonó el timbre amargado de la puerta comencé a arrepentirme. Seguramente Drogheda estuviera allí para atenderle y le parecería patético verme de nuevo a las puertas del elfo.

Fue una chica la que abrió la puerta pero no se trataba de Drogheda. Era tan rubia como el mismo Tálah y su mirada se deslizó sobre mí como si fuera el primer humano que veía en su vida y estuviera totalmente disgustada con la novedad.

Era joven, al menos aparentaba unos catorce años, y tenía esa clase de cara de niña endemoniada que te hace pensar que te va a cortar el pelo mientras duermes.

La maldad de su rostro se deshizo un poco en cuanto esbozó una sonrisa.

—Me juego cualquier cosa a que tu eres Siracusa Nola —declaró con entusiasmo.

—La leyenda en persona —le respondí un tanto confusa—. ¿Está Tálah en casa?

La muchacha se apartó del vano de la puerta en una invitación muda y cerró la puerta en cuanto se encontraron en el interior del salón decorado de forma rústica y antigua pero que sin duda estaba impecable y bien cuidado.

—Soy Sords Letterkenny, la hermana pequeña de Tálaah —se presentó y la expresión de su rostro pasó a fascinación total.

—Encantada, aunque dudo que pueda repetir lo que acabas de decir.

La muchacha sonrió.

—Y bueno, ya sabes mi nombre... —continué sin ocultar la curiosidad que eso me producía.

—Antes de avisar a Tálaah ¿te importaría que habláramos un momento?

Aquello sí que se me antojó extraño. ¿De qué quería una elfa, que no me conocía de nada, hablar conmigo?

Un tanto extrañada por la situación, la seguí al salón y nos sentamos sobre un sofá que había conocido mejores tiempos, aunque lo habían cubierto con una manta marrón con flores que estaba en mejor estado.

—¿Están tus padres en casa? —le pregunté mirando discretamente hacia la cocina.

Ella me devolvió una mirada un tanto extrañada, como si le sorprendiera mi pregunta.

—Mi padre suele llegar más tarde —musitó—. Quizá te suene extraño pero quería preguntarte acerca de un problemilla que tengo.

La contemplé con el entrecejo fruncido.

—¿Por qué a mí?

—Tálah dice que eres sabia, bueno, en cuanto a cosas mundanas, como que sabes mucho de la calle —contestó ella.

—Gracias...supongo —dije aun más confusa—. ¿Lo que quieres es mi consejo? Pero seguramente tengas más años que yo.

—Pero la mentalidad élfica acompaña el aspecto del cuerpo. Mi cerebro de adolescente aun no me deja ver las cosas como un adulto, aunque haya vivido más años que tu.

Asentí recapacitando en lo que acababa de decir.

—El asunto es que siento como que mis amigas no me aprecian lo suficiente. Como que no soy importante para ellas —soltó al fin la muchacha—. ¿Crees que hay algo que pueda hacer al respecto?

Intenté no reírme.

Me había imaginado millares de hipótesis extrañas que, en su mayoría, tenían que ver con Tálaah, o al menos el embarazo adolescente de su hermana, o su recién descubierta homosexualidad. La realidad era un tanto decepcionante.

—Cómprate un coche —le dije—. A tu edad no hay nada como ser la única de tu grupo con coche como para que tus amigos no se atrevan ni a ir a mear sin ti. Funciona en el cien por ciento de los casos.

La muchacha me contempló con ojos como platos por un instante. Su estupefacción desembocó en risa.

—Ves lo sabía —celebró, totalmente animada—. Sabía que no me darías un consejo estúpido como el desgatado "sé tú misma" que no me iba a servir de nada. Eres exactamente como Tálah te había descrito. Mi hermano no admira a cualquiera. Es difícil de impresionar, pero tú lo has logrado y por eso me moría de la curiosidad por conocerte.

—Que estupidez —dije, torciendo el rostro en una mueca—. Obviamente ser tu misma no está funcionando.

—No puedo creer que le acabes de decir a mi hermana que se compre un coche para obtener la atención de sus amigas —la voz indignada de Tálah provenía de algún punto a mi espalda.

Me giré ligeramente, no sin antes borrar la mueca de disgusto ante la pillada, que transformé en un semblante de convicción y serenidad.

—Aun no había terminado, y además, ¿es que no sabes que escuchar conversaciones entre chicas, sin que ellas lo sepan, está penado con la silla eléctrica?

—Tálah, no lo estropees —protestó Sords, sumamente irritada.

Talah descruzó los brazos de su pecho y alzó las manos en señal de rendición.

—Dejaré que terminéis vuestra conversación.

—Y lo que estaba a punto de decirte, antes de que nos interrumpieran es que, que tus amigas del instituto no te aprecien tanto como te gustaría no quiere decir que tu tengas que cambiar nada de ti. Lo que tienes es que cambiarlas a ellas —grité exageradamente para asegurarme de que Tálah me escuchara—. Sé que no puedes hacerlo ahora porque estás en el instituto y ese sitio es como una secta con una jerarquía más fuerte e inmutable que la del ejército. Pero pronto saldrás de ahí y conocerás a más gente y te darás cuenta de que con algunas personas será tan fácil, que no tendrás que esforzarte nada por interesarles, saldrá solo, y con otras, no importará lo que digas y lo mucho que lo intentes, no conseguirás nada. Las personas somos como ingredientes y cuando nos mezclamos, puede salir desde el manjar más exquisito hasta el mayor de los desastres culinarios. Apúntate a alguna actividad que te guste para conocer a gente fuera de tu grupo habitual y bueno mientras tanto puedes intentar lo del coche.

La muchacha me sorprendió por completo cuando se abalanzó para darme un abrazo.

A esto le seguirá una escena entre Tálah y Sira que aun no he escrito, sorry.

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