Capítulo 3.b

Moher también era un caserío. La casa principal estaba construida con una piedra rojiza que solo había visto en esas tierras. Detuvimos el coche y al salir de este, el aire que llenó mis fosas nasales me deleitó con su calidad y su ausencia de contaminación.

Un elfo anciano estaba sentado en el porche con un libro entre sus manos. Cuando alzó la vista para contemplarnos, no pareció sorprenderse por nuestra presencia. Se limitó a indicarnos con el dedo índice el lateral de la casa.

―Olaya ―anunció, para inmediatamente regresar a su lectura.

Al parecer me había equivocado y Olaya sí que nos esperaba. Le eché un mirada de soslayo a Tálah que caminaba a mi lado.

―Lo que no entiendo es cómo alguien con tu físico tiene una manera tan friki de ligar, porque esto de los sueños tiene que ser como el siguiente grado en la escala de frikismo a buscar el amor por internet ―le dije.

Él me observó con la misma expresión de siempre, pero esta vez pude ver algo de curiosidad.

―¿No lo sientes? ―me preguntó con aires filosóficos y me preparé para un frase de horóscopo―. Estamos ciegos ante el futuro y solo una premonición en el fondo de tu ser te hace avanzar en un sentido. La misma premonición que te trajo a Alfheim, humana.

En silencio, avanzamos hasta llegar a los establos y allí vislumbré el brillo de un cabello rojo, casi rosa, incluso antes que ninguna otra cosa. Le llegaba hasta el trasero en un manto de rizos brillantes. Estaba acariciando a un caballo, pero al escucharnos, se giró para observarnos desde unos hermosos y gigantescos ojos azules. Lo único grande en su rostro, porque su perfecta nariz era diminuta y sus labios parecían una delicada flor de pétalos del mismo color que su cabello.

Su mirada se fijó en Tálah, ignorándonos al resto. Sin titubear se lanzó al galope para encerrar al elfo en un profundo abrazo.

―Puede que haya subestimado esto de ligar por sueños ―le susurré a Buncrana. Al fin y al cabo, acababa de presenciar como dos personas con un físico de infarto habían encontrado el amor de esa forma―. Quizá podríamos abrir nuestro propio negocio de ligar por sueños en Midgard.

―Curioso como los humanos quieren tornarlo todo en productividad masiva ―contestó ella con una sonrisa divertida.

Puede que Olaya fuera impresionantemente guapa, pero era rara. A mí no me llegaba a convencer del todo, pero Tálah parecía un zombi descerebrado colgado de su cuello, y sus amigos no dijeron nada sobre el asunto.

Nos condujo a través de un bosquecito hasta la casa. A pesar de que este era minúsculo, nos iba a tomar tiempo cruzarlo, pues la pareja de tortolitos se detenía para susurrarse candorosas palabras de amor a cada metro.

Para que la situación fuera aun más irritante, me resbalé sobre un charco de lodo y me embadurné por completo de tierra mojada.

―Como les gusta a los humanos un buen charco de lodo ―se burló Eslaigo, mirándome con los brazos cruzados desde arriba―. Sois como imanes de mugre.

Sonreí con tal malicia que debió ponerle de sobre aviso, pero no. Eslaigo no se dio cuenta de mi plan hasta que se encontró de bruces contra el lodo. Me incliné sobre él, manchada como estaba no tenía nada que perder, y me aseguré de que el barro impregnara su cabello y su rostro.

Con un facilidad pasmosa se levantó, apartándose de mi alcance. Riendo con fuerza al ver a un elfo completamente sucio, me volví para sacar mi teléfono de la mochila.

―Al parecer vosotros también os ensuciáis ―celebré jubilosa, llamando la atención incluso de la pareja. Riendo, me di la vuelta con la intención de hacerle una foto a Eslaigo pero se me borró la sonrisa al posar los ojos sobre el muchacho. Eslaigo estaba completamente limpio. No quedaba ni una sola mota de barro en su persona.

―¿Cómo has...? ¡No puede ser! ―exclamé boquiabierta―. Buncrana ¿has visto lo que ha hecho?

Buncrana sonrió con cierto halo de misterio, mientras se acercaba a mí. Se agachó para tomar lodo en su mano y se lo untó en un mechón de pelo y en la mejilla. Después sacudió el mechón y las gotas de lodo cayeron al suelo, dejando su cabello tan pulcro como siempre. Sacudió la cabeza y la tierra de su mejilla también se desprendió de su piel cayendo a sus pies. Irritada, puse los ojos en blanco. Yo no era una de ellos, así que necesitaba una buena ducha caliente.

Aquella noche fue una gozada que nunca olvidaré. Comimos un delicioso asado de cordero al fuego de una hoguera y Eslaigo contó historias con toques mitológicos e increíbles, pero él aseguró que eran ciertas y yo me dejé embaucar por la atmósfera mágica de aquel lugar. También el viejo elfo nos contó alguna y nos enseñó su habilidad con la flauta. Supuse que se trataba del padre de Olaya, aunque ninguno de los dos dijo nada al respecto. Tampoco es que Olaya hablara mucho, se limitaba a susurrarle cosas al oído a Tálah, que ya casi no parecía reconocer el mundo a su alrededor. Si al principio me había dado envidia, ahora me daba pena. No me gustaría caer en las garras de un amor tan consumidor, que te hiciera ignorar incluso a tus amigos. También me di cuenta de que no probó bocado, cuando debería haber estado hambriento y el olor de la comida tentaría incluso al más exigente. Pero ni Buncrana ni Eslaigo mencionaron nada al respecto y aunque yo me moría por comentar la jugada, me di cuenta de que los elfos no encontraban el mismo disfrute que los humanos en criticar a sus amigos.

Dancé de vuelta a la casa con el brazo entrelazado al de Buncrana. La luciérnagas bailoteaban a nuestro alrededor iluminando el bosque de puntitos amarillos, y chillamos al unísono cuando Eslaigo nos cogió por detrás alzándonos del suelo mientras soltaba un rugido de guerrero. No había pensado que alguien tan esbelto tuviera la fuerza de levantar el peso de ambas, pero la tenía. Me dormí con una sonrisa en los lábios.

Por suerte la mañana se despertó tan soleada como la anterior. Y mis ánimos por las nubes. Por fin parecía estar encontrando la aventura que había venido a buscar en esas tierras.

Tras el desayudo campestre tuve que seguir a Buncrana y a Eslaigo hasta la habitación de Olaya. Lo último que me apetecía era interrumpir a la empalagosa pareja en su nidito de amor, pero lo que nos encontramos allí, superó todas las expectaciones que había formado en mi cabeza respecto a mi viaje a Alfheim. Eslaigo abrió la puerta, tras anunciar nuestra llegada y nos encontramos a la feliz pareja abrazada, totalmente dormidos. Solo que Olaya, ya no era una hermosa elfa de cabello rosado, sino que lo que Tálah abrazaba con tanto ardor, era una hermosa cerda rosada.

Sabes que es amor verdadero, cuando lo que despierta a un hombre son tus carcajadas y no los gruñidos nasales de la cerda a la que está abrazado.

Me doblé sobre mí misma, carcajeándome ante la imagen que tenía delante.

Tálah pestañeó confundido y acto seguido dio un salto al ver el hocico de Olaya tan cerca de su oreja.

―¿Olaya? ―preguntó desesperado, mirando al animal mientas, levantaba el vestido que la joven había llevado la noche anterior y que ahora bailaba en el redondo cuerpo de la puerca. Algunas zonas se habían rasgado durante la mutación.

―Por fin has encontrado a alguien a tu altura ―celebré, secándome las lágrimas de los ojos.

Buncrana me puso una mano sobre el antebrazo y con el dedo índice me indico que guardara silencio. ¡Oh, vamos! aquello era demasiado bueno como para no comentarlo.

El viejo elfo entró en la habitación y se sentó en una silla de madera con aspecto de trono.

―Olaya pasa seis meses con la forma de un cerdo y seis meses con la forma de una elfa. Habéis llegado justo en la noche de su transformación.

―No puede ser ―exclamó Tálah con pesar. Aquello era lo más cerca que le había visto jamás de ningún tipo de emoción―. Me lo hubiera dicho.

―Olaya no habla, joven ―interrumpió Elrond con tono cansado. Me preguntaba cuantos siglos tendría―. Olaya te canta al oído con un sonido que vuelve loco a un hombre.

Tálah, que en realidad sí que parecía haberse vuelto loco, arrugó en entrecejo como si no comprendiera porque el viejo elfo acababa de decir tal cosa. Se arrodilló en el lecho junto a su cerda, para murmurarle algo al animal.

―Tálah, nos vamos de aquí ―le anunció Eslaigo con tono serio. Se acercó a su amigo para sostenerle del brazo, pero Tálah le apartó la mano con violencia.

―Yo no voy a ninguna parte ―gruñó, con una mirada amenazadora.

―Bueno ― intervine con alegría―. Si no quiere volver a la ciudad con nosotros, tampoco podemos forzarle. A veces debemos dejar que nuestros amigos cometan errores, por sí mismos. O zoofilía por sí mismos.

―Tálah, Eslaigo tiene razón. Nos vamos de aquí inmediatamente ―le dijo con dulzura Buncrana, acercándose a la cama e ignorándome por completo.

Solté un grito al ver como Tálah le propinaba un fuerte puñetazo a la chica.

―Buncrana ―chillé, acercándome a ella que estaba tenida en el suelo― ¿Cómo puedes pegarle así? Maldito animal. No entiendo como podéis ser sus amigos. ¿Estás bien?

Buncrana se levantó. Tenía una pequeña ristra de sangre en el labio y su brazo estaba paralizado como si se hubiera caído encima de él. Me sentí tan mal por ella, pues era delicada como una muñeca de porcelana.

La muñeca se volvió hacia Tálah, propinándole una patada tan grácil y efectiva que el muchacho cayó de la cama sobre su espalda.

Miré a Eslaigo con los ojos como platos y lo vi sonreír mientras se cruzaba de brazos. ¿Es que no pensaba hacer nada?

Buncrana saltó sobre la cama como una trapecista profesional y se situó frente a Tálah, esperando a que este se recuperara del golpe y se levantara.

―¿Os peleáis a menudo? ―le pregunté sin apartar los ojos de la pareja.

Eslaigo me echó una mirada de soslayo.

―Tálah está poseido ―se limitó a decir―. De ser el mismo nunca se hubiera atrevido a luchar contra Buncrana. Llevábamos tiempo sospechándolo pero esto lo confirma.

―¿Poseído? ―repetí con el entrecejo fruncido―. Ahora que lo dices, sí que me recuerda un poco a la niña del exorcista.

Eslaigo sonrió.

―Está poseído por Olaya ―explicó y se giró hacia el viejo elfo―. ¿No es así?

Elrond se limitó a asentir con aire distraído.

―¿Por qué no nos lo advirtió al vernos llegar? ―inquirió Eslaigo con dureza.

―Todo ocurre por una razón, muchacho. Cada pieza del tablero debe moverse de acuerdo al plan y no es mi función intervenir en el curso de los acontecimientos. Olaya es parte de ese gran plan, quizá solo una excusa para traeros a estas tierras, quizá haya alguna otra razón para que estéis aquí.

Me resultaba complicado seguir la conversación a la vez que la pelea, pero esa sí que no me la quería perder porque Tálah parecía un aficionado que había visto muchos videos de peleas, intentando luchar contra una maestra krav magá. Todo ello con los chillidos de un cerdo de fondo.

Buncrana se detuvo cuando Tálah quedó tendido sobre el suelo, sin intenciones de volver a moverse. Eslaigo se acuclilló junto a su amigo que se limpiaba un ristra de sangre del labio.

―La bruja Kinvarra vive cerca de estas tierras, amigo ―le dijo―. Visitémosla, ella sabrá cómo deshacer el conjuro que acaeció sobre Olaya.

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