Capítulo 3.a
Mi primer sábado en Alfheim, fue un día milagroso. Me desperté un tanto asustada por la intensa luz que penetraba por mi ventana y sin poder creer que fuera el mismo lugar en el que había pasado una semana de lluvia y nubosidad.
Buncrana había pasado una nota por debajo de mi puerta en algún momento mientras dormía.
"Hoy no lloverá. Puede que Olaya Moher, quien tiene poder para convocar en sueños, nos haya iluminado el camino hacia su granja. Reúnete con nosotros en la entrada, no más tarde de las nueve. Son muchas las horas de viaje a Connemara"
¿Debería tomarme aquello como una invitación a viajar con ellos? No es que me apeteciera pasar mi día libre con quién me despreciaba, también conocido como Tálah Leterkenny, pero por otro lado no podía perderme su humillación, cuando le dijera a una completa desconocida que había recorrido cientos de kilómetros porque había soñado que estaban hechos el uno para el otro. Además había escuchado que la zona este de esas tierras quitaba el aliento.
Probablemente me arrepentiría de mi decisión, pero a las nueve y tres minutos de la mañana, salté en el coche que me había aguardado a la entrada del campus.
―Os dije que vendría ―celebró Buncrana, sonriéndome mientras me sentaba a su lado en la parte trasera del impresionante Maserati Gran Cabrio.
―Gracias por esperarme ―dije un tanto tímida. Era una sensación irritante porque no concordaba con mi carácter y no estaba acostumbrada a sentirme así. Sin duda, mi timidez estaba ocasionada por la animosidad que provenía de la parte delantera del coche.
―¿De quién es esta pedazo de máquina?
Nadie me respondió.
―Vale, lo habéis robado ―deduje―. Justo lo que me imaginaba.
Pasé mis manos por la lujosa tapicería de los asientos. Estaba impoluto, como si acabara de salir de la fábrica o del cielo, lo que fuera que producía esa clase de coches.
―Supongo que comer pizza en el interior está descartado, ¿verdad? ―bromeé como segundo intento.
Buncrana se limitó a sonreírme como quien contempla a un bebe elefante en el zoo y los ojos verdes de Eslaigo me dedicaron una mirada divertida a través del retrovisor. Tálah, sentado en el asiento del copiloto, miraba por su ventana como si lo único que sonara en el coche fuera la radio y el motor de fondo.
Menudo imbécil.
―¿Sabe Olaya que vamos a visitarla? ―pregunté, sonriendo con malicia―. A veces es buena idea anticiparle a una chica este tipo de cosas. Ya sabes, por si quiere ir a la peluquería a ponerse extensiones, hacer dieta, o comprarse una faja en caso de que no le dé tiempo a hacer dieta.
Por los dioses, cómo me gustaría que fuera mucho más fea que en las fotos, solo para ver como don superior se lo tomaba.
―Los elfos, al contrario que los humanos, no nos acicalamos con elementos que no nos pertenecen para falsamente atraer a una pareja ―me contestó Tálah, mirando mi escote de forma significativa.
Bajé la mirada a mi pechos. Llevaba uno de esos sujetadores con almohadillas para realzar. Los hombres humanos no solían percatarse de los trucos. Ellos solo veían el resultado final, pero de alguna forma Tálah lo sabía.
―En realidad Littlepene, sí que me pertenecen. Las he pagado en Victoria's Secret ―le respondí socarrona, mientras apretaba con ambas manos mis pechos.
―Es Letterkenny ―me corrigió él.
―Resérvate eso para Olaya, romeo.
―Te concedo la razón, Buncrana ―nos interrumpió Eslaigo tras una ligera carcajada. Me la tomé como una gran victoria, teniendo en cuenta que se trataba de un elfo―. Es cierto que la humana es como un soplo de aire fresco.
―Gracias ―le dije con mi sonrisa más coqueta, cuando volví a encontrarme con sus ojos verdes en el retrovisor.
―De nada, Pri-ya.
Mi sonrisa se tornó en ceño fruncido y me giré hacia Buncrana.
―¿Qué me ha llamado? ―le pregunté un tanto confusa―. Pri...
―Pri-ya, significa esclava sexual humana ―me explicó la joven.
―Ammm ―me relajé, para inmediatamente volver a entornar los ojos―. ¿Por qué me ha llamado eso?
Buncrana se acarició el cabello rubio que caía por su hombro con tranquilidad.
―Las primeras veces que un humano mantiene relaciones con un elfo, cae bajo una especie de fiebre e influjo que apenas puede controlar. Sin poder resistirse, vuelve una y otra vez al elfo que lo ha tornado esclavo en busca de más.
¡Por los dioses! La contemplé con claro escepticismo. ¿En serio pensaba que iba a tragarme esa historia?
―Veamos si lo he entendido ―recapitulé con media sonrisita ―. Los elfos no necesitáis utilizar maquillaje, ni extensiones, ni relleno en el sujetador para engañar a vuestras parejas, pero no tenéis escrúpulos a la hora de echarle un conjuro de obsesión a la pobre víctima.
―No es un conjuro, humana ―intervino Tálah―. Simplemente un humano no está acostumbrado a la calidad de los elfos. Algunos incluso han muerto por exceso de placer.
No. ¿Enserio acababa de decir eso?
―Y algunos elfos han muerto por exceso de autoestima. Simplemente se les inflama el ego tanto que puf ―di una sonora palmada al lado de su cabeza ―les estalla el coco. Ten cuidado con eso Littlepene.
Esta vez conseguí carcajadas.
―Se me olvidaba ―dije tras diez minutos de silencio. Saqué tres Iphones de mi mochila y le di uno a cada uno―. Mi madre trabaja en la fábrica. Así no tendréis que venir hasta mi habitación para pasarme notas por debajo de la puerta. Podemos vivir en nuestra era y chatear.
Buncrana me sonrió como una niña la mañana de navidad. Tres segundos más tarde mi móvil vibró y al sacarlo me encontré con un mensaje suyo.
"Gracias, Siracusa"
―De nada, rubita ―dije y me volví hacia la ventana.
Otro mensaje.
"Gracias de parte de los chicos también, aunque no sean muy expresivos. Les conozco y sé que lo aprecian "
Le dediqué un sonrisa forzada. Por los dioses, esperaba no haber creado un monstruo.
―Bueno, contadme como os conocisteis ―les pedí curiosa.
―Tálah y yo éramos alumnos en la misma escuela ―me informó Buncrana con expresión nostálgica, y me pregunté a cuántos años atrás habría viajado para encontrar esos recuerdos.
―¿Cuántos años tenéis?
―Tálah y yo tenemos ciento doce años, y Eslaigo tiene setenta y nueve.
―Oh, bebé ―me burlé, mirándolo por el retrovisor mientras hacía pucheros.
―¿Cómo le conocisteis? ―insistí, dándome cuenta de que al tener esa edad aun no debía ser alumno en la facultad de medicina. Así que Tálah era un acosador sexual y Eslaigo un nene de instituto. De alguna forma esa información me ayudó a bajarlos del pedestal élfico. Sin duda, sería así con el resto de los elfos. Todos y cada uno de mis compañeros debían secretos y puntos débiles, y el sentimiento de inferioridad que me había estado acosando aquella semana no tenían razón de ser. Las inseguridades no eran más que el resultado de comparar tu trastero con la fachada de los demás.
―Conocí a Tálah a través de mi hermano mayor ―explicó Eslaigo entonces.
Esperé un momento a que continuara pero no añadió nada más.
―¿Puedes elaborar un poco más tu historia? ―solicité burlona―. Estamos metidos en un coche sin nada más que hacer durante horas.
Los ojos divertidos de Eslaigo me encontraron de nuevo en el espejo. Al parecer ellos no tenían ningún problema con viajar en silencio, pero yo me moriría de aburrimiento.
―Fue la noche del solsticio de verano ―comenzó Eslaigo dispuesto a darme el gusto―. En aquel entonces, aun no podía asistir al festival nocturno porque era demasiado joven. Me quedé en casa deseando ser mayor y leyendo historias de gigantes hasta quedarme dormido. Me desperté de madrugada al escuchar un estruendo contra mi ventana.
―¿Qué era? ―lo alenté, agradecida por que lo hubiera convertido en un relato.
―Lo importante, mi pequeña humana, no es qué golpeó mi ventana sino lo que vi al abrir esta.
―Esto es innecesario ―protestó Tálah para sí mismo.
Me senté en la punta del asiento y agarré su respaldo para acercarme más al moreno.
―¿Qué viste? ―insistí. Si Tálah no quería que lo contase entonces deseaba saberlo más que nunca.
―Las blancas posaderas de Tálah iluminadas por la luna ―continuó el moreno, ignorando a su amigo―. Había caído del tejado sobre un seto completamente desnudo y embriagado. Tan ebrio que se quedó dormido con su trasero hacia nuestra casa.
Me carcajeé, deseando que hubiera móviles en aquella época para verlo con mis propios ojos. Tálah, menos divertido, miró a través de su ventana mostrando su desacuerdo con la narración a través de su silencio.
―Lo que había golpeado mi ventana era un botijo de laurea e intentando salvarlo, Tálah cayó tras este.
―¿Pero que hacía desnudo en tu tejado?
―Mi hermano lo había llevado allí.
―¿Y qué hacía desnudo en el tejado con tu...? ―me detuve cuando una idea cruzó por mi mente y abrí mucho los ojos. Me dirigí a Tálah esta vez― ¿Tú y su hermano? ¿Desnudos en el tejado?
―¿Tienes algún problema con eso? ―me preguntó con tono calmado.
Contemplé su abundante pelo rubio oscuro, sus perfectos ojos azules y por alguna razón fue como si lo estuviera viendo por primera vez. Por supuesto, no tenía ningún problema con la bisexualidad en general, pero sí que parcía tener uno con la de Tálah en particular. Desde que lo conociera, me había parecido frío, altanero y pedante. Tenía esa idea de él en mi cabeza en la que era un tipo tedioso y estirado. La historia de Eslaigo acababa de demoler mi idea de Tálah, convirtiéndolo en alguien interesante e incluso...
Me mordí el labio y me eché contra mi asiento un tanto descolocada con la repentina y acuciante atracción. Esos ojos azules se encontraron con los mío en el espejo retrovisor y se me sonrojaron las mejillas, consciente de que parecía adivinar cosas sobre mí de alguna forma que yo no comprendía.
Apartando la mirada, miré a través de mi ventanilla esperando a que se me pasara. Sin duda era fruto de la sorpresa.
―¿No es común entre los humanos las prácticas sexuales entre hombres? ―me preguntó Buncrana con curiosidad―. Pareces trastornada.
Miré a la joven preguntándome qué era peor que me creyeran una retrógrada o confesar que era Tálah lo que me había dejado sin palabras.
―Sí, estoy en contra de que otras personas se lo pasen bien ―respondí con tono serio―. Me ofende aunque no me incumba ni me afecte.
Buncrana pestañeó confusa. Sin duda no tenía ni idea de lo que significaba la ironía.
―Bromea ―le aclaró Tálah a su amiga con calma pero cierta diversión.
Buncrana intercaló la mirada confusa entre ambos y luego la regresó a mí.
―Tálah podrá entenderte mejor que Eslaigo y yo ―me explicó.
Quería preguntarle porque había dicho eso, pero no pensaba mostrar interés en él y menos ese momento tan extraño.
El Maserati no tuvo problemas para comerse los kilómetros, incluso en aquellas rústicas carreterillas de Alfheim.
Algo estaba ocurriéndole al paisaje. Cuanta menos civilización había, más hermoso se volvía. El influjo del sol en una tierra de vegetación exuberante tenía un efecto abrumador que conmovía a los ojos. Kilómetros de verde campo se extendían a los lados de la carretera, en ocasiones inundados por charcos de agua o pequeños lagos, que reflejaban el cielo como un espejo. Otras tramos se componían de espesos setos de tonos verde, marrón y del rojo más vivo que jamás le hubiera visto a un arbusto. Era como un tapizado hermoso en el que las cabras de cuernos retorcidos parecían encontrarse a sus anchas. En aquel sobrenatural paraje, ellas eran las dueñas y no la siervas, y no me hubiera atrevido a sacar un pie del coche.
Tras descender la espectral montaña, el paisaje se tornó más normal, pero igual de bello. Pequeñas granjas y caseríos cercados, anunciaban el regreso a la civilización.
Finalmente Eslaigo tomó un giro, que nos adentró en un pequeño poblado. Bajó la ventanilla y le preguntó a un diminuto granjero hobbit por la casa Moher. Llevaba ropa vintage, que podría haber pertenecido a mi abuelo de joven, pero en tamaño infantil. Una camisa de rayas anticuada bajo un chaleco de punto. Nunca antes había visto a un hobbit en persona, así que sin avisar me bajé del coche y lo rodeé para aproximarme al hombre. Su coronilla me llegaba por el pecho y era extraño ver que tenía el tamaño de un niño con el rostro de un adulto. Tal y como esperaba, iba descalzo, aunque intenté no mirar fijamente sus enormes y peludos pies.
―¿Me puedo hacer una foto con usted? ―le pregunté ilusionada.
El hombre frunció el ceño extrañado, pero asintió. Los hobbits eran conocidos por su buen corazón y sabía que me daría el gusto.
Le entregué mi teléfono con la cámara activada a Tálah por la ventanilla del coche, ignorando su ceja alzada y sonriente, me puse al lado del adorable hobbit. Se me borró la sonrisa cuando sentí una diminuta mano en la parte superior de mi trasero y di un salto hacia un lado.
El granjero me dedicó una sonrisa pillina, mientras se sacaba del bolsillo una pipa de fumar. Era la figura de una mujer tallada en madera, desnuda y con las piernas abiertas. Lo miré con una mueca de disgusto y me apresuré en regresar al coche.
―Ese pervertido me ha tocado el culo ―lo acusé en el interior, dando toquecitos en el hombro de Eslaigo para que arrancara.
―¿No le vas a dar tu número? ―inquirió Tálah con tono burlón, y le lancé la mirada del tigre.
―¿Qué esperabas, Siracusa? Le has pedido que se tomara una foto contigo, debía estas planeado la boda en su cabeza ―me respondió Eslaigo divertido.
Puse una mueca de profundo disgusto que lo hizo reír.
―No le digas que sí, Siracusa ―intervino Tálah―. La diferencia de tamaño de ciertas zonas de vuestras anatomías iban a resultar insatisfactorias para ambas partes.
A pesar de mí misma, reí ante eso.
―No era mi intención flirtear con él, solo quería una foto ―expliqué lo evidente.
―¿Para qué? ―me preguntó Buncrana con curiosidad.
―Para subirla a Tinker.
―¿Para qué?
Pestañeé.
―Para que mis amigos y familiares vean que he estado con un Hobbit.
―¿Por qué no se lo cuentas? ―insistió Buncrana.
―Porque contado no da tanta envidia ―repliqué alzando las manos con lo que me parecía obvio―. Las redes sociales están para que los demás crean que tu vida es más interesante que las suyas.
Buncrana miró hacia delante con una expresión de confusión que me hizo sonreír. Esa muchacha nunca entendería a los humanos y al mismo tiempo era la que más curiosidad sentía por nosotros.
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