Capítulo 26
La lluvia torrencial no me permitía ver más allá de dos palmos de mi cara, por mucho que me esforzara en escudriñar la oscura y tempestuosa superficie del mar, que se agitaba furiosa en un vaivén de olas.
―¿Ves algo? ―le grité a Tálah entre el ruidoso llanto de las nubes y los truenos, cuyos relámpagos iluminaban el cielo de una azul eléctrico segundos antes de estallar en un rugido infernal.
―Aún no han llegado ―le escuché decir, mientras luchaba por secarme las gotas de agua que me empapaban las pestañas hasta el punto de cegarme. Mi estómago empezaba a revolverse con el continuo bamboleo al que se veía sometida nuestra embarcación en su intento de mantenerse a flote sobre las furiosas olas.
Me aproximé a la radio, segura de que había escuchado su rasgado sonido, y pegué el altavoz a mi oído. Se oyó el característico rugido de un orco y me concentré por entender lo que decía.
―Quinientos metros para el objetivo ―logré identificar entre la miriada de ruidos que competían por ocultarse unos a otros.
―Tálah ―llamé sin aliento. El elfo que estaba junto a lo borda miró por encima de su hombro―. Ya vienen ―grité, la desesperación dotaba mi voz de agudos. Con ellos me refería tres cazas pilotados por orcos que estaban siendo perseguidos hasta el mar de Midgard por el primer dragón que habían visto esas tierras en milenios.
El elfo flexionó las rodillas y tomó el bulto envuelto en sábanas blancas y con manchas de sangre y lo izó como pudo en ambos brazos. Era la cabeza de un buey, y si la historia era cierta, Thor había usado ese cebo para atraer a Jormundgander a la superficie.
Tálah clavó un gancho a la cabeza del pobre animal y dejó que cayera por la borda. A pesar de que la lluvia era más potente que una ducha, sus manos y su jersey quedaron manchados de sangre. Fruncí el ceño preocupada con que eso fuera atraer hacia él a algunos de los monstruos que estaban a punto de hacer su aparición en escena.
Corrí hasta el elfo y apresé el dobladillo de su jersey para sacárselo por la cabeza.
―Siracusa, no veo que sea el momento ―se quejó él entre indignado e incrédulo, y no sé si fue la ridiculez de la escena o los nervios pero me entró una risa nerviosa.
―Está manchado de sangre ―expliqué, limpiándole las manos con la parte de dentro y tirándolo por la borda.
Tálah miró por encima de mi coronilla al horizonte borror y entornó los ojos en un intento de agudizar la vista. Me dí la vuelta, pero no fui incapaz de localizar el foco de su atención.
―Tenemos visita ―le oí decir a mi espalda.
―¿Dónde? ―insistí, girando sobre mí misma. El agua pesaba sobre mi pelo y mi ropa, ralentizando mis movimientos.
Tálaha señaló un punto en el mar, pero seguía sin poder ver lo que fuera que divisaban sus ojos de elfo. Me temblaron las manos imaginando que podría tratarse de la gigantesca serpiente que, si tenía memoria alguna, sin duda iba a relacionar la cabeza de buey con tu enemigo principal, Thor.
―Vamos dentro ―indicó mi acompañante, refiriéndose a la pequeña cabina acristalada donde estaba la radio.
En lugar de eso, me aproximé a la borda y me sostuve de la barandilla con toda la fuerza en mis manos. Oí que Tálah me llamaba pero le ignoré.
―Jormungander ―grité al despiadado caos de la tormenta nocturna―. Vengo en nombre de la humanidad.
Solté una risotada nerviosa al darme cuenta de lo ridículamente épico que había sonado eso.
―Te pido que cumplas tu destino de protegernos y que uses tu veneno para destruir al dragón.
Un segundo después el barco pareció saltar del agua y fui lanzada varios metros en el aire hacia atrás. Aterricé de espaldas y solté un aullido ante el dolor que se extendió por el hueso de mi omóplato, por el codo derecho y por todas las zonas de mi cuerpo que había impactado contra el suelo.
Las olas bailaban enfurecidas, pero no con la suficiente fuerza como para haber hecho saltar el barco. Abrí los ojos y entonces lo ví, el verdadero causante del choque, o al menos vi su enorme cola moviéndose como un látigo en el aire.
Cerré los ojos con fuerza a la espera de que me atacara con ella o de que se diera la vuelta y me engullera entera, pero no me iba a ir de este mundo sin aclararle una última cosa.
―No vamos con Thor, vamos contigo, Jörmundgander.― Escuché entonces un sonido vibrante, algo como el momento en el que el agua rompe a hervir con las primeras burbujas de aire estallando en la superficie, pero más místico. A pesar de lo espectral del sonido, no pude resistirme y abrí los ojos. Mi cara se desencajó al ver la cabeza de una serpiente gigante con ojos del color del fuego, frente a mí. El sonido que había escuchado eran los cartílagos inferiores de nu nariz retumbando con su rítmica y pausada respiración. Su enorme boca se abrió mostrando una hilera de dientes puntiagudos del tamaño de un niño humano. Los dos del centro de su boca eran el doble de largos. De sus fauces salió un sonido espectral, como si el aire que escapaba de su interior trajera el sordo lamento de un millón de ánimas. De sus barbas colgaban algas marinas de un verde oscuro con la forma de cuchillos con hoja de sierra.
Cuando movió su mandíbula para hablar, me cubrió de un ventisca procedente de sus pulmones, helada como una tormenta en la nieve. La voz que salió del monstruo, fue un rugido tan grave y vibrante que estaba completamente despojado de humanidad. Era más como el temblor lento pero letal de una montaña cediendo ante la fuerza destructiva de un terremoto.
Solo entendí una cosa de lo que dijo y me di cuenta de que mi cuerdas vocales humanas nunca serían capaces de pronunciar el nombre de Thor con el poder ancestral y demoníaco que acababa de escuchar.
―Thor es un capullo, ¿vale? ―le grité complaciente―. No debió venir a buscarte a tu casa. No te estabas metiendo con nadie. La humanidad está de tu parte. Ayúdanos, Jörmundgander.
Dije su nombre con convicción, como cuando escuchas al dueño de un perro llamarlo y lo usas y el animal te mira confuso, preguntándose si os conocéis pero se ha olvidado.
Nuestra peculiar comunicación se vio interrumpida por un aullido lacerante que atravesó el ruido de la tempestad. Era una mezcla entre el barrito de un elefante y el rugido de un cocodrilo. No podría tratarse de otra cosa que el dragón.
Jörmundgander giró su alargado cuello para buscar el foco del aullido. Un instante después, dio un salto hacia atrás formando un círculo en el aire y sumergiéndose en el agua a tiempo de que la llamarada de fuego lanzada por Lotty le alcanzara la punta de la cola.
A pesar de su potencia, el fuego de Lotty se veía mermado por la caída de agua torrencial y de poco servía si la serpiente estaba bajo la superficie del agua.
Tálah se lanzó contra mí para pegarme al borde de la embarcación y semi ocultarnos de la vista del dragón. No sirvió de mucho, pues con Jörmundgander fuera de escena y los cazas desaparecidos, lo único que le quedaba por calcinar a Lotty era el barco que surcaba las olas en mitad de la nada.
Atinó a la primera. La madera de la zona estribor del buque crujió bajo la directa y prolongada llamarada del dragón. Cuando esta se detuvo, las llamas lucharon por mantenerse bajo la lluvia pero esta demostró ser una rival competente. Aun así, el casco había quedado comprometido y el mar se abrió paso por el boquete.
―Tenemos que saltar ―me indicó Tálah al oído.
―¿Estás loco? Nos ahogaremos ―le respondí tiritando. Ni con los chalecos salvavidas que llevábamos tendríamos una oportunidad de sobrevivir a un mar embravecido por el mismísimo apocalipsis.
―El agua es más segura ―chilló Tálah y noté que me pasaba una cuerda por la cintura. Hizo un nudo sólido y tiró varias veces de ambos extremos para asegurarlo.
Desvié la vista al agua, Jörmundgander nos había abandonado a nuestra suerte, ¿y por qué no? No nos debía nada. Que su relación con los marineros humanos hubiera sido cordial e incluso amistosa, no significaba que tuviera que arriesgar su vida por nosotros y morir calcinada por un dragón que no debería haber llegado a esas tierras en primer lugar.
―Vamos, Siracusa ―me apremió Tálah tirando de mi mano hacia la borda.
Miré el agua oscura y tenebrosa como si fuera la abertura al mismo inferno. Un infierno helado y húmedo con un monstruo sumergido y otro sobrevolándo. ¿Qué más se podía pedir? Qué el final fuera rápido e indoloro. Quizá la serpiente me hiciera el favor de tragarnos para acelerar el proceso. Me pregunté si masticaría nuestros cuerpos o los tragaría enteros. Sea como fuere, la muerte sería inminente, y lo cierto es que esa idea me aliviaba. Por alguna razón prefería morir a manos de nuestra mascota oficial que servirle de cena al dragón.
Con el último resquicio de supervivencia que quedaba en mí, tomé el flotador naranja que colgaba de la pared de la embarcación y me lo pasé por la cabeza antes de que Tálah nos lanzara al agua. La temperatura de esta, fue como si miles de agujas se me clavaran por el cuerpo hasta arrancarme el aliento de los pulmones. El chaleco y el flotador me mantuvieron en la superficie pero no evitaron que me atragantara y tosiera con las oleadas que la marea lanzaban en mi cara.
Tiré de la cuerda como pude para atraer a Tálah hasta mi boya. Enganchó sus brazos en esta como pudo y nos quedamos uno frente al otro.
Lotty continuó echando fuego a la embarcación, probablemente intentando que se hunda del todo. ¿Por qué tenían esas ansias de destrucción los dragones? Me era imposible imaginar su mundo, con unos calcinando a otros solo por matar el aburrimiento. Quizá hubiera cierta cortesía entre dragones, acuerdos momentáneos y basados en el interés mutuo por la prosperidad que trae la paz. En ese caso no serían tan distintos a los humanos.
Estaba pensando en estas tonterías cuando escuché un estallido de agua a mi derecha, giré el rostro y ví que Jörmundgander había saltado del agua, estilo delfín, para aprovechar que Lotty estaba distraída e intentar darle un bocado. Lotty era más pequeña que la serpiente, pero sus alas le daban ventaja. Esquivó a la serpiente y dirigió su llamarada a esta atinando de nuevo en un trozo de su alargado cuerpo, justo antes de que esta se hundiera de nuevo bajo la superficie.
―No nos ha abandonado ―le grité a Tálah, sintiendo un resquicio de esperanza. Si no por nosotros, que estábamos en mitad de la nada y probablemente moriríamos ahogados, por el resto de seres que dejábamos atrás. Si Jörmundgander conseguía abatir al dragón, habríamos liberado Easky sin bajas; aunque no viviera para contarlo mi plan resultaría un éxito.
Lotty sobrevoló el agua en busca de la serpiente, demasiado enfadada con esta como para prestarle atención al puntito rojo y diminuto que sin duda constituiamos Tálah y yo en mitad del mar.
La serpiente volvió a resurgir por la espalda de Lotty y esta vez logró hincarle los dientes y llevársela al fondo del agua.
Me quedé boquiabierta ante la repentina calma que reinó a nuestro alrededor con el ruidoso dragón sumergido. No podía creerlo. La dragona había desaparecido y con ella, se había llevado uno de los mayores problemas a los que me había enfrentado en mi vida. Así de fácil. Bueno, no es que hubiera sido fácil, pero sí que fue un impacto para mi cuerpo cargado de adrenalina aceptar que ya había terminado. Incluso un tanto anticlimático. Como cuando en una película el conflicto principal se resuelve muy rápido y te quedas como... y ya está. Pero por todos los troles, si me alegraba de la decepción, cuando era la realidad y no algo que estaba viendo desde el sofá de mi casa.
Escuchamos un sonido entonces y por un momento me preocupé de que fuera alguno de los dos monstruos regresando o un tercero haciendo su paración para unirse a la fiesta. Pero se trataba de un helicóptero militar descendiendo sobre el agua para recogernos. Era uno de esos que tienen casi forma de avión y dos hélices en lugar de una.
De la barriga del helicóptero, descendió una especie de cestita colgada por cinco cuerdas y ocupada por dos orcos armados y vestidos en uniforme de camuflaje nos ayudaron a subir a esta y se elevó lenta pero constante. Alejándonos de las revoltosas aguas.
Miré la negra superficie, tiritándo de forma violenta incluso a pesar de la manta que me echó uno de los orcos por encima.
―Gracias Jörmundgander ―susurré.
Algo emergió estruendosamente del agua, sin duda Jörmundgander para despedirse. Reconocí sus ojos amarillos en la noche y entonces desplegó las alas sacudiendo chorros de agua de estas por todas partes. No era la serpiente.
Era Lotty.
Solté un grito desgarrado a modo de aviso.
Los orcos rugieron y el helicóptero se movió a pesar de que aun no habíamos ascendido del todo. La cesta osciló de tal forma que caí sentada. Tálah se echó sobre mí y me sujetó los brazos contra el suelo.
―Quédate tumbada ―me indicó, haciendo él lo mismo.
La cesta se balanceó de forma violenta en el aire, y los orcos abrieron fuego con sus ametralladoras contra lo que sin duda alguna era una dragona no muerta.
Vi entonces una llamarada de fuego sobre nuestras cabezas que fue directa hacia las cuerdas que nos sostenían y comenzó a quemarlas. Uno de los orcos que se asomaban desde la barriga abierta del helicóptero disparó un misil enorme de un arma compuesta por un tubo muy largo apoyado sobre su hombro. Sabía por las películas bélicas que se trataba de una bazuca. Aunque el misil no podía hacerle nada a las duras escamas del dragón, el golpe debió sorprender a la criatura porque detuvo el fuego y la lluvia hizo su parte para apagar las llamas que consumían las cuerdas.
Aun así, en vista del problema. Los orcos se apresuraron por terminar de alzar la cesta todo lo posible. Tarea complicada, teniendo en cuenta que volábamos a todo gas, lo que ocasionaba que se meciera sin parar. Entre varios lograron introducir la cesta en el interior del helicóptero.
Suspiré aliviada cuando mis ojos registraron el interior de la nave. El techo era como un gofre metálico, con cables negros, tubos blancos y amarillos y mochilas naranjas colgando de los lados. Mi cuerpo se relajó, no porque ya no estuviéramos en peligro, sino porque la ausencia de lluvia y la presencia del chasis a mi alrededor lograron crear el efecto de una falsa seguridad.
La realidad era otra bien distinta. Aunque estuviéramos en una de las aeronaves militares más rápidas y resistentes del mercado bélico, nos perseguía un dragón furioso y recién levantado de la siesta más larga de la historia, quien además estaba teniendo una mala noche. Me imaginaba que Lotty debía de estar sintiéndose como yo tras despertarme de una siesta estival de tres horas, sudada y pegajosa, sin saber bien donde estaba pero con una mala leche suficiente como para arrasar con cualquier cosa que se me cruzara por delante.
Los orcos nos indicaron que tomaramos los asientos que estaban adjuntos a los laterales y que nos abrocháramos los cinturones. Una vez asegurados al asiento, giré la cabeza para mirar por una de las sy circulares ventana, similares a las de un barco, que teníamos detrás. La oscuridad era tal y las nubes tan tupidas que no logré ver nada en absoluto.
―Ahí está ―chillo Tálah a mi lado.
Agudicé la vista todo lo que pude y aun así, no era capaz de localizar a Lotty. Al menos hasta que soltó otra llamarada en nuestra dirección, provocando turbulencias y que varios pitidos resonaran como alarmas advirtiendo de algún desperfecto.
La segunda llamarada fue esquivada por el habilidoso piloto en un giro inesperado que me hizo crujir el cuello y perder el control de hacia donde caía el peso de mi cuerpo. Mi sien chocó contra el hombro de Tálah, y de no se por los cinturones hubiera rebotado por la cabina como una pelota de goma.
A pesar de que nos habíamos librado de la segunda llamarada, una voz advertía de forma cíclica de una avería severa en algún punto de la nave.
Lotty no era tonta, una vez le bastó para entender que el bichito al que perseguía intentaría esquivar su fuego, por lo que en la tercera llamarada lo tuvo en cuenta y movió el cuello en zigzag para abarcar más terreno. El fuego nos alcanzó en la cola y derritió parte del chasis ocasionando que la plataforma por la que habíamos subido se abriera y quedara colgando como la tapa de un buzón. El gélido aire nocturnos recorrió la sala, devolviéndome el sentimiento de estar desprotegida. Ahora veíamos el cielo y la tormenta que íbamos dejando atrás, y entre las grisáceas nubes, iluminada por la eléctrica luz de los rayos vimos el rostro del dragón.
Ahogué un grito al divisar sus terribles ojos, fulgurando como dos topacios imperiales y un mensaje claro: No pararía hasta destruirnos. No se detendría hasta reducirnos a simples cenizas, y entonces se iría volando en busca de más seres a los que destruir. Por mi culpa.
Mi plan había fallado, pues en el aire y sobre tierra era imposible que Jörmundgander nos alcanzara Eso si seguía viva. Cabía la posibilidad de que Lotty la hubiera matado y todo por mi culpa. ¿Cuánta gente iba a morir por culpa de mi idea?
Miré los ojos del dragón y supe que el tormento de mi culpa no iba a durar mucho. En cuanto abriera la boca de nuevo y lanzara otra llamarada nos alcanzaría y a falta de una barrera metálica, el fuego penetraría por el armazón y nos daría de lleno.
Uno de los orcos, que estaba sentado frente a nosotros se soltó el cinturón de un brazo para torcer la cintura y apuntar con el bazuca al exterior. El hueco no era muy grande. Si fallaba y golpeaba el interior de la nave caeríamos en picado. Quizá fue por eso que no disparó de inmediato, sino que se quedó quieto, apuntando y a la espera.
Fue entonces cuando Lotty pareció tiritar de forma violenta, sacudiéndose como si de pronto no soportara la lluvia que le caía implacable. Entorné los ojos, sin comprenderlo. El Rey de la Corte de Otoño nos había contado que lo que llevó a Lotty a Easky en primer lugar había sido un resfriado. ¿Podía estar el dragón resfriándose de nuevo? Por mucho que me gustara la idea, dudaba que fuera el caso. No hacía tanto frío como para que un bicho de esa fuerza y envergadura con fuego dentro cogiera un virus o una gripe, y aunque lo hiciera no podría incubarlo tan rápido.
Lotty, a quien definitivamente le ocurría algo extraño, tuvo una especie de tos y lanzó algo por la boca que por primera vez no fue fuego sino algo pegajoso y oscuro. Cerré los ojos de forma instintiva y lo sentí aterrizar en mi piel, mojado y caliente, pero no quemaba. Cuando los volví a abrir y me toqué la cara, allí donde notaba que lo tenía, mis dedos se cubrieron de algo rojo, más oscuro que la sangre humana, pero de la misma consistencia.
Miré a los demás. Estaban salpicados por la misma sustancia. La olí y el hedor metálico me sacó de dudas.
―Sangre de dragón ―exclamó, Tálah llegando a la misma conclusión―. Tiene una hemorragia interna.
Lotty, presa del repentino malestar, ralentizó el vuelo, moviendo las alas lo suficientenecesario solo para mantenerse a flote. La vi toser y temblar una última vez antes de que la oscuridad y la lluvia la ocultaran de la vista.
Los orcos rugieron victoriosos y yo me quedé mirando el cielo de la noche petrificada, sin atreverme a creer que unel dragón asesino ya no nos perseguía.
Tálah puso la mano en mi hombro, su contacto calentándoó mi helado cuerpo con su verano de forma inmediata, y. sSolo entonces me atreví a apartar la vista del cielo.
―¿Estás bien? ―me gritó preocupado.
Estaba No supe qué responderle. No me había dado cuenta de lo helada que estaba en mi ropa empapada y con el cabello chorreando por mi espalda y mi pecho, hasta que noté su calidez.
―¿Se ha ido? ―Mi voz salió temblorosa e incierta.
Tálah asintió.
―Creo que sí, Sira.
Asentí, solté una carcajada y después me eché a llorar.
Tálah, extrañado por mi incongruente comportamiento, me abrazó y comenzó a acariciarme la espalda de forma enérgica tratando de ofrecerme consuelo y calor a la vez.
Apoyé mi frente en su pecho y aspiré su aroma a mar salada y a verano. Mi cuerpo temblaba en sacudidas violenta tanto por el frío como por la adrenalina que surcaba mis venas y que ya no era necesaria ahora que estábamos relativamente a salvo.
―Gracias ―musité, con voz temblorosa. Le rodeé la cintura con los brazos y le noté contener el aliento por la sorpresa del gesto.
―Siempre compartiré mi calor contigo ―me prometió, apoyando la barbilla en mi coronilla.
Solté una risotada ahoga por las lágrimas.
―Me alegro, pero lo decía por quedarte y ayudarme con el fin del mundo.
¿Qué más se le podía pedir a un hombre? Incluso siendo medio elfo. Había arriesgado su vida por los humanos. La había arriesgado por mí y yo nisiquiera me lo merecía.
Volví a carcajearme, apretandolo con más fuerza y cerrando los ojos porque seguía llorando y no veía nada, de todas formas.
―¿Seguro que estás bien? ―insistió él preocupado―. Nunca había visto a nadie llorar y reír a la vez.
Solté otra risotada.
―Los humanos lo hacemos.
―¿A menudo? ―inquirió horrorizado por la idea.
―No, solo cuando nos volvemos locos.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top