Capítulo 20

Según el libro que había tomado de la biblioteca, los sacerdotes de Ónegal no tenían permitido hacerse las marcas del corazón roto, ya que su corazón pertenecía a los dioses. Por lo tanto, Eslaigo no podía ser el elfo al que yo había visto hacerse incisiones en el pectoral.

Si no eran la misma persona, ¿qué relación había entre ambos? Lo más probable era que ninguna y yo estaba mezclando datos independientes.

Alguien llamó a la puerta de mi habitación interrumpiendo mis cavilaciones. Al otro lado se encontraban los tres elfos que se habían convertido en mi familia adoptiva en Alfheim.

Buncrana me dio un beso en la mejilla y Tullamore me revolvió el pelo al entrar, mientras que Tálah se hacía el remilgado en el rellano de mi cabaña.

―¿Vas a pasar? ―le pregunté irritada. La nieve había regresado aquella tarde tras una mañana soleada y cálida. La locura del clima era un indicador evidente de que el fin del mundo continuaba aproximándose.

Apoyado en la barandilla cubierta de nieve, Tálah me echó un vistazo cauteloso― ¿Has tenido noticias de Ming?

Fruncí los labios y negué con la cabeza. Eran las cinco de la tarde y aun no sabía nada del nomo. Estaba empezando a darme por vencida, pues a las diez de la noche tenía un vuelo a Midgard para unirme a la evacuación humana y no iba a poder investigar el misterio de Eslaigo desde allí.

Satisfecho con mi respuesta, Tálah entró y cerré la puerta tras él, tiritando de frío. Estornudé varias veces, pues los cambios de temperatura me estaban provocando un resfriado, y los elfos me contemplaron boquiabiertos. Siempre lo hacían cuando estornudaba. Al parecer era una reacción humana que no dejaba de sorprenderlos o quizá creyeran que era una peculiaridad mía con la que llamar su atención.

―Te alegrará saber que un grupo de orcos subvencionados por la Corte de Invierno os estarán esperando a la entrada de los túneles de Mullingar ―anunció Tullamore, ofreciéndome un plato cubierto por un paño de cocina.

Lo acepté y eché un vistazo bajo el trapo. Era una tarta de zanahorias para tomar el té, sin duda preparada por los sirvientes que el príncipe mantenía en el campus.

―¿Para qué? ―pregunté dejando la tarta sobre la mesa. Llevé el hervidor eléctrico bajo el grifo del baño y lo llené de agua.

―Los orcos os protegerán en caso de que os encontréis con algun peligro ―indicó Buncrana cuando regresé al salón―. Mi madre les paga bien para ello.

Asentí sin estar muy segura de que fuera buena idea. Su presencia iba a atemorizar a los humanos, pues lo único que se escuchaba de ellos en Midgard eran su proezas bélicas.

―¿Se enfrentarían al dragón? ―pregunté duvitativa.

―Nadie puede enfrentarse a un dragón, Sira ―rebatió Buncrana sentándose a la mesa. Tullamore tomó asiento junto a ella y se dispuso a cortar la esponjosa tarta en varios pedazos.

―¿Entonces con qué se supone que van a ayudarnos? ―pregunté hastiada.

―Con otras criaturas que puedan surgir ―razonó Tullamore como si le pareciera obvio.

―¿Otras criaturas? ―chillé―. Nadie dijo nada de otras criaturas...

El agua de la tetera comenzó a bullir de forma escandalosa justo en ese momento, haciendome dar un salto sobre mí misma.

―Siracusa, tranquilízate ―dijo Buncrana, asiendo la tetera por mí―. Para eso son los orcos, estaréis a salvo. Trae las tazas y el té.

Tomando una profunda inalación hice lo que decía. Coloqué dos tazas sobre la mesa frente a ellos y regresé al armario a por otras dos. Al darme la vuelta ví como Tullamore le daba un beso a Buncrana y la taza que había justo frente a él titiló sobre el plato.

Fruncí el ceño, recordando como la copa de vino se había caído durante el banquete en la Corte de Otoño cuando Buncrana pronunció Eslaigo en alto; y a la noche siguiente hubo un apagón cuando la elfa me confesó sentir que había perdido algo. Quizá me había equivocado al pedirle a Ming mis andanzas de la noche del ritual. Tenía que haber solicitado las de Buncrana.

Tampoco importaba mucho, pues no parecía que el nomo fuera a cumplir su parte del trato.

Sin la descripción de lo ocurrido la noche del ritual,¿Qué otra cosa podía hacer para ayudar a nuestro fantasma?¿Cómo comunicarme con él?

Decidí colocar una quinta sobre la mesa. Las llené todas de té y agua hirviendo y me senté junto a los demás, siendo vagamente consciente de su conversación.

― ¿Sira? ―me llamó Buncrana.

― ¿Qué? ―pregunté distraída, mirando con fijeza la taza de té extra que permanecía inalterable.

― ¿Nos estás escuchando? ―insistió Buncrana hasta que alcé los ojos hacia su rostro.

La elfa me repitió lo que había estado diciendo sobre que algunos elfos con siglos de experiencia en medicina nos acompañarían para cuidar de aquellos humanos que se encontraban en pleno tratamiento médico, en coma, a punto de dar a luz o en cualquier otra situación delicada.

Asentí maravillada de que alguien hubiera pensado en eso. Yo estaba haciendo un trabajo espantoso en fijarme en los detalles, distraída como estaba por el panorama general y el misterio del fantasma en particular.

―¿Es para Eslaigo? ―me susurró Tálah al oído y lanzó una mirada significativa hacia la quinta taza de té.

Sonreí ante su perspicacia y lo bien que estaba empezando a conocerme.

―¿Se supone que va a vaciarse sola? ―indagó él con curiosidad.

Me encogí de hombros y le susurré―. No lo sé exactamente, estoy dándole la oportunidad de comunicarse, de decirme algo más de su historia. Creo que tiene algo que ver con... ―señalé a Buncrana con la cabeza de forma discreta.

Tálah la contempló mientras ella discutía los detalles de la evacuación humana con Tullamore, ajena a nuestras reflexiones.

―¿Cómo has llegado a esa conclusión? ―inquirió él.

―Por varios detalles ―me limité a decir, antes de volverme hacia la pareja y probar una nueva táctica―¿Cuándo es vuestra boda?

La cabeza rubia de Buncrana giró hacia mi como un resorte. Después de nuestra conversación sobre lo que sentía, o más bien, no sentía por Tullamore, debió de extrañarle mi pregunta. Desconocía que el fantasma me había permitido escuchar su conversación al respecto (añadir conversación sobre adelantar la boda en la escena del banquete)

Tullamore alzó el mentón como si le complaciera mi pregunta.

―Vamos a adelantar la boda para celebrarla antes del Rägnarok ―declaró y por la expresión exasperada de Buncrana estaba claro que no había llegado a aprobar la idea.

Alguien más en la habitación no estaba de acuerdo con esa decisión, pues la taza de más cayó hacia un lado derramando té caliente en la mano que el príncipe tenía sobre la mesa.

Tullamore chilló y se levantó de un salto.

―¿Te has quemado? ―Buncrana tomó un puñado de servilletas para ofrecérselas.

Buncrana tomó un puñado de servilletas para ofrecérselas.

―Maldición ―gritó el joven― ¿Qué troles, Siracusa?¿Para qué lo has preparado?

―Perdón, no sé contar ―me disculpé distraída. Mis ojos fijos en la taza tirada sobre la mesa y el líquido derramado.

Tálah intercaló una mirada estupefacta entre la escena y yo.

―Se ha movido sola ―musitó serio.

―Te lo dije.

―¿Qué ocurre? ―nos interrogó Buncrana.

―Nada, hay un fantasma en mi habitación ―expliqué de carrerilla sin darle importancia.

―¿Un fantasma? ―repitió la elfa con claro escepticismo.

―Sí, pero no te preocupes. Poned una película, Tálah y yo vamos a... a comprar palomitas ―improvisé.

Los príncipes me contemplaron ceñudos, como si creyeran que lo de la taza y el fantasma era una broma pesada que les estaba gastando.

―Siracusa, ¿nos ocultas algo? ―me increpó Buncrana― ¿por qué crees que hay un fantasma en tu habitación? Los fantasmas no existen.

Tomé mi parka de color militar del perchero y me la puse antes de lanzarle a Tálah la suya.

―No os preocupéis por el fantasma, es inofensivo ―les aseguré―. ¿Queréis algo de la tienda?

―¿Puedes traer de esos sandwiches de pollo y mostaza para cenar? ―pidió Tullamore, al prarecer recuperado del incidente-

Asentí.

―Ah ¿y zumo de arándanos?

Abrí la puerta antes de que el príncipe pudiera hacer una lista entera de la compra. En cuanto Tálah la cerró a su espalda, comencé a soltar mis teorías.

―Los sacerdotes de Ónegal no pueden enamorarse, ¿cierto? ―ví, por encima del hombro que el asentía, mienstras bajabamos las escaleras―. ¿Y si Eslaigo, quien era un sacerdote, se enamoró y la joven lo rechazó y entonces se hizo la marca en el pecho y lo condenaron a muerte?

Llegamos al suelo y caminamos entre los árboles, nuestras botas crujían al avanzar sobre la nieve.

―Los fantasmas no existen, Sira ―replicó―. Además, ¿por qué nos ha escogido a nosotros para manifestarse?

―Puede que Buncrana le recuerde a su amaba, quizá crea que es ella.

―Los fantasmas no existen ―repitio el elfo, haciéndome soltar un bufido.

―Tu mismo has visto lo que ha ocurrido con la taza. Robó el teléfono de la maleta que tenía bajo la cama sin que le viera hacerlo.

Tálah se mordió el labio inferior duvitativo.

―Estoy de acuerdo con que algo está ocurriendo e incluso con que hay un ente invisible detrás de nosotros, pero no es un fantasma. Debe haber otra explicación.

El supermercado frente al campus estaba incrustado en la ladera serrada de un pequeño montículo. La puerta era una circunfenrencia de madera que emulaba las casa de los hobbits que había visto en mi viaje a Connemara. La fachada rústica contrastaba con los frigorificos y mostradores nevera que emitían un zumbido eléctrico en el interior.

Los elfos no consumían palomitas de bolsa de las que se insertaban en el microondas, por lo que no me quedaba otra que comprar las bolitas de maíz para prepararlas en la sartén. Era algo que no había hecho en Midgard desde mi infancia, antes de que tuvieramos microondas en casa.

Cogí solo artículos que necesitaríamos esa tarde, teniendo en cuenta que al día siguiente me marchaba de vuelta a Midgard. No había tenido mucho tiempo para pensar en el hecho de que iba a abandonar Alfheim, quizá para siempre, pero en ese mismo instante, mientras observaba a la pequeña cajera nomo teclear los artículos en su rudimentaria caja registradora, me di cuenta de que iba a hechar mucho de menos esa tierra. Al menos durante lo poco que me quedara de vida.

Tálah y yo nos repartimos las bolsas de papel y salimos de la tienda. Había una cercanía especial en ir a la compra con alguien y después regresar a casa. Era un paso más en el camino de la amistad a la familiaridad.

―Hemos pasado tanto tiempo juntos ultimamente, que se me hace extraño pensar que después de hoy es posible que no volvamos a vernos ―le dije con la vista fija en el camino. Hablar de sentimientos no era lo mío.

Por el rabillo del ojo lo ví observar el perfil de mi rostro.

―¿Por qué dices eso? ―quiso saber tras unos sengundos de contemplación.

Bueno, quizá para él no fuera extraño separarnos después de pasar semanas en la compañía el uno del otro, pero para mí sí lo sería. Malditos elfos y su frialdad estoica.

―Nada, olvídalo.

―¿Es ese Ming? ―le escuché decir a continuación y levanté la vista del suelo.

El nomo estaba a los pies de la escalera que conducía a mi cabaña tecleando en su telefono. Debía de estar llamándome a mí, porque un instante despúes el mío comenzó a sonar en mi bolsillo.

―¿Tienes algo para mí? ―le pregunté en voz alzada, porcurando no parecer ansiosa.

Ming dejó su teléfono y giró el rostro hacia nosotros.

―Siracusa, ¿tienes la consola? ―.Se sacó una carpeta de la mochila y la alzó al aire para mostrármela.

Contuve el aliento deseando tenerla en mi poder.

―La tengo arriba ―le indiqué la cabaña―. Tálah, ¿podrías subir a buscarla?

―No.

Su tajante respuesta me dejó una tanto descolocada.

―De acuerdo, subamos los dos las compras y...

―No, súbelas tú y yo me quedo con Ming ―me interrumpió Tálah, entregándome la otra bosla de papel.

Reajusté el peso de ambas bolsas entre mis brazos y alcé las cejas.

―Luego dicen que la caballerosidad ha muerto ―solté con cierta sorna.

―Soy feminista ―se defendió Tálah, encogiéndose de hombros.

―Muy bien ―respondí, más para mí misma, y subí las escaleras.

Tardé un rato en encontrar el cargador de la consola y acabé por alegrarme de que Tálah hubiera permanecido abajo distrayendo al nomo. Cuando regresé, ambos cortaron abruptamente su conversación al verme.

―¿Ocurre algo? ―pregunté con sospecha.

Me dedicaron una sonrisa inocente bastante mal lograda, pero Ming me entregó la carpeta y tomó la consola con la ilusión de un niño en su cumpleaños.

―Un placer hacer negocios contigo ―dijo a modo de despedida y se alejó por la nieve en dirección a la calle principal.

Con las manos en cada lado de la barandilla y los pies en distintos escalones le bloqueé el paso al elfo.

― ¿Tálah? ―.Busqué su mirada―. ¿Qué te traes con el nomo?

―Nada que tenga que ver contigo.

―Mientes ―noté, analizando su rostro con detenimiento. Se notaba que no tenía práctica diciendo lo opuesto a lo que pensaba―. Tiene todo a ver conmigo.

Tálah suspiró recobrando fuerzas y después dio golpecitos en la carpeta con el dedo índice.

―¿No quieres descubrir más acerca de es Eslaigo?

Suspiré dándome por vencida. Regresaría a los secretos de Tálah más tarde, cuando solucionara lo de Eslaigo.

Buncrana y Tullamore continuaban viendo una de esas peculiares películas de elfos, donde se limitaban a tocar el arpa y a decir frases muy largas y profundas a la velocidad de un caracol. A mí me ayudaban a quedarme dormida, pero a ellos parecía gustarles.

Todo lo que quería hacer era sentarme a leer, pero tuve que disimular y hacer de anfitriona para no llamar la atención de los príncipes. Si Eslaigo teníoa algo que ver con Buncrana, no quería desvelar el secreto frente a Tullamore y desencadenar un conflicto. Preparé dos bols de palomitas y les serví el zumo de arándanos.

―¿Quieres que pongamos una película humana? ―me preguntó Buncrana cuando al fin me senté en el otro sofá junto a Tálah con la carpeta en la mano. El elfo me la quitó para apoyarla sobre su regazo y abrirla.

―No, terminad esa. Nosotros tenemos lectura pendiente sobre dragones ―mentí con uina sonrisa inocente.

Tálah se masajeó la frente mientras murmuraba algo entre dientes que sonaba a inútil.

―¿Qué ocurre? ―pregunté curiosa, leyendo la primera frase que comenzaba en mitad de una conversación―. Eh, falta el principio. ¿Es que no está completo?

Tálah negó con la cabeza y de pronto parecía indispuesto. Cerró la carpeta con mi mano dentro.

―Deberíamos contactar a Ming y preguntarle al respecto ―propuso―. Dame su número, voy a llamarle.

Lo miré ceñuda, sin entender a qué venía su peculiar comportamiento.

―Voy a leer esta parte primero ―anuncié, pero tuve que forcejear con él para que me la devolviera. ¿Cuál era su problema?

La escena empezaba conmigo hablando con un fae. Miré a Tálah de reojo un tanto avergonzada de que me leyera tontear con un desconocido, pero elfo mantenía la vista en la película y tenía los brazos cruzados sobre el pecho. ¿De verdad se mostraba enfurruñado porque fuera a leer una escena sin tener la narración completa? No sabía que era tan quisquilloso con la lectura. No podía confesarle jamás que dejaba libros a medias o que en ocasiones me saltaba una parte para ir a leer el final directamente o prepararía una hoguera y me quemaría en ella.

Continué leyendo mi conversación con el fae. Me preguntaba si era guapo, pues la narración describía el físico de forma objetiva solo.

―Solo tú podías ser tan insensata como para tontear con un fae de cuernos retorcidos ―me increpó Tálah enfadado. Al parecer le había podido la tentación y estaba siguiendo la lectura conmigo.

Invité al fae de cuernos torcidos a que compartiera mi bandeja de fruta y este se sentó a mi lado, ocasionando que Tálah soltara un bufido de indignación. No tenía ni idea de cuál era mi pecado pero me imaginaba que figuraría en el manual de supervivencia.

En ese momento, en mitad de la conversación con mi ligue, apareció Tálah, quien se suponía que no iba a ir al ritual, y me llamó con la mano.

No me sorprendí demasiado, pues sabía por él propio elfo que había acudido a la fiesta más tarde que nosotras. Lo que sí me cogió por sorpresa fue la discusión posterior en la que Tálah no me dejó volver junto al fae, me agarró por el tobillo y me hizo caer a su lado. No era para nada un comportamiento propio de él.

Miré a Tálah de soslayo y de pronto se me hizo un poco incómodo estar allí sentados leyendo como nos habíamos comportado en aquel lugar sin inhibiciones. El contacto físico no era habitual entre nosotros y sin embargo, allí estábamos, solos en el interior de una tienda.

Tálah respondió a algunas de mis preguntas sobre los sacerdotes y el ritual, hasta que sonó una trompeta y el elfo destapó la pizarra del horror. Continué leyendo, horrorizada y enganchada a partes iguales, como las palabras escritas en ella instigaron una conversación sobre sentimientos y celos entre ambos. Estaba tan avergonzada con la narración que apenas respiraba y mucho menos me atrevía a mirarle.

Y lo peo aun había estado por llegar.

Aun peor que una escena de sexo cuando ves una película con tus padres. Aun peor que cuando lees en público una escena erótica bien escrit, segura de que se te nota en la cara.

Peor que todo eso.

Tálah y yo leímos, el uno al lado del otro, junto a una pareja que ajena a todo veía una película, como él había usado su mano para provocarme un orgasmo.

"Rägnarok estoy preparada para ti" gemí interiormente "ven ya y reclama mi vida"

Nunca, y no lo decía en un sentido hiperbólico, NUNCA en mi vida había estado tan incómoda y avergonzada como en ese instante. La narración terminó justo con mi... llamemoslo: gran "final" y sin mención a Eslaigo, exponiendo que todo aquel dolor estaba siendo en balde.

Fui a cerrar la carpeta y mis manos torpes me hicieron derribarla en el suelo. Los papeles se esparcieron por el suelo y me imaginé que alguno de los príncipes cogía uno para leerlo en alto. Casi me caí del sofá en mi prisa por recogerlos.

Tálah carraspeó a mi lado pero no me atreví a mirarlo.

―Voy a terminar la maleta ―anuncié a nadie en particular, mi voz una tanto aguda―. Ya casi es hora de ir al aeropuerto.

―¿Te encuentras bien humana? ―preguntó Tullamore, con una ceja alzada―. Pareces descompuesta.

―Me da miedo volar ―mentí y me dirigí a la maleta que yacía abierta sobre mi cama. Durante los próximos veinte minutos me dediqué a ignorar a los tres elfos en mi habitación y dar vueltas como un pollo sin cabeza. Hice un buen trabajo en aparentar estar muy ocupada, cuando en realidad estaba deshaciendo y rehaciendo la maleta deseando que pasara el tiempo para marcharme de una vez.

Mi mente no dejaba de repetir lo que acababa de leer en bucle por mucho que procurar concentrarme en doblar camisetas.

Cuando al fin cerré la cremallera de mi mochila, Buncrana y Tullamore estaban esperándome en la puerta.

―¿Dónde está Tálah? ―pregunté al darme cuenta de que finalmente había logrado evadirme con los detalles de última hora, al punto de no notar que se había marchado.

―Ha bajado la maleta al coche ―respondió Tullamore, sosteniéndome la puerta.

Con un suspiro contemplé el interior de la cabaña que había quedado desprovisto de alma, sin mis cosas tiradas por todas partes. Solo había vivido allí un periodo de tiempo corto pero estaba abandonando millones de recuerdos. Había vivido aventuras, conocido caras nuevas y hasta me había acostumbrado a una rutina extranjera. Era lo que tenía irse a vivir fuera, que unos simples meses en una ciudad nueva cobraban tal intensidad que podían igualar el peso de años en tu ciudad natal.


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top