Capítulo 19
La Bokhällare tenía un pequeño despacho dentro del majestuoso edificio donde se celebraban los rituales de sabiduría de los sacerdotes de Onegal.
A esas horas de la mañana, elfos y distintos seres de cuernos se paseaban con papeles y carpetas entre las manos por los enormes pasillos del corredor donde Tálah y yo aguardábamos a ser atendidos.
―Sabes que no va a funcionar, ¿verdad? ―me repitió Tálah por tercera vez―. El contenido de los rituales no es para uso público.
Iba a responderle cuando la puerta del despacho se abrió y la joven, que recordaba sosteniendo el libro al que Buncrana y yo habíamos saltado aquella noche, apereció en el vano de la puerta. La zona de su cara comprendida entre las cejas y las pestañas inferiores conservaban el tono negruzco de una máscara y formaban un dibujo picudo sobre la nariz. La noche del ritual, había creído que se trataba de maquillaje, pero ahora a la luz del día, me di cuenta de que era más como un tatuaje. Aunque quedaba bien con sus cuernos, nunca era buena idea tatuarse cosas imborrables en la cara.
La muchacha nos llamó con un movimiento de mano y la seguimos al interior del despacho. Solo que no era la habitación que yo había imaginado desde fuera. No tenía muebles. Las cuatro paredes, el techo y el suelo estaban cubiertos de libros de cuero del mismo tono marrón, tirados en una marea caótica y enrevesada. Algunos flotaban en el aire a distintas alturas. Varios estaban apilados en un improvisado asiento, donde la Bokhällare apoyó el trasero.
―Deberías exigirles una silla ergonómica y un escritorio o acabarás por tener severos problemas de columna ―le sugerí oteando la sala―. Y unas estanterías para colocar los libros tampoco estarían de más.
La joven me miró, pestañeando como si le hablara en un idioma alienígena.
―Necesitamos tu asistencia ―intervino Tálah, yendo directo al grano―. Participamos en el ritual de sabiduría de este año y necesitamos leer que ocurrió esa noche.
La joven alzó las manos y uno de los libros que flotaban por la sala se deplazó golpeándome el hombro en el proceso hasta llegar a las manos de ella.
―¿Muéstrame el informe del ginecólogo? ―solicitó, apoyándolo sobre sus rodillas.
―¿Disculpa? ―pregunté perpleja.
La joven alzó el rostro hacia mí.
―Si ha habido un embarazo, necesito ver el informe del ginecólogo para poder mostrarte la identidad del posible padre.
―No...no estoy embaraza ―solté indignada. ¿Qué clase de fiesta era aquella?
La joven volvió a pestañear y sus hombros se hundieron.
―¿Entonces qué haces aquí?
―Tengo motivos para creer que algo importante sucedió aquella noche.
― ¿Algo como qué? ―preguntó ella, su rostro inamovible.
Me mojé los labios, empezando a desesperarme.
―No lo sé aún, por eso necesito ver el libro ―razoné.
La muchacha de levantó y sus cuernos hubieran golpeado varios libros flotante de no ser porque estos se apartaron de su camino de forma automática.
―Lo que ocurre dentro del libro se queda en el libro ―me respondió sin más y nos señaló la puerta con una mano.
―No, no lo entiendes. Algo está ocurriendo, algo importante y la pista que me han dado era el ritual.
―Siento no poder ayudarte ―se limitó a responder, abriéndo la puerta.
Ojeé el grueso libro que sostenía en sus manos a sabiendas de que era el de nuestra fiesta y me planteé agarrarlo y salir corriendo, pero a saber cuál sería la pena por hacer algo semejante.
―Mira bonita, no tengo tiempo para esto ―le espeté enojada―. Tengo un vuelo para Midgard mañana para evacuar a toda la humanidad a una cueva ocupada por un dragón y conseguir quizá que sobrevivan durante el maldito fin del mundo. Y no puedo marcharme hasta resolver este misterio.
A la joven no pareció impresionarle mis problemas.
―El dragón matara a los humanos ―se limitó a decir con tono de practicidad. Como si así me ayudara a que no perdiera más mi tiempo con tareas imposibles.
Solté un bufido.
―Ya lo sé, ese es otro de mis pequeños problemas, y de verdad me ayudaría mucho que colaboraras en solucionar este asunto. Necesito cerrar este capítulo y quien sabe...quizá un misterio solucione otro y descubra como matar al dragón.
―No puedo mostrarte el libro ―sentenció ella, empujándome hacia el pasillo―. No hay nada sobre dragones en él.
―¿Puedes al menos hablarme de Eslaigo? ―le rogué ya fuera del despacho. No estaba segura de que aquella palabra o nombre tuviera que ver con el ritual, pero era mi única pista y valía la pena intentarlo.
―No puedo dar información sobre las puntaciones de los sacerdótes ―respondió ella y cerró la puerta en nuestras narices.
Tálah y yo nos quedamos un momento mirando la superficie de la puerta cerrada y después nos miramos.
―¿Sacerdote? ―inquirí.
El elfo tenía el ceño tan fruncido como yo.
―Se refiere a los sacerdotes de Ónegal ―explicó―. El ritual se organiza para ellos. Esa noche responden a cien preguntas para determinar su nivel de sabiduría.
No recordaba que Buncrana me hubiera explicado nada al respecto la noche del ritual, tan solo me había dicho que íbamos a una fiesta. Quizá me lo había contado ya dentro del libro y por eso no lo recordaba.
―¿Conocéis a algun sacerdote de Ónegal? ―le pregunté entonces.
Tálah pareció confuso, como si por un momento dudara de su propia memoria y después negó con la cabeza.
―Es extraño, ahora que lo dices ―prosiguió, y le miré con atención―. Normalmente los participantes en el ritual son invitados por los propios sacerdotes. No estoy seguro de como recibimos una invitación.
Abrí la boca.
―Puede que Buncrana conozca a uno.
Tálah negó con la cabeza. Debía de conocer bien a todos sus amigos.
―Lo ves... aquí está pasando algo raro y tiene que ver con el ritual ―señalé en vista de su confusión.
Fue entonces cuando vi a un pequeño nomo parado detrás de Tálah con una bandeja con una tetera, una taza y una cucharilla de plata.
―¿Me permiten el paso? ―solicitó el pequeño nomo de rostro redondeado.
Tálah se apartó de la puerta de la Bokhällare y el nomo utilizó una llave para entrar sin llamar. Me quedé mirando la puerta por la que había desaparecido de nuevo.
―Vámonos, Siracusa ―me llamó Tálah―. Tendremos que desenmascarar el misterio de otra forma.
Sin hacer caso a Tálah rebusqué en mi bolso hasta dar con mi consola portatil. Si había aprendido algo trabajando con nomos en Campanilla era que se tratata de una respecie con fuertes inclinaciones ludópatas e incapaces de dejar un reto a medias.
Activé la consola y entré en el último juego que había estado usando: una historia de investigación mezclada con acertijos y pruebas de inteligencia. Llevaba meses sin jugar por falta de tiempo y porque... bueno, vivir en Alfheim era en sí mismo un juego de acertijos.
―Siracusa, ¿qué estás haciendo? ―Tálah había regresado a mi lado en vista de que no iba a seguirlo fuera del edificio.
―Voy a intentar algo ―le respondí con mi atención fija en la puerta del despacho de la Bokhällare. Esta se abrió y el nomo salió portando la bandeja sin la taza de té.
Aparté mi vista de él, disimulando y alcé mi voz lo suficiente como para ser escuchada.
―Tengo tres pollos y tres lobos. Tengo que pasar todos los pollos al otro lado de la orilla en esta balsa. La balsa no puede viajar sola y no puede haber más lobos que pollos en ningún momento o los pollos mueren ―le expliqué a Tálah, mostrándole la pantallita.
El elfo me devolvió una mirada confusa, pero me siguió la corriente.
―Que cruzen el rio dos lobos primero ―indicó Tálah justo cuando el nomo pasaba por nosotros. Como había vaticinado, mordió el anzuelo y se detuvo junto a nuestro lado.
―¿Crees que puedes hacerlo? ―lo reté entregándole la consola.
El nomo la tomó entre sus pequeñas manos y comenzó a probar soltando una exclamación cada vez que sus pollos morían.
―Tiene que haber una forma ―musitó, echándonos una mirada de reojo.
―La hay, yo lo logré una vez en once movimientos.
―¿Once? ―repitió el nomo con expresión desafiante y continuó probando sin éxito. Tálah me miró con curiosidad pero me limité a guiñarle un ojo con una sonrisa misteriosa.
―Disculpa, ¿cuál es tu nombre? ―le pregunté tras unos minutos.
El nomo alzó la cabeza para echarme un vistazo rápido antes de volver a su reto.
―Me llamo Ming.
Me acuclillé junto a él.
―Yo soy Siracusa, Ming. Encantada de conocerte.
―Igualmente. Dime... ¿es buena idea empezar con dos lobos en la balsa como ha sugerido el elfo?
Me tomé un instante para elucubrar bien mi historia.
―Me temo que nos tenemos que ir ahora, Ming ―le dije, alargando la mano hacia la consola.
El nomo me devolvió una mirada de horror.
―Pero yo quiero terminarlo ―protestó acelerando los pasos en el juego, pero poniéndose tan nervioso que continuaba dejando que se le murieran los pollos.
―Lo siento, Ming ―me disculpé, con fingida pena y le arranqué la consola de las manos literalmente.
―Por favor, Siracusa ¿puedes prestarme la consola y la llevaré a tu casa más tarde?
Alcé el mentón como si estuviera considerando esa posibilidad y volvió a acuclillarme junto al nomo.
―¿Por qué no hacemos un trato? ―sugerí―. A la mañana siguiente del ritual me desperté con un chupetón en el cuello, ¿sabes lo que es un chupetón?
El nomo alzó una ceja y esbozó una expresión resabida como si acabara de comprender el engaño en el que había caído.
―Quieres el nombre de tu amante durante el ritual ―aseguró, poniéndose las manos en las caderas. Me preguntaba cuántas veces habían pasado por situaciones similares en aquella oficina.
―Quiero más que eso ―le dije, poniendo las cartas sobre la mesa―. Quiero leer toda la noche.
El nomo me miraba con cierto rencor, disgustado con que hubiera encontrado su punto débil.
―Te regalaré la consola si escaneas mis andanzas durante el ritual y me las proporcionas.
Se mostraba dubitativo.
―Tiene cientos de juegos dentro ―lo tenté.
El nomo miró la consola en mi mano con anhelo.
―No voy a ir tras la persona que me hizo el chupetón, solo quiero leer lo que ocurrió. Nadie nunca se enterara ―le prometí.
El nomo me contempló con cierta censura, como si me creyera patética por querer leer literatura erótica sobre mí misma, pero al menos no sospecha que tenía motivos peores ni relacionados con ningún sacerdote de Ónegal.
―De acuerdo ―claudicó al fin―. Indícame una dirección y te lo llevaré más tarde. ¿Me entregarás la consola a cambio?
Asentí ofreciéndole mi mano.
―Será tuya.
Sellamos el trato con un apretón de manos y le dí mi número de teléfono.
El nomo recogió la bandeja que había depositado sobre el suelo y se alejó de allí sin echarnos otro vistazo.
Me volví hacia Tálah, quien me observaba de brazos cruzados. Me imaginé cuáles podrían ser sus siguientes palabras sobre mi ingenio, mi elocuencia y lo sorprendido que estaba.
― ¿Tenias siquiera una marca en el cuello? ―me sorprendió diciendo en su lugar.
Alcé las cejas varias veces para hacerme la interesante antes de ponerme en movimiento y dejarlo con ganas de saber más.
Si mi plan funcionaba, lo descubriríamos todo esa noche.
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