Capítulo uno: Yo depresiva y tú ebrio.

Dos horas habían pasado desde que fui a la consulta médica; desde hace dos horas sé que padezco cáncer.

Es mortificante saber que apenas me quedan nueve meses de vida, como mucho, o eso es lo que me dijo el doctor Williams antes de salir de su consulta hecha un mar de lágrimas y con la cara desencajada. Sin contar que me lo han detectado tarde, porque si esta situación se hubiera dado unos meses atrás, ahora no sería tan caótica y, posiblemente, la quimioterapia me ayudaría un montón, ahora ya nada sirve.

En este mismo momento me culpo a mí misma por lo cabezota que he sido durante estos años en no darme la gana de ir al médico y dedicarme a auto-convencerme con un "no será nada grave", estúpido error el mío.

No hago otra cosa más que mirar el panfleto sobre el "cáncer mediastino" que me han dado en la consulta médica y por más que rezo para que esto no sea real, más frustrada me acabo sintiendo, es verdaderamente angustioso, y eso que sólo es el comienzo.

¿Y ahora qué?

Lo mejor es que se lo diga cuanto antes a mis padres, pero a papá le daría un infarto y a mamá... mamá se pondría a llorar como una magdalena y me deprimiría aún más.

Debo posponer esa idea para los últimos meses, eso está más que claro.

Y, supongo, que también se lo tendré que decir en su día a Lori, aunque cada día que pasa parece que nos estamos distanciando más y más.

Vive en Beverly Hills, rodeada de famosos, fingiendo ser la persona que no es e inventándose una vida que no tiene. Mi hermana nunca ha sido una santa, tampoco esperamos que fuese una monja, pero, por lo menos, que se comportarse como una persona normal. Entiendo su ambición por llegar a ser alguien conocido, pero me cuesta mucho entender el porqué nos lleva evadiendo desde hace más de dos años.

—¿Qué está pasando por tu mente, Tess? —golpea Nick la barra y yo, por instinto, me sobresalto—. Llevas un buen rato mirando ese papel.

Después de un nanosegundo entiendo a lo que se refiere y aparto el panfleto sobre el cáncer mediastino y lo escondo en el bolsillo de mi abrigo, no quiero que lo vea ni por asomo.

—Estaba pensando en... cosas.

Al otro lado de la barra, Nicholas me mira extrañado mientras está secando un par de vasos con mucho ímpetu, aunque ya están demasiado secos.

—Te ves deprimida, ¿hay algo que te carcome por dentro? —tiro en la diana—. Anda Tess, cuéntamelo.

—Yo... el médico —es lo único que puedo pronunciar y veo la cara de preocupación inmediata de Nick—. El médico me ha dicho que tengo una salud de hierro —miento cobardemente y los músculos de mi amigo se tornan a estar algo menos tensos—. Sólo eso.

—¿Sólo eso? —incide—. Te conozco desde que teníamos cinco años y a mí no me engañas, no señor.

¿Cómo puedo decirle a Nick que tengo cáncer? Eso sería como atarle a mi enfermedad durante nueve meses; condenarle a que se preocupase por mí cada vez que los síntomas del cáncer se hiciesen más notables y matarle el día que yo ya no esté en este mundo. No puedo decírselo, le amargaría el resto de su vida y sería un comportamiento por mi parte de lo más egoísta.

Nicholas siempre será un hermano para mí, pero no puedo hacerle eso. Aunque se lo dijera y me alejase de él, Nick estaría siempre por y para mí, y esto no puedo permitirlo; no se lo merece.

—Tierra llamando a Tess —me dice riendo—. ¿Me lo vas a contar o qué?

—No es nada importante, simplemente ando pensando en el futuro...

—Espera, ya sé lo que es —exclama de repente—. Por fin vas a dejar de publicitarte en esa galería de estirados y vas a tener la tuya propia.

Adoro a Nick, siempre sabe sacarme una sonrisa en los peores momentos, como en este por ejemplo, aunque por dentro me esté pudriendo, literalmente, de la frustración y la agonía.

—No es una galería de estirados —ruedo los ojos—. No exageres, son sólo un poco... especiales.

—Sé que amas tu trabajo con pasión —vuelve a secar los mismo vasos que antes—, pero esa vieja pasa seca a la que llamas Renée sólo te quiere porque eres la única talentosa de la galería, los demás son todos un intento de artista.

—Pues a mí me gustan los trabajos de Nash, admite que sabe interactuar con sus obras.

—¿Interactuar con sus obras? —repite irónicamente—. Una vez pegó un palo y dos piedras y le puso el nombre de "masculinidad oculta", pero todo el mundo sabe que lo que hizo no fue más pene deformado y no te rías porque es la pura verdad —ambos, esta vez, nos reímos y él concluye—. Así que no, no se merece que le llame artista.

—¿Y qué tal la última obra de Nova? —sigo interrogándole—. Fue muy expresiva.

—Quizás ahí te tenga que dar la razón —admite—, pero intentó pisotearte tus diseños, eso no se lo perdono y tú tampoco deberías olvidarlo.

Y ahí tenía toda la razón. Nova vino como aprendiz a la galería de arte, suplantando a Melissa, la cual fundó suya propia galería, y en cuestión de meses pasó a ser la favorita de Renée, mi jefa, a base de romper y malograr los diseños de los demás. Hay que decir que para ascender lo único que hace es jugar sucio.

Creo que era de las pocas que ya había superado aquel mal trago, porque los demás la seguían odiando como a la pizza con piña.

—¡Qué rencoroso eres Nicki! La vida no está hecha para vivir con odio, sino ya estarían muchos bajo tierra.

—Tess, es una lagarta. Te lo demostró la última vez que la galería abrió al público, ¿no lo recuerdas?

—¡Oyeee Nickkk! —grita un hombre desde casi la otra punta de la barra—. Dejaaa de hablar cooon tu noviecitaaa y ponmeee un whisky doble yaaa. No ssseass tacañooo.

¿Y ese? ¡Pero si son las doce y media de la mañana y ya quiere tomar alcohol! Aunque tampoco es de extrañar, se le notaba que tenía la voz tomada y que ya estaba bastante ebrio.

Nick se aproxima al hombre que le ha exigido una copa de whisky y, con mucha diplomacia, le susurra unas palabras. Parecía que se conociesen porque había demasiada confianza entre ambos.

—Y unaaa mierdaaaa, Nickkk —le responde gritando, haciendo que una familia se gire y les mire mal—. No me desss losss sermonesss que me da mi padreee —dice tambaleándose en su silla—, porqueee no te looo peermitooo. Ponmee ese chupitooo de tequilaaa, ¿o eraaa de aguardientee? No sssé, ponme algooo yaaa. Esstoy sssedientooo.

Sin duda estaba borracho, muy borracho.

—Hawk, ¡ya basta! —le reprende Nick, sin alzar mucho la voz—. Pero si no te puedes tener ni en pie, ¡vaya espectáculo estás dando!

—No tengooo tronoooo ni reina que me comprendaaa —continúa balbuceando, esta vez cosas sin sentido, gritando aún más que antes—, ¡pero sssigo sssiendo el rey! —Nick intenta agarrarlo pero él se sube a su silla y prosigue su cante —. Con dinerooo y sssin dinerooo, yo hagooo sssiempreee lo que quierooo —Nick salta la barra e intenta hacer que se baje, pero el hombre, en vez de hacerle caso, se dispone a bajarse los pantalones —. ¡Y mi palabraaa es la leeey!

Justo en el momento preciso, Nick intercepta al hombre y logra que sólo se le vea la ropa interior. Después de darle una bofetada y de obligarle a que se suba los pantalones, pide a todos los clientes perdón.

—Disculpen la inesperada actuación. No volverá a ocurrir, lo sentimos. El almuerzo corre por cuenta de la casa —hace un gesto a uno de los camareros y le ordena—. Ocúpate de la barra y dile a Celia y a Tony que muevan el culo y se pongan a trabajar, ahora vengo.

Nick me hace un gesto para que lo acompañe y, todavía con la perplejidad en el cuerpo, tardo unos segundos en que me llegue el mensaje al cerebro y le siga.

El hombre ebrio con la dignidad por los suelos, Nick y yo pasamos a su despacho. Nick me ofrece sentarme aunque yo declino el ofrecimiento señalando al hombre borracho puesto que él lo necesita más que yo, dado que no se tiene en pie.

—Es un caso perdido... —murmura Nick al tiempo que el hombre se queda totalmente grogui en el asiento—. Un total caso perdido.

—¿Necesitas que te traiga algo? —pregunto atosigándole—. ¿Dónde guardas las aspirinas? ¿Le traemos un poco de agua?

—¿Me puedes hacer un favor Tess? —pregunta con desesperación y yo asiento sin mucho convencimiento—. Por favor, quédate cinco minutos con él.

No deja ni que le reproche, me sonríe y se va antes de que le niegue hacerle el favor.

Miro de reojo al hombre que está semiinconsciente en la silla, no creo que sea mucho mayor que yo, pero lo que sé con certeza es que mañana, o quizás hoy por la noche, va a tener una resaca asegurada. Pero bueno, ni que me importarse.

Sin prestarle más atención, paseo de un lado a otro por el despacho de Nick.

Es bastante simplón, y aunque me ofrecí a redecorárselo para que se viera más alegre, me dijo que no, que lo quería simple y masculino.

—¡Ya estoy de vuelta! —alguien abre sopetón la puerta y yo por poco grito del susto—. Por Dios Tess, ni que fuera un ladrón.

Me fijo que en su manos, lleva una aspirina y un vaso de agua. Si me hubiese dicho dónde las tenía guardadas hubiera ido yo en vez de él. A veces es de lo que no hay.

—¿Y quién es tu amiguito? —pregunto con curiosidad, mientras él intenta despertarle a base de darle pequeños golpes en la cara.

—Hawk —responde, aumentando la fuerza de los golpes sin lograr despertarle—. Este no se despierta ni aunque le tire por un acantilado —río y él adjunta—. Se tendrá que quedar aquí hasta que se le pase la borrachera, no puedo dejarle tirado por ahí, durmiendo la mona en la calle a las doce de la mañana.

Me encojo de hombros, ni siquiera sé que estoy haciendo aquí. Obviamente, si esta fuera otra situación y si no me lo hubiera pedido Nick, yo ya me habría escabullido.

—¿Quieres que te eche una mano? Dentro de poco será la hora de comer y veo que vas a tener la cabeza más aquí con éste  —señalo al hombre que está roncando a pierna suelta— que en el bar. Vamos Nick, sabes que no entro a trabajar hasta las cuatro de la tarde; admite que lo necesitas.

—Está bien —dice—. Pero te debo una cena en ya sabes dónde.

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