Capítulo seis: Vestidos y suvenires.

No he caído en la cuenta de que hoy había quedado para ir a cenar con Nick en uno de esos restaurantes que tienen, por lo menos, una estrella Michelin.

Sabía que su gran sueño era convertirse en un gran chef de arte culinario y tener su propio restaurante de alta cocina pero, hasta entonces, simplemente ha estado trabajado en el bar de su madre como segundo dueño. Aunque, hay que decir que, el arte de cocinar le viene de sangre, su padre tiene muy buenos contactos en ese mundillo y, la verdad, a pesar de que Nick no lo admite, podría tener su propio restaurante con su ayuda, pero es muy terco y ambicioso para pedirle ayuda a su padre.

—Chicos —digo, poniéndome enfrente de la televisión—, cambio de planes. Tengo que ir a cenar fuera a eso de las ocho.

—¿Y eso, reina? —cuestiona Hayden—. No habrás quedado con don culito respingón.

Oprimo una risa y asiento.

—¿Entonces no vas a quedarte a ver el final de La pasión de Hilario Guanipa? —pregunta, esta vez, Paolo acariciando a la juguetona Pelusa.

—Pues no, pero ya os tengo a vosotros para que me contéis el final y para que me vaciéis el frigorífico por completo.

—¿Y a dónde os vais? —sigue interrogando Hayden, dado que está muy interesando en el tema—. Porque espero que no te lleve a un McDonald's, eso sí sería una cita muy cutre.

—Punto número uno —señalo con mi dedo—, no es una cita y punto número dos, Nick odia ese tipo de sitios; me va a llevar a cenar al Delicatessen.

Nada más pronunciar el nombre del restaurante ambos se me quedan mirando estupefactos:

—¿Al Delicatessen? —preguntan los dos al unísono.

—Ajá, ¿por qué tanto dramatismo?

—¿No sabes que tipo de restaurante ese el Delicatessen, reina? —pregunta Hayden y yo niego—. Es súper glamoroso, ¡tiene tres estrellas Michelin! Ahí va toda la socialité  de Nueva York, tienes que estar espléndida Tessie. Espero que no te vayas a poner los vaqueros esos roñosos de los domingos porque no te dejo salir así ni de broma.

—¿Qué tienen de malo mis vaqueros de los domingos?

—Que necesitan jubilarse pero ya —me contesta indignado—. Es hora de ir como una mujer hecha y derecha. ¡Ve para el vestidor ya! —me ordena cual militar—. Vas a necesitar un cambio exprés en menos de... ¡oh Dios, en menos de una hora!

En temas de moda siempre me gustaba ir a Hayden, ya no era sólo por los consejos gratis que me daba sino que al ser estilista entendía mucho del mundo de la moda y las tendencias que se llevan.

—Necesitas realzar esas pechugas —me señala a mi busto para, después volverse al vestidor—. Alguna vez tendrán que decir: ¡Mirad, aquí estamos!

—¿Qué demonios os pasa con mis pechos?

—Alguna vez necesitan tener protagonismo —me responde mientas sigue rebuscando en el vestidor como un auténtico poseso—. ¡Este es perfecto!

Hayden saca de uno de los cajones un vestido bastante apretado color berenjena, de corte en pico en la zona del cuello y de media manga con adornos en la cintura

—¡Ni de broma me voy a poner eso!

—Ya verás que sí lo vas a poner, ¡cómo que me llamo Hayden Farris! Además, ya va siendo hora que caces a don culito respingón.

—Sólo somos amigos —bufo—, no hay nada entre nosotros.

—Eso es lo que siempre decís todas —sonríe— y a las pocas semanas estáis rendiditas a sus pies. Vamos reina, ¡Nick es todo un macizorro!

—Hayden, estás casado y si te oye Paolo te castra.

—¡Pues fue él quién lo dijo primero! —ríe—. Bueno, al punto, te vas a poner esto sí o sí.

Durante quince minutos de reloj estuvimos discutiendo lo que me pondría y ese vestido era un "no" rotundo.

—Vamos a hacer una cosa —intento negociar—. Acepto ponerme esos tacones de infarto color violeta si a cambio me dejas ponerme el vestido de flores.

—No es negociable, reina.

—¿Desde cuándo eres mi estilista personal? —arqueo una ceja —. Vamos a renegociar, acepto ponerme los tacones y llevar ese bolso beige de allí —señalo al complemento que está encima de la cama—, pero no me obligues a llevar ese vestidor, por favor.

Hayden se toca la barbilla pensativo y dice:

—Te voy a hacer una contraoferta —empieza a rebuscar de nuevo los cajones y yo me desespero—. Te pones este vestido negro, el cual te realza tus pomelos, y te dejo que te pongas los complementos que quieras... —bueno, al menos es un vestido bonito—... pero me tienes que traer del Delicatessen un suvenir.

Este es el punto en dónde no sé cuándo he empezado a negociar mi forma de vestir a cambio de un suvenir de restaurante...

—¿Desde cuándo un restaurante da suvenires? —intento entenderle—. ¡¿Me estás pidiendo qué robe?!

—¡Por supuesto qué no Tessie! —niega—. Mira, es que en ese restaurante, en el baño, ponen bolsitas de jabón... para llevar, así que no estás robando, sólo te lo llevas porque es gratis. Además, ¡he oído que en Amazon  y en eBay  las venden por quinientos dólares!

—¡¿Estás de broma?! O sea que planeas venderla por Internet, ¿en serio eso se compra?

Hayden asiente emocionado y, por fin, terminamos de ponernos de acuerdo y accedo, no muy convencida, a traerle un "suvenir" del baño de Delicatessen.

Después de ponerme el vestido negro con escote impresionante y sin espalda me veo en el espejo, me gusta el vestido pero voy enseñando hasta demasiado:

—¡Estás guapísima! —sonríe Hayden y yo hago una mueca de desconformidad—. Ahora el peinado y el maquillaje.

 Mientras Hayden me maquilla con excesiva concentración, la única cosa que se me pasa en ese mismo instante por la mente es la idea de la gestación subrogada:

—Hayden, ¿alguien ha respondido al mensaje qué ayer pusisteis?

—Pues sí, pensábamos que la gente no estaría interesada, puesto que en algunos sitios este tema es, ya sabes, muy tabú —responde—. Cierra los ojos que te voy a poner el eyeliner. Lo cierto es que mañana vamos a tener una pequeña entrevista con las candidatas por Skype  y, pensábamos decírtelo en cuanto terminásemos La pasión de Hilario Guanipa, pero todo nos ha salido del revés. Además, Paolo ya se ha informado absolutamente de todo y resulta que es legal en California.

—¿Entonces os vais a tener que ir de Nueva York?

Touché, mi reina —asiente mientras me pone un poco de colorete—. Pero va a ser temporal, no te sulfures, alquilaremos un piso y a ti, mi querida Tessie, te obligaremos a que nos visites de vez en cuando.

—¡Pues claro que iré! ¿Qué haría yo sin vosotros y nuestras tardes de telenovelas?

El hecho de que no los tenga cerca, una vez más, hace que me sienta débil y muy triste, pero me he prometido a mí misma que no voy a jugar al papel de victimista y voy a afrontar todo lo que tenga que venir, voy a ser fuerte y voy a aprovechar el tiempo que me quede en este mundo al máximo, hora por hora, minuto por minuto y segundo por segundo.

Hayden termina de aplicarme el maquillaje y, en poco más de dos minutos contados, me hace un recogido muy simple pero elegante.

—¡Estás fabulosa! —grita de la emoción—. Hasta yo me felicito a mí mismo por mi trabajo, he vuelto a superarme.

—¡Tonto! —le digo y ambos nos reímos—. Lo que pasa es que soy una buena modelo.

Cuando estoy lista ambos salimos de mi habitación en busca de la aprobación de Paolo y, después de estar diez minutos incesantes en la sala de estar charlando, el timbre de la entrada principal suena:

—¡Ya está aquí! —grito y ellos me hacen gestos para que vaya a recibirle.

Camino con decisión pero a la vez con torpeza, puesto que los zapatos que llevo son poco más que tortuosos, hasta que, tras un leve traspiés del cual estoy a punto de besar el suelo, abro la puerta de mi apartamento y, poniendo una pose casual, me encuentro con los ojos verdes de Nick:

—¡Hola Tess! —ambos nos damos un par de besos en la mejilla—. ¿Te he hecho esperar mucho?

—Sólo lo suficiente —río y le invito a pasar—. Ven, pasa, Paolo y Hayden están robándome las patatas fritas como buitres y yo todavía tengo que ir a buscar mi bolso, eso si sé dónde está.

Éste pasa a la sala de estar y se sienta enfrente de la parejita, no sin antes recibir un bufido de Pelusa para avisarle de que tiene que marcar distancias entre ellos.

—Dame dos minutos —le digo—. Y, vosotros dos, no intentéis acosarle a preguntas, que os conozco.

—¿No confías en papi-Paolo, Tessie? —niego y él responde muy melodramático—. Pero si somos todo amor, ¿verdad qué sí Nicholas? —éste asiente—. ¿Has visto? Hasta Nick lo reconoce.

—Eso es porque él es una buena persona o quizás un buen zalamero, no lo sé —éstos ríen—. Pero lo que sí sé es que vosotros sois unos cleptómanos de las patatas fritas y, sí Paolo, también sé que has bebido de mi vodka, pedazo de buitre carroñero.

—¡Imposible! —reniega él riéndose—. Sigue tal cual y cómo lo has dejado, ni siquiera lo abrí, todavía sigue con el precinto.

—¿Y cómo sabes dónde estaba? Lo tenía muy bien escondido en mi sitio súper secreto.

—Pelusa me lo contó —señala a la gata la cual anda lamiéndose las patas con mucho esmero—. Mírala qué cara de culpable tiene.

Después de soltarle el sermón a Paolo me voy a mi habitación en busca de mi bolso perdido entre las miles y miles de prendas de vestir, nada menos que casi cinco segundos después lo encuentro por casualidad debajo de mi cama.

—¡Ya nos podemos ir! —irrumpo en el salón agitando mi bolso—. ¡Lo encontré!

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