Capítulo ocho: Delicatessen. Parte II.

Cinco minutos más tarde encuentro la mesa gracias a mi propia intuición.

—Ya tardabas —dice Nick dando un sorbo a su copa para aclararse la garganta—, pensaba que te había tragado la tapa del inodoro.

—Muy gracioso —respondo sentándome—. Veo que ya nos han quitado los platos.

—El caso es que pedí que se llevasen los dos, no veas el numerito que me montó el camarero al ver que tu plazo estaba intacto.

—Te lo agradezco —respondo y esta vez soy yo la que bebo algo de vino—, otro bochorno más hubiese sido mi crucifixión. Además, ¿quién, en sus santos cabales, se hubiese comido un testículo de toro?

—Pues tú estabas a punto de hacerlo —añade Nick y ambos nos reímos—. Dentro de poco nos traerán el postre —dice sacando del bolsillo de su chaqueta un papel—. Se me había olvidado, toma —me entrega una pequeña nota con números—. Es el teléfono de Hawk.

—¿Para qué quiero yo su teléfono?

—Según él, te mostraste muy emocionada, el día de la exposición, sobre la táctica y el juego del póker, pero como no sabía tu teléfono fue él el que me entregó el suyo para dártelo.

—Ah... bueno... supongo que eso está bien —respondo desconcertada—. Ya ni me acordaba.

Tampoco no esperaba que el tal Hawk se acordase de mí y, en cierto modo, no pretendo convertirme en una experta en el póker, de eso estoy segura.

—Escucha Tess —pone su mano encima de la mía, pero la aparta en cuanto nota que me vuelvo tensa—, no estás obligada a llamarle si no quieres. Cuando se trata de algo que tenga que ver con el póker Hawk se entusiasma hasta demasiado.

—No pasa nada; en cierto modo no somos tan diferentes —guardo el papel en mi bolso—: él es un amante del póker y yo una enamorada del arte.

—Hawk es un ludópata —resopla Nick y yo arqueo la ceja—. Vive por y para el juego, el casino es como si fuera su propia casa.

—O sea que no es un hobby —éste asiente—. Entonces ese es su trabajo.

Nunca había conocido a nadie que se dedicase a eso, aunque tampoco había entrado a un casino en mi vida y la poca relación que había tenido con las cartas era jugando al UNO  con mis primos, y de eso hace ya unos cuantos años.

—Exacto —toma otro sorbo—. Puede parecer raro pero lo es.

De una forma u otra noto que, aunque Nick sea su amigo, está intentado persuadirme de que me quite de la cabeza la idea de quedar con él o tan siquiera hacerle una simple llamada. Quizás piensa que es una mala influencia para mí... o yo para él.

Baumkuchen  para la señorita  —interrumpe mis pensamientos el camarero poniéndome el plato delante de mis narices — y para el señor —acto seguido éste se va dejándonos, nuevamente, solos.

Por fin el postre no tiene tan mala pinta, parece una rosquilla cubierta con glaseado de fondant. Así que se ve bastante apetecible.

Esta vez, antes de animarme a probarlo, miro de reojo a Nick para comprobar si es comestible y no tiene ningún ingrediente extraño.

—Tranquila —me mira riéndose—, esto te va a gustar.

Todavía con algo de desconfianza corto un trozo diminuto con la cuchara y, poco a poco, a cámara lenta, me lo acerco a la boca.

Una explosión de dulzura y deleite recorre primero mi lengua y después mi paladar.

Está buenísimo.

El sabor a vainilla, mi preferido, está presente pero sin abusar y hay un cierto toque a miel y a nueces que es un vicio. ¡Podría alimentarme de esto el resto de mi vida! O quizás hincharme hasta el último momento de mis días, total la dieta ya no me va a servir de mucho.

—¿A qué está de muerte, Tess?

—Esto compensa —asiento sonriente con los mofletes llenos—, y con creces, en haber injerido, casi, un testículo de toro.

                                                              — [...] —

Después de añorar aquel grandioso postre sigo teniendo mucha hambre.

—Ha sido una cena bastante peculiar —Nick se para enfrente de mi apartamento—. La mejor, sin duda.

—No todos los días Tess se come testículo —sonrío aunque después pienso que lo que acabo de decir puede interpretarse con doble sentido—. Bueno, de todas formas, me lo he pasado muy bien. Eres un cielo y te adoro por la paciencia que tienes que tener para soportarme.

—¿Soportarte? Imposible, contigo siempre me divierto —esta vez se me acerca un poco más—. Cuando te veo sé que me vas a alegrar el día y siempre lo haces.

—¡Exagerado! —le doy un pequeño golpe en el torso.

—Eres muy modesta —responde acercándoseme aún más poniendo su brazo en mi cintura—. Además, hoy estás más guapa que otros días.

¡Alerta roja! ¡Alerta roja! ¡Ay, Jesús!

Sé a dónde va a llegar todo esto y no sé si es buena idea. Nick es simplemente mi amigo, mi amigo de la infancia. Y, además, siempre lo he visto como a Paolo o a Hayden, como un amigo. Eso sin contar que si fuese a pasar algo dentro de menos de un año yo le rompería el corazón, dado que no va a verme más. Pero, si lo analizo por unos segundos, yo no siento absolutamente nada por él.

Antes de que Nick proceda a besarme, aparto la cara hacia un lado. Le acabo de hacer una cobra en las narices. Nunca la había hecho y ahora me siento un tanto extraña.

Creo que si la llama del amor y las maripositas en el estómago hubiesen aparecido ahora tendría un sentimiento de culpabilidad pero lo cierto es que no lo tengo. En absoluto.

—C-Creo que lo mejor será que me vaya a la cama —digo en voz baja—. Estoy bastante cansada.

—Sí —éste se rasca la barbilla bastante incómodo—. Buenas noches Tess —esta vez me da un beso en la mejilla y se va.

Yo también me hubiese sentido bastante incómoda y avergonzada si me hubiesen hecho una cobra a la una de la madrugada.

Intento no darle más importancia, conociendo a Nick se le pasará a las dos horas.

Abro mi bolso en busca de mis llaves y lo que me encuentro hace que casi pegue un grito. Dos de los cuatro jabones se han roto y han impregnado el bolso entero y, con todos los objetos, inclusive las llaves.

—¡Mierda! —hago una pataleta, de la cual casi beso el suelo por culpa de los tacones—. ¡Y más mierda!

Una vez explorado el bolso encuentro mis llaves, algo resbaladizas por el jabón, y me dispongo a abrir mi apartamento.

Por un momento, nada más poner un pie, me entra un mini ataque al corazón. Alguien ésta en mi hogar, en concreto en mi cocina.

Lo primero que hago es agarrar mi paraguas, aunque lo intento sostener firmemente pero me es imposible debido al jabón líquido que tengo en ambas manos.

Antes de abrir la puerta de la cocina, intento escuchar detrás de la puerta y dos voces conocidas hacen que baje mi posición de ataque: Hayden y Paolo.

Tomo el pomo de la puerta para abrirla pero, antes de girar mi muñeca, escucho sonidos y comentarios bastante raros:

—No la metas, no está lubricado —se oye la voz de Paolo—. No va a entrar, no seas bruto.

—¿Quieres hacerlo tú, cari? —responde Hayden—. Sujétamela, ten cuidado que resbala.

¡Oh, Jesús! Mente sana, mente sana y pura.

—Me duele —se queja Paolo—, es demasiado grande y pesa mucho. ¡Hayden! Todavía no la metas, es demasiado y hay que untarlo más.

—¿Puedo aunque sea meter la mitad? —cuestiona—. Mejor dos veces que en una.

—¡No! Así no se hace, el libro no dice eso: o la metes entera o no la metes.

—Estamos dejando la cocina hecha un asco, como se entere Tess, nos castra.

—¡Yo sí que te voy a castrar! —exclama Paolo—. Métela ya y no te olvides sacudirla, así sabrá mejor.

—Sigo pensando que era mejor haberlo hecho en nuestro apartamento, por cierto, ¿has probado mi salsa, cari?

—Está algo salada para mi gusto. ¡Espera!, no la metas, se ve muy rígida.

—Tengo una idea —exclama Hayden—, pero necesito que la muevas continuamente, y si es necesario utiliza las dos manos.

Creo que ya es el momento que intervenga, lo están haciendo en mi apartamento. ¡Qué es esto!

—¡Basta ya! —exclamo abriendo la puerta de golpe—. Ya basta de sacudirla y meterla.

Una mirada de perplejidad entre ellos y yo hacen que enmudezcamos en el instante.

El suelo de la cocina estaba cubierto de un líquido blanco pastoso mientras que Paolo sostiene, con dificultad, una enorme bandeja de pasta y Hayden un bote de aceite de oliva.

—¿Pero qué?

—¡Reina! —exclama Hayden—. ¡Qué bueno que ya regresaste! Lo sentimos, Paolo se puso creativo y, como no llegabas, pues estábamos intentado hacer unos espaguetis al horno con salsa de queso. Pero... ¿oye qué es eso pegajoso que tienes en las manos? ¿No habrás estado haciendo guarrerías con Nick? —arquea ambas cejas picaronamente.

—¡No seas malpensado! —protesto, aunque yo he sido la primera en pensar mal cuando les he oído—. Es jabón de manos.

—Sí ya, reina, ¿ahora se lleva ese tipo de excusas? Sólo es jabón de manos... ¡ja! Uy, Uy, Uy... ¿y ese "jabón de manos" no será la esencia del macizorro de Nick, querida?

—¡Pervertido! —exclamo—. Ya te lo he dicho, Hayden, es jabón de manos. No inventes cosas —agito ambas manos—. Huélelo por Dios.

—Ese olor... —olisquea mi mano—. ¡El jabón del Delicatessen!

—Mi jabón... —esta vez interviene Paolo acercándose lentamente—. ¡Mi suvenir! ¡Se ha roto!

—Tranquilo Paolo —ruedo los ojos—. Tú suvenir está bien —le enseño los otros dos, los cuales están intactos.

—¿Tú suvenir? —se gira Hayden en dirección a su marido—. ¡No me lo puedo creer, cari! ¡Otra vez estás con lo mismo! Desde que has visto en Pawn Stars que Rick Harrison  tasó el jabón por casi seiscientos dólares no has parado hasta tenerlo. ¡Hasta Tessie se ha vuelto en tú cómplice!

En un vistazo rápido, veo que la cocina está hecha un desastre. La única que parece que se lo esté pasando bien es Pelusa que lame el suelo y se revuelca en él como si la salsa de queso fuese la mismísima gloria.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top