Capítulo dos: Puesta a punto.
Fueron dos horas intensas de trabajo duro en el bar de Nick, no era de extrañar puesto que ha sido, hace poco, la hora de comer. Y eso me recuerda que lo único que llevo comido en toda la mañana es media bolsa de patatas fritas en la sala de consultas del médico.
Y ahí es dónde vuelvo a deprimirme y obligarme a volver otra vez a la realidad a la que me voy a enfrentar.
El doctor me aseguró que los tres primeros meses no tendré muchas complicaciones, quizás de vez en cuando un resfriado o algo tos pero nada fuera de lo común, sobre el quinto y sexto mes ya me vería más débil y, finalmente, en el octavo o noveno mes, si llego, pasaría lo que tuviese que pasar. Me lo ha dicho con tanta frialdad que no sé como, en ese momento, no he podido cruzarle la cara por su comportamiento tan insensible.
—Perdona Renée —digo algo acelerada nada más entrar por la puerta de la galería—. Ya sabes cómo está el tráfico a esta hora.
—Es de vital importancia que estés aquí, todo tiene que estar listo para mañana.
Renée había estado muy pero que muy pesada con la exposición de mañana. No es que fuese muy importante, pero vendrían caras conocidas del mundillo del arte y si alguno se interesaba por nuestras obras podría exponerlas en sus galerías o ¡incluso sus propios museos de arte contemporáneo!
Pero, ¿quería que mis obras estuviesen expuestas a cientos de personas o a posibles clientes? No lo tenía muy claro.
Según Renée Alain esa es la única forma de triunfar en el mundo del arte, según Theresa Mayer es sólo una forma de vender tus creaciones a la primera persona interesada en el dinero que pueda generarle tu obra y no en el verdadero significado del cuadro que está comprando.
Pero bueno, ¿quién soy yo para juzgar a aquellas personas que especulan con los precios de los cuadros? Nadie en absoluto, es un oficio más; es como si especulas en la bolsa, sólo que la única diferencia es que en vez de ser con acciones son con obras de arte.
—Yo lo veo todo perfecto —respondo mirando a mí alrededor—. ¿Qué falta?
—Más iluminación. ¿No crees que está muy oscuro?
—Pues...
Miro con más detenimiento.
Luces hay de sobra, en vez de poner habría que quitar algún que otro foco o la galería parecerá que está dando la bienvenida a la Virgen María, la cual es la anfitriona y anda bendiciendo el acto.
Renée hace una mueca, cosa que raramente hace puesto que, según ella misma, le incrementa las arrugas. Tampoco sonríe o abre la boca mucho al hablar, y eso que algunas veces es algo bochornoso, puesto que no se le entiende muy bien que digamos cuando habla. Menos mal que tengo buen oído.
—...pues creo que ya hay mucha luz —respondo con sinceridad—. La galería está muy bien iluminada, si le ponemos más focos y luces quedará como si fuese un faro. Creo que lo elegante sería apostar por algo que no llamase mucho la atención y fuese todo más... sencillo.
Había una cosa que Renée y yo solíamos discrepar mucho. Ella lo quería todo exuberante, pomposo y podría decirse que rozando lo hortero y yo era más de lo simplón, elegante y algo minimalista.
—Piensa que... —continúo puesto que mi jefa me está poniendo mala cara— los potenciales clientes que vengan son muy elegantes y recatados, lo mejor sería optar por algo sobrio pero estiloso, minimalista pero refinado. ¿No nos habías dicho que iba a venir Antoine Beauvois?
—Por supuesto.
—La última vez que hizo una crítica a una galería la tachó de ambiente recargado, artistas mediocres y local vulgar tirando a lo macarra. Tenemos que destacar Renée, o sino seremos otra galería típica del montón y, finalmente, nos olvidarán y todo se irá a pique.
—¿Qué sugieres entonces, Theresa?
—Ser innovadores pero clásicos —respondo con entusiasmo—. Tiene que haber un equilibrio entre lo clásico del local y lo contemporáneo de nuestras obras, creo que esa es la clave.
—¡Oh por Dios! —exclama exagerando—. ¡Entonces hay que cambiar todo! No hay tiempo, tenemos que llamar a Joaquim, a los del cáterin y... y quitar absolutamente todo...
—No llames a Joaquim, no hará falta, ni al cáterin tampoco. Simplemente hay que darle un cambio... de estilo, esta galería ahora mismo tiene un estilo muy barroco, hay que cambiarlo a uno más renacentista, más contemporáneo, más... siglo veintiuno. Lo único que hay que hacer es quitar algún que otro foco y adornos.
—¿Menos focos? Imposible.
—Renée, queremos que el cliente se adentre el cuadro, no que lo mire como si fuese un pegote de pintura. Menos luz creará más ambiente.
Finalmente la convencí.
Después de cuatro horas llenas de trabajo y de quitar y poner algunas cosas, con la ayuda de todos los artistas, la galería tiene un aspecto totalmente diferente. Tiene un estilo muy vanguardista y, si nos ponemos optimistas, diría que se parece a museo de arte contemporáneo.
—¿Lo ves?
—Tengo que admitir —dice Renée echando un vistazo rápido a la transformada galería— que está algo soso para mi gusto pero parece una portada de revista. Menos mal que te tengo, sino estaría perdida.
Finjo una sonrisa, dándome ganas de decirle: pues no me tendrás para el año que viene. Pero eso sería evocar, nuevamente, la frustración por la enfermedad incurable que tengo y no estoy por la labor de ser una victimista todo el rato, no señor.
—Vamos Renée — digo con modestia—, cualquiera de todos nosotros lo podía haber sugerido.
—Eso ya lo sé, pero por lo menos has tenido el coraje de ser sincera y de decírmelo —se gira a los demás y dice—. No como otros.
Nova y Sarah me miran con soberbia, no sé que les habré hecho pero me odian, mientras tanto, Nash y Joe siguen terminando de colocar el enorme cuadro de Brigitta, puesto que será la pieza principal de la exposición.
No conozco mucho a Brigitta, pero sé lo que hay que saber.
Estuvo en esta misma galería durante tres años y triunfó como artista, alguien importante la descubrió y ahora sus pinturas están expuestas en museos de todo el mundo, es realmente admirable.
Siempre me han gustado los pintores holandeses como el contemporáneo Vermeer, el postimpresionista Van Gogh y el simbolista Klimt, pero ahora Brigitta era mi pintora favorita, además también tiene orígenes holandeses.
Admiro su pasión por el arte, sus cuadros son el reflejo de su estilo propio y de su sutileza a la hora de utilizar la paleta y el pincel.
—¿Es impresionante, no crees? —me pregunta Joe, mirando ambos el cuadro detenidamente.
—Sí, es una gran artista con un enorme potencial.
Joe es encantador, nunca le he oído decir nada malo de alguien. Siempre me he llevado muy bien con él, es todo un experto en el cubismo. Yo le llamo el Picasso del siglo veintiuno aunque, desde mi punto de vista, sus pinturas son más del estilo de Georges Braque. Es un poco difícil de explicar, la verdad.
—Bueno,... ¿entonces nos vemos mañana en la exposición?
—Eso está más que claro —respondo sonriendo—. No te olvides de traer a Natasha, estoy deseando conocerla.
—¡Por supuesto!
Joe se aleja poco a poco y yo me quedo un par de minutos a contemplar el precioso cuadro de Brigitta, pero recuerdo que tengo que llamar a Nick para que no se olvide de que mañana es la exposición.
—Allí estaré, no te preocupes —dice al otro lado del aparato—. ¿Cuándo me he perdido alguna de las exposiciones, eh?
—¿Nunca?
—Exacto —ríe—. Por cierto, ¿te importaría que invitase a alguien?
—Vaya, vaya, don Juan. ¿A quién tienes pensado invitar? —digo riéndome—. No, no me contestes, quiero que sea un secreto.
—Eres de lo que no hay Tess.
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