CAPÍTULO 2


Mi espíritu se agitaba en mi interior mientras que revisaba mi perfil personal. Como siempre, había muchos comentarios y mensajes privados de admiradores y, otros tantos para mi desgracia, que me admiraban de otras formas menos agradables.

En la vida de alguien que comienza a ser una figura pública, el acoso es algo que siempre está a la orden del día, por lo que era algo con lo que tenía que lidiar diariamente. Tuve que reducir las fotografías que posteaba precisamente por esa razón y porque, cuando tenía pareja, solía producir más de un problema.

Y aunque ahora eso no era preocupación, me desagradaba que la gente me hablara simplemente por mi apariencia física. Era algo que me agotaba, por tanto, cualquier comentario o cosa que me hiciera pensar que esa persona no me seguía por mis trabajos sino por otras razones, era eliminado de inmediato.

Seguía haciendo tiempo mientras que escribía un poco antes de adecentar la casa. Esa notificación aun parpadeaba y me hacía desviar la mirada en la pestaña reluciente. Me quemaba la curiosidad, pero el temor a encontrarme fotos inapropiadas o palabras soeces, me echaba para atrás, posponiendo el abrir aquella parpadeante notificación.

Finalmente tuve que mirar, encontrándome una solicitud de amistad de un chico cuya apariencia admití, no estaba nada mal. Cuando revisé su perfil, me gustó lo que vi: a simple vista parecía alguien tranquilo, un apasionado del arte, interesado en política y en las causas injustas. Conforme más miraba su contenido, más me llamaba la atención.

También adoraba la música, la misma que era de mi preferencia, por lo que me alegré de tener a alguien interesante entre mis filas de seguidores. En la tarde me tocaba hacer un directo sobre reseñas de libros, por lo que no podía seguir jugando a los detectives. Dejé a un lado el ordenador y me puse a hacer tareas domésticas.

El resto del día transcurrió muy tranquilo, tan solo interrumpido por algunos mensajes de Álex informándome de varias ofertas editoriales. Todas las denegué porque no me daban buena espina, pidiéndole que, por favor, dejara de ayudarme con todo lo que tenía que ver con mis libros, pero él, de nuevo, se negó. Me preocupaba que no superase nuestra separación y aquello era el único vínculo que nos mantenía unidos. Por tanto, lo protegía con uñas y dientes.

Llegó la hora del directo, por tanto, me preparé una jarra de agua fría, un vaso y la lista de puntos que hablaría hoy. Realizaría una reseña del último libro que había leído, haría publicidad de mi último lanzamiento y leería algunas páginas de mi nueva novela. En total duraría un máximo de media hora, por lo que me senté y me concentré antes de darle al botón de comenzar.

—¡Buenas tardes tengáis todos! Me alegro mucho de que hayáis llegado a la cita que nos toca hoy. He venido de hablaros de un libro interesante con el que me topé la semana pasada en la librería. Sabéis perfectamente que pasear en busca de nuevos libros es uno de mis grandes hobbies y ciertamente encontré un tesoro.

Conforme explicaba el guion que había hecho para la transmisión, miraba los nombres de los usuarios que se iban conectando, hasta que vi el nombre del chico que me había mandado la solicitud y que había aceptado.

ArmandoCali, ese era su usuario.

Cuando lo leí, mi lengua se trabó por los nervios que sentí tan extraños como estúpidos. Me centré lo más que pude para terminar cuanto antes el directo, comprobando cada pocos minutos, que aquel hombre se quedó todo el tiempo hasta que finalmente me despedí de todos.

Al apagar el ordenador, suspiré pesadamente. Debía de descansar porque me sentía agotada por el día que había tenido hoy. Pero claro, parecía ser que el universo no estaba dispuesto a ponérmelo fácil. Una notificación me llegó al teléfono, gruñendo al pensar de que se trataba de Álex, pero para mi sorpresa no se trataba de él sino de mi nuevo contacto.

Me estaba hablando por privado, saludándome con un hola y una carita sonriente. Por el momento, no había nada malsonante ni intenciones extrañas en esa conversación. No sabía qué contestarle, acariciando las teclas nerviosamente mientras que le daba vueltas a lo que escribirle, pero él se me adelantó:

—Buenas tardes señorita, me proclamo un seguidor acérrimo de usted. Llevo tiempo leyendo sus libros y siguiendo sus directos, pero hasta ahora no me atreví a mandarle una solicitud de amistad. Ruego que me perdone si la he importunado, pero necesitaba decirle todo esto además de que me parece la mujer más hermosa que jamás haya visto.

Mi boca comenzó a temblar ante aquella directa confesión. No acostumbraba a hombres tan directos y si lo comparaba con Álex cuyos piropos eran poco atrevidos y medidos, aquello era una auténtica bomba de calor. Sin previo aviso, un calor se extendió por la parte baja de mi estómago, por lo que comprendí que era hora de dejar este tipo de cosas antes de que dijera una tontería.

Tenía necesidades como cualquier persona soltera del mundo, pero no podía satisfacerlas con alguien desconocido y de tan lejos. Me limité en agradecérselo y puse el teléfono en silencio.

No estaba para nadie más, solo para mí misma. Hice una cena rápida pero saludable y me senté en el sofá para escribir un poco antes de dormir. Mi cabeza era una maraña de cosas que me dificultaba la tarea de la inspiración, pero siempre ganaba la batalla tras unos minutos de incesantes equivocaciones. Aún me estaba acostumbrando a vivir sola y a los silencios, pero cada vez el asunto iba mejor.

Mañana era mi día libre en el trabajo, pero hablé con mi jefe para pedirle que por favor me dejara asistir al laboratorio. Lo mejor para tener ocupada la mente es trabajar y más en alguien nervioso como yo. Él no lo comprendía, pero no podía negarse ante la petición que casi le suplico.

Nadie en su sano juicio suplicaría por ir a trabajar un día libre, pero yo no era precisamente del montón. Y aunque tenía cita mañana con el psicólogo que Álex me había recomendado, decidí que lo mejor era no ir. No me iba a curar de algo que con el tiempo se iría solo, por tanto, no perdería mi tiempo.

Lo mejor era despejarme, hacer las actividades que me gustaban y, cuando estuviera preparada, conocer a alguien más, aunque con eso prisa no tenía precisamente. El miedo a la incomprensión o al daño emocional me cerraban las ganas, sobretodo porque Álex me comprendía de una forma que nadie lo hizo jamás. Admitía que el no tenerle lejos era una especie de alivio, aunque, por dentro, me sintiera profundamente culpable.

No había nada en el mundo que me gustase más que el arrancar de mi pecho los tenues sentimientos que sentía por él aún bajo mi pecho, pero el tiempo da el color.

Siempre da el color, aunque no sea el tono que más nos guste.

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