CAPITULO 20
CLARENCE
Volteó.
Y con esa velocidad lo hice yo también, al volver a Ismael como al director notando mi demora.
Llegando a ellos, ya es conmoción de todo el personal en el piso.
No solo por dar en persona y en ese momento el director, la firma que fue festejado por todos.
Sino, además.
Que al extender un brazo feliz por eso, sumó e indicándome frente a todo su personal, mi presencia caminando hasta donde estaban.
Aplausos como exclamaciones se hicieron acopio, por semejante noticia al conseguir ellos esa exclusividad.
También por verme en persona, obligando a estrechar más manos y que me rodeen copiosamente sin poder moverme.
Sumándose, bajo pedidos de muchos y mostrando su celular, en sacarme fotos con ellos.
Que al permitirlo y sobre ese apabullamiento.
Otro.
Y siendo fuerte por caer cosas tras nosotros y específicamente, donde se localizan los box.
El aturdimiento que yo, solamente quería que me invada.
Abandoné todo y caminé hacia allá, ya sin importarme nada.
Cuando noté a Luz María en el suelo y recogiendo cosas.
Y me odié por eso, ya que mezquinamente pensando en todo esto cuando la vea.
Jodidamente no lo hice en ella, en cuanto sería verme después de 8 años.
Miré como atolondrada y juraría hasta con ganas de llorar, como sin jamás a atreverse a mirarme y sabiendo que soy yo.
Juntaba parte de las cosas esparcidas y deslizando mi mirada en ella.
Me sentí mal.
Notar una de sus manos golpeada.
Me maldije.
Por ser mi culpa.
Y ni lo dudé como pensé.
Me encontraba a su lado y agachado, ayudándola a juntar.
- ¿Arbolito, estás bien? - Le pregunté.
No habló, aunque aceptó un resaltador que le alcancé del suelo.
Pero su mirada color cielo, sí.
Tan claros, algo lagrimeados y nítidos como lo que me decían, sin usar sus labios que levemente temblaron al verme tan cerca y después de tantos años.
Que le dolía y no precisamente, la caída ni la herida de su mano.
LULÚ
Y las lágrimas que contenía al llegar al baño y encerrarme en un cubículo se hicieron camino en mis mejillas ya sola y al sentarme en el inodoro.
Y mis hombros se sacudieron con mis manos tapando mi rostro, por permitirme llorar en silencio.
Siendo un escritor de renombre y yo trabajando en una editorial, podía caber una posibilidad.
Efímera.
De cruzarnos en algún momento.
¿Pero, trabajar para la misma editorial?
Y lo que más resuena en mi mente.
¿Cuándo, diablos regresó?
¿Y por qué, nadie me dijo nada?
8 años que no lo veo.
Que no nos vemos.
Y de golpe y con solo pocos segundos, desbarata todo apareciendo.
Golpecitos secos, tocan mi puerta cerrada y me sobresaltan.
Alguna compañera debe querer entrar.
No tengo idea que tiempo pasó, pero mi salida abrupta y venir al baño, siendo adulta no debe haber quedado bien.
Ya debo regresar.
Me pongo de pie y suelto la cadena por más que no hice nada, para fingir el encierro, seguido a con mis manos hacerme aire y como si con eso, mis ojos se ventilen de tenerlos algo en compota por llorar.
Al sacar el pestillo y salir.
Oh Dios.
No hay compañera.
Mierda, mierda y mierda.
Hay un Clarence de pie y frente a mí.
Los dos solos.
¿Lo que mejor se me ocurre?
Voltear y volver a guardarme dentro del cubículo del baño.
Pero su mano agarra por detrás el cuello de mi camisa y me lo impide, recordándome como lo hacía cuando era una niñita y así, evitaba por peligro o cuidado que hiciera algo frenándome.
- ¿Qu..qué, haces? - Asustada por más recuerdos, balbuceo y sin atreverme a mirarlo.
No me suelta, sigue sosteniendo el cuello de mi camisa por atrás.
Silencio por un rato.
- Voy abrazarte... - Murmura y con apenas fuerza de esos dos dedos que me retienen, lo contrario y por el impulso suave.
Hace que retroceda hacia él, y al chocar mi espalda contra su pecho.
Me abraza por atrás y con sus dos brazos cruzados delante de mí.
Y yo, no digo nada.
Él tampoco.
Estáticos y en ese abrazo.
Sintiendo nuevamente y después de muchos años su contacto, que inevitablemente al hacerlo, provoca que llore otra vez en silencio y sin atreverme a moverme, como devolverle ese abrazo o siquiera a tocar con mis manos que duras y tipo puño caen sobre mis lados, a tocar las suyas que no me abandonan rodeándome.
Pero Clarence sí, porque hunde más su barbilla en mi pelo y con eso, me estrecha más fuerte contra él.
CLARENCE
Quería dejarla ir, pero no podía.
Y las cientos de probabilidades, excusas o mierdas que fueran y que más de una vez imaginé para este momento, se esfumaron.
Yo, solo quería abrazarla y sentirla por más que me costara las peor de sus reacciones.
Y aunque no hubo ninguna, como un insulto o poner en riesgo mi entrepierna por su rodilla.
Sí, la que más esperaba y por ende, más me dolió.
Su llanto.
Uno callado como el que sentí del otro lado encerrada en el cubículo, por procurar mantenerlo controlado por el lugar.
Y mismas circunstancias, ahora conmigo al verme y estrecharla, porque no sería la dulce Luz María que siempre fue, por más que me merecía la peor de las bofetadas o castigo.
Me separé algo de ella, solo para voltearla y respetando estar negada a mirarme, la llevé hacia el lavado de manos.
Saqué mi pañuelo y aunque me corrió el rostro en un principio, luego me dejó limpiar las lágrimas de sus mejillas, continuo a mojar el mismo con algo de agua abriendo el comando, para tomar la mano que al caer, vi que se lastimó y pasar despacio por la herida.
No es grave, pero se hizo mío ese dolor, al notar el leve corte.
Como al bajar mi vista y observar en una de sus rodillas, lo que Tatúm me mencionó días después de mi partida.
Su caída, cual nunca vi cuando fue a buscarme y una cicatriz de 8 años me dicen que fue profunda.
LULÚ
8 años que no lo veo.
Casi 96 meses si hacerlo.
Y al rededor de 2900 días sin jamás volver a hablarnos.
Como dije siempre, los números están en la vida.
Y en la mía, mucho como las letras.
Por eso toda yo, soy confusión con una mezcla importante de alegría y disputa al volver a verlo.
Sin atreverme a mirarlo aún, siento como su pañuelo que antes secaba mis lágrimas, ahora y un poco húmedo por algo de agua de la canilla como por estas, quiere sanar por el roce de un mueble, cual al caer, lastimé un lado de mi mano.
Y concentrado en eso, apenas me atrevo a alzar mi vista.
Clarence sigue igual.
Su pelo, aunque un poco más corto de la última vez que nos vimos.
Sigue manteniendo un largo hasta su barbilla con esos siempre rulos que lo coronan, ahora cayendo a un costado por tener inclinada la cabeza atento a mi mano.
Mismo castaño.
Mismo ojos grises y del tiempo, que protegen su color las exactas pestañas que de chica idolatraba y admiraba por su largo.
Mismo rostro.
Misma piel dorada.
Misma nariz recta.
Suspiré sin permiso.
Y mismos labios que ahora por concentración, una mueca seria como recta dibujan, pero tantas veces salieron siempre de él, palabras bonitas como risas por algunas de mis ocurrencias de niña.
Saco mi mano del pañuelo.
- Necesito volver... - Quiero escapar.
- Es hora del almuerzo... - Siente que quiero alejarme. - ...me gustaría que almor...
Niego.
- Lo siento... - Como si fuera un extraño. - ...no puedo, tengo trabajo... - Porque, necesito irme.
Salir de este perímetro.
El suyo.
Para procurar por lo menos, procesar esto sola.
Mucho para mí.
Demasiado.
Y me permite alejarme, pero me llama llegando a la puerta.
- Lulú. - Su voz me detiene y estúpidamente, todavía no lo enfrento con la mirada.
Solo dejo de caminar.
- Vine por ti... - Dice, en el momento que ingresa una compañera y se encuentra con el espectáculo de ver a la novata del piso en plena conversación.
Mención aparte.
Baño de mujeres.
A solas con el gran escritor Clarence Montero.
Y antes de darle un significado importante a sus palabras y sin responder, me retiro.
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