Capítulo 12. Placentera distorsión
Capítulo con contenido +18
-----------------
Con un cigarrillo medio muerto en los labios, Ellery analizaba las cambiantes expresiones que alternaban en el rostro de Aurora. Miedo, sorpresa, molestia. Y la entendía. No podía hacer recuento de las veces que se había visto arrollado por peligros de los que fortuitamente había logrado salir ileso. Todo tenía un límite, y cuando lo que estaba en juego era la paciencia, sabía que había rebasado la contención de Aurora hacía tiempo.
¿Quién podía soportar a una persona que continuamente arriesgaba su vida por la necesidad de resolver cada misterio habido y por haber? ¿Quién, en su sano juicio, permanecería al lado de alguien que se marchaba cada vez que algo nuevo surgía, haciendo oídos sordos a lo que dejaba atrás? ¿Quién asumiría que su propio bienestar, enalgún instante, pudiera quedar comprometido por culpa de terceros?
Siempre había pensado que con Aurora sería distinto. Había compartido con ella sus penurias y su inocente malicia desde muy pequeños. Sus idas y venidas. En un breve examen de su mirada, Aurora adivinaba los pensamientos y las rumiaciones que se apropiaban de su espíritu. Había soportado cada agujero de su alma, tan dispersa y a veces lóbrega que hasta él mismo se asustaba. Golpe tras golpe junto a él. Hasta ahora.
¿Y si no soportaba otro pedazo roto? ¿Y si no deseaba a alguien en constante movimiento?
El humo del cigarro abrasó la ruta por su garganta como una nube de ácido tóxico. Tosió en un leve carraspeo con el que pasarlo desapercibido, pero Aurora hundió en él un parco esmeralda.
—¿Nos vamos?
Sin tocarse, sin cogerse de la mano como dos enamorados, anduvieron en silencio, el uno junto al otro, entre las honorables calles de Nápoles. Su corazón le pedía hablar, expresar el torbellino en el que se había convertido su mente. Pero no lo hizo. Guardó las manos en los bolsillos y, con la cabeza gacha, observando sus pies intercalar los recuadros de la calzada, mantuvo la boca cerrada.
~
—Tengo la sensación de que ese hombre no nos ha contado ni la mitad.
Aurora habló desde el ropero donde organizaba la maleta. La incomodidad era patente en la estrechez de las cuatro paredes. Ellery, imitándola con hastío, no le quitaba el ojo de encima. La duda acallaba el coraje que otras veces derrochaba sin lástima y se comía su voluntad a bocados.
—No lo ha hecho —le respondió desde su lado de la cama donde rehacía el equipaje.
—¿Y aun así podemos confiar en él?
—No tenemos otra opción.
—Ya...
Una respuesta vacía que dio por finalizada la conversación. Odiaba esa sensación, el saber que algo los alejaba y no poder hacerle frente con una disputa directa que equilibrara la balanza.
—El coche está abajo. —Aurora aguardaba en la puerta con la maleta en mano y medio cuerpo en el pasillo.
Ellery asintió. Sus pasos le aproximaron a la salida justo cuando Aurora, anticipándose, desapareció escaleras a abajo. Fue como un disparo en el pecho. Asió la manivela de la puerta y miró por última vez la modesta habitación en la que gastaron un poco de amor antes de que todo reventara.
Del coche negro aparcado frente a la entrada del hotel se apeó un hombre que vestía traje y gabardina. Un sombrero puesto de medio lado disimulaba su rostro. Les abrió la puerta trasera sin saludar ni preguntar si eran ellos a los que debía recoger. No hacía falta; los habían estado siguiendo, y nos les extrañaba que una porción de los habitantes de Nápoles los reconociera con solo un vistazo.
El trayecto tampoco dio lugar a un diálogo conciliador. Acodada en la ventanilla del coche, Aurora veía pasar los emblemáticos edificios sin cerciorarse del hombre al que estaba matando con su meditativa introspección.
Y después de tanto autoflagelarse echándose la culpa de todo, el resquemor hizo su triunfal entrada. ¿Por qué ese silencio acusador?, se dijo Ellery con la rabia minando la figura de la pelirroja. ¿Era su manera de vengarse de él? Tan obstinada como siempre, se decía. Ese rasgo de su temperamento era tan resistente como inmutable.
—Hemos llegado —dijo el conductor en un inglés poco trabajado.
Ellery bajó del coche al tiempo que Aurora. Con las maletas recuperadas, se plantaron a las puertas del hotel donde verían pasar el tiempo hasta nuevo aviso. Una alta estructura de color hueso que conservaba la fachada original renacentista, atravesada por decenas de ventanales con vistas a las Catacumbas de San Gennaro.
—La 211. —El italiano les entregó dos llaves—. No hace falta que pasen por recepción. Diríjanse directamente a la habitación.
—E se vogliamo uscire? —interpeló Aurora haciendo uso del mísero italiano que había aprendido para el viaje.
(—¿Y si queremos salir?)
El escritor percibió cierta inquietud en la voz de Aurora, que interpretó, con la furia que distorsionaba su mirada, como un rechazo a pasar demasiado tiempo juntos en la misma habitación. Apretó el asa de la maleta.
—No pueden.
—No podemos permanecer encerrados —replicó.
—Signoriña...
—Qué. —Aurora se mostró temple y decidida.
—Hablaré con Dacio —terminó por acceder con cierta reticencia—. Chiamerà l'hotel.
(—Él llamará al hotel.)
—Conforme.
Dio la espalda al italiano y se introdujo en la recepción dejándolos a ambos en la entrada. El conductor chasqueó la lengua.
—Quella donna è coraggiosa.
(—Esa mujer es de armas tomar.)
Ellery cabeceó y suspiró en silencio.
—Qué me va a contar.
La nueva habitación duplicaba a la del hotelito amarillo. Además de un balcón con unas formidables vistas del nuevo paraje napolitano, contaba con un pequeño saloncito y un baño ataviado con plato de ducha y bañera.
Aurora no tardó en dedicarse a deshacer la maleta. El escritor, muy al contrario, prefirió distraerse en el mirador con un cigarrillo que apenas tocaba sus labios. Era mayor el apremio de notar algo cálido en la piel que el humo en sus pulmones.
—Voy a darme un baño —le anunció ella desde el interior.
Escuchó el ruido del agua cayendo en la bañera y las punzadas en sus entrañas se agudizaron. A la vista estaba que Aurora prefería intimidad para sí sola. Que el gran Ellery Queen no se interpusiera en los minutos de felicidad que la transportarían a un mundo sin peligro y dolor.
Unos ruidosos gorriones cruzaron frente a él. Volaban a ras de los edificios, sorteando cables y postes en un vaivén similar a un baile, entrecruzando su vuelo en una armonía cautivante. Libres en el cielo, alzaban unas alas con las que escapar de aquello que deseara aprisionarlos. Los observó detenerse en la barandilla de un balcón. Juntos, rozando sus cuerpos, acercando sus picos. En aquella ciudad infinita, donde el amor enriquecía cada vivencia, saboreaban el afecto de sus corazones.
Exhaló con fastidio. Apagó el cigarro en el cenicero de la mesita y se tumbó sobre el mullido colchón. Cerrar los ojos por unas horas era la única cura para detener la desazón.
~
El sonido del teléfono lo despertó de un asfixiante sueño en blanco. Ni había escuchado la puerta del baño. Aurora, frente al espejo del tocador, terminaba de arreglarse. Se había puesto un vaporoso vestido escarlata. Su resplandeciente reflejo en el cristal ovoide recayó en él unos segundos con una mirada calcinante.
—Soy Dacio —lo saludó el médico al descolgar el auricular—. Me han comentado que desean salir de la habitación.
—Más que otra cosa.
—No les voy a negar la salida, no soy nadie para hacer tal cosa. Pero deben saber que la zona se encuentra bien protegida. Tenemos amigos en cada puesto y restaurante. No se preocupen, actúen con normalidad, pero les ruego que no se alejen. Hay preciosas cafeterías y bares en esa parte de Nápoles.
—Estese tranquilo, no vamos a meternos en la boca del lobo por simple diversión.
—Entonces, todo dicho. Disfruten.
—¿Es posible? —murmuró mientras colgaba.
—¿Qué ha dicho?
En la entrada de la habitación, Aurora apremiaba una respuesta.
—Podemos salir siempre que no crucemos los límites de esta zona.
—Perfecto.
Con las manos en los bolsillos, Ellery se apoyó contra la pared.
—¿Tienes hambre?
—No mucha. Prefiero algo de ruido y un poco de vino. ¿Te apetece?
—¿Por qué no? —aceptó sin mucho entusiasmo.
El bar donde habían elegido alejarse del caos animaba el ambiente con música en directo. La configuración de las mesas, un semicírculo cercano al escenario, invitaba a los espectadores a participar en la siguiente actuación. Se acomodaron en uno de los extremos separados del tumulto. Un camarero los franqueó al momento con la carta de bebidas y pidieron dos copas de whisky.
El ruidoso espectáculo del escenario, un arsenal de variedades que mezclaba la sensualidad del cabaret parisino con la delicadeza y el romanticismo del liscio italiano, bullía vivamente. Cuatro parejas danzaban alumbradas por focos de luz rojiza como si solo existiera el rostro de aquel con el que bailaban al compás. La atracción mantenida en una mirada sin pestañeos, la exquisita fineza de los movimientos, hervía los corazones de un público que anhelaba un poco de aquella excitante sensación por un rato.
Ellery apuró un largo trago de whisky y jugueteó con el vaso entre las manos. Aurora bebía pequeños sorbos contemplando el extravagante desfile de piernas y colores. Parecía ajena a su malestar, y eso le enfurecía.
—Has estado muy callada desde esta tarde.
—No he sido la única.
La sarcástica carcajada que soltó fue inevitable.
—¿Quieres decirme algo? —inquirió Aurora, apreciando la soberbia en el rostro del escritor.
—No sé. Quizá la que necesita purgar sus pensamientos eres tú.
—¿Yo?
—Tu capacidad para ignorarme ha sido impresionante —la acusó—. Y da que pensar.
—Bueno, no estamos en una situación lo que se dice normal, ¿no crees? Necesitaba tiempo para mí.
—Si me hubieras dicho eso en el restaurante no le habría estado dando vueltas al mar de posibilidades en el que podías estar enfrascada.
Aurora puso los ojos en blanco. Tras un sorbo algo más largo de whisky, lo asentó con fuerza en la mesa.
—Tienes la maldita costumbre de ahogarte en preocupaciones imaginarias sin nada real que las sustente —le echó en cara, elevando la voz sobre la música—. Imaginas siempre lo peor de mí.
—No es eso.
Se mordió la lengua. Precisaba de algo más de valor para confesar lo que sentía. Se acabó el vaso de un trago ardiente y pidió desde la lejanía otra copa al camarero.
—Dilo de una vez, Queen.
—Me preocupa que dudes sobre si elegiste bien.
—¿Elegir bien?
—Sí, a mí —aseveró. La expresión suspicaz en Aurora no se borró—. Me preocupa que te des cuenta de que a mi lado los problemas o contratiempos son lo habitual, y que termines cansada de que todo te salpique.
—Entiendo tu postura. —Finalizó la copa y entrecruzó los brazos en la mesa. Mantuvo la mirada en Ellery; al ver que no continuaba, cerró momentáneamente los ojos y soltó una furiosa espiración—: Pareces no querer entender que en mi vida la que elige soy yo. Y te elegí a ti, con todo lo que traes contigo. Lo bueno y lo malo, lo perturbador y lo peligroso. Pero también lo encantador y lo apacible. Elegí a Ellery Queen al completo. Y no me arrepiento de ello.
—Suenas convincente —juzgó igual de mordaz.
—Es lo que siento, El. Pero yo también cometo errores y tengo dudas. No soy perfecta, y tienes que aceptarlo. Es imposible estar siempre al cien por cien. Habrá momentos en los que ninguno estemos en disposición de afrontar la lucha interna del otro. Así es como funciona esto.
—¿Esto?
—El amor.
—Supongo. —Tomó el vaso directamente de la bandeja hacia sus labios. Aurora pidió otra—. Pero el amor no siempre es suficiente —opinó moviendo los ojos en la superficie pulida de madera sin querer sentir que la penetrante mirada de Aurora lo traspasaba—. Y a veces me preocupa que tus inseguridades giren en torno a mí.
—¿Y por qué no me lo dices? Hemos estado horas en silencio, y, sí, no te niego que me sentía sobrepasada, pero tampoco he escuchado una sola palabra de ti que pidiera una explicación.
—Tengo ese pequeño problema contigo —mencionó con una carcajada suave—. Me resulta difícil expresarte lo que pienso.
—¿Por qué?
—Simplemente, porque eres tú. Y toda tú a veces me paraliza. Consigues que me olvide de cómo unir dos palabras en una frase con sentido.
—No se te está dando nada mal ahora.
—Con ayuda. —Levantó la copa origen de su valentía.
—Ellery. —Aurora le tomó de la mano; una caricia que sintió como aire fresco—. Ellery, soy yo, Aurora. Tu Aurora, la Aurora de siempre. Puedes decirme lo que sea, ¿de acuerdo? No importa qué, siempre voy a estar ahí para escucharte.
—¿Y si eso que me está matando es por ti?
Aurora se recostó en la silla con los brazos pegados al pecho.
—Pues con más razón tienes que decírmelo, para que yo pueda corregir esas melodramáticas figuraciones que te montas tu solito.
—Entonces dime, ¿en qué pensabas en el restaurante?
—Aún no puedo decírtelo. —Dio las gracias al camarero y encerró la copa entre las manos—. Pero no es sobre ti, así que deja ya de centrar toda tu atención en mí y de creer que, porque estemos en esta situación tan particular, mis sentimientos por ti van a cambiar. Sería la mayor estupidez que podría salir de ese cerebro tuyo tan sagaz. Mis sentimientos por el pequeño Queen llevan conmigo tantos años que apenas tengo claro que exista un momento de mi vida en el que no hayan estado ahí.
Los labios de un tono rosado de Aurora esbozaron una sonrisa que consiguieron contagiar al escritor.
—Aurora Toldman, soy un idiota.
—Ellery Queen, eres el perfecto imperfecto —le siguió el juego—, y eres mío. —Recorrió la corta distancia entre sillas y besó unos labios con sabor a whisky. Lo apresó con ambas manos, pegándolo a su cuerpo—. Te quiero.
—Y yo.
Celebraron aquel momento de intimidad con una tercera copa, posponiendo el listado de temas que urgían una aclaración.
—Dicen que el amor se demuestra bailando —le susurró Aurora al oído con una voz dulce y a la vez sosegada que desbarató al escritor.
—¿Quién dijo eso?
Ella sonrió.
—Ahora lo digo yo.
Cogió la mano de Ellery y tiró de él hasta el centro de la pista. Sin apartar los ojos el uno del otro, se abrazaron. Aurora acomodó los brazos alrededor del cuello de Ellery mientras él se perdía en la desnudez que entallaba el vestido. No hablaron. Se buscaron en un beso, y se encontraron solos en la multitud de un lugar escondido entre luces.
~
El sentido del tiempo había desaparecido. El entorno del local se había transformado en un confuso ciclón de colores y figuras difusas. El azul, rojo y verde de los focos se revolvía violentamente con las parejas que danzaban. Una atmósfera babélica de sonrisas, cuerpos y música. Ellery advirtió que los labios de Aurora se duplicaban en dos preciosas bocas pertenecientes a dos Auroras idénticas, borrosas y alternantes, que se unían en una para volver a desdoblarse. Su mente colapsó en aquel barullo incomprensible.
—¿Nos vamos de aquí? —le susurró al oído.
Durante el trayecto al hotel, la confusión y el desorden distorsionaron el mundo que los acompañaba. Las personas a su paso se desligaban en siluetas deformes y coloridas que les devolvían una sonrisa frenética y absurda.
Llegó a la habitación sin ser consciente de cómo había subido las escaleras. Aurora, deseosa de sentirle, lo empujó con suavidad contra la cama. Al levantar la cabeza, Ellery se desconcertó con las tres siluetas de mirada felina y labios sensuales que lo asediaban. El rubí de sus cabellos resplandecía en el intenso esmeralda de aquellos grandes ojos esmeraldas. El torbellino de colores parecía fundirse con la estancia.
La Aurora que tenía delante se sentó a horcajadas sobre él. La contempló mientras le desabotonaba la camisa y se adueñaba del sabor de su boca.
El cálido tacto de otros labios le abrió los ojos. Las dos Auroras restantes se habían incorporado al juego y le cubrían de placer recreándose en su torso desnudo. Entre las tres preciosas mujeres le quitaron la camisa.
Sin entender cómo, besaba a una Aurora y pronto otra lo obligaba a probarla a ella también. Dejándose llevar, sus ojos contemplaron extasiados a una de las tres escarlatas tomando el control. Advirtió el centelleo gozoso de esos ojos verdes mientras unos dientes le mordían el cuello y otros se apoderaban de su piel. No pudo ni quiso aguantar la tentación de escalar las suaves piernas que lo cercaban.
La deidad escarlata que reinaba sus caderas le devolvió una mirada diabolesca antes de que le subyugara a sentirla. El roce sensual e impetuoso con el que lo complacía superaba toda sensación experimentada con anterioridad. Cómo no mirarla, si había fracasado en una batalla que desde el principio deseaba perder.
~
La atención se desperdigaba sin un punto fijo del ambiente al que anclarse. Todo se movía y mutaba tan rápido que ella misma se sentía un mero cuerpo ralentizado. Cada partícula de su ser multiplicaba cada roce, cada caricia, sumiéndola en un éxtasis nuevo y perturbador. Sus ojos buscaron los de Ellery, y se encontraron en la vibrante atmósfera de una habitación que no paraba de alterarse. Él se lanzó a sus labios y la besó, insaciable, agresivo.
Notaba los jadeos contra su oído, las manos de Ellery dueñas de su cintura en un ritmo lento pero salvaje, volviendo su respiración irregular. No podía concentrarse en nada, perdía la conciencia de sí misma en aquel arranque de placer.
Un abanico de brazos atrapaba su desnudez. Una mano se hizo con sus labios; agonizantes, codiciando dominarla. Otro par jugueteaba en sus pechos a la par que un tercer integrante ascendía entre los muslos, despertando la necesidad de más.
Recostó la cabeza sobre el hombro del escritor y contactó con sus ojos mientras decenas de manos la hacían estremecer.
Todo a su alrededor dejó de tener sentido. Sintió que ambos desaparecían de la cárcel que los encerraba en Nápoles, transportados a un universo sin dudas ni incertidumbre.
Solo ellos.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top