CAPITULO 9

ARTHUR

Parte de mis ojos, ya no encausan las imágenes y lo poco que recibe, enfoca y trasmite, se va deteriorando con el tiempo pasando por el daño que comenzó a temprana edad.

Siendo y como lo confirmó el médico al salir de su clínica y deliberando el último estudio que me hizo, leyéndolo entre sus manos y del otro lado de su escritorio, que ya no hay tratamiento o cirugía para mi tipo de afección, más que aceptar la enfermedad de los mismos y lo que con el tiempo será mi discapacidad.

No ver.

Aún no he perdido la totalidad de la vista, pero lo he hecho lo suficiente desde hace tiempo, como para aprender de ella con su penumbra que me va colmando.

Misma que se sosiega cuando, aún intento buscar el sol a la luz de día, simplemente con elevar mi mano a él para ver que ahí está y sentir con su calor como acaricia mis dedos.

Para luego, percibiendo con los movimientos que me rodea, identificar las cosas o personas.

O mágicamente, cuando recibí el descargo de la piedra afuera de mi galería por la muchacha que tengo frente mío, que y como esa vez, más temprano en plena calle mientras mi zapatos eran lustrados por el pequeño lustrabotas, seguido luego en la noche reconociéndola al traerme mi pedido en el puente y hasta ahora mismo, terminando de confirmándomelo.

Yo, logro verla en cierta manera.

Algo brilla a su alrededor con colores, destacándose como única persona en cuanto al resto y locamente, trasmitirme por medio de ella.

Inclusive del querido y servicial Didier.

Tiempo que no podía sentir en mis ojos los ocres, los complementarios o los simples primarios y mucho menos ya, imaginar la mezcla de los mismos en dosis óptimas para un pantone deseado.

Sin embargo bastó el primer encuentro, no solo para renovar mis votos de amor al pincel y un lienzo, después de años de no tocar uno.

También, curiosidad por esta pequeña mujercita.

Latidos.

Ya que, es capaz de hacerme ver a través de sus ojos...

GLORIA

Me remuevo sobre mi asiento, porque no sé, como manejar esta situación cuando nuevamente quedamos solos, porque el falso L'Rou de añitos encima se retiró.

Soy directa y a veces peco de avasallante.

Y no me mal interpreten, no es incomodidad de saber que Arturo.

Sacudo mi cabeza.

Arthur.

Padezca esa situación.

Rayos.

Si hasta encuentro mal definirlo así, porque sinceramente y lo digo en serio, no lo veo como tal.

Tanto.

Me enfoco en él, buscando algún indicio desde mi lugar, intentando ser disimulada.

Que no lo parece, Santo Dios.

- Se llama ceguera legal... - Interrumpe lo que jodidamente estoy pensando, haciendo que me enderece y deje de indagar, ruborizándome por ser descubierta.

- Lo siento. - Toso, buscando mi taza y bebo un poco de mi té ya frío.

Se sonríe sin afectarlo, guau, apoyando parte de su mejilla en su puño.

Mirándome.

Porque lo hace.

- Comenzó en mi adolescencia y es progresivo. No he perdido completamente la vista, pero sí, la suficiente visión como para notar que con cada año transcurriendo, que lo hago menos. - Habla. - Casi la totalidad en realidad... - Se corrige.

- No lo parece. - Ya que es la verdad.

Porque, todo Arthur no lo parece.

No hay ningún tipo de señal que lo padezca.

No veo la compañía de un bastón blanco.

Tampoco el uso de lentes oscuros.

Y menos, sus ojos.

Jodidamente esos ojos azules y competencia del color de los océanos que irradia y hasta reflejan más vida que ellos.

- Tengo suerte. - Humor a mi dicho y lo miro raro, encontrándome para mi sorpresa que devuelvo a su sonrisa con otra, mientras saboreo una de las masas finas de una linda bandeja de varios pisos.

- Entonces, cuando te vi en la ciudad del otro lado de la calle y te saludé... - Pienso. - ...no me viste...ahora comprendo... - Lo que digo, le llama la atención.

Sus bonitos ojos que dicen que ya no tienen vida, reflejan lo contrario, porque noto como se ponen más intenso su color cuando me mira.

Sí, digo bien, cuando me mira.

Demora en responder, pero entrelazando sus manos sobre la mesa, lo encuentro otra vez sonriendo.

- Lo sabía. - Afirma feliz y pensando en ello.

- ¿Sabías que estabas y me ignoraste? - Me enoja y niega.

- No. No sabía. - Se excusa.

Me cruzo de brazos.

- Oye, ponte de acuerdo. - Sigo. - No puedo conversar con dos tú, al mismo tiempo.

Mis palabras lo hacen reír con ganas y sin vergüenza de ello por más distinguido lugar.

Tanto, que varios comensales desde sus mesas, voltean para verlo.

Y yo lo hago también, porque como a Arthur, no me importa lo que piense la gente y además.

No puedo dejar de no hacerlo.

Este hombre es más hermoso riendo.

El sonido es alegre, agradable y muy contagioso.

Llega al alma.

Creo que busca su vaso de agua y sin pensarlo como cuando se cayó, mi mano se extiende por sobre la mesa para deslizarlo donde la suya tantea.

- Gracias. - Me las da, seguido a beber. - Ese día, Gloria. - Lo deja. - Yo te presentí...

- ¿Me presentiste?

- En realidad, te sentí... - Se retracta. - ...cuando pierdes un sentido, el resto se intensifican. Y entre ellos aunque no se lo tome como parte de ellos, está la sensación. - Me explica. - Y yo te sentí... - Afirma. - ...además de llegarme tu perfume por la brisa.

- ¿Mi perfume?

Arthur asiente.

- El mismo que llevas ahora. - Responde y automáticamente me huelo el cuello de mi vestido como bajo un brazo.

Por las dudas.

Pero prácticamente no lo siento, ya que es uno de bajo presupuesto, pero que adoro, aunque que no quita que dure poco por tal motivo.

- Que olfato... - Digo yo.

- Bastante... - Dice él.

Sonrío y mucho, porque esa sencilla palabra la dice de una forma muy bonita como única.

- ¿Algo que quieras saber? - Veo como sin ningún tipo de error, localiza el primer nivel de la bandeja de postres y sin siquiera palpar, toma el que acusa su preferido.

Una masa dulce con una cubierta de finos trozos de manzana acaramelada encima y estaba por preguntarle como lo hace, pero recordando lo anterior, supongo que el exquisito aroma de la canela y la fruta llega a él.

- ¿Por qué, me rechazó? - No me olvido de ello y en realidad es lo que duele como la mierda.

- ¿No te da curiosidad saber más de lo que padezco y tener cierta lástima cuando nací en cuchara de plata, pero con esta maldición? - Me responde con otra pregunta, haciendo que frunza mi ceño, mientras lo veo con presteza como ubica el pequeño tenedor de postres y sin bajar la mirada.

Siempre, nivelada a la mía.

Corta como hinca un pedazo del dulce para masticar suave.

- ¿Por la ceguera parcial que pronto será permanente? - ¿Lo dice por eso?

- Que directa. - Suelta divertido y me encojo de hombros.

Mi realidad.

Porque no lo pensé.

Todos tenemos algo que padecemos.

Mi padre es rengo de una pierna, gracias a la primera Guerra Mundial que participó como soldado, cosa que con mamá no nos molestó.

Vino sin unos centímetros menos y con pajaritos en la cabeza por todo lo que vio, pero vivo.

La señora Bonanzierri le habla a las plantas y nos dice que le contestan como cuentan lo que ven del barrio por estar afuera.

Flores potencialmente chismosas.

Y Arthur, no ve.

- ¿Necesito preguntar eso para obtener el trabajo?

Niega.

- Justamente por si lo aceptas y saber de mi ceguera, dudes. Puede asustar la discapacidad...

- Honor dice que esa palabra no existe y le creo. - Interrumpo.

- ¿Honor?

- Mi mejor amiga que es enfermera y vive conmigo. - Le cuento. - Ella dice siempre que la única discapacidad que hay, es la apatía por el otro. - Pienso un poco, tomando otro bocadillo. - Solo es una condición. - Me señalo lo note o no, porque dije que lo veo normal. - Yo tengo la condición de ser bajita. - Su turno de indicar mi dedo. - Y tú, la condición de no ver. - Concluyo, tragando toda la masa de una vez y saboreo, porque está riquísimo, Santo Dios.

Y la sonrisa de Arthur vuelve.

Lo que no sé, si es porque gemí de tantas sensaciones de azúcar y dulces en mi boca o por mis palabras.

Lo que sí, estoy segura y ya no tengo vacilación o desconfianza.

Que Arthur haya rechazado mis trabajos.

Arthur no vea.

Y Arthur sea una persona de mundo y que por tal, puede tener el lujo de rendirse el mismo planeta a sus pies, cual el mismo dijo por como nació.

Descubro una razón, pese a todo lo mencionado.

Y no dudo.

Que Arthur, es muy especial...

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