CAPITULO 8
GLORIA
Si me preguntan, no entiendo nada.
Y estoy segura que todo mi ser lo dice.
Emana en un combo perfecto, ya que parte desde mi cara hasta cada célula que me compone.
Lo percibo.
Mi boca continúa dislocada y sin poder gesticular palabras.
Mis pies petrificados.
Y hasta mi piel.
Sí.
Porque lejos de la temperatura normal, siento que quema mucho y no, por culpa del calor de afuera, ya que arde interiormente también, lo siento en mis mejillas.
Como si mi sangre estuviera a punto hervor.
No sé en que momento obedecí al camarero para tomar asiento en la silla que me ofrece, pero me encuentro en ella y del otro lado de Arturo.
Que ahora sí, fijándose en mi presencia.
Me sonríe.
Carajo, huyo de su mirada haciéndolo para otro lado y desahogando mi nerviosismo en asesinar con un dedo, un mechón rubio de mi pelo ensortijado.
Como la noche en el puente de los deseos en nuestra conversación, cual creía que era de una simple empleada de café y un mortal normalito de la humanidad.
¿lo más inaudito?
Arturo como si nada y notando mi silencio extremo y porque dos veces me preguntó y no respondí.
Culpen a los jodidos nervios.
Cerrando la carta de menú, pide por ambos al chico, cosa que tampoco ni idea por procurar procesar todo esto y a su vez, pensar una oración coherente para todo esto.
Pero fracaso, porque mi condenado cerebro no quiere cooperar y hasta creo que cuelga de él, un cartel que me dice no molestar.
Rayos...
- Pedí que trajeran...
- ¿Es una joda, verdad? - Interrumpo con lo primero que cruza mi mente y lo reconozco, sin nada de protocolo.
Me sigue mirando agradable y me incomoda.
En realidad me molesta, porque y no me pregunten el motivo, sé que es sincero.
- ¿Por esto?
Y contrariada le afirmo con mis manos mostrando esta extraña situación.
Cosa que al notarlo, algo le parece divertido por su sonrisa apareciendo, que lo demuestra tras frotarse la mandíbula caviloso.
- Créeme, Gloria. - Hace que lo mire al decir mi nombre por recordarlo. - Aunque imaginé la forma, nunca por como se dio...
¿Qué?
La aparición del mesero trayendo el pedido arrastrando uno de esos carritos que momentos antes vi por otro en el hall, nos hace callar momentáneamente y pestañeo sin creer al ver que no solo trae más té y una segunda taza de porcelana para mí.
También.
La Santa virgen de las panaderías.
Una variedad incalculable a medida que va destapando la cubierta de acero esmerilado de algunas que protege.
De masas finas dulces, pequeños bocados salados y a modo aperitivos.
Y hasta frutas de estación exquisitamente cortadas y cual con sus colores tienen el diseño de un faisán.
Lo juro, quedando asombrada por esa rama del arte.
La culinaria.
Y preguntándome por segunda vez al ver la vajilla que acompaña todo esto, si realmente es oro, ya que tengo todo a centímetro de mi nariz, ahora.
- ¿Qué deseas? - Vuelvo al ataque al estar solos nuevamente y finalizar el muchacho de servirnos el té y satisfecho marcharse, bajo un agradable también gracias por parte de Arturo que me hace.
Maldición, soy una floja.
Llenar más de no sé, qué, dentro de mío.
Como aire.
Por un momento pensé que podía ser un gas, culpa de las verduras hervidas de la cena con Honor.
Pero, esos como retorcijones dentro hasta que lo sueltas luego.
En cambio este, es extrañamente ameno, cómodo y que se expande por más que aprieta.
Recordándome cuando abres la ventana de tu habitación cada mañana para dar los buenos días a la vida y con su cielo despejado, el sol como la brisa mañanera te contestan, revitalizando tus pulmones y la alegría de vivir con el comienzo del día.
Me invita con un ademán a que comience y bebo un poco de mi té para darle motivo a que responda, cual lo hace degustando el suyo y depositarlo con tranquilidad sobre su platito, siendo el único sonido entre nosotros.
- No creía, pero ahora estoy convencido que las causalidades existen. - Me dice con su vista de ese azul claro y tan calmo en su taza dejada.
Demasiado calmo, lo verifico por tenerlo cerca y por la iluminación de lleno del restaurant del hotel.
- Y me lo terminó de confirmar que hoy estés frente mío.
Lo reconozco.
Su habla es afable y cordial, siendo el chico de la noche pasada.
Pero, como y mencionado antes, no termino de dilucidar completo todo, más que estoy cansada y no solo por la caminata en busca de un segundo trabajo ayer, además por estar frente a él, siendo el supuesto empleador para vaya saber que.
Y la no menos importante, situación de desaire de su parte como hace un rato entrando al salón, pero que y resulta, ahora feliz de volver a encontrarnos.
Me pongo de pie.
Decidida, creo que lo mejor es dar por finalizada esta entrevista, porque así de hermoso hasta el hartazgo como rarito, nada tiene sentido.
- Oye, amigo... - Hablo y me mira, procurando encontrar las palabras correctas sin ser una mandada a la mierda. - No sé a que llamas causalidades, pero en mi barrio le decimos descortesía. - Tomo mi carterita. - Pero lo tomaré como una gran confusión. - Y suspiro mirando el gran banquete, sin siquiera haber podido aunque sea, comer algo de lo dulce. - Gracias igual por todo. - Y sin más, retomo mi salida.
Y pese a que no volteo, sí oigo que algo retumba, provocando que mire por un hombro.
Arturo al intentar detenerme ya que dice mi nombre en voz alta, por el apuro supongo que se llevó puesto la silla de su lado vacía.
¿Eh?
Como parte de la mesa contigua sin cliente, corriéndola unos buenos centímetros por la colisión de ese monumental cuerpo que posee y por poca sincronización.
Creo.
No lo sé.
Pero sin dudarlo, vuelvo hacia él y me encuentro por más peso como altura a comparación mía, que lo socorro, ya que quedó en una postura a medias contra el piso.
Ríe por más situación y hasta con un gesto con una mano en alto negando, cuando notan que se acercan, tanto la ayuda del camarero que nos dio el servicio y hasta uno de los hombres de la seguridad del hotel que pregunta alarmado.
- Lo siento... - Suelta mientras a mí, si me permite que lo ayude y lo hago con todas mis fuerzas, tanto que se me escapa un gemido de energía, causándole diversión al escucharlo sobre su brazo libre ayudando también y ejerciéndola con la mesa que deslizó con su pesada madera como si fuera papel.
- Debería darte...vergüenza... beber tan temprano. - Jadeo con la última fuerza de auxiliarlo para que tome asiento en su silla nuevamente y yo vuelvo a la mía, para beber algo de agua que me sirvo con ansías de una jarra y de la misma manera, bebo para no escupir mis riñones.
- Ojalá fuera ello... - Murmura. - ...solo quería impedir que te vayas, Gloria... - Siempre cordial, pero que diga mi nombre y como antes, repercute en mi sistema aireando zonas de mi cuerpo que no sabía que se podían.
Y mis labios se entreabren para decir algo, pero la aparición de alguien, me sobresalta y notando quién es, como resorte reacciona mi cuerpo poniéndome de pie del golpe.
Porque, es el mismísimo Arthur L'Rou.
¿Qué pasa acá?
Se encuentra en nuestra mesa.
Sí.
Él mismo y muy preocupado por mi torpe para caminar, pero guapo acompañante.
Inclino mi cabeza mientras observo como el viejo se deshace de preocupación y ser servicial para Arturo.
Por eso y porque me doy cuenta que ambos llevan el mismo nombre.
- Estoy bien, Didier... - Responde a su demanda, conciliador y los miro curiosa.
Levanto un dedo al hombre anciano.
- ¿Didier? - Digo y este, cortés y con reverencia, se presenta.
- Didier Duvois para servirle, señorita. - Seguido a volver al chico que me llena de aire y alcanzarle su vaso, cuando nota que lo busca para beber también. - ¿Seguro, joven Arthur?
Y ahora sí, pestañeo y hasta nuevamente me obligo a tomar asiento, ya que seguía de pie.
Eso o es mi turno de desmoronarme contra el piso al escuchar eso.
Y mis dedos aprietan mis labios al empezar a comprender lo de estos dos hombres, para que no afloren blasfemias que piden paso desde la profundidad de mi garganta.
¿Arturo, es Arthur L'Rou?
¿Él fue entonces el que me rechazó?
¿Y él mismo la noche del pedido y en el puente, escuchó como si nada mi descargo amargo contra él mismo, por rechazar mis obras?
Y con ello, otra cosa ilumina mi mente mirando a ambos a hombres del otro lado de la mesa, pero en especial a susodicho Arthur y con más claridad, tanto por la iluminación del lugar prestando más atención.
No puede ser.
Y a su vez, familiarizándola con la diurna y una vez fuera, tras terminar la fracasada entrevista.
Mis manos cubren mi boca para ahogar una exclamación, causando que los dos me miren.
Ya que, no solo reacciono que este hombre es el del retrato.
Además.
El que golpee con la piedra en las escalinatas y hui cobardemente.
Y si tenía un motivo para escapar y de una vez irme, cosa que otra vez amagué, pero solo con apenas levantar mi trasero de la silla me quedo a mitad y sin moverme otra vez, al notar otra cosa.
Tal, que me hace olvidar la vergüenza, mi cobardía, frustración y si existía algún tipo enojo.
Todo el peso de mi trasero lo vuelve a recibir la dichosa silla.
Al ver.
Miro a Arthur.
Notar.
Que y sobre beber de su vaso de agua, su otra mano libre de este, tantea la superficie antes de dejarlo en la mesa con su vista fija en ella.
Empezando al fin de comprender...
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