CAPITULO 7
GLORIA
Por el reflejo de una vidriera faltando pocos metros del lujoso hotel, miro mi apariencia.
Ok.
No es el vestido de ayer y como segunda opción después de ese, creo que el que llevo ahora, es el mejor.
Arreglo un poco sus mangas cortas y a mis hombros, como último esfuerzo a que se vea lo más presentable posible.
Y palmeando mis mejillas por color natural, decidida y ya frente al condominio de hospedaje para ricos, subo sus escalinatas para luego internarme en su interior.
- Diablos... - Susurro muy bajito en su gigante como elegante recibidor, observando todo mientras camino hasta la recepción y preguntándome si todo lo que brilla con su dorado en la costosa decoración, sea muebles, cortinas y hasta vajilla que veo por un mesero llevar en un refinado carrito, si es oro.
Solo me presento con mi nombre e indicando una entrevista de trabajo con el huésped de la habitación presidencial.
Y cuando creí que se me iban a reír en la cara las dos personas a cargo, continuo a un escaneo completo a mi persona de desagrado, por parecer poco convincente y más bien una excusa por no nombrar al aludido.
Me sorprendo que uno muy eficiente y hasta rodeando el lujoso mostrador de mármol y digamos que oro, con sonrisa servicial en sus labios, se toma la molestia de indicarme con algunos pasos acompañándome, no solo la zona del restaurant.
Además, en decirme que tome asiento en una de las mesas del mismo cuando ingrese.
Cosa que me hace respirar, porque al llegar al hotel algo invadió mi mente y que no lo había percatado o mejor dicho, analizado en profundidad.
Si dicha entrevista era en su piso.
O sea, su habitación y a solas con un extraño.
Mierda.
Un hombre que ni siquiera pregunté quién era y aturdida por la emoción ayer.
Los candelabros en forma de araña en su diseño por cientos de piedras diamantes me reciben, provocando que al hacerlo, inevitable que mi vista no se eleve para observar su belleza con cada paso que doy.
Como y al nivelar mi horizonte, captar que lo acompaña al salón de gran tamaño, también con exquisitas mesas con sus sillas en madera labrada y de gamuza tapizadas en tono mora, dando al ambiente en conjunto con el decorado elegancia.
Retuerzo con mis manos mi carterita en el proceso.
Una fascinante admiración de mi parte.
De las docenas de docenas.
Algo así, su cantidad.
Algunas, solo están ocupadas por comensales, calculando que son huéspedes, ya que hay un par de familias acusando ser extranjeros.
Otra y en un extremo, lo que parece hombres hablando de negocio mientras saborean un puro y beben de sus vasos algún tragos.
Sigo caminando.
Un par en la barra siendo rellenada sus copas de vino por un hombre a cargo.
Camino por el espacio obligado y generado por las mesas, focalizando de golpe a un lado.
Asombro.
Sí, mucho asombro y a poca distancia.
El mismo Arturo.
El hermoso hombre que pensé la primera vez, que era alguien normalito para su trato demasiado agradable hacia mí, la noche de su pedido.
Bronca.
Pero, resultó ser un rico.
Mejor dicho.
El rico de los ricos.
Lo escaneo, ya que, no nota aún mi presencia.
Prolijo como elegante vestido en su traje francés de tono oscuro, acompañado de una impecable camisa blanca, causando dos cosas.
Dios, no puede ser.
Que el vestido que llevo y justo del mismo color.
Maldición.
El mío, parezca amarillo.
Y lo segundo.
Maldición, otra vez.
Que, sobre ese diáfano color y llevar su pelo al natural como lo vi por primera vez, su pelo lejos del peinado de ayer cuando lo vi del otro lado de la calle, ahora este caiga por su lados algo rebeldes por ser ondulado y tipo aureola, corone este y selle todo ese plano mientras bebe un poco del jodido té, selle todo ese color de ojos que ahora doy fe.
De un azul claro, único en su especie.
Y pese a la serie posibilidad de hacer justicia como mi amiga quiso en su momento, ante el rechazo de mis obras por el viejo L'Rou de cepillar su cabeza.
Respiro.
Yo ahora mismo, tengo ganas de hacerle a Arturo por ignorarme ayer.
No comprendo, por qué, me duele tanto.
Pero lo desecho, porque estoy segura y chequeando algo de seguridad en la inmensa habitación, que no sería del agrado eso y lo más importante.
Tiro mis hombros hacia atrás con mucha dignidad.
Al igual que el huésped de la habitación presidencial, que en breve llegará.
Por eso, retomo mi andar y también con la idea.
Viéndome o no.
De hacer caso omiso a su caliente presencia al pasar por su perímetro con la meta de ubicarme en una mesa alejada a la suya y una vez en ella, decirle al camarero que avise mi ubicación al señor del trabajo.
Y así lo hago caminando altiva, pero mucho peso, comienzo sentir en mis pies.
Como si mis tacos.
Hoy no, botitas.
Cargaran cientos de ladrillos cada uno y con cada paso que doy.
Tristeza mientras tomo asiento en la mesa seleccionada y ayudada por el camarero.
Por segunda vez notar, que Arturo nuevamente y solo pasando a pocos metros de distancia de él, vuelve a ignorarme.
Hasta juraría por su rostro relajado como guapo al mirar levemente y que verdaderamente, ni siquiera me notó por más vista en alto con sus ojos azules asesinos de lindos.
- Solo un vaso de agua. - Pido, negando su servicio de carta que me quiere abrir, porque mi estómago ganas de nada. - Estoy esperando a alguien por una entrevista laboral. - Prosigo, notando su desconcierto. - Con el huésped de la habitación presidencial. - Espero que me crea.
Y escuchar mi oración final me dice lo contrario, porque cambia su postura y con ello, me invita a levantarme y reacciono.
- ¡Lo juro! - Exclamo sobre sus manos deslizando mi silla hacia atrás para que lo haga. - Olvidé preguntar su nombre, pero juro que le digo la verdad...
- Le creo. - Suelta amable.
-¿Qué? - Me indica a que lo siga con cordialidad y locamente, lo imito.
Cumplo, caminando detrás de él mientras me conduce.
- Él, ya están esperando por usted, señorita. - Me dice sin dejar de caminar y yo, seguirlo por las mesas y comensales.
- ¿En serio? - No me la creo como ayer al ser todo tan concreto.
Y su diestra al detenerse y por llegar, es su respuesta al abrirla a modo expresivo e indicando la bienvenida a la mesa.
Y con ese gesto tipo abanico y como si fuera un jodido telón, me abre espacio para ver el destino tras suyo y aguardando como bien me dijo en la mesa.
Mi mandíbula se desencaja sin poder creer, al verlo.
Ya que, jodidamente es Arturo.
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